Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia
Fortalezcamos la familia


Capítulo 21

Fortalezcamos la familia

Cuídense ustedes mismos y cuiden a su familia, a sus hijos y a sus hijas; y busquemos hacer lo correcto1.

De la vida de John Taylor

El 1° de febrero de 1885, John Taylor se impuso un destierro voluntario para evitar la persecución de las autoridades federales. Aun cuando esperaba que ese exilio redujese la opresión de que era objeto la Iglesia en esa época, también sabía que su aislamiento probablemente le separaría de la mayor parte de su familia durante el resto de su vida terrenal. No obstante, a lo largo de ese tiempo, siempre se preocupó por el bienestar de ellos. “Diles que siempre los tengo presente”, dijo a su sobrino Angus M. Cannon poco antes de su muerte, y añadió: “Los quiero mucho individualmente y nunca dejo de rogar a Dios por ellos”2.

El presidente Taylor fue un cariñoso y abnegado esposo y padre. De él, su hijo Moses W. Taylor escribió lo siguiente: “Tenía el gran deseo de conservar a sus hijos bajo la influencia familiar y se encargó de que tuviésemos un patio de recreo. Aun cuando tenía más de setenta años de edad se unía a nosotros en nuestros juegos. Nos tenía un gran montón de arena para que jugáramos los pequeños; no recuerdo haberlo pasado mejor en mi vida que cuando cavaba y jugaba en aquella arena…

“Nunca le oí reñir con ningún miembro de la familia; nunca le oí discutir ni estar en desacuerdo con mi madre en presencia de los hijos. Cuando nos hablaba de nuestros deberes en la Iglesia, siempre lo hacía con el espíritu de consejo, y solía decirnos: ‘Me haría sentir muy contento que fueses un fiel Santo de los Últimos Días’. Tanto le estimaban sus hijos que agradarle a él era al parecer el mayor deseo de ellos”3.

El presidente Taylor enseñó a los santos la importancia que tiene el que los padres den un buen ejemplo a sus hijos. Frank Y. Taylor, uno de sus hijos, habló en una ocasión de la potente y buena influencia que el ejemplo de su padre había ejercido en su vida: “Cuando pienso en la esmerada enseñanza que recibí, en el magnífico ejemplo que se me dio en mi juventud, considero que sería imperdonable que yo hiciera lo que no es correcto precisamente porque se me mostró el ejemplo perfecto de lo que debía hacer. De niño, sin embargo, me sentí tentado como los demás niños; pero la vida de mi padre era tan pura y limpia que cada vez que la tentación me salía al paso, me parecía que mi padre se levantaba delante de mí en toda su majestad, como un monumento, y no podía hacer la maldad que me había sentido tentado a hacer. Pensaba que desagradaría a mi padre y sabía que no había nada en él que me justificase hacer lo que no era aceptable ante nuestro Padre Celestial. Cuando reflexionaba en la forma en que mi padre conducía su vida, me decía: ‘¡Ah, cómo me gustaría llevar una vida así yo también, para ser una luz que resplandeciera en las tinieblas para mis hijos y mis hijas!’ ”4.

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father and daughter reading

“En calidad de padres, instruyamos a nuestros hijos en el temor de Dios y enseñémosles las leyes de la vida. Si lo hacemos, tendremos paz en nuestras almas, paz en nuestras familias y paz en nuestro entorno”.

Enseñanzas de John Taylor

El matrimonio y las relaciones familiares son eternos.

