2009
Para que los cielos se abran
Agosto 2009


Para que los cielos se abran

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Elder Yoshihiko Kikuchi

¿Desea sentir el amor de Dios con mayor fuerza? ¿Quiere estar más en armonía con Su Espíritu? ¿Desea que los cielos se abran para usted todos los días?

Hay una forma en que puede sentir una renovación diaria del amor eterno de Dios y beber de una “fuente de aguas vivas” (1 Nefi 11:25), que sigue el modelo establecido por el profeta José Smith cuando fue a una arboleda en 1820, temprano por la mañana, buscando respuesta a sus preguntas. Me refiero a pasar un tiempo de devoción por la mañana, con oración, meditación y estudio de las Escrituras. Si dedica tiempo a hacerlo todas las mañanas, aun cuando sea unos minutos, recibirá profundas bendiciones. Sé que eso es verdad.

Cómo escapar del ruido y del estruendo

El profeta José Smith hizo una vez esta interesante observación en cuanto al hecho de que se abran los cielos: “Las manifestaciones del don del Espíritu Santo, el ministerio de ángeles o el despliegue del poder, de la majestad o de la gloria de Dios muy raramente se manifestarían en público… pero en general, cuando han venido ángeles o Dios mismo se ha revelado, ha sido a una persona, en privado, en su habitación; o en un lugar desierto o en los campos, y casi siempre sin ruido ni estruendo”1.

Lamentablemente, la vida moderna está llena de ruido y de tumulto. La sociedad nos ofrece tantas distracciones que, a menos que hagamos tiempo y un esfuerzo por apartarnos de ellas, es posible que la voz del Espíritu no llegue hasta nosotros. Ese es el motivo por el cual una mañana de primavera de 1820 José Smith salió temprano de su casa hacia una arboleda donde pudiera orar, en un lugar tranquilo y aislado, sobre las dudas que tenía en cuanto a religión. La respuesta le llegó con asombrosa claridad cuando tanto el Padre Celestial como Jesucristo aparecieron ante él, introduciendo así la dispensación del cumplimiento de los tiempos (véase José Smith—Historia 1:14–19).

De manera similar, la clave para obtener la fuerza espiritual que necesitamos consiste en lo que el presidente Thomas S. Monson describió una vez como la entrada a nuestra propia “arboleda sagrada”. Estaba enseñando a los obispos, pero el consejo se aplica a todos los miembros de la Iglesia: “Todo obispo necesita una arboleda sagrada a la cual pueda apartarse para meditar y para orar pidiendo guía. La mía fue nuestra vieja capilla del barrio. No puedo ni siquiera empezar a contar las ocasiones cuando en una noche obscura, a una hora ya avanzada, me dirigí al estrado de ese edificio donde había sido bendecido, confirmado, ordenado, instruido y finalmente llamado para presidir. A la capilla llegaba una luz muy tenue de la lámpara eléctrica que se encontraba en la calle, frente al edificio; no se oía ni un solo ruido, no había nadie que entrara para molestar. Con la mano sobre el púlpito, me ponía de rodillas y compartía mis pensamientos, mis preocupaciones y mis problemas con Él en las alturas”2.

Por supuesto, en esos momentos de nuestra “arboleda sagrada” no se repite lo que le sucedió al profeta José en la Arboleda Sagrada; no iniciamos esos ratos de devoción esperando ver al Padre ni al Hijo, como tampoco lo hizo José Smith; pero podemos confiar en que el Padre Celestial contestará nuestras oraciones; sin embargo, la forma de contestarlas depende de Él.

En el hecho de apartar un tiempo tranquilo, con oración y meditación, existe una gran fuerza. En la serenidad que acompañe nuestra reflexión podemos llegar a conocer al Padre y a Su Hijo (véase Salmos 46:10; D. y C. 101:16).

