2009
Modelos de conducta
Agosto 2009


Modelos de conducta

La mayoría de las veces un testimonio no surge como un destello de luz deslumbradora sino que, con el tiempo, se va obteniendo conocimiento y se aprende a confiar en los sentimientos de bienestar que nos inspira el Espíritu Santo. A lo largo de la vida, encontramos muchas personas que nos sirven de modelos de conducta: aquellos que nos inspiran a vivir como debemos. Si sigues esos ejemplos, se fortalecerá tu testimonio y aprenderás a ser obediente.

Los misioneros

Los primeros modelos que me presentaron el Evangelio fueron los misioneros que lo enseñaron a mi familia en Filipinas. Su ejemplo influyó mucho en nuestra decisión de unirnos a la Iglesia; eran pacientes con nosotros y siempre llevaban consigo un hermoso espíritu.

Mientras éramos todavía miembros nuevos, nos encontramos con un hombre que se había apartado de la Iglesia y que nos dio un montón de publicaciones que hablaban en contra de los mormones; me quedé muy perturbado. Era mi primer encuentro con la oposición a la Iglesia y mi testimonio era aún tierno. Cuando él nos enfrentó y empezó a atacar todo lo que los élderes nos habían enseñado, me sentí lleno de temor; pero cuando los misioneros estaban con nosotros, nos transmitían paz. Y gracias a ellos, nuestra familia aprendió a distinguir entre la fe y el temor, y elegimos la fe.

Los presidentes de misión

Al poco tiempo, nos asignaron a mi padre y a mí ser compañeros de orientación familiar. Una de nuestras primeras responsabilidades fue visitar al presidente de la misión y a su esposa, que nos recibieron con gran amabilidad. Mi padre tenía muchas tradiciones de nuestra religión anterior, pero ellos fueron bondadosos y sin criticar nos explicaron por qué se hacían las cosas de diferente manera en la Iglesia verdadera. Aunque éramos los maestros orientadores, aprendimos mucho del ejemplo del presidente de la misión.

Después, cuando yo fui misionero de tiempo completo, seguí aprendiendo de los presidentes de misión que tuve. El primero tenía siempre una firme convicción de que, aun cuando los tiempos fueran difíciles, todo saldría bien finalmente. De él aprendí a ser optimista.

El segundo presidente de misión que tuve había sido piloto de combate, pero como líder de la Iglesia era benévolo y sensible, lleno de amor cristiano por sus compañeros de servicio. Cuando era su asistente, me pareció que algunos misioneros abusaban de ciertos privilegios y estaban aprovechándose de su bondad, y le sugerí que impusiéramos reglas más estrictas y que nos ocupáramos más de hacerlas cumplir. Él me dijo que sentía que era mejor confiar en que los misioneros optaran por hacer lo correcto que dudar de sus intenciones. De ese modelo de conducta aprendí a seguir el consejo de José Smith sobre enseñar principios correctos y dejar que las personas se gobiernen a sí mismas.

Otros líderes de la Iglesia

Recuerdo haber observado al élder Dallin H. Oaks cuando, siendo ya miembro del Quórum de los Doce Apóstoles, prestó servicio como Presidente de Área en Filipinas. Lo vi en consejo con otros líderes, analizando las dificultades que enfrentaba la Iglesia en nuestro país, y me di cuenta de su gran amor por el progreso de la Iglesia y de su interés en crear oportunidades para bendecir a los miembros. Aprendí de su ejemplo que los Apóstoles no sólo se interesan por la Iglesia en general sino también por las personas individualmente.

El Presidente de Área que tenemos actualmente, el élder Keith R. Edwards, de los Setenta, dice que aun cuando exista un aspecto administrativo en la obra de la Iglesia, el Señor quiere que nos concentremos en el corazón. Nos hace recordar la experiencia del rey Benjamín cuando habló a los de su pueblo desde la torre y cómo le respondieron éstos con un potente cambio de corazón, afirmando que ya no tenían “más disposición a obrar mal, sino a hacer lo bueno continuamente” (Mosíah 5:2). Del élder Edwards he aprendido a examinar mi corazón para asegurarme de que mis intenciones sean puras.

El capitán Moroni

Las Escrituras están llenas de modelos de conducta. El capitán Moroni es uno de mis héroes; Mormón lo admiraba tanto que le puso su nombre a uno de sus hijos, y escribió lo siguiente acerca de él: “…si todos los hombres hubieran sido, y fueran y pudieran siempre ser como Moroni, he aquí, los poderes mismos del infierno se habrían sacudido para siempre; sí, el diablo jamás tendría poder sobre el corazón de los hijos de los hombres” (Alma 48:17). Mormón también dijo que admiraba a los hijos de Mosíah y a Alma y a sus hijos “porque todos ellos eran hombres de Dios” (Alma 48:18). ¡Dejen que los hombres y las mujeres que siguen a Dios sean sus modelos!

