2010–2019
Su potencial, su privilegio
Abril 2011


Su potencial, su privilegio

Al leer las Escrituras y escuchar las palabras de los profetas con todo el corazón y mente, el Señor les dirá cómo vivir a la altura de sus privilegios en el sacerdocio.

Había una vez un hombre cuyo sueño de toda la vida era abordar un crucero y navegar el mar Mediterráneo. Soñaba con caminar por las calles de Roma, Atenas y Estambul. Ahorró cada centavo hasta tener suficiente para el pasaje. Como no tenía mucho dinero, llevó una valija adicional llena de latas de frijoles o judías, cajas de galletas y bolsas de limonada en polvo, y eso es lo que comió todos los días.

Le hubiera gustado participar de las muchas actividades que se ofrecían en el barco: hacer ejercicios en el gimnasio, jugar al mini golf y nadar en la piscina. Envidiaba a aquellos que iban al cine, a los espectáculos y a presentaciones culturales; y, ¡cuánto anhelaba sólo un bocado de la maravillosa comida que veía en el barco!, ¡cada comida parecía ser un banquete! Pero el hombre quería gastar tan poco dinero que no participaba en ninguna de esas cosas. Logró ver las ciudades que anhelaba visitar, pero la mayor parte del viaje se quedó en su cabina y sólo comió su humilde comida.

El último día del crucero, un miembro de la tripulación le preguntó a cuál de las fiestas de despedida asistiría. Fue entonces que el hombre supo que no solamente la fiesta de despedida, sino casi todo a bordo del crucero —la comida, el entretenimiento y todas las actividades— estaban incluidas en el precio del pasaje. El hombre se dio cuenta demasiado tarde de que había estado viviendo muy por debajo de su privilegio.

La pregunta que surge de esta parábola es: ¿Estamos, como poseedores del sacerdocio, viviendo por debajo de nuestras posibilidades en lo que se refiere al poder sagrado, los dones y las bendiciones que son nuestra oportunidad y derecho?

La gloria y grandeza del sacerdocio

Todos sabemos que el sacerdocio es mucho más que sólo un nombre o título. El profeta José enseñó que “El sacerdocio es un principio sempiterno, y existió con Dios desde la eternidad… hasta la eternidad, sin principio de días ni fin de años”1. Posee “la llave del conocimiento de Dios”2. De hecho, mediante el sacerdocio “se manifiesta el poder de la divinidad”3.

Las bendiciones del sacerdocio trascienden nuestra capacidad de comprensión. Los fieles poseedores del sacerdocio de Melquisedec “llegan a ser… los elegidos de Dios”4. Son “santificados por el Espíritu para la renovación de sus cuerpos”5 y finalmente reciben “todo lo que [el] Padre tiene”6. Esto puede ser difícil de entender, pero es hermoso, y yo testifico que es verdad.

El hecho de que nuestro Padre Celestial confíe este poder y responsabilidad al hombre es evidencia de Su gran amor por nosotros y una indicación de nuestro potencial como hijos de Dios en la vida venidera.

Sin embargo, con demasiada frecuencia, nuestras acciones sugieren que vivimos muy por debajo de ese potencial. Cuando se nos pregunta en cuanto al sacerdocio, muchos de nosotros podemos repetir una definición correcta, pero puede que en nuestra vida diaria haya muy poca evidencia de que nuestro entendimiento va más allá de esas palabras recitadas.

Hermanos, tenemos la oportunidad de escoger; podemos darnos por satisfechos con una vivencia limitada como poseedores del sacerdocio y conformarnos con experiencias muy por debajo de nuestro privilegio, o podemos participar del abundante banquete de oportunidades espirituales y bendiciones universales del sacerdocio.

¿Qué podemos hacer para vivir a la altura de nuestro potencial?

Las palabras que se encuentran en las Escrituras y las que se hablan en la conferencia general son para “aplicarlas a nosotros mismos”7, no son sólo para leer o escuchar8. Con demasiada frecuencia asistimos a reuniones y asentimos con la cabeza, incluso puede que sonriamos con comprensión y que estemos de acuerdo; anotamos algunas cosas que debemos hacer y tal vez nos digamos a nosotros mismos: “Eso es una cosa que haré”. Pero en algún lugar entre el escuchar, el escribir un recordatorio en nuestro teléfono multiuso y el ponerlo en práctica, nuestra palanca de “hacerlo” se mueve a la posición de “más tarde”. Hermanos, ¡asegurémonos de colocar la palanca de “hacerlo” en la posición de “ahora”!

