2005
A las mujeres jóvenes
Noviembre de 2005


A las mujeres jóvenes

Sean mujeres de Cristo; atesoren su valioso lugar a la vista de Dios; Él las necesita; esta Iglesia las necesita; el mundo las necesita.

Hace unos meses, “papá Tiempo” me jugó una mala pasada. Me levanté bien espabilado, sonriente y listo para las tareas del día, cuando de pronto me di cuenta de que con el cumpleaños que se celebraría ese día ya iba a tener una nieta adolescente. Pensé en ello e hice lo que haría cualquier adulto responsable y circunspecto: me volví a acostar y me escondí totalmente debajo de las sábanas.

Dejando de lado las acostumbradas bromas sobre la terrible experiencia de criar adolescentes, quiero decirles a mi propia nieta y a la gran mayoría de las jovencitas de la Iglesia a las que conozco al viajar por el mundo cuán sumamente orgullosos estamos de ustedes. Casi a todo su alrededor hay peligros morales y físicos, y a diario se les presenta un sinnúmero de tentaciones, sin embargo, la mayoría de ustedes hace lo correcto.

Esta tarde deseo elevar mi voz en alabanza a ustedes, expresar mi amor, mi aliento y mi admiración por ustedes. Debido a que esta adorada nieta mayor de quien he hablado es una jovencita, voy a dirigir mis palabras a las mujeres jóvenes de la Iglesia. Ruego que el espíritu de lo que diga se aplique a las mujeres y a los hombres de todas las edades; pero hoy, como solía cantar Maurice Chevalier, quiero “dar gracias al cielo por las mujercitas”.

Antes que nada, quiero que estén orgullosas de ser mujeres; quiero que sientan la realidad de lo que eso significa, que sepan quiénes son en verdad. Son literalmente “hijas[s] espiritual[es] de padres celestiales [con] una naturaleza y un destino divinos”1. Esa incomparable verdad debe estar profundamente arraigada en sus almas y ser algo básico para toda decisión que tomen al hacerse mujeres maduras. Jamás podría haber mayor evidencia de su dignidad, de su valía, de sus privilegios y de su promesa. Nuestro Padre Celestial sabe cómo se llaman ustedes y conoce sus circunstancias; Él oye sus oraciones; Él conoce sus esperanzas y sueños, incluso sus temores y sus frustraciones. Y Él sabe lo que ustedes pueden llegar a ser por medio de su fe en Él. Debido a este patrimonio divino, ustedes, junto con todas sus hermanas y todos sus hermanos espirituales, tienen plena igualdad ante Su vista, y por medio de la obediencia se les da poder para llegar a ser herederos legítimos en Su reino eterno, “herederos de Dios y coherederos con Cristo”2. Procuren comprender la importancia de esas doctrinas. Todo lo que Cristo enseñó lo enseñó tanto a las mujeres como a los hombres. De hecho, a la luz restaurada de ese Evangelio de Jesucristo la mujer, incluida la mujer joven, ocupa la dignidad propia de su naturaleza en el divino diseño del Creador. Ustedes son, como lo parafraseó el élder James E. Talmage, “una investidura santificada que nadie se atreverá a profanar”3.

Sean mujeres de Cristo; atesoren su valioso lugar a la vista de Dios; Él las necesita; esta Iglesia las necesita; el mundo las necesita. La tenaz confianza que la mujer tiene en Dios y la inquebrantable devoción a las cosas del Espíritu han sido siempre un ancla cuando el viento y las olas de la vida han sido de lo más intensos4. Les digo a ustedes lo que el profeta José Smith dijo hace más de 150 años: “Si cumplís con estos privilegios, no se podrá impedir que os relacionéis con los ángeles”5.

Todo lo que he dicho es con la intención de decirles lo que nuestro Padre Celestial siente por ustedes y lo que Él ha planeado que lleguen a ser. Y si en algún momento una de ustedes no comprende los designios que Dios tiene para ella o se empeña en vivir por debajo de sus posibilidades, entonces le expresamos un amor aún más grande y le suplicamos que haga de sus años de la adolescencia un triunfo y no una tragedia. Los padres y las madres, los profetas y los apóstoles no tienen otra intención que no sea la de bendecirlas y evitarles todo posible sufrimiento que les podamos evitar.

A fin de que reclamen todas las bendiciones y la protección de nuestro Padre Celestial, les pedimos que se conserven fieles a las normas del Evangelio de Jesucristo y que no sigan ciegamente los caprichos de las costumbres y de la moda. La Iglesia nunca les negará su albedrío moral en lo relacionado con lo que deban vestir y el aspecto que deban tener. Pero la Iglesia siempre anunciará normas y siempre enseñará principios. Como la hermana Susan Tanner enseñó esta mañana, uno de esos principios es la modestia. En el Evangelio de Jesucristo, la modestia en la apariencia siempre está de moda. La sociedad no puede cambiar nuestras normas.

