2000–2009
Para actuar por nosotros mismos: El don y las bendiciones del albedrío
Abril 2006


Para actuar por nosotros mismos: El don y las bendiciones del albedrío

El albedrío empleado de manera correcta permite que la luz disipe las tinieblas y que vivamos con dicha y felicidad.

Me siento agradecido por el testimonio de nuestro profeta, el presidente Gordon B. Hinckley. En nombre de todos los miembros del mundo, expreso mi gratitud por el hecho de que decidiera seguir la inspiración del Señor y nos pidiera que leyéramos el Libro de Mormón, pues hemos sido abundantemente bendecidos por su inspirado consejo.

Nuestro padre Lehi, el primer profeta que se menciona en el Libro de Mormón, también decidió seguir al Señor. A él se le mandó “[partir] para el desierto con su familia”1. A pesar de las duras condiciones del viaje y de las murmuraciones de sus hijos Lamán y Lemuel, Lehi condujo a su familia a una tierra de promisión; pero ésta no fue un lugar de paz. Cuando Lamán y Lemuel emplearon su albedrío para desobedecer al Señor, el corazón de Lehi “[estuvo] agobiado de pesar [por ellos]”2. Antes de morir, Lehi reunió a sus hijos, los bendijo y les dio consejos3. Alentó a sus hijos rebeldes a arrepentirse y a ser fieles: “Despertad, hijos míos… Sacudíos de las cadenas con las cuales estáis sujetos”4. A su hijo Jacob, un joven recto, le enseñó una última e importante lección.

Si pudiésemos legar a nuestros hijos y nietos una lección de suma importancia, ¿cuál sería? De todos los gloriosos principios del Evangelio, Lehi eligió enseñar a su hijo sobre el plan de salvación… y el don del albedrío.

Enseñó que “los hombres son suficientemente instruidos para discernir el bien del mal”5. Esta sagrada enseñanza comenzó en los cielos. Allí, en el Gran Concilio, nuestro Padre Celestial permitió que prosiguiera el don del albedrío a fin de probarnos aquí en la vida terrenal “para ver si [haríamos] todas las cosas que el Señor [nuestro] Dios [nos] mandare”6.

Pero Satanás se opuso a Dios y a Su plan, diciendo: “Redimiré a todo el género humano… dame, pues, tu honra”7. “Pues, por motivo de que Satanás se rebeló contra mí, y pretendió destruir el albedrío del hombre que yo, Dios el Señor, le había dado… hice que fuese echado abajo”8. “Y muchos lo siguieron ese día”9. De hecho, “la tercera parte de las huestes del cielo”10 se valió de su albedrío para rechazar el plan de Dios.

Ustedes y yo nos encontrábamos entre los que emplearon el albedrío para aceptar el plan de nuestro Padre Celestial para venir a la tierra, tener una vida terrenal y progresar. “Clamamos de gozo… por tener la oportunidad de venir a la tierra para recibir un cuerpo, [pues sabíamos] que, mediante nuestra fidelidad, podríamos llegar a ser como nuestro padre, Dios”11.

Ahora estamos en la tierra, donde abundan las oportunidades de utilizar el albedrío, pues aquí hay “una oposición en todas las cosas”12. Esta oposición es esencial para el objeto de nuestra vida. Lehi explicó: “Para realizar sus eternos designios en cuanto al objeto del hombre… el Señor Dios le concedió al hombre que obrara por sí mismo. De modo que el hombre no podía actuar por sí a menos que lo atrajera lo uno o lo otro”13.

Adán y Eva fueron los primeros hijos de Dios que experimentaron esas tentaciones. En su anhelo por procurar la miseria del género humano, Satanás, “el padre de todas las mentiras”14, tentó a Adán y a Eva, y puesto que decidieron participar “del fruto prohibido, fueron echados del jardín de Edén, para cultivar la tierra”15. Debido a esa decisión, también “tuvieron hijos, sí, la familia de toda la tierra”16 y este estado terrenal “llegó a ser un estado de probación”17 para ellos y su posteridad. Pues “he aquí, todas las cosas han sido hechas según la sabiduría de aquel que todo lo sabe”, Lehi explicó a Jacob. “Adán cayó para que los hombres existiesen; y existen los hombres para que tengan gozo”18.

