2000–2009
Leales a la fe
Abril 2006


Leales a la fe

Tomemos la determinación ahora mismo de seguir el sendero estrecho que conduce al Padre de todos nosotros.

Hace muchos años, en una asignación en las bellas islas de Tonga, tuve el privilegio de visitar la escuela de la Iglesia, la escuela secundaria Liahona, donde a los jóvenes les enseñan maestros que tienen un vínculo común de fe, que imparten capacitación para la mente y preparación para la vida. En esa ocasión, al entrar en un aula, me di cuenta de que los alumnos escuchaban absortos a su instructor tongano. Tanto él en su escritorio como ellos en los pupitres tenían los libros cerrados. El maestro tenía en la mano un raro anzuelo hecho con una piedra redonda y con grandes caracolas. Aprendí que eso era un maka-feke, una trampa para pulpos. En Tonga, el pulpo es un exquisito manjar.

El maestro explicó que los pescadores de Tonga se deslizan sobre los arrecifes remando su canoa de balancines con una mano y oscilando el maka-feke con la otra. El pulpo sale de su guarida rocosa y se lanza sobre el cebo, confundiéndolo con un deseado manjar. Tan tenaz es el apretón de los tentáculos del pulpo y tan firme su instinto de no soltar la preciada presa, que los pescadores lo levantan y lo ponen directamente en la canoa.

Fue fácil para el maestro pasar de ahí a explicar a los anonadados jóvenes que el maligno, o sea, Satanás, ha creado maka-fekes, por así decirlo, para atrapar a las personas desprevenidas y apoderarse de su destino.

Hoy estamos rodeados de los maka-fekes que el maligno oscila ante nosotros y con los que intenta atraernos y luego atraparnos. Una vez que la persona los agarra, es sumamente difícil soltarlos, y a veces hasta casi imposible. Para protegernos, debemos reconocerlos por lo que son y después ser firmes en nuestra determinación de evitarlos.

Constantemente ante nosotros está el maka-feke de la inmoralidad. Casi en todo lo que vemos, hay quienes quieren hacernos creer que lo que antes se consideraba inmoral ahora es aceptable. Pienso en el pasaje de las Escrituras: “¡Ay de los que a lo malo llaman bueno, y a lo bueno malo; que ponen tinieblas por luz, y luz por tinieblas”.1 Tal es el maka-feke de la inmoralidad. En el Libro de Mormón se nos recuerda que la castidad y la virtud son preciadas sobre todas las cosas.

Cuando la tentación llega, recuerden el sabio consejo del apóstol Pablo, quien declaró: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” 2.

El siguiente maka-feke que el maligno oscila ante nosotros es la pornografía. Quiere convencernos de que la pornografía no daña a nadie. Qué bien se aplica a esto el poema clásico de Alexander Pope, “Ensayo sobre el hombre”:

El vicio es un monstruo de horrible parecer,

Pues no hay más que verlo para detestarlo;

Sin embargo, de tanto contemplarlo puede suceder,

Que tras tolerarlo y compadecerlo, lleguemos a abrazarlo3.

Algunos publicistas e impresores prostituyen sus imprentas al imprimir millones de artículos de pornografía todos los días. No escatiman gastos a fin de crear un producto que por seguro se mirará una y otra vez. Hoy en día, uno de los medios más asequibles para ver pornografía es Internet, donde una persona puede encender una computadora e inmediatamente tener a su alcance innumerables sitios pornográficos. El presidente Gordon B. Hinckley ha dicho: “Me temo que esto esté ocurriendo en el hogar de algunos de ustedes. Es malsano. Es lujurioso e inmundo. Es tentador y crea hábito. Llevará a un joven o a una joven directo a la destrucción, no les quepa la menor duda. Es abyecta sordidez que enriquece a los que lo explotan y empobrecen a sus víctimas”4.

Contaminado también está el productor de películas, el programador de televisión o el artista que promociona la pornografía. Se han abandonado las normas de recato y decoro de tiempos pasados. Hay una búsqueda en pos del realismo, con el resultado de que hoy en día estamos rodeados de esta suciedad.

Eviten cualquier cosa que se asemeje a la pornografía, ya que les insensibilizará el espíritu y les minará la conciencia. Se nos ha dicho en Doctrina y Convenios: “Y lo que no edifica no es de Dios, y es tinieblas”5. Así es la pornografía.

El siguiente maka-feke del que hago mención es el de las drogas, incluso el alcohol. Una vez aferrado a él, ese maka-feke es muy difícil de abandonar. Las drogas y el alcohol nublan la mente, eliminan las inhibiciones, destrozan a las familias, destruyen los sueños y acortan la vida. Se encuentran en todas partes y, a propósito, se colocan en el sendero de la vulnerable juventud.

A cada uno de nosotros se nos ha confiado un cuerpo que nos da un amoroso Padre Celestial, quien nos ha mandado cuidarlo. ¿Podemos maltratar o dañar intencionalmente nuestro cuerpo sin tener que rendir cuentas? ¡No, no podemos! El apóstol Pablo declaró: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?

