Tres decisiones
Me gustaría ofrecer mi propio plan de superación personal, el cual consiste en tres pasos que me han sido útiles.
Hace poco me di cuenta de que existen muchos programas de superación personal. La demanda de esos productos debe ser enorme porque es casi imposible encender el televisor o la radio sin ver u oír publicidades de productos que prometen de todo, desde hacer bajar de peso hasta hacer renacer un exuberante cabello. A veces me pregunto si las personas que fabrican esos productos me conocerán en persona.
Hoy me gustaría ofrecer mi propio plan de superación personal, el cual consiste en tres pasos que me han sido útiles, y confío en que les servirán también a ustedes. Además, este programa de superación personal es gratis; no es necesario que saquen su tarjeta de crédito, ni tampoco aparecerá en la pantalla un número de teléfono al cual hay que llamar en menos de cinco minutos para no desperdiciar esta oportunidad que se ofrece una sola vez en la vida.
Tal vez la mejor manera de enseñar esos principios sea mediante una parábola.
Había una vez un hombre llamado Juan, que aun cuando era bastante joven, había pasado por mucho sufrimiento y angustia. Vagabundo y adicto al alcohol y a las drogas, se hallaba enfermo y cansado de la vida. Cuanto más se hundía en la enfermedad y la desesperación, más consciente era de que si no cambiaba algunas cosas pronto, existía una gran posibilidad de morir abatido, infeliz y en la soledad.
Tal vez, como resultado de haber asistido a la Primaria algunas pocas veces durante su niñez, Juan fue a un centro de reuniones cercano y pidió ver al obispo.
“He arruinado mi vida”, dijo Juan entre sollozos apesadumbrados que le salían de lo más profundo de su alma acongojada. Habló sobre los errores que había cometido y del sendero de autodestrucción y de sufrimiento por el que había andado.
El obispo escuchó la triste historia de Juan, y se dio cuenta de que el hombre realmente deseaba arrepentirse y cambiar de vida, pero también se percató de que Juan tenía muy poca confianza en su capacidad para cambiar.
Tras pensar unos momentos acerca de lo que debía decir, el obispo finalmente levantó la vista y dijo: “Juan, he hecho tres decisiones que me han ayudado en la vida. Tal vez te sirvan a ti también”.
“Por favor, dígame cuáles son”, rogó Juan. “Haré lo que sea. Lo único que quiero es volver a empezar. Quiero ser como era antes”.
El obispo sonrió, y le dijo: “Lo primero que debes comprender es que no puedes retroceder al pasado y volver a empezar. Pero no todo está perdido, ya que puedes empezar desde el punto en el que estás ahora. Toma la decisión de empezar tu arrepentimiento ahora”.
Hasta cierto punto, todos somos como Juan; hemos cometido errores, y sin importar cuánto deseemos retroceder al pasado y volver a empezar, no podemos. Sin embargo, podemos empezar desde el punto en el que estamos hoy.
En el Libro de Mormón encontramos el relato de Alma, el hijo de un gran profeta. Alma hijo se rebeló contra su padre y procuró obrar el mal. Después de la visita de un ángel que lo dejó inerte e incapaz de hablar, se arrepintió y se esforzó el resto de sus días por reparar el daño que había causado. Como resultado, bendijo y benefició la vida de miles de personas. Alma no aceptó estar condenado por causa de errores pasados. Aunque entendía que no podía borrar lo pasado, también comprendía que tenía la facultad de arrepentirse y comenzar nuevamente desde el punto en el que estaba.
¿Cómo empezamos a arrepentirnos?
Lo primero es reconocer nuestros errores y decidir arrepentirnos, decidir hoy, hoy mismo, ser mejores; vivir de forma noble y compasiva y esforzarnos para ser más como el Salvador.
Nuestro destino final depende de nuestras decisiones diarias.
Josué, un gran profeta del Antiguo Testamento, lo comprendía, y por eso dijo: “…escogeos hoy a quien sirváis… pero yo y mi casa serviremos a Jehová”1.
Josué entendía lo esencial que es no demorar en escoger ser más rectos; asimismo, nosotros también debemos decidir ahora. ¿Estarán nuestras vidas llenas de remordimiento y desesperación? ¿O nos arrepentiremos y nos esforzaremos a diario para hacer que nuestros días valgan la pena y sean significativos?
La dicha o la desesperanza del mañana tiene sus raíces en las decisiones que tomemos hoy. Tal vez haya personas que piensen en su interior: “Sé que hay cosas que tengo que cambiar en mi vida. Tal vez las haga más adelante, pero ahora no”.
La gente que se para en el umbral de la vida esperando que le llegue el momento indicado para cambiar es como el hombre que se para en la orilla de un río para esperar que el agua acabe de pasar, y poder así cruzar sobre tierra seca.
El día para decidir es hoy.
