2005
Prepárense… sean fuertes de ahora en adelante
Noviembre de 2005


Prepárense… sean fuertes de ahora en adelante

La tragedia nunca triunfa donde prevalezca la rectitud personal.

¿Se han encontrado alguna vez en una conversación en la cual de repente hayan tenido que guardar silencio mientras su punto de vista se interpretaba mal y se menospreciaba? A mí me pasó eso hace casi veinticinco años, y la frustración de aquella conversación sin terminar ha permanecido conmigo hasta hoy.

Cuando era presidente de misión, nos invitaron a mí y a otros miembros de la Iglesia a reunirnos con el alcalde de una de las ciudades de la misión. Al llegar a su oficina, nos recibió cordialmente. Nuestra conversación giró en cuanto a los problemas de actualidad de la época. Al fin, nos preguntó por qué hacía la Iglesia obra misional en su ciudad.

No fue una pregunta inesperada; unas semanas antes yo había tenido la impresión de que nos haría esa pregunta y de cuál debía ser mi respuesta, así que le contesté: “El Evangelio de Jesucristo proporciona respuestas y soluciones a todos los problemas del mundo, incluso los que enfrentan los buenos habitantes de su ciudad. Por eso estamos aquí”.

Estaba totalmente seguro de que el alcalde querría saber más. En cambio, su ánimo cambió y en su rostro se reflejaron primero escepticismo y después desprecio; hizo comentarios desagradables sobre mi ingenuidad para encarar los problemas mundiales y abruptamente puso fin a la visita. No se nos permitió hacer ninguna aclaración.

Esta mañana me gustaría finalizar aquella conversación. Espero que el buen alcalde esté escuchando, porque lo que sigue es vital para un mundo turbulento.

Las terribles calamidades de los últimos años nos hacen reflexionar; están sucediendo con mayor frecuencia e intensidad. Las fuerzas naturales tienen un alcance feroz, los asaltos humanos son despiadados en su mortandad y los apetitos desatados están conduciendo al libertinaje, al crimen y a la destrucción de la familia en proporciones desmedidas. El maremoto del sur de Asia y los huracanes en los Estados Unidos, con su enorme número de víctimas, son los desastres más recientes que han captado nuestra atención. De todo el mundo se han extendido corazones y manos para alcanzar a los que han sido tan profundamente damnificados. Durante un breve período, las diferencias dieron paso a la compasión y al amor.

Estamos en deuda con aquellos que, al ser golpeados por las calamidades, nos recuerdan que el hombre depende de Dios. Una viuda que, en un campo de refugiados, angustiada por el asesinato brutal de sus hijos, dice sollozando: “¡No debo perder la fe!”; los sobrevivientes, abrumados por la furia de Katrina, exclaman rogando: “¡Oren por nosotros!”1.

Las causas de esas calamidades son el tema de polémicas aparentemente interminables. Los comentaristas, los políticos, los científicos y muchas personas más tienen su opinión en cuanto a cuáles son esas causas.

El Señor Jesucristo dijo, refiriéndose a la restauración de Su Evangelio:

“Por tanto, yo, el Señor, sabiendo las calamidades que sobrevendrían a los habitantes de la tierra, llamé a mi siervo José Smith, hijo, y le hablé desde los cielos y le di mandamientos…

“Escudriñad estos mandamientos porque son verdaderos y fidedignos, y las profecías y promesas que contienen se cumplirán todas”2.

Volvamos la atención a las razones o a los propósitos de esas calamidades. Felizmente, en esto no hay lugar a la polémica porque tenemos la plenitud del Evangelio de Cristo, del cual podemos depender. Escudriñemos las palabras de los profetas en el Libro de Mormón y en la Biblia; leamos las enseñanzas de Jesucristo en el capítulo 24 de Mateo3; estudiemos en Doctrina y Convenios las revelaciones del Señor en los últimos días4. En esas fuentes aprendemos cuáles son los propósitos de Dios con respecto a dichos asuntos.

Las calamidades son una forma de adversidad y ésta es una parte necesaria del plan del Padre Celestial para la felicidad de Sus hijos.