Al leer las Escrituras y escuchar las palabras de los profetas con todo el corazón y mente, el Señor les dirá cómo vivir a la altura de sus privilegios en el sacerdocio. No dejen pasar un día sin hacer algo para responder a los susurros del Espíritu.

Primero: Lean el manual del usuario

Si tuviesen la computadora más avanzada y costosa del mundo, ¿la usarían sólo como adorno? Puede que se vea impresionante; puede que tenga un gran potencial; pero es sólo cuando leen el manual del usuario, aprenden cómo usar los programas y la encienden que aprovechan su potencial completo.

El santo sacerdocio de Dios también tiene un manual del usuario. Comprometámonos a leer las Escrituras y los manuales con mayor propósito y enfoque. Comencemos por leer las secciones 20, 84, 107 y 121 de Doctrina y Convenios. Cuanto más estudiemos el propósito, el potencial y el uso práctico del sacerdocio, más asombrados estaremos de su poder; y el Espíritu nos enseñará cómo acceder a ese poder y cómo usarlo para bendecir a nuestra familia, a las comunidades y a la Iglesia.

Como pueblo, merecidamente damos gran prioridad al estudio secular y al aprendizaje vocacional. Queremos y debemos sobresalir en los estudios y en la destreza de los oficios. Los felicito por esforzarse con diligencia para obtener una formación académica y llegar a ser expertos en su campo. Los invito a que también sean expertos en las doctrinas del Evangelio, en especial la doctrina del sacerdocio.

Vivimos en un tiempo en que se tiene acceso a las Escrituras y a las palabras de los apóstoles y los profetas actuales con mayor facilidad que en ninguna otra época de la historia del mundo. Sin embargo, es nuestro privilegio, deber y responsabilidad extender la mano y comprender sus enseñanzas. Los principios y doctrinas del sacerdocio son sublimes y supremos. Cuanto más estudiemos la doctrina y el potencial, y apliquemos el propósito práctico del sacerdocio, más se ensancharán nuestras almas y veremos lo que el Señor tiene reservado para nosotros.

Segundo: Busquen la revelación del Espíritu.

Un testimonio seguro de Jesucristo y de Su evangelio restaurado requiere más que conocimiento; requiere revelación personal, ratificada por medio de la aplicación dedicada y honrada de los principios del Evangelio. El profeta José Smith explicó que el sacerdocio es “el conducto mediante el cual el Todopoderoso comenzó a revelar Su gloria al principio de la creación de esta tierra, y por el cual ha seguido revelándose a los hijos de los hombres hasta el tiempo actual”9.

Si no buscamos utilizar ese conducto de revelación, estamos viviendo por debajo de nuestros privilegios en el sacerdocio. Por ejemplo, hay quienes creen, pero no saben que creen. Han recibido varias respuestas mediante la voz suave y apacible por un prolongado período, pero porque esa inspiración parece pequeña e insignificante, no la reconocen por lo que realmente es. Como consecuencia, permiten que la duda les impida cumplir con su potencial como poseedores del sacerdocio.

La revelación y el testimonio no siempre vienen con fuerza sobrecogedora. Para muchos, el testimonio viene lentamente, una porción a la vez. Algunas veces viene tan gradualmente que es difícil saber el momento exacto en que supimos que el Evangelio es verdadero. El Señor nos da “línea por línea, precepto por precepto, un poco aquí y un poco allí”10.

En algunas maneras, nuestro testimonio es como una bola de nieve que crece con cada rotación. Comenzamos con una pequeña cantidad de luz, aunque sólo sea el deseo de creer. Gradualmente, “la luz se allega a la luz”11 y “el que recibe luz y persevera en Dios, recibe más luz, y esa luz se hace más y más resplandeciente hasta el día perfecto”12 cuando “en el debido tiempo [recibimos] de su plenitud”13.

¡Piensen en lo glorioso que es extenderse más allá de nuestras limitaciones terrenales, que se abran los ojos de nuestro entendimiento y recibamos luz y conocimiento de las fuentes celestiales! Es nuestro privilegio y oportunidad como poseedores del sacerdocio el buscar revelación personal y saber la verdad por nosotros mismos a través del testimonio seguro del Espíritu Santo.

