1990–1999
La Fe De Nuestros Padres
Abril 1996


La Fe De Nuestros Padres

“Jamas olvidemos lo fe de nuestros padres y su sacrificio desinteresado de nuestros madres, esos santos pioneros que nos dieron ese inspirado ejemplo de obediencia.”

Mis amados hermanos, hermanas y amigos, es para mí un gran privilegio estar aquí ante este púlpito y dar la bienvenida a las filas de las Autoridades Generales a los hermanos que han sido llamados para integrarlas. Nos hemos reunido en este histórico Tabernáculo y en todo el mundo “para hablar unos con otros concerniente al bienestar de [nuestras] almas” (1) y para “deleita[rnos] en las palabras de Cristo” (2).

Hablaré hoy día de la fe de nuestros primeros padres pioneros. Podemos atribuir gran parte del admirable progreso de la Iglesia y de este estado de Utah a la fe que ellos tuvieron en el Señor, Jesucristo . Nos admiramos ante su resolución y tenacidad de mantenerse firmes en sus convicciones a pesar de los obstáculos que tuvieron que vencer.

El primer principio del evangelio es fe en el Señor, Jesucristo. El es el principio fundamental del evangelio y la base de toda rectitud. El profeta José Smith dijo que “la fe es la seguridad de la existencia de las cosas que no se ven” (3). Las Escrituras definen la fe como “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (4).

Hoy día nos deleitamos en nuestra fe en el Salvador. Testificamos al mundo que “las palabras de Cristo os dirán todas las cosas que debéis hacer” (5). Como miembros de la Iglesia del Señor y como defensores fieles de Su evangelio restaurado, declaramos solemnemente que Dios vive, que Jesús es en verdad el Cristo, el Salvador y Redentor del mundo. Mañana es Pascua de Resurrección, un día para meditar en la misión de Jesucristo, el Hijo Unigénito de nuestro Padre Celestial. La Expiación, que incluye la resurrección del Salvador, les da la inmortalidad y la posibilidad de una vida eterna a todos los hijos de nuestro Padre Celestial. ¡Cuan agradecidos debemos estar por estas bendiciones!

Declaramos con placer a todos los que tengan “oídos para oír” (6) que el Señor, “sabiendo las calamidades que sobrevendrían a los habitantes de la tierra, llamó] a [Su] siervo José Smith, hijo, y le habl[ó] desde los cielos y le di[ol mandamientos” (7) de restaurar la plenitud del evangelio que tenían los santos en los primeros días.

Testificamos desde “la cumbre de los montes” (8) que el presidente Gordon B. Hinckley es el Profeta de Dios sobre la tierra hoy día. Debido a la fe en nuestro Profeta, los miembros de la Iglesia hacen eco a las palabras del apóstol Pedro “Tenemos también la palabra profética mas segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones” (9). La luz de la revelación divina brilla por medio de un Profeta viviente con el fin de alumbrar un mundo en obscuridad.

Desde el principio de la restauración del Evangelio de Jesucristo en América, la libertad religiosa ha permitido que la Iglesia prospere. Las raíces que se incrustaron profundamente en un terreno rico en obediencia y sacrificio han dado buen fruto. Generaciones de miembros fieles han forjado un cimiento firme. Desde esta base de fortaleza “rodara el evangelio hasta los extremos de [la tierra], como la piedra cortada del monte, no con mano, ha de rodar, hasta que llene toda la tierra” (10).

El presidente Joseph F. Smith, que vino a este valle a través de las llanuras siendo niño, y que supo mucho sobre la adversidad en su vida, declaro su testimonio de la siguiente manera: “El Reino de Dios esta aquí para crecer, para propagarse, para arraigarse en la tierra y permanecer donde el Señor lo ha plantado, por Su propio poder y por Su propia palabra, en la tierras para nunca jamas ser destruido, ni terminado, sino para que continúe hasta que los propósitos del Altísimo se cumplan, hasta lo mas mínimo que se haya hablado por la boca de Sus santos profetas desde el comienzo del mundo” (11).

El presidente Hinckley hace notar que “la Iglesia esta creciendo en forma maravillosa … Se esta diseminando sobre la tierra en forma milagrosa … El explica que una de las razones de este crecimiento se basa en que “somos una religión resuelta … Tenemos grandes expectativas con respecto a nuestra gente; tenemos normas a las que esperamos que se ciñan y esa es una de las cosas que atrae a la gente a la Iglesia: Sus normas como un ancla en un mundo de valores fluctuantes” (12).