El Evangelio que predicamos es el Evangelio eterno que se remonta hacia atrás en las eternidades pasadas, que existe en el tiempo de esta vida y que se extiende hacia adelante en las eternidades venideras, y todo lo que está vinculado con él es eterno. Nuestras relaciones matrimoniales, por ejemplo, son eternas. Vayan a las sectas religiosas de la actualidad y hallarán que sus vínculos matrimoniales duran hasta que la muerte los separa; no tienen ningún concepto de la continuación de su unión en el mundo venidero; no creen en cosa alguna de esa índole. Cierto es que hay un ideal natural en las personas que las lleva a tener esperanza en que así fuese; pero no saben nada de eso. Nuestra religión ata al hombre y a la mujer por el tiempo de esta vida y por toda la eternidad. Ésa es la religión que Jesús enseñó: tenía poder para atar en la tierra y atar en los cielos, y tenía poder para desatar en la tierra y desatar en los cielos [véase Mateo 16:19]. Creemos en los mismos principios y esperamos, en la resurrección, relacionarnos con nuestras esposas y tener nuestros hijos sellados a nosotros por el poder del santo sacerdocio, a fin de que estén unidos con nosotros por los siglos de los siglos5.

El Evangelio, cuando se le presentó y se le predicó a Adán después de la Caída, por la expiación de Jesucristo, le brindó la posibilidad no sólo de triunfar sobre la muerte, sino de tener a su alcance y llegar a poseer la naturaleza eterna, no sólo de la vida mortal, sino de la vida celestial; no sólo de dominio terrenal, sino también de dominio celestial. Y mediante la ley de ese Evangelio le fue posible (y no únicamente a él, sino a toda su posteridad) obtener no sólo su primer estado, sino una exaltación más alta en la tierra y en los cielos de la que hubiese podido tener si no hubiera caído, siendo los poderes y las bendiciones vinculados con la Expiación totalmente más elevados y superiores a cualquier regocijo o privilegios que hubiese podido tener en su primer estado. Por consiguiente, él y su compañera llegaron a ser el padre y la madre de vidas: vidas temporales, vidas espirituales y vidas eternas, y quedaron en condiciones de llegar a ser Dioses, sí, los hijos y las hijas de Dios, y de que el aumento y la extensión de su dominio no tuviese límites por los siglos de los siglos6.

Qué es más placentero y agradable que los puros, inocentes y gratos sentimientos que Dios ha puesto en el corazón del hombre y de la mujer unidos en legítimo matrimonio con amor y afecto, puros como el amor de Dios, puesto que emana de Él y es Su don, con cuerpos castos y virtuosos, e hijos encantadores, saludables, puros, inocentes y sin contaminación, que confían el uno en el otro, que viven juntos en el temor de Dios, disfrutando de los dones de la naturaleza sin corrupción e inmaculados como la nieve pura o como las cristalinas aguas del arroyo. Y cómo se intensificaría ese regocijo si entendieran su destino, si pudiesen comprender con claridad los designios de Dios y contemplar una unión eterna en otro estado de existencia, un vínculo con sus vástagos, iniciado aquí, para que dure para siempre y se fortalezcan todas sus ataduras, relación y mutuos afectos.

La madre siente una dicha inmensa al contemplar a su bebé y observar su hermosa forma infantil. Cómo se llenaría su alma de júbilo si previese que podría tener a su criatura para siempre. Si tan sólo comprendiéramos nuestra condición, el propósito por el cual hemos venido al mundo. Y el propósito del reino de Dios, sobre el cual he escrito extensamente, es restablecer todos esos santos principios7.

La influencia de los padres se extiende hacia las generaciones futuras.

La vida de un santo no es sencillamente un perfeccionamiento personal, puesto que también desempeña una función en el plan total de la redención de la tierra. Nadie puede salvarse solo, por sí mismo, sin ayuda y sin ayudar a los demás. El efecto de nuestra influencia será o bueno o dañino, será una ayuda o un menoscabo a la obra de la procreación humana, y, al paso que asumimos responsabilidades, que formamos vínculos, hacemos convenios, engendramos hijos, incorporamos familias, en esa misma medida aumenta el efecto de nuestra influencia, se amplía su extensión y también se profundiza8.

El primer mandamiento que se dio al hombre fue: “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra” [Génesis 1:28]. Puesto que el hombre es un ser eterno y que todas sus acciones tienen relación con la eternidad, es necesario que comprenda bien el lugar que ocupa y que cumpla la medida de su creación. Y, por motivo de que él y sus descendientes están destinados a vivir eternamente, él no es tan sólo responsable de sus propios actos, sino en gran medida, de los de sus hijos, [por lo que] es responsable de educar sus mentes, de regular sus valores morales, de darles un ejemplo correcto y de enseñarles principios correctos, pero sobre todo, es responsable de conservar la pureza de su propio cuerpo.

