Ven, sígueme
Nuestra meta es la conversión


“Nuestra meta es la conversión”, Ven, sígueme — Para uso individual y familiar Libro de Mormón 2020 (2020)

“Nuestra meta es la conversión”, Ven, sígueme — Para uso individual y familiar 2020

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Padre e hijos alimentan a un cordero

Nuestra meta es la conversión

El propósito de toda enseñanza y todo aprendizaje en el Evangelio es profundizar la conversión y llegar a ser más como Jesucristo. Por esta razón, cuando estudiamos el Evangelio, no estamos buscando simplemente nueva información, sino que queremos llegar a ser una “nueva criatura” (2 Corintios 5:17). Eso significa confiar en el Padre Celestial y en Jesucristo y depender de Ellos para cambiar nuestro corazón, nuestra visión, nuestras acciones y nuestra naturaleza misma.

Sin embargo, el tipo de aprendizaje del Evangelio que fortalece nuestra fe y conduce al milagro de la conversión no ocurre en forma inmediata, sino que se extiende más allá del salón de clases hasta el corazón y el hogar de las personas. Exige esfuerzos diarios y constantes por entender y vivir el Evangelio. La verdadera conversión requiere de la influencia del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo nos guía hacia la verdad y nos da testimonio de la verdad (véase Juan 16:13). Él ilumina nuestra mente, vivifica nuestro entendimiento y toca nuestro corazón mediante la revelación de Dios, la fuente de toda verdad. El Espíritu Santo purifica nuestro corazón. Él nos inspira el deseo de vivir conforme a la verdad, y nos susurra maneras de hacerlo. Ciertamente, “el Espíritu Santo… [nos] enseñará todas las cosas” (Juan 14:26).

Por estas razones, en nuestro esfuerzo por vivir, aprender y enseñar el Evangelio, lo primero que debemos procurar es la compañía del Espíritu. Esta meta debe gobernar nuestras elecciones y guiar nuestros pensamientos y acciones. Debemos procurar todo lo que invite a tener la influencia del Espíritu, y rechazar cualquier cosa que aleje esa influencia, porque sabemos que si podemos ser dignos de la presencia del Espíritu Santo, también podremos ser dignos de vivir en la presencia del Padre Celestial y de Su Hijo, Jesucristo.