Cuando Juan escuchó las palabras del obispo, prometió hacer lo que él le decía. Por motivo de sus adicciones, Juan sabía que tenía que arrepentirse y mejorar su estado de salud; así que se internó voluntariamente en una institución en la que atravesó el largo proceso de recuperación. Comenzó a ingerir alimentos nutritivos, a caminar y a hacer ejercicio.
Con el pasar de las semanas, Juan pudo librarse de sus adicciones. Notó que su salud mejoraba y empezaba a sentirse más fuerte, pero todavía no estaba satisfecho. Eran tantas las cosas en su vida que debían mejorar, que se sintió abrumado y desalentado.
Por lo cual, una vez más, hizo una cita con su obispo.
Fue entonces que se enteró de la segunda decisión: “Juan”, le dijo el obispo, “lo más probable es que todo esto te sea muy difícil si piensas que puedes lograr la perfección de una vez. Debes aprender a escoger tus prioridades. Debes poner lo que va primero en primer lugar”.
En la mayoría de los casos, se crece lentamente, paso a paso. Lo comprendemos cuando se trata de dominar un instrumento musical, de convertirnos en atletas consumados o de pilotear un avión, pero cuando no progresamos según nuestras expectativas en todos los aspectos de la vida, a menudo casi no podemos perdonarnos.
Los grandes escultores y artistas pasan un sinnúmero de horas perfeccionando sus talentos. No levantan el cincel o el pincel y la paleta esperando la perfección de inmediato, sino que comprenden que cometerán muchos errores al aprender, pero parten de lo básico, empezando por los fundamentos esenciales.
Lo mismo se aplica a nosotros.
Nos convertimos en el amo de nuestra vida al poner lo que va primero en primer lugar. Todos tenemos una idea bastante clara de cuáles son las decisiones más importantes que debemos tomar, el tipo de decisiones que nos mejorarán la vida y nos darán mayor felicidad y paz. Es por allí por donde debemos empezar. Es en eso en lo que más debemos esforzarnos.
Todas las noches, antes de acostarme, saco un papel, y enumero lo que tengo que hacer al día siguiente, en orden de prioridad.
Cuando por la mañana llego a la oficina, verifico mi papel y dedico todo mi esfuerzo a cumplir con la primera cosa de la lista. Cuando la logro, sigo con la segunda, y así sucesivamente. Hay días en que hago todo lo que está en la lista. Sin embargo, hay días en que me quedan algunas cosas sin hacer, pero no por eso me desaliento, ya que dedico mis energías a las cosas que más importan.
Juan comenzó a entender que no podía cambiar en un instante todo lo errado de su vida, pero podía decidir cuáles serían sus prioridades. Podía concentrarse en las cosas que más importaban y, con el paso del tiempo, su vida empezaría a mejorar.
Con la ayuda del presidente del quórum de élderes, Juan encontró un lugar modesto donde vivir. Sabía que debía encontrar los medios para mantenerse, así que a medida que su salud y su actitud mejoraron, encontró trabajo de media jornada.
Todas las noches, antes de acostarse, Juan hacía una lista de las cosas más importantes que debía lograr al día siguiente.
A la larga, Juan tuvo una fuente de ingresos fija. Se mudó a una vivienda más cómoda, y se compró un automóvil, pero, a pesar de sentirse mucho mejor con respecto a su vida, seguía sintiendo que algo le faltaba.
Consecuentemente, Juan fue a hablar con el obispo por tercera vez.
“La razón por la cual todavía te sientes vacío”, dijo el obispo, “es que no has tomado la tercera decisión”.
Juan preguntó de qué se trataba.
“No basta con decidir y tomar decisiones y luego con esforzarse a diario por cumplirlas”, explicó el obispo. “Hay muchos que se han pasado la vida en trabajos productivos y que tienen muchos logros pero que se siguen sintiendo vacíos. Al final del día, lamentan el que sus vidas carezcan de significado”.
Juan se había estado sintiendo exactamente así.
El obispo siguió: “No basta con hacer cosas; debemos hacer cosas correctas, las cosas que el Padre Celestial desea que hagamos”.
“¿Cómo sé cuáles son las cosas correctas?”, preguntó Juan.
El obispo sonrió y tomó un ejemplar de las Escrituras que estaba en su escritorio. La tapa de cuero estaba gastada y arrugada, y el brillo dorado del filo de las hojas casi había desaparecido por completo. “Por medio de las Escrituras y de las palabras de los profetas de los últimos días”, contestó el obispo. “Acá están ‘las cosas correctas’. Hay quienes creen que los mandamientos del Padre Celestial nos limitan y son difíciles de cumplir. Pero por lo contrario, son un manual para ser feliz. Todo aspecto del Evangelio de Jesucristo –los principios, la doctrina y los mandamientos – es parte del plan del Padre Celestial para ayudarnos a hallar la paz y la felicidad”.