¿Y por qué? Porque si maltrata su cuerpo y se corrompe no sólo se hace daño él mismo, sino que también lastima a su cónyuge y a otras personas, y acarrea una desdicha incalculable a su posteridad… y eso no sólo en el tiempo de esta vida sino también en la eternidad. Por eso el Señor nos ha dado leyes que regulan el matrimonio y la castidad, leyes de la naturaleza más estricta, y ha impuesto los más rigurosos castigos a los que en las diversas edades del mundo han transgredido esta sagrada ordenanza… ¿Y por qué? Por motivo de que, si el hombre, al que se ha dado libertad sobre su propio cuerpo a fin de que se ennoblezca tanto él mismo como su posteridad, abusa de ese poder, no sólo se perjudica él mismo, sino que también perjudica cuerpos y espíritus que todavía no nacen, corrompe el mundo, abre las compuertas del vicio, de la inmoralidad y de la separación de Dios… Pero cuando el orden de Dios se cumple, las cosas se sitúan muy bien9.

Si yo… fuese el cabeza de una familia, querría enseñar a mis hijos lo correcto, enseñarles los principios de la virtud, de la santidad, la pureza, el honor y la integridad, para que fuesen ciudadanos dignos y para que pudieran comparecer delante de Dios, de modo que cuando ellos y yo nos vayamos de este mundo, seamos dignos de congregarnos con los elegidos de Dios (los que Él ha recogido de entre las naciones de la tierra) y con los Dioses en el mundo eterno. Por lo tanto, todas las mañanas, como cabeza de la familia, me dedicaría yo mismo y dedicaría mi familia a Dios10.

Debemos evitar las palabras y las acciones crueles y duras en nuestra familia.

Jamás digan una palabra ni hagan cosa alguna que no quisieran que sus hijos imitaran. El hecho de que hombres que profesan temer a Dios, y algunos de ellos son élderes de Israel, hayan adquirido el hábito de decir palabrotas… es una vergüenza y un oprobio al alto cielo, y eso a veces lo hacen delante de sus hijos. Es una vergüenza. Y ocurre que algunos hombres se disculpan alegando que tienen mal genio. Yo pagaría lo máximo para que me quitasen tan espantoso hábito. Me esforzaría por que todo lo que dijera o hiciese fuera correcto.

Tratemos bien a nuestras esposas. El hombre que maltrata a una mujer es un hombre malo… ¿No han hecho convenios con su esposa por el tiempo de esta vida y por la eternidad? Sí, sí los han hecho. ¿No les gustaría, una vez que hubiesen salido de esta vida, poder decir, María, Juana, Ana, o sea cual sea el nombre, nunca en mi vida te lastimé? Y a ustedes, esposas, ¿no les gustaría poder decir, Tomás o Guillermo, en toda mi vida, nunca te lastimé? Y, después, pasar juntos una eternidad en la existencia venidera11.

Maridos, amen a sus esposas y trátenlas bien. ¿O se consideran grandes magnates con derecho a imponerles su voluntad?… Deben tratarlas con toda benignidad, con misericordia y con paciencia, y no ser nunca ásperos ni duros, ni desear en forma alguna hacer alarde de autoridad. Y, ustedes, esposas, traten bien a sus maridos y procuren hacerlos felices y hacerles sentirse cómodos. Esfuércense por hacer de sus hogares un pedacito de cielo y por dar cabida en ellos al buen Espíritu de Dios. Entonces, en calidad de padres, instruyamos a nuestros hijos en el temor de Dios y enseñémosles las leyes de la vida. Si lo hacemos, tendremos paz en nuestras almas, paz en nuestras familias y paz en nuestro entorno12.