Nefi

Otro de los grandes ejemplos de las Escrituras es Nefi. De él aprendí a confiar en el Señor en lugar de quejarme. Te lo explico: Al partir de Filipinas para graduarme con una maestría de la Universidad Brigham Young, prometí que iba a regresar; pero cuando llegó el momento de volver con mi familia, no era fácil tomar esa decisión porque pensé que las oportunidades que me ofrecía mi país natal no prometían tanto éxito ni recompensas como las de los Estados Unidos. Sin embargo, debido a que había dado mi palabra de volver, mi esposa y yo decidimos ejercer fe como Nefi y hacer lo que el Señor quería que hiciéramos.

A pesar de que yo ya había trabajado en mi país, económicamente tuve que empezar de nuevo; el dinero escaseaba y las oportunidades demoraron en dar fruto. Nuestros tres hijos enfermaron y perdimos todos nuestros ahorros. Aquel fue uno de los tiempos más difíciles de nuestra vida.

Nuestro hijo menor contrajo un tipo de tuberculosis y necesitaba una medicina que era muy cara y que debía tomar durante nueve meses. Me acuerdo que miré mi billetera y vi que estaba vacía; mi esposa me preguntó cómo íbamos a alimentar a los niños.

En épocas como ésa uno se hace preguntas, y si no se tiene cuidado, es posible llegar a ser como Lamán y Lemuel, empezar a murmurar y dejarse invadir por la amargura. Se siente que la vida es injusta. Hubiera sido fácil para mí pensar: “Cumplí una misión; he servido al Señor; pagamos el diezmo y prestamos servicio en la Iglesia. ¿Dónde están las bendiciones?” En cambio, permanecimos activos, prestamos servicio en nuestros llamamientos y nos las arreglamos. Mi hermano y su esposa nos ayudaron económicamente, y al fin yo encontré trabajo. Era apenas lo suficiente y ganaba menos de lo que había ganado antes de ir a la universidad. Me sentía como un fracasado.

Finalmente, después de varios años, mi esposa y yo decidimos que las dudas y la preocupación no servían de nada, y dijimos: “No nos quejemos más; confiemos en el Señor y seamos felices con lo que tenemos”. Y justo después de eso la situación cambió; tuve varias ofertas de trabajo y pude elegir el mejor. Además, me llamaron para ser el obispo de nuestro barrio. Parecía que las bendiciones fluían.

Al ser obispo, descubrí que los tiempos difíciles que yo había pasado hacían que pudiera ayudar a otras personas. En particular, recuerdo la compasión que sentí al escuchar a un miembro que estaba pasando por dificultades económicas. No habría sentido la misma compasión si yo no hubiera tenido problemas similares. Y recordé lo que dijo Nefi: “Así como el Señor vive, y como nosotros vivimos, no descenderemos hasta nuestro padre en el desierto hasta que hayamos cumplido lo que el Señor nos ha mandado” (1 Nefi 3:15).

Recordé que, cuando estaban en el barco en viaje hacia la tierra prometida, aunque lo habían tenido atado varios días y tenía las muñecas y los tobillos hinchados, Nefi dijo: “”No obstante, acudía a mi Dios y lo alababa todo el día; y no murmuré contra el Señor a causa de mis aflicciones” (1 Nefi 18:16). Entonces le dije al hermano miembro que la mayoría de nosotros tiene un largo camino que recorrer para ser como Nefi, pero que él es un buen modelo de conducta; y pude hacerle ver que la respuesta no consiste en quejarse sino en hacer lo que el Señor ha mandado, porque ciertamente Él nos preparará un camino (véase 1 Nefi 3:7).

Los padres

Como Nefi, yo también fui afortunado por nacer de buenos padres. Mi madre era una mujer virtuosa y fuerte, y la clase de persona que soy la debo al sólido fundamento del Evangelio que ella estableció en nuestro hogar. Mi padre, aunque no era perfecto, fue también un gran modelo de conducta para mí. Él se aseguraba de que estuviéramos bien encaminados, pero siempre nos preguntaba: “¿Qué piensas tú del asunto?”. Y nos escuchaba.

Él se interesó en la Iglesia porque vio un cartel que decía: “Ningún éxito puede compensar el fracaso en el hogar”. Creía firmemente eso. Amaba a su familia y trabajaba duramente con el fin de proveernos lo necesario.

Hubo una época en que la compañía farmacéutica en la que trabajaba empezó a darle cada vez más responsabilidades, con lo cual se veía obligado a viajar más. Llegó un momento en el que estaba en casa sólo tres días del mes. Un día nos enteramos que había renunciado a ese empleo que tenía desde hacía mucho tiempo y a las prometedoras oportunidades que le ofrecía.

Recuerdo que en nuestra siguiente reunión de consejo familiar dijo que íbamos a tener que apretarnos el cinturón durante los próximos meses, mientras él buscaba otro trabajo. Le preguntamos por qué había renunciado y la respuesta que nos dio quedó grabada en nosotros para siempre: “Ustedes están creciendo y pronto serán adolescentes, una época sumamente importante de su vida. No quiero que nunca llegue el momento en que me reprochen: ‘¿Dónde estabas cuando te necesitábamos?’” Su familia era su prioridad.