El folleto Para la fortaleza de la juventud es bastante claro en el consejo que dirige a las jovencitas de evitar ropa demasiado apretada, demasiado corta o atrevida de cualquier manera, incluso las prendas que no cubren el estómago6. Padres, por favor repasen ese folleto con sus hijos. La segunda cosa que ellos necesitan, después del amor que ustedes les den, son los límites que les impongan. Jovencitas, elijan su ropa de la misma forma en que elegirían a sus amistades; en ambos casos, elijan aquello que las haga mejorar y les dé confianza al estar en la presencia de Dios7. Las buenas amigas nunca las harían pasar vergüenzas, nunca las degradarían ni las explotarían. Su ropa tampoco debería hacerlo.

Hago una súplica especial en cuanto a la forma en que las jovencitas podrían vestirse para los servicios de la Iglesia y las reuniones dominicales. Solíamos decir “bien vestidos” o “ropa de domingo”, y tal vez debiéramos hacerlo otra vez. De todas formas, desde los tiempos antiguos hasta los modernos siempre se nos ha invitado a presentar lo mejor de nosotros mismos, por dentro y por fuera, al entrar en la casa del Señor, y una capilla dedicada de los Santos de los Últimos Días es una “casa del Señor”. No es necesario que nuestra ropa y nuestro calzado sean caros, de hecho, no deben ser caros, pero tampoco deben dar la apariencia de que estamos en camino a la playa. Cuando vamos a adorar al Dios y Padre de todos nosotros y a participar de la Santa Cena que simboliza la expiación de Jesucristo, debemos tener una apariencia tan atractiva y respetuosa, y ser tan circunspectos y correctos como sea posible. Se nos debe reconocer tanto en apariencia como en comportamiento que en verdad somos discípulos de Cristo, que en espíritu de adoración somos mansos y humildes de corazón, que en verdad siempre deseamos tener con nosotros el Espíritu del Salvador.

Por el mismo estilo, quisiera tratar un asunto aún más delicado. Les suplico, jovencitas, que por favor se acepten más a ustedes mismas, incluso la forma y la contextura de su cuerpo, con menos deseos de parecerse a alguna otra persona. Todos somos diferentes; algunos son altos y otros bajos; algunos son gruesos y otros delgados, y casi todos, en algún momento, quieren ser lo que no son. Pero como dijo un asesor de jovencitas: “No pueden vivir preocupándose de que otras personas se queden mirándolas. Si permiten que la opinión de otras personas las ponga incómodas, ustedes mismas estarán desechando su propio poder… La clave para sentirse seguras es escuchar siempre al fuero interno, a su [verdadero] yo”8. Y en el reino de Dios, su verdadero yo “más precio[so] es que las piedras preciosas”9. Toda jovencita es una hija de Dios con un gran potencial, y toda mujer adulta es una poderosa fuerza para el bien. Menciono a las mujeres adultas porque ustedes, hermanas, son nuestros más grandes ejemplos y recursos para estas jovencitas. Y si están obsesionadas por vestir las tallas más pequeñas, no les deberá sorprender que su hija o la joven Abejita de su clase hagan lo mismo y que se perjudiquen la salud para tratar de lograrlo. Todos debemos estar en el mejor estado físico posible: una buena doctrina de la Palabra de Sabiduría. Eso significa comer debidamente, hacer ejercicio y ayudar a nuestro cuerpo a funcionar a su capacidad ideal. Tal vez todos podríamos mejorar en ese aspecto, pero aquí me refiero a la salud ideal y no a la talla universal ideal.

Con toda franqueza, el mundo ha sido muy cruel con ustedes en cuanto a esto; constantemente se ven expuestas a los mensajes que se dan en las películas, en la televisión, en las revistas de modas y en los anuncios de que el aspecto personal es lo más importante. El argumento es éste: “Si su aspecto es lo suficientemente bueno, tendrán una vida fascinante y serán felices y famosas”. Esa clase de presión es enorme en los años de la adolescencia, y ni qué decirlo más tarde en la vida. En demasiados casos, es mucho lo que se le hace al cuerpo humano para alcanzar esa clase de norma imaginaria, y hasta podría decirse superficial. Como se dice que dijo recientemente una actriz de Hollywood: “[Nos hemos] obsesionado con la belleza y [la] fuente de la juventud y… [me]…. entristece la forma en que las mujeres se mutilan… en busca de eso. Veo a mujeres [incluidas las mujeres jóvenes]… que se estiran esto o que se recortan lo otro. [Es] como una cuesta resbaladiza [de la que no se puede salir]. [Es]… una locura… lo que la sociedad le hace a la mujer”10.