A veces olvidamos que nuestro Padre Celestial desea que cada uno de nosotros disfrute de ese gozo. Sólo el ceder a la tentación y al pecado puede impedírnoslo, y que cedamos es precisamente lo que Satanás desea que hagamos.

En cierta ocasión tuve la oportunidad de acompañar al presidente Spencer W. Kimball a un país lejano. Allí nos ofrecieron un recorrido por diversas zonas, entre ellas unas catacumbas, que son una especie de sepulturas subterráneas para los que fueron perseguidos por fanáticos cristianos. Al subir por los oscuros y angostos peldaños de aquel lugar, el presidente Kimball me enseñó una lección inolvidable. Me tiró de la chaqueta y dijo: “Siempre me ha preocupado lo que el adversario hace en el nombre de Cristo”. Y entonces agregó: “Robert, el adversario jamás puede tener gozo, a menos que tú y yo pequemos”.

Al reflexionar en ese comentario y al estudiar las Escrituras, empecé a entender lo que el presidente Kimball tal vez quiso decir. Recordé la palabra del Señor dirigida a todos los habitantes de la tierra, registradas en el Libro de Mormón: “¡Ay, ay, ay de este pueblo! ¡Ay de los habitantes de toda la tierra, a menos que se arrepientan; porque el diablo se ríe y sus ángeles se regocijan, a causa de la muerte de los bellos hijos e hijas de mi pueblo…!”19. Nuestros pecados hacen reír al diablo; nuestro pesar le produce un falso gozo.

Aunque el diablo se ría, su poder es limitado. Tal vez algunos recuerden un antiguo refrán: “El diablo me obligó a hacerlo”. Hoy deseo decirles, con palabras absolutamente ciertas, que el adversario no puede obligarnos a hacer nada. Él aguarda a nuestra puerta, como dicen las Escrituras, y nos persigue día a día20. Cada vez que salimos, con cada decisión que tomamos, decidimos avanzar, ya sea en dirección hacia él o hacia nuestro Salvador. Pero el adversario se debe alejar si le decimos que se aleje. Él no puede influir en nosotros a menos que se lo permitamos, ¡y él lo sabe! La única vez que puede influir en nuestro cuerpo y en nuestra mente —en nuestro propio espíritu— es cuando se lo permitimos. Dicho en otras palabras: ¡No tenemos por qué sucumbir a sus tentaciones!

Se nos ha dado el albedrío, se nos han dado las bendiciones del sacerdocio y se nos han dado la Luz de Cristo y el Espíritu Santo por una razón: esa razón es nuestro progreso y felicidad en este mundo y la vida eterna en el mundo venidero. Hoy pregunto: ¿hemos recibido ese Espíritu? ¿Seguimos por el sendero estrecho y angosto que conduce a Dios y a la vida eterna? ¿Estamos asidos a la barra de hierro, o vamos por otro camino? Testifico que la decisión que tomemos cada día con respecto a lo que queremos sentir, pensar y hacer es la forma por la que seguimos por ese camino hasta alcanzar nuestro destino eterno.

Ahora bien, ninguno está todo el tiempo en el sendero estrecho; todos cometemos errores. Por esa razón, Lehi, que entendía la misión del Salvador como defensor y conquistador de nuestro albedrío, le enseñó a Jacob —y a nosotros— que “el Mesías vendrá en la plenitud de los tiempos, a fin de redimir a los hijos de los hombres de la caída. Y porque son redimidos de la caída, han llegado a quedar libres para siempre, discerniendo el bien del mal, para actuar por sí mismos, y no para que se actúe sobre ellos”21. Ésa es la clave: “actuar por sí mismos, y no para que se actúe sobre ellos”.

En estos últimos días, como sucedió en la antigüedad, debemos evitar que se actúe sobre nosotros al actuar por nosotros mismos y evitar el mal. El Espíritu Santo nos inspirará. A José se le dijo que huyera de la esposa de Potifar. Abraham obedeció el mandamiento de huir de la tierra de Ur. A Lehi se le mandó huir de Jerusalén antes de que fuera destruida. Y a fin de proteger la vida del Salvador, a María y a José se les indujo a huir a Egipto.