El fantástico crecimiento global de la Iglesia ha centrado nuestra atención en el glorioso futuro que se ha profetizado del Reino. Al mismo tiempo que miramos hacia el futuro con optimismo, debemos hacer una pausa y mirar hacia el pasado, hacia esa fe de nuestros humildes padres pioneros. La fe de ellos fue la base sobre la cual continua floreciendo la Iglesia.

Durante el mes de febrero de este año, los ciudadanos de Nauvoo y de otras comunidades a través del estado de lowa conmemoraron el aniversario número ciento cincuenta del éxodo de los santos. En 1846 mas de diez mil miembros dejaron la prospera ciudad que habían edificado a orillas del río Misisipi. Con fe en sus proféticos líderes, esos primeros miembros de la Iglesia abandonaron su “bella ciudad” y se aventuraron a la desértica frontera americana. No sabían exactamente hacia donde iban, ni cuantas millas tenían que recorrer, ni cuan largo seria el viaje, ni siquiera lo que les deparaba el destino. Pero sí sabían que los guiaba el Señor y Sus siervos. Su fe les dio sustento y tenían puesta su esperanza en “cosas que no se ven, y que son verdaderas” (13). Como el Nefi de la antigüedad, iban “guiado[s] por el Espíritu, sin saber de antemano lo que tendría[n] que hacer” (14).

Por temor a mas violencia del populacho que había tomado las vidas del profeta José y de su hermano Hyrum el 27 de junio de 1844, Brigham Young, que guiaba la Iglesia como Presidente del Quórum de los Doce, anuncio en septiembre de 1845 que los santos saldrían de Nauvoo en la primavera de 1846. La mayoría de los que vivían en Nauvoo creyeron plenamente que, cuando Brigham Young anuncio que debían salir, estaban escuchando lo que el Señor deseaba que hicieran.

Al responder con fe a la instrucción del Señor, durante los meses del otoño y del invierno de 1845-1846, los miembros de la Iglesia trabajaron en forma ardua para prepararse para el viaje.

Cuando Newel Knight informo a su esposa Lydia que los santos debían abandonar Nauvoo y viajar nuevamente, ella respondió con tenaz fe: “Esta bien, no hay nada que discutir. Nuestro hogar esta con el Reino de Dios. Empecemos a hacer los preparativos para el viaje” (15). El hermano Knight ya se había mudado con su familia varias veces, como lo habían hecho muchos de los santos, desde Nueva York a Ohio, de allí a Misuri y luego a Illinois. La devota sumisión de Lydia Knight a lo que ella sabia que era la voluntad de Dios es un ejemplo típico del poder de la fe de los heroicos santos de esa época. La letra de un himno familiar cobra otro significado al tener en mente la fe que ellos tuvieron.

La fe de nuestros padres aún vive,

a pesar de los calabozos, el fuego y la espada;

oh, cómo palpitan nuestros corazones de gozo

al escuchar la gloriosa palabra

La fe de nuestros padres, fe sagrada,

seremos fielesa tí hasta la muerte. (16)

Aun cuando el invierno todavía no había terminado, el temor de que el populacho atacara y los confusos rumores de la intervención del gobierno obligaron al presidente Young a precipitar los preparativos para el viaje. El 4 de febrero de 1846, un frío día de invierno, Brigham Young dirigió a la primera compañía de familias que abandonaran Nauvoo. Llevaron sus carromatos y su ganado a través de la calle Parley, una calle que paso a conocerse como la “calle de las lágrimas”, hacia un embarcadero donde el transbordador los llevaría al otro lado del río, hasta el estado de Iowa. Los trozos de hielo que flotaban en el agua se estrellaban contra los lados de la embarcación y de la barcaza que llevaba los carromatos a través del Misisipi. Unas pocas semanas mas tarde, la temperatura bajo aun mas y los carromatos pudieron atravesar el río fácilmente sobre la superficie de hielo.

A principios de marzo le este ar o visite Nauvoo con mi esposa. El clima era terriblemente frío. Mientras nos encontrábamos allí, azotados por un viento helado, miramos la extensión del ancho río Misisipí y sentimos un agradecimiento mucho mas profundo por esos santos que abandonaron su amada ciudad. Nos preguntamos como sobrevivieron. (Que sacrificio el dejar tanto atrás por un futuro incierto! Con razón se derramaron tantas lágrimas mientras los pioneros conducían sus carromatos a través de la calle Parley para luego atravesar el río, sin la esperanza de regresar jamas a su hermosa ciudad.

