2000–2009
El llamado de advertencia de los profetas
Octubre 2003


El llamado de advertencia de los profetas

Hoy día hay profetas y apóstoles que están a la cabeza de esta obra, a medida que se extiende por todo el mundo.

Al contemplar esta enorme congregación, con la imaginación puedo ver no sólo a los que están presentes en el Centro de Conferencias, sino a los que participan de esta conferencia en centros de reuniones y casas particulares por todo el mundo. Ya sea que estén cerca o lejos, ustedes son de gran importancia en la obra del Señor y en el establecimiento de la Iglesia donde residen.

Estamos unidos en nuestro amor por Dios, nuestro Padre Celestial; honramos Su nombre y el de Su Hijo Unigénito, el Salvador del mundo, Jesucristo. En esta conferencia, mediante el poder del Espíritu Santo, experimentaremos sentimientos que aumentarán nuestra fe en el Padre y el Hijo, y nuestro amor por los principios del Evangelio restaurado. A su vez, esos sentimientos nos acercarán a Ellos a medida que percibamos Su presencia en nuestra vida, y deseemos con todo nuestro corazón saber Su voluntad y ser como Ellos.

Mi mensaje y testimonio a ustedes es que hoy día hay profetas y apóstoles que están a la cabeza de esta obra, a medida que se extiende por todo el mundo. Ellos han sido llamados por Dios, por revelación; son en verdad profetas, videntes y reveladores. El Señor los ama, y los miembros de la Iglesia los honramos y respetamos como siervos del Dios viviente. El llamado de advertencia de los profetas es tan claro hoy como lo fue en el pasado, y su testimonio continuará hasta el preciso momento en que el Señor Jesucristo regrese a reinar en gloria.

Vivimos en tiempos maravillosos pero peligrosos; por toda la tierra, la estabilidad de las naciones y del mundo en general se está deteriorando. Vemos discordia y enemistad entre líderes y naciones, conflicto entre comunidades y contención en las familias. La solución a los males del mundo se encuentra en la comprensión de las doctrinas y enseñanzas del Señor Jesucristo, y en la aplicación de esos principios en la vida de todo ser humano. Los profetas, tanto antiguos como modernos, han enseñado con claridad las doctrinas y enseñanzas divinas, de acuerdo con la inspiración del Espíritu Santo. Al escuchar esas verdades, nuestro corazón y nuestra mente las reciben mediante ese mismo Espíritu.

Al considerar la función de los profetas, es importante que comprendamos que, en primer lugar, son llamados por Dios y que Él testifica al mundo de su llamamiento. En el antiguo Libro de Abraham se describe un acontecimiento que ocurrió en la vida premortal, cuando Dios contempló los espíritus que había creado: “Y vio Dios que estas almas eran buenas, y estaba en medio de ellas, y dijo: A éstos haré mis gobernantes; pues estaba entre aquellos que eran espíritus, y vio que eran buenos; y me dijo: Abraham, tú eres uno de ellos; fuiste escogido antes de nacer” (Abraham 3:23).

Sobre Samuel, el profeta del Antiguo Testamento, las Escrituras dicen: “Samuel creció, y Jehová estaba con él, y no dejó caer a tierra ninguna de sus palabras. Y todo Israel, desde Dan hasta Beerseba, conoció que Samuel era fiel profeta de Jehová” (1 Samuel 3:19–20).

En el Libro de Mormón se cita al Salvador en la antigua América, cuando Él recalcó el valor de las profecías del Antiguo Testamento que había hecho Isaías:

“Y he aquí, ahora os digo que debéis escudriñar estas cosas. Sí, un mandamiento os doy de que escudriñéis estas cosas diligentemente, porque grandes son las palabras de Isaías. Pues él ciertamente habló en lo que respecta a todas las cosas concernientes a mi pueblo que es de la casa de Israel… Y todas las cosas que habló se han cumplido, y se cumplirán, de conformidad con las palabras que habló… Escudriñad los profetas, porque muchos son los que testifican de estas cosas” (3 Nefi 23:1–3, 5).

En segundo lugar, la función de los profetas es enseñar de Cristo y testificar de Su divinidad y de Su misión. Adán, el primer profeta, y su esposa Eva, oyeron la voz del Señor y él inició el modelo de las dispensaciones que vendrían después. De ese hecho trascendental se registra que “Adán bendijo a Dios en ese día y fue lleno, y empezó a profetizar concerniente a todas las familias de la tierra, diciendo: Bendito sea el nombre de Dios, pues a causa de mi transgresión se han abierto mis ojos, y tendré gozo en esta vida, y en la carne de nuevo veré a Dios.