Las indicaciones que recibimos para huir del mal reflejan el conocimiento que nuestro Padre Celestial tiene de nuestros puntos fuertes y de nuestras debilidades, así como lo consciente que Él es de las circunstancias imprevistas de nuestra vida. Cuando se reciben dichas indicaciones, éstas no suelen detenernos de inmediato, pues el Espíritu de Dios no habla con voz de trueno. La voz será suave como un susurro que llega a nuestra mente o en forma de sentimientos al corazón. Si damos oído a estas indicaciones, seremos protegidos de las destructivas consecuencias del pecado.

Pero si las ignoramos, la luz del Espíritu se extinguirá, nuestro albedrío se verá limitado o llegaremos a perderlo, y perderemos la confianza y la capacidad para actuar. Estaremos andando “en tinieblas [espirituales] al mediodía”22. ¡Y qué fácil es entonces desviarse por sendas desconocidas y andar perdidos! Con cuánta rapidez nos ciñen las cadenas del pecado de las que habló Lehi a sus hijos rebeldes23. Por ejemplo, si tomamos decisiones que nos hagan contraer grandes deudas, perderemos nuestro albedrío para satisfacer nuestros deseos y necesidades o no podremos ahorrar para cuando lleguen esos inevitables tiempos difíciles. Si decidimos quebrantar la ley, tal vez vayamos a la cárcel, donde el albedrío es tan limitado que no se puede escoger a dónde ir, a quién ver o qué hacer. La prisión espiritual es algo muy semejante; por tanto, y para conservar nuestro albedrío, debemos caminar diariamente en la luz de nuestro Señor y Salvador y seguir el sendero de la obediencia, el cual es el único que conduce a nuestro Padre Celestial.

Si el haber decidido hacer algo malo nos ha hecho caer por el sendero, debemos recordar el albedrío que se nos dio, el cual podemos elegir ejercer de nuevo. Me refiero concretamente a los que han sido vencidos por las negras tinieblas de la adicción. Si han caído en las garras de comportamientos destructivos que provocan adicción, tal vez sientan que espiritualmente están en un agujero negro. Tal y como sucede con los verdaderos agujeros negros espaciales, podrá parecerles totalmente imposible que la luz penetre allí donde ustedes están. ¿Cómo salir de ahí? Testifico que la única manera de hacerlo es mediante el mismo albedrío que ejercitaron con tanto valor en la vida preterrenal, el albedrío que el adversario no puede arrebatarles sin que ustedes se lo entreguen.

¿Cómo se recupera el albedrío? ¿Cómo pueden volver a ejercitarlo de manera correcta? Decidan obrar con fe y obediencia. Permítanme sugerirles algunas decisiones básicas que pueden comenzar a tomar ya, hoy mismo.

Decidan aceptar —con toda sinceridad— que ustedes son hijos de Dios, que Él les ama y que tiene poder para ayudarles.

Decidan ponerlo todo —literalmente todo— en el altar ante Él; creyendo que son Sus hijos, decidan que sus vidas le pertenecen a Él y que harán uso del albedrío para hacer Su voluntad. Es posible que lo hagan muchas veces a lo largo de la vida, pero no se rindan jamás.

Decidan estar en situaciones donde puedan tener experiencias con el Espíritu de Dios por medio de la oración, del estudio de las Escrituras, en las reuniones de la Iglesia, en el hogar y mediante sanas interacciones con los demás. Cuando sientan la influencia del Espíritu estarán empezando a ser purificados y fortalecidos. La luz se empieza a encender, y cuando la luz brilla, las tinieblas del mal no pueden permanecer.

Decidan obedecer y observar sus convenios, comenzando por el convenio del bautismo, y renuévenlos cada semana al participar dignamente de la Santa Cena.

Decidan prepararse para asistir dignamente al templo, concertar y renovar convenios sagrados y recibir todas las ordenanzas de salvación y las bendiciones del Evangelio.

Por último, y lo más importante, decidan creer en la Expiación de Jesucristo; acepten el perdón del Salvador y entonces perdónense a ustedes mismos. Por motivo del sacrificio que Él hizo por ustedes, Él tiene el poder de no recordar más sus pecados24. Ustedes deben hacer lo mismo.