Una vez que llegaron al otro lado del río, acamparon algún tiempo en Sugar Creek antes de empezar su ruta hacia las Montañas Rocosas. Había empezado la jornada que el historiador H.. H. Bancroft describiera como la migración sin “paralelo en la historia del mundo” (17).

Cuando Brigham Young se unió a los pioneros en el campamento de Iowa, el 15 de febrero de 1846, el Señor le revelo que empezara a organizar un moderno “campamento de Israel”. El 1° de marzo la primera compañía empezó su viaje a través de Iowa. Las dificultades que les causo el frío, la nieve, la lluvia, el barro, las enfermedades, el hambre y la muerte pusieron a prueba la fe de esos valientes pioneros; pero ellos estaban decididos a seguir a sus lideres y a hacer, costara lo que costara, lo que creían con fervor era la voluntad de Dios. La fe de ellos fue probada, y aun cuando en momentos de grandes dificultades tambaleo en cl caso de algunos, no por ello los hizo fracasar. A muchos los sostuvo la seguridad que les daba el haber recibido las ordenanzas del templo que efectuaron en el Templo de Nauvoo.

Unas de las dificultades mas grandes que enfrentaron muchas de las hermanas fue el dar a luz a lo largo de la ruta bajo condiciones sumamente extremas. Eliza R. Snow escribió que a medida que los pioneros “seguían su viaje, las madres daban a luz sus retoños bajo casi todas las variadas circunstancias imaginables, menos aquellas a las cuales estaban acostumbradas; algunas en tiendas de campana, otras en los carromatos, bajo tormentas de lluvia y de nieve”. La hermana Snow registro en su diario personal que “escuchó de un nacimiento que ocurrió en un rudimentario parapeto, cuyos lados los habían formado con cobijas (mantas) atadas a estacas enterradas en el suelo y el techo hecho de cortezas de árboles, por el cual se deslizaba el agua. Unas buenas hermanas sostenían platos para juntar el agua que caía dentro y así proteger al pequeño y a su madre de una ‘ducha de lluvia’ a la llegada de este al mundo.” (18).

¡Que sacrificio hicieron esas hermanas! Algunas de ellas perdieron su propia vida al dar a luz; muchas criaturas no sobrevivieron. La abuela de mi esposa Elizabeth Riter, nació en Winter Quarters (los Cuarteles de Invierno) en uno de los carromatos cubiertos, durante una tormenta de lluvia. Felizmente ambas sobrevivieron. Con mucho amor por la mujer que la dio a luz, Elizabeth a menudo recuerda un paraguas que sostuvieron sobre su madre durante el nacimiento, para protegerla de las goteras del techo del carromato.

Jamás olvidemos la fe de nuestros antepasados y el sacrificio desinteresado de nuestras madres, esos santos pioneros que nos dieron ese inspirado ejemplo de obediencia. Recordémosles a medida que nos esforzamos por ser siervos valientes en nuestra obra de “invitar a todos a venir a Cristo”.19 y a “perfeccionarnos en El.” (19)

Hace unos cuarenta y cuatro años, mi padre habló desde este púlpito y explico cómo el agradecimiento por nuestra herencia puede fortalecer y avivar nuestro servicio en el reino. Refiriéndose a sus propios abuelos pioneros dijo:

“Debido a la fe de esos antepasados míos yo estoy aquí, en este pacifico valle, a la sombra de grandes montañas y, sobre todo, al alcance de la voz de profetas de los últimos días. Por eso, estoy en deuda con ellos … una deuda de gratitud … una deuda cuya mejor forma de pagar es la de prestar servicio a esta gran causa” (20).

Ahora, al mirar el reino expandiéndose a través del mundo, vemos disminuir el porcentaje de los miembros de la Iglesia que viven en los valles de Utah, a la sombra de nuestras grandes montañas. Pero hoy día. la tecnología moderna de los medios de comunicación permiten a los santos de todo el mundo estar al alcance de la voz de los profetas de los vil timos días. Como sucedió con mi padre, así nos sucede a nosotros. Nosotros que hemos sido bendecidos de conocer la plenitud del evangelio restaurado tenemos una deuda de gratitud para con los que se han ido antes que nosotros, que han dado tanto para edificar el reino y convertirlo en la maravilla mundial que es hoy día. Nuestra deuda de gratitud a nuestros padres es una “deuda cuya mejor forma de pagar es la de prestar servicio a esta gran causa” (21).