Seguí el ejemplo de mi padre

Debido a aquel ejemplo de mi padre, años más tarde pude tomar una decisión similar. Acababa de contratarme una compañía consultora, que nos llevó en avión a seis empleados desde Filipinas a Sydney, Australia, para una reunión de capacitación con cuatrocientos administradores de todo el mundo. Viajamos en primera clase y en el aeropuerto nos recogió una limusina que nos condujo a un hotel cinco estrellas, en el que en cada cuarto había una canasta llena de cosas deliciosas. La compañía quería demostrarnos que era una buena empresa para la cual trabajar y que deseaba conservar a sus nuevos empleados.

Después del primer día de reuniones, tuvimos una cena de gala, un banquete. Nos sentamos, unas doce personas por mesa, con diez administradores y dos socios administrativos que iban a ser nuestros modelos en la compañía. Ellos nos relataron la forma en que habían empezado y luego progresado en sus respectivos cargos; nos hablaron de tratos multimillonarios que habían hecho para la compañía, de los importantes hombres de negocios con los que habían trabajado y de los grandes proyectos que habían dirigido. Les oí mencionar con frecuencia los nombres de famosos y distinguidos ejecutivos y me asombró el trabajo que aquellos hombres habían llevado a cabo.

Todos estábamos muy contentos ante las oportunidades que se nos presentaban hasta que una de las personas sentadas a la mesa les preguntó: “¿Cómo se las arregla su esposa con todo lo que viajan? Me imagino que estarán mucho tiempo ausentes”. Y uno de los socios contestó: “Yo me divorcié hace dos años”. Y el otro dijo: “Yo he estado divorciado cinco años”.

Recuerdo lo que pensé: “Éste no es el tipo de hombre que quiero ser. No creo que quiera trabajar para esta compañía, porque no me importan los logros mundanos si el costo es que mi familia se desorganice”. El ejemplo de mi padre hizo que me fuera fácil decidirme a poner a mi familia en el lugar de prioridad; y encontré otro trabajo que me permitía hacerlo.

El Salvador

El modelo de conducta supremo para nuestra vida terrenal es, por supuesto, el Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, que era perfecto en todo sentido y que se ofreció como un sacrificio por nuestros pecados. Todas nuestras formas de conducta y acciones correctas surgen de la fe que tenemos en nuestro Redentor, y esa fe se basa en nuestro testimonio de quién es Él y de lo que ha hecho por nosotros. Yo estoy realmente agradecido por Su sacrificio. Testifico que Él vive y que quiere que cada uno de nosotros lleve una vida digna para que podamos regresar a vivir con nuestro Padre Celestial. Si seguimos al Salvador y nos volvemos más parecidos a nuestro Padre que está en los cielos, ciertamente seremos bendecidos.

¿Por qué necesitamos modelos de conducta?

El hecho de seguir el ejemplo de los buenos modelos de conducta es una clave para tu futuro, pues llegarás a ser como ellos; por eso, busca buenos héroes y trata de vivir como ellos viven. Considera lo que tiene valor eterno como una guía para decidir quiénes serán esos modelos; busca los buenos ejemplos en tu propia familia y trata de imitar su manera de comportarse. Fíjate en otras personas que toman como modelo al Salvador e imita su manera de vivir.

Elige prudentemente a tus modelos porque ellos se convertirán en tus héroes. Pensarás en lo que ellos harían y eso se convertirá en tu modelo, permitiéndote tomar buenas decisiones. Y, cuando quieras acordar, habrá otras personas que te tomarán de ejemplo a ti y basarán su buena conducta en el modelo al que admiran: tú.

Ilustración fotográfica por Craig Dimond; El rey Benjamín predica a los nefitas, por Gary Kapp; recuadro: El rey Benjamín hablando, por Jerry Thompson

El capitán Moroni y el estandarte de la libertad, por Arnold Friberg; Nefi, cazando con la ayuda de la Liahona, por Gary Smith

Izquierda: El capitán Moroni era un líder tan extraordinario que Mormón escribió esto refiriéndose a él: “…si todos los hombres hubieran sido, y fueran y pudieran siempre ser como Moroni, he aquí, los poderes mismos del infierno se habrían sacudido para siempre; sí, el diablo jamás tendría poder sobre el corazón de los hijos de los hombres”. Abajo: El ejemplo de Nefi nos enseña a confiar en el Señor en lugar de quejarnos.

Oh, mi Padre, por Simon Dewey

Izquierda: Los misioneros pueden ser grandes ejemplos para aquellos a quienes enseñen. Arriba: El rey Benjamín era un modelo de conducta para los de su pueblo. Después que él les habló, se llevó a cabo en ellos un potente cambio de corazón.

El modelo de conducta supremo para nuestra vida terrenal es, por supuesto, el Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, que era perfecto en todo sentido y que se ofreció como un sacrificio por nuestros pecados. Todas nuestras formas de conducta y acciones correctas surgen de la fe que tenemos en nuestro Redentor.