Después de que se encuentren en el sendero y sean de nuevo “libres para escoger”, decidan rechazar los sentimientos de vergüenza por los pecados de los que se hayan arrepentido, niéguense a sentirse desanimados por el pasado y regocíjense con esperanza por el futuro. Recuerden que es Satanás el que desea que seamos “miserables como él”25. Hagan que sus deseos tengan más peso que los de él; sean felices y confíen en su vida y en las oportunidades y las bendiciones que les aguardan aquí y en la eternidad.

Por último, recuerden que nuestro albedrío no es sólo para nosotros. Tenemos la responsabilidad de usarlo para el beneficio de los demás, para elevarlos y fortalecerlos en sus pruebas y tribulaciones. Algunos hermanos y hermanas han perdido el pleno uso de su albedrío al tomar decisiones incorrectas. Así que, sin exponernos a las tentaciones, podemos y debemos invitar a los demás a recibir la luz del Evangelio de Jesucristo. Por medio de la amistad y del amor, podemos guiarlos por el sendero de la obediencia y alentarlos a valerse del albedrío para tomar decisiones correctas una vez más.

Así como el padre Lehi testificó a su familia de las bendiciones del albedrío, también yo deseo testificarles a ustedes, mis amados hermanos y hermanas de todo el mundo y a mi familia. El albedrío se manifestó en el concilio de los cielos cuando optamos por seguir el plan de nuestro Padre Celestial y venir a la tierra a pasar este periodo de probación. El albedrío nos permite ser probados para ver si perseveraremos hasta el fin y regresar a nuestro Padre Celestial con honor. El albedrío es el catalizador que nos lleva a expresar nuestros deseos más recónditos y espirituales en nuestro comportamiento externo y cristiano. El albedrío nos permite tomar decisiones fieles y obedientes que nos fortalezcan para poder elevar y fortalecer a los demás. El albedrío empleado de manera correcta permite que la luz disipe las tinieblas y que vivamos con dicha y felicidad en el presente, que contemplemos el futuro, incluso las eternidades, con fe, y que no hagamos hincapié en las cosas del pasado. El uso que hagamos del albedrío determina quiénes somos y lo que llegaremos a ser.

A todos los que deseen disfrutar de las más excelsas bendiciones del albedrío, les testifico que éste se fortalece por medio de la fe y de la obediencia. El albedrío nos impulsa a actuar: a buscar para encontrar, a pedir para recibir la guía del Espíritu, a llamar a la puerta que conduce a la luz espiritual y, al final, a la salvación. Doy testimonio especial de que nuestro Salvador Jesucristo es la fuente de esa luz, sí, la Luz y la Vida del mundo. Al utilizar el albedrío para seguirle, Su luz crecerá en nuestro interior con mayor intensidad hasta el día perfecto26 en que seamos recibidos en la presencia de nuestro Padre Celestial por toda la eternidad. Ruego que hagamos uso del albedrío para ese sagrado y glorioso fin, en el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. 1 Nefi 2:2.

  2. Véase 2 Nefi 1:17.

  3. Véase 2 Nefi 1:14.

  4. 2 Nefi 1:23.

  5. 2 Nefi 2:5.

  6. Véase Abraham 3:24–25.

  7. Moisés 4:1.

  8. Moisés 4:3.

  9. Abraham 3:28.

  10. D. y C. 29:36.

  11. Joseph Fielding Smith, Man, His Origin and Destiny, 1965, pág. 277.

  12. 2 Nefi 2:11.

  13. 2 Nefi 2:15–16.

  14. 2 Nefi 2:18.

  15. 2 Nefi 2:19.

  16. 2 Nefi 2:20.

  17. 2 Nefi 2:21.

  18. 2 Nefi 2:24–25.

  19. 3 Nefi 9:2.

  20. Véanse Génesis 4:7; Moisés 5:23.

  21. 2 Nefi 2:26.

  22. D. y C. 95:6.

  23. Véase 2 Nefi 9:45.

  24. D. y C. 58:42.

  25. 2 Nefi 2:27.

  26. Véase D. y C. 50:24.