“…el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es” 6. Mantengamos nuestro cuerpo, nuestro templo, sano, limpio y libre de sustancias dañinas que destruyan nuestro bienestar físico, mental y espiritual.

El último maka-feke del que deseo hablar hoy es uno que puede destruir nuestra propia estimación, arruinar relaciones y dejarnos en circunstancias desesperantes. Es el maka-feke del exceso de deudas. Es una tendencia humana el desear cosas que nos den prominencia y prestigio. Vivimos en una época en la que es fácil obtener préstamos. Podemos comprar cualquier cosa que deseemos simplemente con utilizar una tarjeta de crédito u obtener un préstamo. Son muy populares los préstamos basados en el capital acumulado de nuestra propiedad, en los que se puede pedir prestada una cantidad de dinero que sea equivalente al valor del capital que se tenga en dicha propiedad. Tal vez no nos demos cuenta de que ese tipo de préstamo equivale a una segunda hipoteca. Algún día enfrentaremos las consecuencias si hemos vivido constantemente fuera de nuestras posibilidades.

Mis hermanos y hermanas, eviten la filosofía de que los lujos de ayer son las necesidades del presente. No son necesidades a menos que así lo determinemos. Muchos adquieren deudas a largo plazo para luego darse cuenta de que ocurren cambios: las personas enferman o quedan discapacitadas, las empresas fracasan o reducen su tamaño, se pierde el trabajo, ocurren desastres naturales. Hay muchas razones por las que no se puede cumplir con los pagos de grandes préstamos. Nuestras deudas llegan a ser como una espada de Damocles que cuelga sobre nuestra cabeza y amenaza con destruirnos.

Los insto a que vivan dentro de sus recursos económicos. No se puede gastar más de lo que se gana y ser solvente. Les prometo que entonces serán más felices que si estuviesen preocupándose constantemente de cómo cumplir con el siguiente pago de una deuda no esencial. En Doctrina y Convenios leemos: “Paga la deuda que has contraído… Líbrate de la servidumbre” 7.

Hay, por supuesto, otros innumerables maka-fekes que el maligno oscila ante nosotros para desviarnos del camino de la rectitud. No obstante, nuestro Padre Celestial nos ha dado la vida y la facultad de pensar, de razonar y de amar. Tenemos el poder para resistir cualquier tentación y la habilidad de determinar el camino que tomaremos, la dirección en la que viajaremos. Nuestra meta es el reino celestial de Dios. Nuestro objetivo es navegar un curso recto y firme en esa dirección.

A todos los que caminamos por el sendero de la vida, nuestro Padre Celestial nos advierte: Cuidado con los desvíos, los peligros ocultos, las trampas. Esos maka-fekes, colocados de manera astuta y disfrazados ingeniosamente, nos hacen señas para que nos aferremos a ellos y perdamos la mira de lo que más deseamos. No se dejen engañar. Hagan una pausa para orar. Escuchen esa voz apacible y delicada que nos repite, desde las profundidades de nuestra alma, la dulce invitación del Maestro: “Ven, sígueme”8. Si hacemos eso, nos apartaremos de la destrucción y de la muerte y encontraremos la felicidad y la vida eterna.

Sin embargo, hay quienes no escuchan, que no obedecen, que dan oído a las tentaciones del maligno, que se aferran a esos maka-fekes hasta el punto de no poder soltarlos, hasta que todo se ha perdido. Pienso en aquella persona poderosa, el Cardenal Wolsey. La prolífera pluma de William Shakespeare describió las majestuosas alturas, el pináculo de poder al que ascendió el Cardenal Wolsey. Esa misma pluma contó cómo sus valores fueron corroídos por la vana ambición, por el oportunismo, por el clamor de la prominencia y el prestigio. Entonces, ocurrió el descenso trágico, el doloroso lamento del que lo tuvo todo y, después, todo lo perdió.

El Cardenal Wolsey se dirige a Cromwell, su fiel criado, y le dice:

¡Oh Cromwell, Cromwell!

De haber servido a mi Dios con sólo la mitad de celo

que he puesto en servir a mi rey, no me hubiera entregado éste, a mi vejez,

desnudo, al furor de mis enemigos9.

El mandato inspirado que hubiera guiado al Cardenal Wolsey a un lugar seguro se arruinó por la búsqueda del poder y de la prominencia, la búsqueda de la riqueza y la posición. Como tantos que le precedieron y muchos más que lo sucederán, el Cardenal Wolsey cayó.

En tiempos de antaño, un rey perverso puso a prueba a un siervo de Dios. Con la ayuda de la inspiración del cielo, Daniel le interpretó al rey Belsasar la escritura que figuraba en la pared. En referencia a las recompensas que le ofreció, hasta un manto real y un collar de oro, Daniel dijo: “Tus dones sean para ti, y da tus recompensas a otros”10.

Darío, un rey posterior, también honró a Daniel, elevándolo a la más alta posición de prominencia, a lo que le siguió la envidia de la gente, los celos de los príncipes y la intriga de hombres ambiciosos.