La atención excesiva al yo personal y el énfasis en el físico es más que demencia social; es espiritualmente destructivo y es responsable de gran parte de la desdicha con que las mujeres, entre ellas las jovencitas, se enfrentan en el mundo de hoy. Y si los adultos se preocupan de la apariencia —de hacerse estirar la piel, de recortarla o de hacerse implantar objetos en el cuerpo, o de hacerse modificar todo a lo que se le pueda dar nueva forma— esas preocupaciones y angustias seguramente tendrán un efecto en los hijos. Al llegar a cierto punto, el problema se convierte en lo que el Libro de Mormón llamó “vanas ilusiones”.11 Y en la sociedad secular, tanto la vanidad como las ilusiones llevan rienda suelta. Uno necesitaría un grande y espacioso estuche de cosméticos para competir con la belleza según la representan por todas partes los medios de difusión. Sin embargo, al final del día, aún estarán aquellos “en actitud de estar burlándose y señalando con el dedo” como vio Lehi,12 porque no importa lo que uno se esfuerce en el mundo del glamour y de la moda, nunca será suficientemente glamoroso.

Una mujer, que no era de nuestra fe, escribió en una ocasión que, durante los años que tenía de trabajar con mujeres bellas, había visto que todas ellas tenían varias cosas en común, y ninguna de esas cosas se relacionaba con tallas ni aspectos. Comentó que las mujeres más bellas que había conocido tenían un brillo saludable, una cálida personalidad, un amor por adquirir conocimiento, estabilidad de carácter e integridad. Si a ello le agregamos el dulce y tierno Espíritu del Señor que portan esas mujeres, eso entonces describe la belleza de las mujeres de cualquier edad o época, y cada uno de los elementos de ese encanto se recalca y se logra por medio de las bendiciones del Evangelio de Jesucristo.

Y para terminar. Últimamente se ha hablado mucho en el mundo del espectáculo en cuanto a la popularidad de los “programas de realismo”. No estoy seguro de qué se tratan, pero desde el fondo de mi corazón comparto esta realidad del Evangelio con la bella generación de jovencitas que van madurando en esta Iglesia.

La solemne afirmación que les dejo es que el Padre y el Hijo en verdad se aparecieron al profeta José Smith, siendo él un jovencito llamado por Dios del grupo de la misma edad que ustedes. Testifico que estos Seres Divinos le hablaron, que él oyó Sus voces eternas y que vio Sus cuerpos glorificados13. Esa experiencia fue tan real en su propio entorno como lo fue la del apóstol Tomás cuando el Salvador le dijo: “Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado… no seas incrédulo, sino creyente”14.

A mi nieta y a toda otra persona joven de esta Iglesia expreso mi testimonio personal de que Dios es en realidad nuestro Padre y que Jesucristo es en realidad Su Unigénito en la carne, el Salvador y Redentor del mundo. Testifico que ésta es en realidad la Iglesia y el reino de Dios en la tierra, que profetas verdaderos han dirigido a este pueblo en el pasado y que un profeta verdadero, el presidente Gordon B. Hinckley, lo dirige hoy día. Sepan del amor interminable que los líderes de la Iglesia tienen por ustedes, y ruego que las realidades eternas del Evangelio de Jesucristo las eleven por encima de las preocupaciones temporales y de las ansiedades de la adolescencia, en el nombre de Jesucristo. Amén.

Notas

  1. Véase “La Familia: Una proclamación para el mundo”, Liahona, junio de 1996, pág. 10.

  2. Romanos 8:17.

  3. James E. Talmage, “The Eternity of Sex”, Young Woman’s Journal, octubre de 1914, pág. 602.

  4. Véase de J. Reuben Clark, en Conference Report, abril de 1940, pág. 211, un largo homenaje a las mujeres de la Iglesia.

  5. “La Sociedad de Socorro”, Liahona, julio de 1998, pág. 78.

  6. Para la fortaleza de la juventud (folleto), 2001, págs. 14–16.

  7. Véase D. y C. 121:45.

  8. Julia DeVillers, Teen People, septiembre de 2005, pág. 104.

  9. Proverbios 3:15.

  10. Halle Berry, citado en “Halle Slams ‘Insane’ Plastic Surgery”, This Is London, 2 de agosto de 2004, www.thisislondon.com/ showbiz/articles/12312096?source=PA.

  11. 1 Nefi 12:18.

  12. Véase 1 Nefi 8:27. Véase Douglas Bassett, “Faces of Worldly Pride in the Book of Mormon”, Ensign, octubre de 2000, pág. 51, para leer un excelente estudio sobre este asunto.

  13. Véase José Smith—Historia 1:24–25.

  14. Juan 20:27.