La eficacia de la oración y del estudio de las Escrituras por la mañana

Cuando presté servicio como presidente de misión en Hawai, tuve muchas oportunidades de hablar con los jóvenes élderes y las hermanas que se esforzaban por ser mejores misioneros. Recuerdo a uno de ellos que estaba sumamente desanimado; la obra misional se le había vuelto insoportable y había empezado a dudar de su testimonio. Fue a hablar conmigo para pedirme que lo mandara de regreso a su casa.

En cambio, le pedí que siguiera el ejemplo de Nefi en meditar y orar sobre sus preocupaciones y deseos (véase 1 Nefi 10:17; 11:1). Ése es un hábito que he tenido durante muchos años y que muchas otras Autoridades Generales tienen también. Le dije que volviera a su apartamento e hiciera lo siguiente:

  • Que se levantara temprano; en su caso, unos minutos antes de las 6:30 de la mañana.

  • Que hiciera ejercicio durante unos minutos.

  • Que se bañara y afeitara, en otras palabras, que estuviera limpio.

  • Que se vistiera en forma apropiada para el día.

  • Que buscara un lugar tranquilo y silencioso en su apartamento.

  • Que se arrodillara, sometiera su espíritu ante el Padre Celestial y le suplicara; que le hablara en oración ferviente.

  • Que esperara Su santa inspiración, reflexionando sobre las Escrituras o algún discurso de la conferencia general más reciente, y que pensara en los problemas que enfrentaba.

Prometí a aquel joven élder que si lo hacía, y si se enfrascaba en las Escrituras unos minutos todos los días, especialmente en el Libro de Mormón, iba a experimentar gozo y a recibir la fuerza para seguir adelante3.

Después de unos días, volvió a verme. Con los ojos llenos de lágrimas, me contó sus experiencias durante esos ratos de devoción en las horas tempranas de la mañana. Prestó un servicio maravilloso como siervo del Señor y completó su misión honorablemente. Hace poco, su esposa me dijo que él continúa con ese hábito de levantarse temprano para pasar un tiempo en privado con su Padre Celestial.

Enseñé ese mismo principio a cada uno de los misioneros a quienes tuve el privilegio de presidir. Me preocupaba la idea de que tal vez no estuviéramos haciendo todo lo posible por llevar la luz del Evangelio al pueblo hawaiano. Dentro de un período relativamente corto después de que los misioneros comenzaron con aquel hábito, aumentó el número de referencias que recibíamos de los miembros, hubo un incremento en las oportunidades de enseñar, y la cantidad de bautismos en nuestra misión se duplicó y luego se triplicó. Y todo eso sucedió porque el poder del Santo Espíritu magnificó los esfuerzos de los misioneros.

Por propia experiencia, conozco la fuerza espiritual que se puede recibir si esto se pone en práctica. Usted sentirá el amor de Dios y una regeneración purificadora de su espíritu (véase 1 Nefi 11:22–25; D. y C. 50:28–29), y pasará por momentos de revelación, cuando el Espíritu le indique a su espíritu lo que debe hacer para ser un mejor padre o una mejor madre, un mejor hijo o una mejor hija, un mejor discípulo de Jesucristo.

Cómo encontrar soluciones a los problemas cotidianos

Conozco a una buena hermana miembro de la Iglesia que tiene un matrimonio feliz y seis hijos hermosos. Se empeña por ser la mejor compañera para su esposo y la mejor madre para sus hijos; es también una líder eficaz de las Mujeres Jóvenes de su barrio, pero a veces piensa que no hace lo suficiente; se desanima y siente un vacío en su alma.

Un día fue a hablar conmigo, acompañada de su marido, y me describió lo incompetente que se sentía en aquellos momentos. Había hablado del asunto con los líderes del sacerdocio, y especialmente con su esposo, pero seguía sintiendo lo mismo. Le sugerí que después de que su marido saliera para el trabajo y los hijos se fueran a la escuela, buscara un lugar tranquilo en su hogar, y reverente y humildemente hablara con el Padre Celestial. Le aconsejé que expresara su gratitud a Dios por las bendiciones recibidas y que luego esperara Su santa inspiración. Me prometió que haría eso diariamente.

