2010–2019
Guiados por el Santo Espíritu
Abril 2011


Guiados por el Santo Espíritu

Cada uno de nosotros puede ser guiado por el espíritu de revelación y el don del Espíritu Santo.

Han transcurrido cuatrocientos años desde la publicación de la versión en inglés del rey Santiago de la Biblia, con significativos aportes de William Tyndale, un gran héroe, desde mi punto de vista.

El clero no deseaba que la Biblia se publicara en el inglés de uso corriente; entonces persiguieron a Tyndale de sitio en sitio. Él les dijo: “Si Dios me preserva la vida, de aquí a pocos años haré que el joven que guía el arado sepa más sobre las Escrituras que ustedes”1.

Tyndale fue traicionado y confinado a una oscura y helada prisión de Bruselas durante más de un año. Su ropa estaba hecha harapos; entonces les rogó a sus captores que le dieran su capa, su sombrero y una vela, diciendo: “En verdad es tedioso sentarse solo en la oscuridad”2; pero esas cosas se le negaron. Con el tiempo, lo sacaron de la prisión y, ante una gran multitud, fue estrangulado y quemado en la hoguera; pero la obra de William Tyndale y su martirio no fueron en vano.

Puesto que a los niños Santos de los Últimos Días se les enseña desde pequeños a conocer las Escrituras, en ellos se cumple, en cierta medida, la profecía hecha por William Tyndale cuatro siglos antes.

Hoy, nuestras Escrituras están compuestas por La Biblia, el Libro de Mormón: Otro Testamento de Jesucristo, la Perla de Gran Precio y Doctrina y Convenios.

Debido al Libro de Mormón, con frecuencia se nos llama la Iglesia Mormona, que es un nombre que no nos ofende, pero que en realidad no es exacto.

En el Libro de Mormón, el Señor volvió a visitar a los nefitas porque oraron al Padre en Su nombre; y el Señor dijo:

“¿Qué queréis que os dé?

“Y ellos le dijeron: Señor, deseamos que nos digas el nombre por el cual hemos de llamar esta iglesia; porque hay disputas entre el pueblo concernientes a este asunto.

“Y el Señor les dijo: …¿Por qué es que este pueblo ha de murmurar y disputar a causa de esto?”

“¿No han leído las Escrituras que dicen que debéis tomar sobre vosotros el nombre de Cristo…? Porque por este nombre seréis llamados en el postrer día …

“Por tanto, cualquier cosa que hagáis, la haréis en mi nombre, de modo que daréis mi nombre a la iglesia; y en mi nombre pediréis al Padre que bendiga a la iglesia por mi causa.

“¿Y cómo puede ser mi iglesia salvo que lleve mi nombre? Porque si una iglesia lleva el nombre de Moisés, entonces es la iglesia de Moisés; o si se le da el nombre de algún hombre, entonces es la iglesia de ese hombre; pero si lleva mi nombre, entonces es mi iglesia, si es que están fundados sobre mi evangelio”3.

Obedientes a la revelación, nos llamamos La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en lugar de la Iglesia Mormona. Una cosa es que los demás se refieran a la Iglesia como la Iglesia Mormona o a nosotros como los mormones, y otra muy diferente es que nosotros lo hagamos.

La Primera Presidencia declaró:

“El uso del nombre revelado, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (D. y C. 115:4) es cada vez más importante en la responsabilidad que tenemos de proclamar el nombre del Salvador por todo el mundo. Por ello, pedimos que al referirnos a la Iglesia usemos su nombre completo siempre que sea posible. …

“Al referirse a los miembros de la Iglesia, sugerimos usar la frase ‘los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días’. Como referencia abreviada, se prefiere ‘Santos de los Últimos Días’”4.

“[Los Santos de los Últimos Días] hablamos de Cristo, nos regocijamos en Cristo, predicamos de Cristo, profetizamos de Cristo y escribimos según nuestras profecías, para que nuestros hijos sepan a qué fuente han de acudir para la remisión de sus pecados”5.

El mundo podrá referirse a nosotros como lo desee, pero al hablar, recuerden siempre que pertenecemos a la Iglesia de Jesucristo.

Algunos afirman que no somos cristianos. O bien no nos conocen en absoluto o entienden mal.

En la Iglesia, todas las ordenanzas se efectúan por la autoridad de Jesucristo y en Su nombre6. Tenemos la misma organización que tenía la Iglesia primitiva, con apóstoles y profetas7.