Abandonen las palabras ásperas o hirientes, y no permitan que haya resentimientos en su corazón ni que éstos se alberguen en sus hogares. Ámense unos a otros, y si cada miembro de la familia procura aumentar el bienestar del otro, el amor caracterizará el círculo familiar, sus hijos participarán de ese mismo sentimiento y, a su vez, imitarán el buen ejemplo de ustedes y perpetuarán lo que hayan aprendido en el hogar13.

Debemos enseñar y practicar principios de la santidad en nuestra familia.

Padres, sean verídicos y hagan que sus hijos tengan confianza en la palabra de ustedes, de manera que si papá o mamá dice cosa alguna, ellos puedan decir: “Si papá o mamá dice tal o cual cosa, sé que así es y que es correcta, porque lo dice papá o mamá, y ellos nunca mienten ni dicen una falsedad”. Ésa es la clase de sentimiento que queremos cultivar entre nosotros y con nuestras familias.

Y repito, debemos ser limpios en nuestra persona, en nuestras casas y en todo. Ustedes, las madres, cultiven en sus corazones el espíritu de paz; ustedes deben ser como ángeles de Dios, llenas de toda virtud. Y el padre debe tratar bien a la madre. ¿Tiene ella flaquezas y defectos? Sí. Y él también los tiene… Hagan dichosos sus hogares. Dejen ver a sus hijos que se aman el uno al otro, a fin de que crezcan con el mismo sentimiento y sean guiados por el principio de honrar a su padre y a su madre. Ésos son los sentimientos que nos ennoblecerán14.

¿Oran con su familia?… Y cuando lo hacen, ¿lo hacen en forma automática como una pieza de maquinaria, o se arrodillan con humildad y con un deseo sincero de implorar las bendiciones de Dios sobre ustedes y sobre los de su casa? Ésa es la forma en que debemos hacerlo; debemos cultivar un espíritu de devoción y confianza en Dios, entregándonos a Él y buscando Sus bendiciones15.

Hemos recibido el mandamiento del Señor de poner nuestras casas en orden. Apóstoles, presidentes de estaca y obispos, ¿han hecho eso con su propia casa? ¿Han velado también por que los santos hayan hecho lo mismo? ¿Han inculcado en la gente que tienen a su cargo la necesidad absoluta de la pureza si desean contar con la bendición y con la protección del Altísimo? Los lobos nunca han vigilado con mayor astucia ni con hambre más voraz a un rebaño de ovejas y corderos como los que ahora vigilan a las personas de sus barrios y estacas y que están listos para devorarlos. ¿Son conscientes de ese peligro y toman todas las precauciones indispensables para protegerse de él?

Padres, ¿son fieles ustedes mismos a todo principio de la santidad y rodean a sus hijos e hijas de toda clase de amparo para protegerlos de las asechanzas de los malvados? ¿Les enseñan que la castidad tanto en el hombre como en la mujer debe ser de mayor estima que la vida misma? ¿O los abandonan a su desconocimiento e inexperiencia y los dejan mezclarse con cualquier clase de personas que escojan, a cualquier hora que les parezca conveniente, exponiéndolos de esa forma a las artimañas de los engañadores y corruptos? Ésas son preguntas que tendrán que contestar ya sea para su vergüenza y condenación o para su dicha y felicidad eternas. Sepan esto, que Dios, al darnos las tan preciadas bendiciones que tenemos, nos exige que le correspondamos en la forma apropiada. Cuando recibimos esas bendiciones, quedamos bajo obligaciones, y si no las cumplimos, la condenación será la consecuencia inevitable16.

Padres, traten bien a sus hijos e instrúyanlos en el temor del Señor. Ellos son de mayor importancia para ustedes que muchas de las cosas a las que ustedes prestan atención.

Y ustedes, hijos, obedezcan a sus padres; respeten a su padre y a su madre. Sus madres han velado por ustedes y sus padres desean su bienestar; el corazón, los sentimientos y los afectos de ellos están concentrados en ustedes. No les den el dolor de apartarse de los principios correctos; caminen por la senda estrecha que guía a la vida. Padres, hijos, maridos y esposas, y todas las personas, teman a Dios y pongan su confianza en Él; cumplan con los principios de su santa religión que Dios nos ha revelado17.