Busquemos intensamente la luz de la revelación personal. Roguemos al Señor que bendiga nuestra mente y nuestra alma con la chispa de fe que nos permita recibir y reconocer la ministración divina del Espíritu Santo para nuestras situaciones, desafíos y deberes del sacerdocio específicos.

Tercero: Obtengan gozo en el servicio del sacerdocio

Durante mi carrera como piloto de línea aérea, tuve la oportunidad de ser capitán de entrenamiento y verificación. Parte del trabajo era entrenar y evaluar a pilotos con experiencia para asegurar que tuviesen el conocimiento y las destrezas necesarias para pilotear esos magníficos aviones en forma eficaz y segura.

Descubrí que había pilotos que, aun después de muchos años de volar profesionalmente, nunca perdieron la emoción de elevarse en el espacio y “romper las ásperas cadenas de la Tierra para danzar por los cielos en alas plateadas llenas de alegría”14. Les encantaba el sonido de las ráfagas de aire, el rugido de los potentes motores, la sensación de ser “parte del viento, del cielo oscuro y de las estrellas a la distancia”15. Su entusiasmo era contagioso.

También había algunos pocos que parecían hacerlo de forma automática. Dominaban los sistemas y el manejo de los aviones, pero en alguna parte del trayecto habían perdido el encanto de volar “por donde ni la alondra ni el águila habían jamás volado”16. Habían perdido el sentimiento de asombro ante el radiante amanecer y ante la hermosura de las creaciones de Dios al cruzar los océanos y los continentes. Si alcanzaban los niveles requeridos yo los certificaba, pero al mismo tiempo sentía pena por ellos.

Tal vez quieran preguntarse a sí mismos si hacen las cosas de forma automática como poseedores del sacerdocio, si hacen lo que se espera de ustedes pero no sienten el gozo que deberían sentir. El poseer el sacerdocio nos da muchas oportunidades de sentir el regocijo que sintió Amón cuando dijo: “¿no tenemos mucha razón para regocijarnos? …hemos sido instrumentos en sus manos para realizar esta grande y maravillosa obra. Por lo tanto, gloriémonos… en el Señor; sí, nos regocijaremos”17.

Hermanos, ¡nuestra religión es una religión de júbilo! ¡Somos muy bendecidos por poseer el sacerdocio de Dios! En el libro de Salmos leemos: “Bienaventurado el pueblo que sabe aclamarte; andarán, oh Jehová, a la luz de tu rostro”18. Podemos sentir ese gozo sublime si simplemente lo buscamos.

Con demasiada frecuencia dejamos de sentir la felicidad que viene por el diario servicio práctico del sacerdocio. En ocasiones las asignaciones pueden parecer cargas. Hermanos, no vayamos por la vida inmersos en el cansancio, la preocupación y las quejas. Vivimos por debajo de nuestros privilegios cuando permitimos que las preocupaciones mundanas nos alejen del abundante gozo que viene a través del fiel y dedicado servicio del sacerdocio, en especial dentro de las paredes de nuestro hogar. Vivimos por debajo de nuestras posibilidades cuando no participamos del banquete de felicidad, paz y gozo que Dios concede tan profusamente a los fieles siervos del sacerdocio.

Hombres jóvenes, si ir a la iglesia temprano para ayudar a preparar la Santa Cena es más una carga que una bendición, entonces los invito a que piensen en lo que esa ordenanza sagrada puede significar para un miembro del barrio que tal vez haya tenido una semana difícil. Hermanos, si sus visitas como maestros orientadores no les parecen efectivas, los invito a que miren con los ojos de la fe lo que una visita de un siervo del Señor hará por una familia que tiene muchos problemas que no son obvios. Cuando comprendan el divino potencial de su servicio en el sacerdocio, el Espíritu de Dios llenará su corazón y su mente; brillará en sus ojos y en su rostro.

Como poseedores del sacerdocio, no lleguemos a ser insensibles a lo asombroso y maravilloso que es lo que el Señor nos ha confiado.

Conclusión

Mis queridos hermanos, ruego que nos esforcemos diligentemente por aprender la doctrina del santo sacerdocio, que fortalezcamos nuestro testimonio línea por línea al recibir revelación del Espíritu y que encontremos verdadero gozo en el servicio diario del sacerdocio. Al hacer estas cosas, comenzaremos a vivir a la altura de nuestro potencial y privilegios como poseedores del sacerdocio y podremos hacer todas las cosas “en Cristo que [nos] fortalece”19. De esto doy testimonio en calidad de apóstol del Señor y les dejo mi bendición, en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.