2002
El paso siguiente
marzo de 2002


El paso siguiente

Tal vez haya que tener ruedas para hacerlo, pero David Eves avanza para hacer realidad sus sueños, que incluyen el servir en una misión.

Cuando él y sus amigos manejaban un vehículo recreativo en el sur de Utah el 20 de septiembre de 1997, David Eves descubrió que la vida puede cambiar súbitamente.

“Le pegamos a un bache y perdimos el control”, explica David. “Recuerdo que salí disparado por el aire y al despertar tenía un dolor insoportable. Cuando vi que mis amigos me observaban y les dije que no podía sentir las piernas, supe que nunca volvería a ser el mismo”.

David fue transportado por avión al hospital de Salt Lake City, donde se le intervino por el espacio de ocho horas. Luego pasó los siguientes tres meses luchando por su vida.

David, miembro del Barrio La Verkin 2, Estaca La Verkin, Utah, había sido una estrella deportiva, pero ahora tenía que enfrentarse a nuevos retos. No podía retener los alimentos ni hablar y se encontraba en un dolor terrible; en dos meses, su peso había bajado de 78 a 45 kilos.

Los días y las noches eran largos y difíciles de soportar. “Quería dejar de tomar los calmantes, pero el dolor era insoportable”, recuerda David. “Le pedía a mi padre que me leyera del Libro de Mormón y, al hacerlo, ocurrió un milagro. El espíritu del libro me dio tanta paz que pude descansar”.

Pero David no mejoraba. Jill Eves se alarmó por la seria pérdida de peso de su hijo y oró en busca de inspiración, y recibió la impresión de llamar a un especialista. El nuevo médico reparó una perforación en el esófago de David, quien regresó a casa del hospital dos semanas después.

El padre de David, Raymond, le había enseñado dos secretos importantes para alcanzar sus metas: entregarse por completo y nunca darse por vencido. David estaba acostumbrado a entregarse por completo, así que no era de extrañar que regresara a la escuela el lunes siguiente a su salida del hospital.

“Tenía el cuerpo enyesado y un collarín”, dice David. “Tenía fe absoluta en que mejoraría, pero pronto me di cuenta de que no era como los otros 800 chicos de mi escuela. Después de una dura primera semana, sabía que podría hacer cualquier cosa que me propusiera; tan sólo debía encontrar una forma diferente de hacerlo”.

Pocos meses después, su hermano le sugirió que se presentara como candidato a presidente del cuerpo estudiantil, y una vez más David se entregó por completo y pasó de ser una estrella deportiva a líder estudiantil. “Aquel año fue fantástico”, dice. “Fue la preparación perfecta para mi misión”.

David se esforzó mucho con la terapia física porque había tomado la determinación de servir en una misión, aunque algunos de sus amigos dijeron que no hacía falta que lo hiciera ya que estaba en una silla de ruedas; sin embargo, David no estaba de acuerdo. “Sabía que el Señor quería que sirviera”, dice, “así que decidí hacer todo lo que estuviera a mi alcance por lograrlo”.

Al poco tiempo ya podía bañarse y vestirse por sí mismo, manejar su auto y llevar la silla de ruedas a casi cualquier parte. De hecho, después de que su médico dijera que era imposible, David incluso aprendió a ponerse una especie de ortopedia y caminar con muletas gracias a que se valía de los hombros para empujar el cuerpo hacia delante. Para alguien sin sentido del equilibrio ni capacidad para percibir el suelo bajo sus pies, ése fue un hecho increíble.

Después de graduarse de la secundaria, David no veía la hora de cumplir los 19 años para enviar los papeles de la misión, a los que su médico adjuntó una nota que confirmaba su total independencia.

Pero no iba a ser así. En vez de un llamamiento, una carta informó a David que no podía servir en una misión regular de proselitismo.

“Me dejó destrozado”, dice. “Me había esforzado tanto y de repente todo desapareció en cuestión de segundos”. Pero David no se dio por vencido. En una entrevista en las Oficinas Generales de la Iglesia, se le aseguró que había una misión para él.

Una semana más tarde se le llamó a servir como misionero de bienestar en las Industrias Deseret de St. George, Utah, mientras vivía en casa de sus padres. David no estaba preparado para ese llamamiento. “Para ser sincero, volví a desanimarme”, dice. Pero recordó la letra de una canción de la Primaria: “Iré y haré” (“El valor de Nefi”, Canciones para los niños, págs. 64–65). Se dio cuenta de que el Señor quería que sirviera en las Industrias Deseret, una tienda de la Iglesia que vende artículos de segunda mano y brinda un servicio de preparación laboral. En las Industrias Deseret, David iba a ayudar a personas que estaban trabajando para adquirir o mejorar sus destrezas laborales.

“Al pensar ahora en ello me doy cuenta de lo necio que fui. No tenía ni idea de la bendición que iba a representar esta misión”, dice David.

No sólo David ha sido bendecido, sino que su sentido del humor y su actitud positiva llegaron al alma de más de 250 personas con las que trabajó en los programas de autosuficiencia y de desempeño misional de las Industrias Deseret. “Siempre que teníamos un mal día, nos íbamos a buscar al élder Eves”, dice Debbie Kelly, una aprendiz en prácticas. “Cuando veíamos lo feliz y positivo que era, a pesar de estar en una silla de ruedas, nos preguntábamos: ‘¿De qué nos quejamos?’”.