Por artimañas y adulación, el rey Darío firmó una proclamación en la que constaba que cualquier persona que presentara una petición a un dios o a un hombre que no fuera al rey, se le arrojaría al foso de los leones. Se prohibió la oración. En esas cosas, Daniel no seguía la dirección de un rey terrenal sino del Rey de los cielos y la tierra, su Dios. Habiéndosele sorprendido diciendo sus oraciones diarias, Daniel fue llevado ante el rey. Con renuencia, se pronunció el castigo: Daniel sería arrojado al foso de los leones.

Me encanta el siguiente relato de la Biblia:

“El rey, pues, se levantó muy de mañana, y fue apresuradamente al foso de los leones.

“Y acercándose al foso llamó a voces… con voz triste… Daniel… el Dios tuyo, a quien tú continuamente sirves, ¿te ha podido librar de los leones?

“Entonces Daniel respondió al rey…

“Mi Dios envió su ángel, el cual cerró la boca de los leones, para que no me hiciesen daño…

“Entonces se alegró el rey en gran manera… fue Daniel sacado del foso, y ninguna lesión se halló en él, porque había confiado en su Dios”11.

En un momento de gran necesidad, la determinación de Daniel de ser firme y fiel le aportó protección divina y un santuario seguro.

El reloj de la historia, como los gránulos de un reloj de arena, marca el paso del tiempo. Un nuevo elenco ocupa el escenario de la vida. Los problemas de nuestra época se tornan amenazantes ante nosotros. Rodeados por los desafíos de la vida moderna, miramos hacia el cielo en busca de ese indefectible sentido de dirección para poder trazar y seguir el rumbo acertado. Nuestro Padre Celestial no rechazará nuestra súplica.

Al pensar en personas rectas, me viene a la mente el nombre de Gustav y de Margarete Wacker. Permítanme describirlos. Los conocí por primera vez cuando se me llamó a presidir la Misión Canadiense en 1959. Ellos habían emigrado de su tierra natal de Alemania a Kingston, Ontario, Canadá.

El hermano Wacker se ganaba la vida como peluquero. Sus recursos eran limitados, pero él y la hermana Wacker siempre pagaban más del diez por ciento de diezmo. Como presidente de rama, el hermano Wacker empezó un fondo misional, y durante varios meses, él era el único donante. Cuando había misioneros en la ciudad, los Wacker les daban de comer y los cuidaban, y los misioneros nunca salieron de la casa de los Wacker sin algún donativo tangible para la obra y el bienestar de los misioneros.

El hogar de Gustav y Margarete era un cielo. No se les bendijo con hijos, pero fueron como padres para muchos de los que visitaban la Iglesia. Hombres y mujeres cultos y refinados buscaban a esos humildes siervos de Dios que no tenían ningún tipo de estudio formal, y se consideraban afortunados si podían pasar siquiera una hora en su presencia. La apariencia de los Wacker era la de personas comunes y corrientes; su inglés era vacilante y hasta difícil de entender, y su casa era sencilla. No tenían automóvil ni televisión, ni hacían ninguna de las cosas a las que el mundo por lo general presta atención. Sin embargo, los fieles marcaron un sendero hasta su puerta, a fin de participar del Espíritu que allí reinaba.

En marzo de 1982 se llamó a los hermanos Wacker a servir en una misión de tiempo completo como obreros del Templo de Washington, D.C. El 29 de junio de 1983, mientras servían en esa asignación, el hermano Wacker, con su amada esposa a su lado, pasó tranquilamente de esta tierra a su recompensa eterna. Apropiadas son las palabras: “A los que honran a Dios, Dios los honra”12.

Mis hermanos y hermanas, tomemos la determinación ahora mismo de seguir el sendero estrecho que conduce al Padre de todos nosotros, para que recibamos el galardón de la vida eterna, la vida en la presencia de nuestro Padre Celestial. Si hubiera algo que tuviesen que cambiar o corregir a fin de lograrlo, los exhorto a que lo hagan ahora.

Que vivamos conforme a las palabras de un himno conocido:

Firmes creced en la fe que guardamos,

por la verdad y justicia luchamos.

A Dios honrad, por Él luchad,

y por Su causa siempre velad13.

Ruego que todos lo hagamos, es mi humilde oración, en el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. 2 Nefi 15:20; véase también Isaías 5:20.

  2. 1 Corintios 10:13.

  3. Epístola 2, líneas 217–220, en John Bartlett, Familiar Quotations, décima cuarta edición, 1968, pág. 409.

  4. “Y se multiplicará la paz de tus hijos”, Liahona, enero de 2000, pág. 62.

  5. D. y C. 50:23.

  6. 1 Corintios 3:16, 17.

  7. D. y C. 19:35.

  8. Lucas 18:22.

  9. William Shakespeare, Obras completas, “La vida del rey EnriqueVIII”, Acto 3, escena 2, Aguilar, S. A. de Ediciones, Madrid, 1967, pág. 839.

  10. Daniel 5:17.

  11. Daniel 6:19–23.

  12. Véase 1 Samuel 2:30.

  13. “Firmes creced en la fe”, Himnos, Nº 166.