“Y Eva, su esposa, oyó todas estas cosas y se regocijó, diciendo: De no haber sido por nuestra transgresión, nunca habríamos tenido posteridad, ni hubiéramos conocido jamás el bien y el mal, ni el gozo de nuestra redención, ni la vida eterna que Dios concede a todos los que son obedientes.

“Y Adán y Eva bendijeron el nombre de Dios, e hicieron saber todas las cosas a sus hijos e hijas” (Moisés 5:10–12).

Helamán, un antiguo profeta de las Américas, enseñó a sus hijos Nefi y Lehi: “Y ahora bien, recordad, hijos míos, recordad que es sobre la roca de nuestro Redentor, el cual es Cristo, el Hijo de Dios, donde debéis establecer vuestro fundamento, para que cuando el diablo lance sus impetuosos vientos, sí, sus dardos en el torbellino, sí, cuando todo su granizo y furiosa tormenta os azoten, esto no tenga poder para arrastraros al abismo de miseria y angustia sin fin, a causa de la roca sobre la cual estáis edificados, que es un fundamento seguro, un fundamento sobre el cual, si los hombres edifican, no caerán” (Helamán 5:12).

Quizás el testimonio más poderoso del Salvador en esta dispensación sea el que dieron el profeta José Smith y Sydney Rigdon en 1832:

“Y ahora, después de los muchos testimonios que se han dado de él, éste es el testimonio, el último de todos, que nosotros damos de él: ¡Que vive!

“Porque lo vimos, sí, a la diestra de Dios; y oímos la voz testificar que él es el Unigénito del Padre;

“que por él, por medio de él y de él los mundos son y fueron creados” (D. y C. 76:22–24).

La tercera característica de los profetas es que sus enseñanzas quedan registradas, y los profetas y maestros subsiguientes las enseñan a los habitantes del mundo. El Señor dijo a Moisés, profeta del Antiguo Testamento: “Sube a mi monte, y espera allá, y te daré tablas de piedra, y la ley, y mandamientos que he escrito para enseñarles” (Éxodo 24:12).

Los profetas del Señor en la actualidad han dado un testimonio igualmente convincente, cuando en 1995 testificaron al mundo acerca de la naturaleza sagrada del matrimonio y de la familia:

“Nosotros, la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, solemnemente proclamamos que el matrimonio entre el hombre y la mujer es ordenado por Dios y que la familia es la parte central del plan del Creador para el destino eterno de Sus hijos…

“Declaramos que la forma por medio de la cual se crea la vida mortal fue establecida por decreto divino. Afirmamos la santidad de la vida y su importancia en el plan eterno de Dios…

Hacemos un llamado a los ciudadanos responsables y a los representantes de los gobiernos de todo el mundo a fin de que ayuden a promover medidas destinadas a fortalecer la familia y mantenerla como base fundamental de la sociedad” (“La Familia: Una proclamación para el mundo”, Liahona, octubre de 1998, pág. 24).

Más tarde, también expresaron su testimonio personal, en calidad de Apóstoles del Señor, sobre la misión de Jesucristo:

“Testificamos solemnemente que Su vida, que es fundamental para toda la historia de la humanidad, no comenzó en Belén ni concluyó en el Calvario. Él fue el Primogénito del Padre, el Hijo Unigénito en la carne, el Redentor del mundo…

“Testificamos que algún día Él regresará a la tierra… Él regirá como Rey de reyes y reinará como Señor de señores, y toda rodilla se doblará, y toda lengua hablará en adoración ante Él. Todos nosotros compareceremos para ser juzgados por Él según nuestras obras y los deseos de nuestro corazón” (“El Cristo Viviente: El testimonio de los Apóstoles”, Liahona, abril de 2000, pág. 2).

En su misma esencia, las doctrinas de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días tienen como fin transmitir al alma de toda persona sincera, que suplique a Dios con fe, un testimonio personal de nuestro Señor y Salvador y de la función de los profetas desde el comienzo de los tiempos hasta este preciso momento. Testifico que la sucesión de profetas ha continuado desde José Smith, el primer Profeta de esta dispensación, hasta Gordon B. Hinckley, el Profeta del Señor hoy en día. De eso doy mi testimonio, en el nombre de Jesucristo. Amén.