2007
Me acordé de los grillos
febrero de 2007


Me acordé de los grillos

Nací en Inglaterra en 1942 en una familia amorosa formada por una madre, un padre y una hermana. A la edad de siete años, recibimos la bendición de contar con un nuevo miembro en la familia: un bebé varón. Mi madre amaba al Salvador pero no pertenecía a ninguna iglesia determinada, así que asistía a la más cercana y nos animaba a mi hermana y a mí a acompañarla. Por ello, aprendí muchas cosas acerca de Jesucristo y esperaba encontrar una iglesia que fortaleciera mi fe en Él.

Un día llegó a nuestra casa un gran libro con muchas ilustraciones titulado Buffalo Bill’s Wild West Annual [Anuario del Salvaje Oeste de Búfalo Bill]. Desconozco su procedencia, aunque en aquella época pensé que un amigo lo había llevado a casa y lo había dejado allí. Tenía relatos ilustrados de Búfalo Bill y de Billy el Niño, justo el tipo de información que le interesaba a un niño que quería ser vaquero. También contaba, por medio de dibujos, de un pueblo perseguido que fue expulsado de una bella ciudad por un populacho desalmado y obligado a recorrer cientos de kilómetros y soportar un indecible tormento antes de poder establecerse en un nuevo hogar en un yermo del Oeste. Cada pequeño dibujo relataba una historia conmovedora de padecimiento y de fe; se incluían unos dibujos de un milagro relacionado con unos grillos que devoraban las cosechas y con unas gaviotas que se comieron a los grillos.

Leí aquel relato repetidas veces antes de darme cuenta de que aquel pueblo pobre y perseguido pertenecía a una iglesia. Lentamente caí en la cuenta de que esa iglesia era la que estaba buscando y deseaba unirme a ella. Lamentablemente, se me presentó un problema. El último dibujo era de Salt Lake City, Utah. Por otra fuente me enteré de que Utah estaba en los Estados Unidos de América, y como no abrigaba esperanza alguna de viajar de Inglaterra a Utah, tendría que abandonar mis intenciones de unirme a la Iglesia. Jamás se me ocurrió que la Iglesia pudiera estar en otros países.

Así quedaron las cosas hasta once años más tarde. Para entonces habíamos emigrado a Australia y vivíamos en Sydney. Allí, mi hermano empezó a investigar una religión nueva y llevó a casa varios folletos que me interesaron. Dijo que pediría a los élderes que nos visitaran. Estuve de acuerdo, pensando que recibiríamos la visita de un par de ancianos de porte distinguido, así que me quedé sorprendido al ver a un par de jóvenes de mi edad a la puerta para enseñarme los puntos básicos del plan de salvación. Sentí curiosidad y accedí a recibir una serie de charlas.

Escuché a los misioneros con atención pero sin ninguna intención de unirme a la Iglesia, y mucho menos tras aprender sobre la ley del diezmo. Sin embargo, un día uno de los misioneros comenzó a hablar de unos pioneros que se habían visto obligados a realizar una larga marcha a un lugar llamado Salt Lake City. Ahí se despertó mi interés y empecé a hacerles muchas preguntas. ¿Era ésa la iglesia de los grillos y las gaviotas? Cuando el élder mencionó el nombre Brigham Young, lo reconocí de inmediato y me di cuenta de que había llegado a un punto decisivo en mi vida. Si iba a unirme a alguna iglesia, tendría que ser ésa.

El problema del diezmo quedó resuelto cuando aprendí sobre la Palabra de Sabiduría. Calculé que me gastaba aproximadamente el diez por ciento de mis ingresos en cigarrillos y alcohol, así que pagar el diezmo no me perjudicaría económicamente y el dinero tendría un uso mejor que el de llenar mis pulmones de alquitrán y de envenenarme el hígado.

Mientras tanto, mi hermano y yo entregamos los folletos a mi madre, quien acordó leerlos ese día en el tren de camino al trabajo. Al volver a casa por la noche, estaba completamente convertida a la Iglesia. ¡Le decepcionó saber que tenía que recibir una serie de charlas misionales antes de poder bautizarse!

Así fue que todos nos unimos a la Iglesia: primero mi hermano, luego yo una semana más tarde y entonces mi madre una semana después. Mi padre esperó 21 años, pero terminó por bautizarse en 1985. Todos nos sellamos en el Templo de Sydney al año siguiente.

He estado en Salt Lake City en varias ocasiones y he visitado los lugares de interés histórico de la Iglesia de Palmyra, Kirtland y Nauvoo. Adondequiera que vaya, recuerdo el relato del libro ilustrado de Búfalo Bill y nunca dejo de dar gracias a Dios por haberlo puesto a mi alcance cuando tenía diez años.