2010–2019
El Salvador desea perdonar
Abril 2013


El Salvador desea perdonar

El Señor nos ama y quiere que comprendamos Su disposición a perdonar.

Durante la época del ministerio mortal del Salvador, muchos iban tras Él, entre ellos los escribas y fariseos “de todas las aldeas de Galilea… de Judea y Jerusalén”1. Un hombre paralítico que estaba en su lecho y que deseaba ser sanado, fue llevado a donde estaba la gran multitud, pero al no poder acercarse al Salvador, sus amigos lo subieron al techo de la casa en la que estaba el Salvador y lo bajaron. Al ver esa demostración de fe, con un gran propósito que los oyentes aún no conocían, el Salvador declaró: “Hombre, tus pecados te son perdonados”2.

Esto debió sorprender a ese hombre y, a pesar de que las Escrituras no dicen nada en cuanto a su reacción, quizás se haya preguntado si el Salvador realmente comprendía por qué había ido.

El Salvador sabía que muchas personas lo seguían debido a Sus extraordinarios milagros. Ya había convertido el agua en vino3, echado fuera espíritus inmundos4, sanado al hijo del hombre de la nobleza5, a un leproso6, a la suegra de Pedro7 y a muchos otros8.

No obstante, con el paralítico, el Señor eligió dar evidencia, tanto al discípulo como al adversario, de Su papel singular como Salvador del mundo. Al oír las palabras del Salvador, los escribas y los fariseos habían empezado a deliberar entre ellos, hablando ignorantemente de blasfemia al concluir que únicamente Dios puede perdonar el pecado. Al percibir sus pensamientos, el Salvador se dirigió a ellos y les dijo:

“¿Qué pensáis en vuestros corazones?

“¿Qué es más fácil, decir: Tus pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda?”9.

Sin esperar a que respondieran, el Salvador continuó: “Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): A ti te digo: ¡Levántate!, toma tu lecho y vete a tu casa”10. ¡Y lo hizo!

Mediante esta milagrosa curación física, el Salvador nos confirmó a todos esta verdad espiritual infinitamente más potente: ¡el Hijo del Hombre perdona los pecados!

Si bien todos los creyentes aceptan fácilmente esta verdad, no se reconoce de manera tan fácil la verdad esencial que la acompaña: el Salvador perdona los pecados “en la tierra” y no simplemente durante el juicio final. Él no nos disculpa en nuestros pecados11; no aprueba que volvamos a los pecados pasados12, pero cuando nos arrepentimos y obedecemos Su evangelio, Él nos perdona13.

En este perdón vemos que el poder habilitador y redentor de la Expiación se aplica de manera armoniosa y amable. Al ejercer la fe en el Señor Jesucristo, el poder habilitador de Su expiación nos fortalece en nuestros momentos de necesidad14, y Su poder redentor nos santifica cuando nos “[despojamos] del hombre natural”15. Esto brinda esperanza a todos, especialmente a aquellos que piensan que el Salvador no está dispuesto a ayudar y a salvar cuando se vuelve a ceder a la debilidad humana.

Proporcionando una oportunidad al Salvador para iluminar nuestro entendimiento16, Pedro preguntó en una ocasión cuántas veces debía perdonar a su hermano, y luego preguntó: “¿Hasta siete?”. Sin duda eso sería más que suficiente, pero la respuesta del Salvador abrió más la puerta de Su misericordioso corazón: “No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete”17.

El Señor nos ama y quiere que comprendamos Su disposición a perdonar. En más de veinte ocasiones en Doctrina y Convenios, el Señor le dijo a quien se dirigía: “Tus pecados te son perdonados”, o palabras similares18. En cerca de la mitad de esas ocasiones, las palabras del Señor iban dirigidas específicamente al profeta José Smith, a veces a él solo, a veces a él y a otros19. La primera de ellas se registró en 1830, la última en 1843. Es decir, a lo largo de muchos años, el Señor le dijo a José en repetidas ocasiones: “Tus pecados te son perdonados”.

Aunque José no era “culpable de cometer pecados graves o malos”20, es bueno que recordemos que con muy pocas excepciones, las “setenta veces siete” del Señor no limitan el perdón de acuerdo con la gravedad del pecado.

Mientras se dirigía a los élderes que estaban reunidos en Kirtland, el Señor dijo: “…es mi voluntad que venzáis al mundo; por tanto, tendré compasión de vosotros”21. El Señor conoce nuestras debilidades y las consecuencias eternas que “el mundo” tiene sobre los hombres y las mujeres imperfectos22. Las palabras por tanto en ese versículo son Su afirmación de que sólo mediante Su compasión al final podremos “vencer al mundo”. ¿Cómo se manifiesta esa compasión? A esos mismos élderes de Kirtland dijo: “…os he perdonado vuestros pecados”23. El Salvador desea perdonar.