En la antigüedad, el Señor llamó y ordenó a Doce Apóstoles. Se le traicionó y crucificó; después de Su resurrección, el Salvador enseñó a Sus discípulos durante cuarenta días, y luego ascendió al cielo8.

Pero faltaba algo. Algunos días después, los Doce se reunieron en una casa y “de repente, vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa…; lenguas repartidas… de fuego [se posaron] sobre cada uno de ellos. Y… fueron llenos del Espíritu Santo”9. Ahora, Sus apóstoles habían recibido poder. Comprendían que la autoridad dada por el Salvador y el don del Espíritu Santo eran esenciales para el establecimiento de Su Iglesia. Se les mandó que bautizaran y confirieran el don del Espíritu Santo10.

Con el tiempo, los apóstoles y el sacerdocio que poseían desaparecieron. La autoridad y el poder para administrar tenían que ser restaurados. Durante siglos, los hombres aguardaron con anhelo el regreso de la autoridad y el establecimiento de la Iglesia del Señor.

En 1829 se restauró el sacerdocio a José Smith y Oliver Cowdery por medio de Juan el Bautista y de los apóstoles Pedro, Santiago y Juan. Ahora se ordena al sacerdocio a los miembros varones de la Iglesia que son dignos. Esa autoridad y el don del Espíritu Santo correspondiente, el cual se confiere a todos los miembros de la Iglesia después del bautismo, nos distinguen de otras iglesias.

Una revelación de los primeros días de la Iglesia decreta “que todo hombre hable en el nombre de Dios el Señor, el Salvador del mundo”11. Hoy en día, la obra de la Iglesia la efectúan hombres y mujeres comunes y corrientes llamados y sostenidos para presidir, enseñar y administrar. Es mediante el poder de la revelación y el don del Espíritu Santo que se guía a quienes son llamados para que conozcan la voluntad del Señor. Quizás otras personas no acepten cosas tales como profecías, revelaciones y el don del Espíritu Santo, pero si acaso desean entendernos, deben entender que nosotros aceptamos esas cosas.

El Señor le reveló a José Smith un código de salud, la Palabra de Sabiduría, mucho antes de que el mundo supiera de ciertos peligros. A todos se nos enseña evitar el té, el café, el alcohol, el tabaco y, desde luego, las diversas drogas y sustancias adictivas que están constantemente ante nuestros jóvenes. A quienes obedezcan esta revelación se les promete que “recibirán salud en el ombligo y médula en los huesos;

“y hallarán sabiduría y grandes tesoros de conocimiento, sí, tesoros escondidos

“y correrán si fatigarse, y andarán sin desmayar”12.

En otra revelación, la norma de moralidad del Señor manda que los sagrados poderes para engendrar la vida se protejan y se empleen sólo entre el hombre y la mujer, entre el esposo y la esposa13. Al uso indebido de dicho poder sólo lo excede en gravedad el derramamiento de sangre inocente o el negar al Espíritu Santo14. Si alguien transgrede la ley, la doctrina del arrepentimiento enseña cómo borrar el efecto de dicha transgresión.

A todos se nos pone a prueba. Uno podría pensar que es injusto ser diferente y estar sujeto a una tentación en particular, pero ése es el propósito de la vida terrenal: ser probados. Y la respuesta es la misma para todos: debemos, y podemos, resistir las tentaciones de cualquier clase.

“El gran plan de felicidad” se centra en la vida familiar15. El esposo es la cabeza del hogar y la esposa es el corazón del hogar; y el matrimonio es una relación de compañeros iguales. Un hombre Santo de los Últimos Días es un hombre de familia responsable, que es fiel en el Evangelio. Es un esposo y padre bondadoso y devoto; y venera a la mujer. La esposa apoya a su esposo. Ambos padres nutren el crecimiento espiritual de los hijos.

A los Santos de los Últimos Días se les enseña a amarse el uno al otro y a perdonar sinceramente las ofensas.

Un patriarca bendito cambió mi vida. Él se casó con el amor de su vida; estaban muy enamorados, y muy pronto ella ya esperaba su primer hijo.

La noche en que nació el bebé hubo complicaciones. El único médico se hallaba en alguna parte del campo atendiendo a los enfermos. Tras muchas horas de labor de parto, la condición de la futura madre se tornó desesperada. Finalmente encontraron al médico. Dada la emergencia, actuó con rapidez y enseguida nació el bebé; la crisis aparentemente pasó. Pero algunos días más tarde, la joven madre falleció a causa de una infección que el médico había estado atendiendo esa noche en otra casa.