Siendo misionero, el élder Eves se pasaba las mañanas capacitando a personas que estaban trabajando para recibir sus certificados de secundaria o diplomas equivalentes. “No habría podido aprobar los exámenes de matemáticas sin su ayuda”, dice Brandy, una madre soltera que está poniendo mucho empeño en mejorar sus destrezas laborales.

Pero la capacitación que daba David no se limitaba únicamente a las destrezas educativas. También enseñó las charlas misionales a Rita Roberts, otra de las aprendices. “Me ayudó a entender el Evangelio paso a paso”, dice Rita. “Sabía que podía contar con él para lo que fuese. Él y su familia me ayudaron a mudarme dos veces. Sería imposible encontrar a una persona mejor que él, no sólo en la sala de clase, sino en cualquier parte. Es único”.

Aparte de capacitar a los miembros de la plantilla, David fue responsable de muchas reuniones espirituales en las Industrias Deseret.

“Un día le tocó a él dar el mensaje de la reunión espiritual”, dice la hermana Scott, otra misionera de bienestar de las Industrias Deseret. “Todos estábamos allí menos él. Llegó en unos minutos, caminando con las muletas. No había una persona que no tuviera lágrimas en los ojos en el cuarto mientras él nos hablaba sobre vencer la adversidad y trabajar, poniendo nuestra mano en la de Dios para alcanzar cualquier meta”.

A David le encantó servir en las Industrias Deseret, pero sus esfuerzos misionales se extendieron más allá. Por las tardes acompañaba a los misioneros regulares, todo lo cual resultó en varias conversiones, entre ellas la de una joven que le pidió que la bautizara.

“Me figuré que si ella tenía la fe suficiente para pedirme que la bautizara, yo tenía fe para encontrar la manera de hacerlo”, recuerda el élder Eves. Así que el 1 de enero de 2000, el élder Eves entró en la pila bautismal, se sentó en la silla que utiliza para bañarse, pronunció la oración y sumergió a Robin Rasmussen en el agua. Nadie olvidará jamás el espíritu que reinó allí aquel día.

David aporta un sentimiento de esperanza y paz dondequiera que se encuentre, y su sentido del humor hace que los demás se tranquilicen. “Si los demás me ven bromeando, se sienten más cómodos al estar conmigo”, explica. “Cuando ven que soy feliz gracias al Evangelio y a mis muchas bendiciones, todo lo relacionado con la silla de ruedas desaparece y me ven como una persona más”.

El élder Eves se concentra en contar sus bendiciones. “La cosa que mi misión me enseñó por encima de todo es lo bendecido que soy. Cuando vi los problemas que tienen algunas de las personas de las Industrias Deseret, me pregunté si podría hacer lo que ellos. Yo tengo una familia que me ama, tengo el Evangelio y he tenido la oportunidad de servir al Señor en una misión. No podría pedir nada más”, dice.

Actualmente, David asiste a la universidad con una beca y practica con su bicicleta y la ortopedia. “Trabajo cada día con las ortopedias para las piernas para mantenerlas estiradas, a fin de que cuando vuelva a caminar, estén listas”, dice. Y lo dice con la misma confianza con la que comparte su testimonio.

“Me encanta Doctrina y Convenios 121:7–8: ‘Hijo mío, paz a tu alma; tu adversidad y tus aflicciones no serán más que por un breve momento; y entonces, si lo sobrellevas bien, Dios te exaltará’. Sé que José Smith es el profeta de la Restauración y que Jesucristo es nuestro Salvador y nos ama a cada uno de nosotros. En ocasiones, cuando pasamos por momentos difíciles, parece que estamos solos, pero en realidad no lo estamos. Él está a nuestro lado. Y sabiendo esto, todo lo demás encaja en su sitio”.

Alternativas para una misión regular

Si eres un joven o una jovencita que no puede servir en una misión regular de proselitismo por razones médicas, y eres capaz de valerte por ti mismo, podrías tener la oportunidad de servir en una misión de servicio de la Iglesia mientras vives en casa.

  • Con el permiso de tus padres, habla con tu obispo o presidente de rama sobre tu deseo de realizar una misión de servicio en la Iglesia.

  • Si tu obispo o presidente de rama piensa que ese tipo de misión resulta apropiado para ti, él puede buscar oportunidades para que utilices ciertas destrezas específicas. Por ejemplo, podrías ser llamado a servir en un Centro de Historia Familiar local, un centro de empleo o de servicio, o un instituto de religión. Se te podría asignar ayudar en el mantenimiento de los edificios y terrenos de la Iglesia o ayudar a otros miembros que precisen algún tipo de asistencia. Se te podría asignar que ayudes a alguien con sus tareas escolares o que enseñes a leer a una persona. También podrías servir en una organización de servicio de tu comunidad.

  • Tu obispo o presidente de rama, después de consultar contigo y con tus padres, determinará la duración de tu misión de servicio en la Iglesia.

  • Tu presidente de estaca o de distrito te extenderá tu llamamiento y tu relevo, y te ayudará a determinar qué reglas de una misión regular se aplican a ti.

  • Debes estar en contacto regular con tus líderes del sacerdocio. Debería haber un contacto frecuente entre tus líderes del sacerdocio y las personas que supervisan tu trabajo.

  • Si resulta posible, podrías colaborar con los misioneros regulares.