Sugerencias para el estudio y el análisis

  • ¿De qué modo influye en los sentimientos que reinan en su hogar el conocimiento de la naturaleza eterna del matrimonio y de las relaciones familiares? ¿Por qué ese conocimiento le sirve a usted para ser mejor cónyuge o mejor miembro de la familia?

  • ¿Qué pueden hacer específicamente marido y mujer que contribuya a que guarden sus convenios matrimoniales?

  • ¿De qué manera pueden los padres enseñar a sus hijos los principios que son necesarios para su salvación? ¿Cómo pueden los padres ayudar a los hijos que sean rebeldes o que hayan cometido errores graves?

  • Lea Proverbios 3:5–6. ¿Cómo pueden los padres y los abuelos prepararse para oír los susurros del Espíritu, de modo que puedan aconsejar correctamente a sus hijos y a sus nietos? ¿En qué formas le ha ayudado a usted el Espíritu Santo a tomar decisiones que hayan ejercido una buena influencia en sus hijos o en sus nietos?

  • ¿Qué ha aprendido usted del ejemplo de sus padres?

  • Lea o cante el himno “Soy un hijo de Dios” (Himnos, No. 196). ¿Cómo debe influir el saber que todos somos hijos espirituales de nuestro Padre Celestial en la forma en que tratamos a nuestros hijos? ¿En la forma en que tratamos a nuestro cónyuge?

  • John Taylor exhortó a abandonar las palabras y las acciones ásperas o hirientes dentro de la familia. ¿Cómo podemos impedir que eso ocurra en nuestros hogares?

  • ¿Por qué el maltrato emocional o físico para con el cónyuge o para con los hijos es un pecado grave a los ojos de Dios? ¿Cómo pueden resolverse las situaciones de maltrato emocional o físico?

  • ¿Cómo podemos cultivar el sentimiento de amor y de paz en casa? ¿Qué bendiciones han llegado a su hogar cuando el Espíritu de Dios ha estado presente? ¿Cómo pueden las personas que no viven en un hogar pacífico hallar paz en su propia vida?

Pasajes relacionados: Salmos 127:3–5; Mateo 18:1–6; 3 Nefi 18:21; D. y C. 68:25–28; 93:40–43; 132:19–20.

Notas

  1. Deseret News: Semi-Weekly, 23 de febrero de 1883, pág. 1.

  2. B. H. Roberts, The Life of John Taylor (1963), pág. 459.

  3. “Stories and Counsel of Prest. Taylor”, Young Woman’s Journal, mayo de 1905, pág. 219; los párrafos se han cambiado.

  4. En “Conference Report”, octubre de 1919, pág. 156.

  5. Deseret News: Semi-Weekly, 30 de marzo de 1869, pág. 3.

  6. The Gospel Kingdom, seleccionado por G. Homer Durham (1943), págs. 278–279.

  7. “Extract from a Work by John Taylor about to Be Published in France”, Millennial Star, 15 de marzo de 1851, pág. 82; los párrafos se han cambiado.

  8. En James R. Clark, compilador, Messages of the First Presidency of The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, 6 tomos (1965–1975), tomo III, pág. 87.

  9. “Extract from a Work by John Taylor”, Millennial Star, 15 de marzo de 1851, págs. 81–82; los párrafos se han cambiado.

  10. Deseret News: Semi-Weekly, 18 de octubre de 1881, pág. 1.

  11. Deseret News: Semi-Weekly, 10 de marzo de 1885, pág. 1; los párrafos se han cambiado.

  12. The Gospel Kingdom, pág. 284.

  13. Deseret News: Semi-Weekly, 16 de abril de 1878, pág. 1.

  14. Deseret News: Semi-Weekly, 3 de enero de 1882, pág. 1; los párrafos se han cambiado.

  15. The Gospel Kingdom, pág. 284.

  16. The Gospel Kingdom, págs. 282–283.

  17. Deseret News: Semi-Weekly, 1º de junio de 1880, pág. 1; los párrafos se han cambiado.