Un tiempo después, recibí una carta suya en la que me decía que al arrodillarse día tras día en aquellos momentos tranquilos y poner su carga a los pies del Padre Celestial, Él la había aliviado de sus preocupaciones. Sentía que tenía gran valor ante Sus ojos y que, al darle Él “el consuelo que añora[ba]”, había aprendido más sobre “aliviar la soledad”4 de los demás.

Una mayor comprensión de la Expiación

Al dedicarnos diariamente a ese tiempo de devoción para obtener mayor fuerza espiritual, recibiremos la bendición de comprender mejor al Padre Celestial y al Salvador y Su expiación; probaremos “la bondad de Jesús” (Mormón 1:15); sentiremos “con un gozo inmenso” el poder de Su amor eterno (1 Nefi 8:12) y llegaremos a amar al Salvador aún más por lo que hizo por nosotros durante Su ministerio terrenal —particularmente en Getsemaní, en la cruz y en la Resurrección—, y por lo que continúa haciendo en la actualidad (véase Juan 6:51; Alma 7:11–12).

Hace varios años, el élder Melvin J. Ballard (1873–1939), del Quórum de los Doce Apóstoles, tuvo una experiencia mientras visitaba la reserva india de Fort Peck, en el estado de Montana (E.U.A.). En aquel momento le hacía falta inspiración y fortaleza para ayudar a la gente de esa localidad.

Una noche tuvo un sueño en el que se le hizo entrar a una habitación donde vio “al Ser más glorioso que hubiera podido concebir, y me llevaron para presentarme ante Él… Él me sonrió, me llamó por mi nombre y extendió las manos hacia mí. Si viviera hasta que cumpliera un millón de años, jamás olvidaría aquella sonrisa. Me rodeó con Sus brazos y me besó mientras me estrechaba contra Su pecho, y me bendijo hasta que todo mi ser se conmovió. Una vez que hubo hecho eso, caí a Sus pies y vi en ellos las marcas de los clavos; y al besárselos, experimentando un profundo regocijo que me invadía todo el ser, sentí que verdaderamente estaba en el cielo. Lo que pensé… entonces fue: ¡Ah! si pudiera… entrar en Su presencia y experimentar la emoción que sentí entonces … , ¡daría todo lo que soy y todo lo que pudiera esperar llegar a ser!

“Con la misma certeza con la que sé que yo vivo, sé que Él vive”5.

No sé si usted tendrá ese mismo tipo de experiencia en esta vida, pero sé que si continúa en diaria comunión con el Padre Celestial en un lugar privado de su hogar, llegará a conocerlos a Él y a nuestro Salvador en aspectos que de otra manera no podría conocerlos (véase 3 Nefi 19:16–23, 25–29). Ojalá que lo haga y que los cielos se le abran en cualesquiera formas gloriosas que su Padre Celestial haya preparado para usted.

Notas

  1. Enseñanzas de los presidentes de la Iglesia: José Smith, Curso de estudio del Sacerdocio de Melquisedec y de la Sociedad de Socorro, 2007, págs. 127–128; véase también History of the Church, 5:30–31.

  2. Véase de Thomas S. Monson, “El obispo está al frente del plan de bienestar”, Liahona, febrero de 1981, pág. 178.

  3. Véase “El fuego del Espíritu”, Himnos, Nº 95.

  4. Véase “Señor, yo te seguiré”, Himnos, Nº 138.

  5. Citado por Melvin R. Ballard, en Melvin J. Ballard: Crusader for Righteousness, 1966, pág. 66.

Ilustraciones fotográficas por Ruth Sipus.

Escena de la película de la Iglesia La Restauración