El obispo abrió el Libro de Mormón, y leyó las palabras del rey Benjamín: “…quisiera que consideraseis el bendito y feliz estado de aquellos que guardan los mandamientos de Dios. Porque he aquí, ellos son bendecidos en todas las cosas, tanto temporales como espirituales; y si continúan fieles hasta el fin, son recibidos en el cielo, para que así moren con Dios en un estado de interminable felicidad”2.
A medida que el obispo hablaba, Juan pensó en su propia vida. Las cosas que había adquirido no le habían dado felicidad. Quizás lo que el obispo decía era verdad. Era posible que la felicidad se obtuviera viviendo en armonía con los mandamientos de nuestro Padre Celestial.
Como si supiera lo que Juan pensaba, el obispo agregó: “Recuerda las palabras del Salvador: ‘…¿qué aprovechará el hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma’”3.
Esa misma noche, Juan se comprometió a abrir las Escrituras, es decir, la palabra de Dios, y aprender por cuenta propia los mandamientos y las doctrinas del Padre Celestial. Dejó de resistirse a las palabras de Señor. En vez de ello, las adoptó y las atesoró. A medida que lo fue haciendo, el vacío de su alma empezó a disminuir, y en su lugar, paulatinamente, experimentó una dicha y una paz que sobrepasan todo entendimiento.
Las cosas que el obispo le dijo a Juan en verdad le cambiaron la vida. Otrora estuvo desmoralizado, angustiado y cerca de la muerte; ahora se sentía vivo, dichoso y lleno de felicidad.
Hermanos y hermanas, nuestro amoroso Padre Celestial nos ha dado las Escrituras que nos enseñan a distinguir entre el bien y el mal, y nos indican el sendero que lleva a la paz y a la felicidad. En la actualidad tenemos también otro gran motivo de regocijo, porque ¡Su Hijo nos habla a todos!
El Señor no se queda en los cielos callado y escondido tras muros impenetrables, sino que bajo la dirección de nuestro Padre Celestial, el Señor da instrucciones a Sus siervos ungidos. En este mismo instante, nuestro profeta, el presidente Gordon B. Hinckley, dirige la santa obra del Señor en la tierra.
Además, la luz de Cristo guía a todos los mortales hacia nuestro Padre Celestial y Sus verdades; nos enseña a amar al Señor y al prójimo porque “a todo hombre se da el Espíritu de Cristo para que sepa discernir el bien del mal”4.
No tenemos excusa para justificar el que no elijamos el sendero del Señor. ¿Creen que en el día del juicio a nuestro Salvador le va a importar en lo más mínimo cuánta riqueza hayamos acumulado o cuántos elogios de los hombres hayamos recibido? Él desea que acudamos a Él, que aprendamos de Él, y que descubramos el amor puro de Cristo que se recibe al abrazar Su palabra y obedecer Sus mandamientos.
De esa forma es que podemos quitar el vacío de nuestras vidas y llenar nuestras almas de una dicha indescriptible.
¿Me permiten repasar esas tres decisiones para que se las planteen? Sin duda, ustedes ya han tomado sus propias decisiones que les han brindado éxito a lo largo de la vida.
Primero, decidan iniciar ya el proceso de arrepentimiento. No lo demoren. Asistan a las reuniones y presten servicio alegremente en la Iglesia. Aprendan los principios del Evangelio y vivan de acuerdo con ellos y comiencen en este momento a prepararse para entrar en el templo.
Segundo, decidan cuáles serán sus prioridades. Pongan a la familia en primer lugar. Efectúen noches de hogar que tengan calidad, y permitan que el tiempo que pasen con sus familias sea representativo de la importancia que éstas tienen. Aprécienlas y cuídenlas para que los horarios ocupados y las frustraciones no los aparten a ustedes de sus seres queridos. Esfuércense día a día por ser más obedientes a los mandamientos del Señor.
Tercero, escojan hacer lo correcto. Estudien las Escrituras y las palabras de nuestro profeta actual, a saber, el presidente Gordon B. Hinckley. Apliquen esas enseñanzas sagradas a la vida. Extiendan la mano a los afligidos: a los que están solos, enfermos y necesitados. Hagan lo posible por aliviar el sufrimiento y ayudar a los demás a convertirse en personas autosuficientes. Al hacerlo, el Señor estará bien complacido con ustedes.
Hermanos y hermanas, sé que nuestro Padre Celestial y Su Hijo amado viven. Les testifico que José Smith fue llamado a organizar la Iglesia del Señor en la dispensación del cumplimiento de los tiempos. En calidad de testigo especial de Jesucristo, sé que el Salvador puso Su vida por nosotros. Por medio de Su expiación, todo el género humano se puede arrepentir y ser limpiado del pecado. Podemos regresar a nuestro Padre Celestial y darnos cuenta del valor del sacrificio infinito de nuestro Salvador. De ello testifico, en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.