Si nuestro corazón es justo ante Dios, la adversidad nos enseñará, nos ayudará a sobreponernos a nuestra naturaleza carnal y nutrirá la chispa divina que hay dentro de nosotros. Si no fuera por la adversidad, no sabríamos escoger “la buena parte”5; la adversidad nos ayuda a ver de qué tenemos que arrepentirnos, a sujetar nuestros instintos carnales, a seguir la rectitud y gozar de “paz de conciencia”6.

Cuanto más nos aferremos a la rectitud, más disfrutaremos del cuidado protector de nuestro Salvador. Él es el Creador y el Señor del universo; Él calmará los vientos y las olas7; Sus enseñanzas y Su expiación sanarán al alma arrepentida. Él es el Mesías o Liberador y, por causa de Él, cada uno de nosotros puede hacerse cargo de su mundo personal, aunque nos acosen las tragedias. Escuchen estas verdades:

“Y el Mesías vendrá en la plenitud de los tiempos, a fin de redimir a los hijos de los hombres de la caída. Y porque son redimidos de la caída, han llegado a quedar libres para siempre, discerniendo el bien del mal, para actuar por sí mismos, y no para que se actúe sobre ellos, a menos que sea por el castigo de la ley en el grande y último día, según los mandamientos que Dios ha dado.

“Así pues, los hombres son libres según la carne; y les son dadas todas las cosas que para ellos son propias. Y son libres para escoger la libertad y la vida eterna, por medio del gran Mediador de todos los hombres, o escoger la cautividad y la muerte, según la cautividad y el poder del diablo; pues él [el diablo] busca que todos los hombres sean miserables como él”8.

Sería bueno que recordáramos que el diablo es el destructor.

Es verdad que en esta vida somos libres sólo hasta el punto en que lo permitan nuestras circunstancias terrenales. Tal vez no podamos impedir la guerra en tierras distantes, ni con nuestro brazo débil detener las furiosas tempestades ni correr libremente si nuestro cuerpo está aprisionado por la mala salud. Pero ciertamente es verdad que ninguna de esas calamidades tiene control final sobre nuestro mundo personal. ¡Nosotros lo tenemos!

El profeta José Smith dijo: “La felicidad es el objeto y propósito de nuestra existencia; y también será el fin de ella, si seguimos el camino que nos conduce a la felicidad; y este camino es virtud, justicia, fidelidad, santidad y obediencia a todos los mandamientos de Dios”9.

Así que, muy honorable alcalde, el Evangelio de Jesucristo sí provee las respuestas a todos los problemas del mundo, precisamente porque proporciona la solución a los infortunios de toda alma viviente.

Cada vez que nos golpea la calamidad, trae consigo la correspondiente obligación sagrada de ser mejores, que recae sobre cada uno de nosotros. Debemos preguntarnos: “¿Qué parte de mi vida exige un cambio para que no tenga que sentir el peso del castigo?”

En las Escrituras, el Señor aclara lo que espera de nosotros cuando esos juicios nos sobrevienen; Él dice: “…ceñid vuestros lomos y estad apercibidos. He aquí, el reino es vuestro, y el enemigo no triunfará”10.

Se manda a la Iglesia y a sus miembros que sean autosuficientes e independientes11. La preparación comienza con la fe, que hace posible que soportemos las vicisitudes a medida que surjan. Consideramos la vida en la tierra como una jornada preparatoria. La fe en el Señor y en Su Evangelio conquista el temor y despierta la espiritualidad.

La espiritualidad aumenta a medida que nos dedicamos “a orar y a andar rectamente delante del Señor”12. Es “la percepción de la victoria sobre sí mismo y de la comunión con el Infinito”13.

La fe, la espiritualidad y la obediencia hacen que las personas estén preparadas y sean autosuficientes. Al obedecer el convenio del diezmo, quedamos protegidos de sufrir carencias y del poder del destructor. Al obedecer la ley del ayuno y dar generosamente para el cuidado de los demás, nuestras oraciones son escuchadas y la fidelidad familiar aumenta. Y cuando obedecemos el consejo de los profetas y vivimos dentro de nuestros medios, evitando las deudas innecesarias y guardando suficiente abastecimiento para sostener a nuestra familia durante por lo menos un año, recibimos bendiciones similares. Eso quizá no será siempre fácil, pero hagamos “lo máximo de lo mejor”14 y nuestro almacenamiento no nos fallará y tendremos “suficiente y de sobra”15.

