2007
Dulce es la paz que nos brinda el templo
febrero de 2007


Dulce es la paz que nos brinda el templo

Los miembros comparten la paz que han hallado al asistir al templo.

La dicha del matrimonio en el templo

Ya desde pequeños ambos teníamos el deseo de casarnos en el templo. Nos habíamos preparado y conservado dignos para un día ir a un santo templo. Cuando decidimos casarnos, recibimos una gran bendición: gracias a lo que hizo otro matrimonio, pudimos ir al Templo de Hong Kong, China, bastante alejado de nuestro hogar en Indonesia, donde nos sellamos el 17 de febrero de 2004.

Sentimos un gran gozo al arrodillarnos ante el altar y tener la certeza de que nuestro amor es eterno y de que seríamos un matrimonio por el tiempo de esta vida y por la eternidad. Nos sentimos agradecidos por experimentar las bendiciones del templo, por habernos bautizado a favor de nuestros antepasados y por permitirles recibir la investidura y sellarse como familias eternas. No hay otra felicidad comparable a la dicha de efectuar las ordenanzas del templo.

Edi y Lisa Rochadi, Indonesia

Lejos del mundo

Cuando vivía en Argentina, viajé a Buenos Aires en dos ocasiones: una para recibir mi propia investidura y otra para efectuar ordenanzas por los muertos. Las palabras no pueden expresar lo que siento cuando estoy en el templo, aunque sí puedo decirles lo lejos que me siento del mundo y lo feliz que me siento cuando pienso en volver al templo. Testifico del compañerismo, el amor y el consuelo del Espíritu Santo. Sé con certeza del amor que nuestro Padre Celestial tiene por mí y por mis hermanos y hermanas, al darnos el Evangelio y los profetas.

Norma Rodríguez, Israel

Bendiciones impresionantes

Mientras vivía con mi esposo y mis dos pequeños hijos en San Diego, California, tuve la maravillosa oportunidad de ir al templo cada semana. Un día, mientras efectuaba las ordenanzas del templo a favor de una hermana que había fallecido, sentí como si fuera la primera vez que participaba en ellas. Me quedé sentada con los ojos muy abiertos, absorbiendo cada cosa que aprendía. Mi alma de verdad tenía sed de cada cosa que se me enseñaba. Me parecía impresionante pensar en las bendiciones que se le prometían a aquella hermana y a su posteridad en la ordenanza. Los sentimientos de dicha y de gratitud que tuve son casi imposibles de describir. Lloré abiertamente; ¡quería gritar de gozo y abrazar a todo el mundo!

Al regresar al vestuario, abracé a una sorprendida obrera del templo y le hablé de mis sentimientos. Me sorprendió la literalidad con la que había sido un instrumento para llevar las verdades eternas a alguien fallecido.

Ritva Hokkanen, Finlandia

Milagros en el templo

En agosto de 2002, el presidente Gordon B. Hinckley visitó la Ciudad de Nueva York sin previo aviso y nos dijo: “Quiero anunciarles que van a tener su templo dentro de dos años. Espero estar aquí para verlo”. El tiempo pasaba y aumentaban nuestras expectativas hasta que finalmente se anunció que el programa de puertas abiertas comenzaría a principios de mayo de 2004. Escribí mi nombre en toda lista de voluntarios que pude encontrar y, como tenía acumulados días de vacaciones en el trabajo, pude servir durante once días seguidos en el templo.

Como guía de visitas, sentí el Espíritu en cada visita guiada, y la mejor recompensa fueron los comentarios de los visitantes. Recuerdo a un hombre corpulento que caminaba con ayuda de un bastón. Finalizada la visita, dijo con los ojos brillantes: “Nunca pensé que encontraría un lugar del que emanara tanta paz como la que he sentido hoy aquí”. El programa de puertas abiertas al público produjo muchos milagros como ése e hizo que muchas personas reflexionaran y sintieran el Espíritu tan especial que reina allí.

Un día conocí a una joven chilena que servía de acomodadora durante el programa de puertas abiertas. Estaba muy animada y se ofrecía a ayudar siempre que hacía falta. Me dijo que estaba de vacaciones en los Estados Unidos sólo por unas cuantas semanas y que pronto iba a regresar a su país. Le pregunté cuánto tiempo hacía que era miembro de la Iglesia y me sorprendió saber que aún no se había bautizado.

Debió darse cuenta de que me había quedado sin habla, así que me contó su historia. Durante su segundo día de vacaciones, había visto en un diario el anuncio del programa de puertas abiertas del templo. Tuvo curiosidad y decidió ir. Durante la visita guiada, se sintió tan emocionada por la belleza y la paz que sintió, que no pudo evitar llorar. Al término de la visita, les pidió a los misioneros que le hablaran más de la Iglesia. Después de las enseñanzas que recibió, decidió bautizarse. Había venido de vacaciones y el Señor preparó el camino para que recibiera el Evangelio. ¡Y aunque aún no era miembro, le habían pedido que sirviera de acomodadora en el programa de puertas abiertas!

Sin duda alguna, se producen milagros en el templo cada vez que alguien recibe la investidura o se bautiza a favor de un antepasado fallecido o un matrimonio joven y enamorado es sellado por el tiempo y la eternidad. Aun antes de la dedicación del Templo de Manhattan, Nueva York, el Espíritu ya moraba en él. Tal y como dijo el presidente Hinckley: “Es un lugar de luz, un lugar de paz, un lugar de amor donde tratamos las cosas relacionadas con la eternidad”.

Carlos González, México