Nadie debe suponer que ese perdón se recibe sin el arrepentimiento. De hecho, el Señor ha declarado: “…yo, el Señor, perdono los pecados de aquellos que los confiesan ante mí y piden perdón”, y procede a añadir esta advertencia: “si no han pecado de muerte”24. Aunque el Señor no puede “considerar el pecado con el más mínimo grado de tolerancia”25, aun así, hace una distinción entre la relativa gravedad de algunos pecados. Él estipula que no habrá perdón por “la blasfemia contra el Espíritu Santo”26; declara la gravedad del asesinato27 y recalca la seriedad del pecado sexual tal como el adulterio28. Él señala que la repetición del grave pecado sexual dificulta cada vez más el recibir Su perdón29; y Él ha dicho que “el que peque contra mayor luz, mayor condenación recibirá”30. No obstante, en Su misericordia, Él accede a la mejoría con el tiempo en vez de exigir la perfección inmediata. Incluso con la multitud de pecados que resultan de la debilidad de la mortalidad, cuantas veces nos arrepintamos y busquemos Su perdón, Él perdonará, vez tras vez31.

A causa de esto, todos nosotros, incluso los que luchan por vencer conductas adictivas tales como el abuso de sustancias o la pornografía, y quienes los rodean, podemos saber que el Señor reconocerá nuestros esfuerzos rectos y con amor perdonará, cuando el arrepentimiento sea completo, “hasta setenta veces siete”. Pero eso no significa que uno pueda deliberadamente volver a pecar con impunidad32.

El Señor siempre está interesado en nuestros corazones33, y la fe falsa racionalizada no justifica el pecado34. En esta dispensación, el Señor amonestó a uno de Sus siervos contra este tipo de justificación cuando dijo: “Avergüéncese… de la banda nicolaíta y de todas sus abominaciones secretas”35. Los nicolaítas eran una antigua secta religiosa que afirmaba tener licencia para cometer pecados sexuales en virtud de la gracia del Señor36. Eso no le complace al Señor37. Su compasión y Su gracia no nos justifican cuando “[nuestros] corazones no están satisfechos; y no [obedecemos] la verdad, antes [nos deleitamos] en la iniquidad”38. Más bien, después de hacer todo cuanto podamos39, Su compasión y Su gracia son los medios por los que, “con el transcurso del tiempo”40, vencemos al mundo a través del poder habilitador de la Expiación. Al procurar con humildad ese precioso don, “las cosas débiles [se hacen] fuertes para [nosotros]”41, y por medio de Su fortaleza, somos capaces de hacer lo que nunca podríamos hacer solos.

El Señor considera la luz que hemos recibido42, los deseos de nuestro corazón43 y nuestras obras44, y cuando nos arrepentimos y procuramos Su perdón, Él perdona. Al pensar en nuestra vida y en la de nuestros seres queridos y conocidos, debemos estar igualmente dispuestos a perdonarnos a nosotros mismos y a los demás45.

En Predicad Mi Evangelio se habla sobre la dificultad de vencer la conducta adictiva y alienta a los líderes del sacerdocio y a los miembros a no “escandalizarse ni desanimarse” si los investigadores o los miembros nuevos siguen teniendo dificultades con ese tipo de problemas. Más bien, se nos aconseja “demostrar confianza en la persona y no juzgarla… [tratando] ese revés como algo pasajero y normal”46. ¿Podemos hacer menos por nuestros propios hijos o familiares que luchan con problemas similares, habiéndose desviado temporalmente del sendero de la rectitud? De cierto que ellos merecen nuestra constancia, paciencia, amor; y sí, nuestro perdón.

En la conferencia general de octubre pasado, el presidente Monson aconsejó:

“Debemos recordar que las personas pueden cambiar; pueden dejar atrás malos hábitos; pueden arrepentirse de transgresiones…

“Podemos ayudarlos a vencer sus faltas. Debemos desarrollar la capacidad de ver a los hombres no como lo que son ahora, sino como lo que pueden llegar a ser”47.

En una conferencia durante los primeros días de la Iglesia, el Señor dijo a los miembros:

“En verdad os digo que os halláis limpios, mas no todos…

“Porque toda carne se ha corrompido delante de mí…

“Porque en verdad, algunos de vosotros sois culpables ante mí, pero seré misericordioso para con vuestras flaquezas48.

Hoy Su mensaje es el mismo.

El Señor sabe lo que estamos afrontando, que todos pecamos y que somos “destituidos de la gloria de Dios”49 una y otra vez. Él “conoce las flaquezas del hombre y sabe cómo socorrer a los que son tentados”50. Él nos enseña a “[orar] siempre para que no [entremos] en tentación”51. Se nos dice que le “[imploremos] misericordia, porque es poderoso para salvar”52. Nos manda que nos arrepintamos53 y que perdonemos54. Y a pesar de que el arrepentimiento no es fácil, al esforzarnos de todo corazón por obedecer Su evangelio, Él nos hace esta promesa: “De cierto te digo, que no obstante [tus] pecados, mis entrañas están llenas de compasión por [ti] . Yo no [te] desecharé completamente, y en el día de la ira me acordaré de tener misericordia55. El Señor desea perdonar.

Cada semana, el Coro del Tabernáculo Mormón inicia su inspirada transmisión con las palabras edificantes del conocido himno de William W. Phelps: “Gently Raise the Sacred Strain” [Entonad sagrado son]. Éstas son las palabras de consuelo de la cuarta estrofa del himno en inglés:

Santo, santo es el Señor.

Preciada, preciada es Su palabra…

Arrepiéntanse y vivan;

aunque sus pecados sean rojos como la grana,oh, arrepiéntanse y Él los perdonará

56.

Los invito a recordar y creer en las palabras del Señor y ejercer fe en Él para el arrepentimiento57. Él los ama; Él desea perdonar. De ello testifico en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.