El mundo de aquel joven quedó destrozado. Conforme transcurrían las semanas, aumentaba su profunda pena. Apenas podía pensar en otra cosa y, en su amargura, se tornó peligroso. Hoy en día, sin duda, se le habría instado a entablar una demanda por negligencia médica; como si el dinero pudiera solucionar algo.

Una noche tocaron a su puerta; una pequeña dijo solamente: “Papá quiere que venga a casa. Quiere hablar con usted”.

“Papá” era el presidente de estaca. El consejo de aquel sabio líder fue simple: “John, ya deja el asunto. Nada de lo que hagas al respecto te la devolverá. Todo lo que hagas lo empeorará. John, ya déjalo así”.

Esa había sido la prueba de mi amigo. ¿Cómo podría dejar ese asunto así? Se había cometido un terrible error. Luchó para poder controlarse y finalmente determinó que sería obediente y que seguiría el consejo de aquel sabio presidente de estaca. Lo dejaría así.

John dijo: “Ya era un anciano cuando comprendí y finalmente pude ver a un pobre médico rural extenuado por el trabajo, mal retribuido, corriendo de un paciente a otro, con escasos medicamentos, sin hospital, con pocos instrumentos, luchando por salvar vidas y logrando el éxito la mayoría de las veces. Había acudido en un momento de crisis, cuando dos vidas pendían de un hilo, y había actuado sin demora. ¡Finalmente lo entendí!”, dijo, “Hubiera arruinado mi vida y la de otras personas”.

John ha agradecido al Señor muchas veces por el sabio líder del sacerdocio que aconsejó simplemente: “John, déjalo así”.

A nuestro alrededor vemos miembros de la Iglesia que se han ofendido. Algunos se ofenden por incidentes de la historia de la Iglesia o de sus líderes y sufren toda su vida, incapaces de ver más allá de los errores de los demás. No dejan el asunto en paz; caen en la inactividad.

Esa actitud se parece a la del hombre golpeado con un garrote. Ofendido, toma el garrote y se golpea en la cabeza todos los días de su vida. ¡Qué necio! ¡Qué triste! Ese tipo de venganza es autodestructiva. Si alguien los ha ofendido, perdonen, olviden, y déjenlo así.

El Libro de Mormón contiene esta advertencia: “Y ahora bien, si hay faltas, éstas son equivocaciones de los hombres; por tanto, no condenéis las cosas de Dios, para que aparezcáis sin mancha ante el tribunal de Cristo”16.

Un Santo de los Últimos Días es una persona común y corriente. Ahora nos hallamos en todas partes del mundo, y somos catorce millones. Éste es sólo el principio. Se nos enseña a estar en el mundo, mas no ser de él17. Por lo tanto, llevamos vidas comunes y corrientes en familias comunes y corrientes, entremezclados con la población general.

Se nos enseña a no mentir, hurtar ni engañar18. No usamos lenguaje profano. Somos positivos y felices, y no tememos a la vida.

Estamos “dispuestos a llorar con los que lloran… y a consolar a los que necesitan de consuelo, y ser testigos de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar”19.

Si alguien busca una iglesia que requiera muy poco, ésta no es la que busca. No es fácil ser Santo de los Últimos Días, pero al final de cuentas éste es el único curso verdadero.

A pesar de la oposición o las “guerras, rumores de guerras y terremotos en diversos lugares”20, ningún poder ni influencia puede detener esta obra. Cada uno de nosotros puede ser guiado por el espíritu de revelación y el don del Espíritu Santo. “Tan inútil le sería al hombre extender su débil brazo para contener el río Misuri en su curso decretado, o volverlo hacia atrás, como evitar que el Todopoderoso derrame conocimiento desde el cielo sobre la cabeza de los Santos de los Últimos Días”21.

Si llevan alguna carga, olvídenla, dejen el asunto. Al perdonar mucho y con un poco de arrepentimiento, el espíritu del Espíritu Santo los visitará y confirmará el testimonio que ustedes no sabían que existía. Se velará por ustedes y serán bendecidos, ustedes y los suyos. Ésta es una invitación para venir a Él. Esta iglesia, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, “la única iglesia verdadera y viviente sobre la faz de toda la tierra”22, designada así por Su propia declaración, es donde encontramos “el gran plan de felicidad”23. De esto testifico, en el nombre de Jesucristo. Amén.