El Señor dice también: “Por tanto, sed fuertes desde ahora en adelante; no temáis, porque el reino es vuestro”16.

La fortaleza y la resistencia provienen de una vida recta; el que es santo el domingo y holgazán el resto de la semana no tiene rectitud. Los apetitos desenfrenados son destructivos y hacen que el hombre trate “con liviandad las cosas sagradas”17. El presidente Brigham Young enseñó esto: “El pecado que estará sobre toda la posteridad de Adán y Eva es que no hayan hecho todo lo que sabían que debían hacer”18.

El Evangelio de Jesucristo es el camino a la rectitud. La tragedia nunca triunfa donde prevalezca la rectitud personal. Por lo tanto, sigamos el consejo del apóstol Pablo:

“La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz.

“Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia,

“sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne”19.

Nuestro deber como Santos de los Últimos Días es prepararnos para la segunda venida del Señor Jesucristo, así como preparar esta tierra y a sus habitantes. La preparación y la fortaleza que el Evangelio nos enseña nos aseguran la felicidad aquí y en el más allá, y hacen posible la gran misión del Milenio.

Nuestro querido presidente Hinckley nos ha aconsejado esto: “Ahora, mis hermanos, ha llegado el momento de andar un poco más erguidos, de elevar la mirada y ensanchar la mente para lograr una mayor comprensión y más entendimiento de la gran misión milenaria de ésta, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Estamos en una época en que debemos ser fuertes, una época para avanzar sin vacilación conociendo bien el significado, la amplitud y la importancia de nuestra misión. Es una época para hacer lo correcto, sean cuales sean las consecuencias. Es una época en que debemos guardar los mandamientos. Es un período para extender los brazos con bondad y amor a quienes se encuentren en dificultades y anden errantes en la oscuridad y el dolor. Es una época para ser considerados y buenos, decentes y corteses hacia nuestros semejantes, en todas nuestras relaciones. En otras palabras, es una época para llegar a ser más como Cristo”20.

La admonición del Profeta del Señor señala el camino para atravesar estos tiempos turbulentos. A todos los que sufren, nuestro corazón se conmueve por ustedes. Que en Su infinita misericordia el Padre Celestial alivie sus cargas y llene su vida con esa paz “que sobrepasa todo entendimiento”21. No están solos. Nuestro amor, fe y oraciones se unen a los suyos; sigan adelante con rectitud y todo estará bien.

En el nombre de Jesucristo. Amén.

Notas

  1. Citado en “The Lost City”, Evan Thomas, Newsweek, 12 de septiembre de 2005, pág. 44.

  2. D. y C. 1:17, 37.

  3. Véase José Smith—Mateo.

  4. Véase D. y C. 45; 88; 101 y 133.

  5. Lucas 10:40–42.

  6. Mosíah 4:3.

  7. Véase Mateo 8:25–27; Marcos 4:39.

  8. 2 Nefi 2:26–27, cursiva agregada.

  9. Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 312.

  10. D. y C. 38:9.

  11. Véase D. y C. 78:13–14; “El proveer conforme a la manera del Señor: Guía para los líderes de bienestar, Manual de bienestar, 1990, pág. 5.

  12. D. y C. 68:28.

  13. Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: David O. McKay, pág. 17.

  14. Véase de Gordon B. Hinckley, “El permanecer firmes e inquebrantables”, Reunión mundial de liderazgo, 10 de enero de 2004, pág. 21.

  15. D. y C. 104:17.

  16. D. y C. 38:15.

  17. D. y C. 6:12.

  18. Discourses of Brigham Young, sel. por John A. Widtsoe, 1954, pág. 89.

  19. Romanos 13:12–14.

  20. Véase “Ésta es la obra del Maestro”, Liahona, julio de 1995, pág. 8; véase también “Discurso de apertura”, Liahona, mayo de 2005, pág. 4.

  21. Filipenses 4:7.