No importa quienes seamos, no importan nuestros talentos, nuestras habilidades, nuestros recursos financieros, nuestra educación o experiencia, todos podemos servir en el reino. Aquel que nos llama nos calificara para la obra si servimos con humildad, oración, diligencia y fe. Quizás nos sintamos inadecuados quizás dudemos de nosotros mismos pensando que lo que tenemos para ofrecer al Señor es insignificante para que se note. El Señor esta en conocimiento de nuestra capacidad mortal y conoce nuestras debilidades; entiende los desafíos que enfrentamos cada día; se da cuenta de las grandes tentaciones de los apetitos y las pasiones terrenales. En su epístola a los Hebreos, el apóstol Pablo escribió que el Salvador puede “compadecerse de nuestras debilidades”1 porque “fue tentado en todo según nuestra semejanza” (22).

El presidente Monson enseñó la importancia de estar dispuestos a servir en “esta gran causa” cuando preguntó: “)Estamos en una armonía tal con el Espíritu que cuando el Señor nos llame, podamos oírle, como le oyó Samuel, y responderle: ‘Heme aquí’? )Tenemos la entereza y la fe, sea cual fuere nuestro llamamiento, para servir con resuelta valentía y firme determinación? Si las tenemos, el Señor puede obrar Sus potentes milagros por medio de nosotros” (23).

El presidente James E. Faust nos ha asegurado que cualquiera sean nuestras habilidades, el servicio fiel no es solo aceptable ante el Señor, sino que nos califica para obtener grandes bendiciones de El, bendiciones que mejoran y ensanchan nuestra vida. El presidente Faust explicó: “… esta Iglesia no atrae precisamente a grandes personas, pero en cambio, por lo general hace grandes a las personas comunes … Una razón importante del crecimiento de la Iglesia, desde sus humildes comienzos hasta la solidez actual, es la fe y devoción de millones de humildes y sacrificadas generaciones que tienen sólo cinco panes de cebada y dos pececillos que ofrecer al servicio del Maestro. Han dejado de lado sus intereses personales, y al hacerlo, han encontrado ‘la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, (Filipenses 4:7)” (24).

Con el Señor para fortalecernos, “hemos sufrido muchas cosas, y esperamos poder sufrir todas las cosas” (25). El nos anima: “… no os canséis de hacer lo bueno, porque estáis poniendo los cimientos de una gran obra. Y de las cosas pequeñas proceden las grandes” (26). Ruego que seamos fieles al cumplir nuestro deber en cualquiera que sea nuestro llamamiento en el reino. Pongamos atención a “las pequeñas cosas” que son de tanto significado. Seamos fieles en guardar los mandamientos que hicimos al hacer convenios sagrados. Como lo demuestra claramente nuestra herencia y nuestro crecimiento, estamos “poniendo los cimientos de una gran obra”.

Dediquémonos a hacer la obra del Señor de acuerdo con nuestras mejores habilidades. Honremos la fe de nuestros ant epasados prestando fiel servicio a “esta gran causa”. Mi ruego es. “Sigue al Profeta” (27) y al hacerlo, lograremos todos “venir a Cristo, y … participar de la bondad de Dios” (28). Lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Moroni 6:5.

  2. 2 Nefi 32;3.

  3. Lectures on Faith [1985], pág. 1.

  4. Hebreos 11:1.

  5. 2 Nefi 32:3.

  6. Mateo 11;15.

  7. D.yC. 1:17.

  8. Isaías 42:11.

  9. 2 Pedro 1;19.

  10. D. y C. 65:2

  11. En Conference Report, abril de 1902, pág. 2.

  12. Citado en Deseret News, 26 de febrero de 1966, pág. A2.

  13. Alma 32;21.

  14. 1 Nefi 4:6.

  15. Citado en Church News, 10 de febrero de 1996, pág. 3.

  16. Hymns, núm. 84.

  17. History of Utah [1890], pág. 217.

  18. Citado por B. H. Roberts, en A Comprehensive History of the Church, tomo III, pág. 45.

  19. D. y C. 20:59.

  20. Moroni 10:32.

  21. Joseph L Wirthlin, A Heritage of Faith, comp. por Richard Bitner Wirthlin [1964], pág. 47.

  22. Hebreos 4:15-16.

  23. “El sacerdocio en acción”, Liahona, enero de 1993, pág. 54; véase 1 Samuel 3:4

  24. “Cinco panes de cebada y dos pececillos”, Liahona, julio de 1994, págs. 56.

  25. Artículos de Fe 1:13.

  26. D.yC.64:33.

  27. Canciones para los niños, núm. 58.

  28. Jacob 1:7.