1990–1999
Hemos Guardado La Fe
Abril 1995


Hemos Guardado La Fe

“¡Que maravillosas enseñanzas se encuentran en estos pueblos alejados y solitarios, en donde muchos veces es difícil mantener una religión y vivir los principios del evangelio!”

Debido a la naturaleza de nuestro llamamiento como Autoridades Generales, en ocasiones debemos visitar algunas naciones, pueblos o lugares en los cuales existen ciertos riesgos. Las distintas circunstancias por las cuales estos atraviesan, muchas veces nos impiden llegar a los lugares a los cuales hemos sido asignados.

En cierta ocasión, recibí la asignación de visitar una estaca ubicada entre las hermosas montañas de la sierra peruana. Hacía mas de dos años que ninguna Autoridad General había visitado esta unidad de la Iglesia debido a los riesgos que significaba llegar hasta allí. Luego de obtener la debida autorización, y con la ayuda del presidente de la misión, hicimos el viaje de cinco horas hasta el hermoso Valle del río Mantaro.

Al llegar al centro de estaca, nos esperaban el presidente y sus consejeros. Al vernos, sus rostros se iluminaron de alegría y nos unimos en un fuerte abrazo de hermandad. Cerca de tres años antes, en esa ciudad, habían muerto asesinados dos de nuestros amados misioneros. Luego de estrechar al presidente contra el pecho, tratando de trasmitirle todo mi amor, le pregunté: “¡Han sufrido mucho en el tiempo que ha pasado desde la última vez que vinimos?”. Y el respondió con los ojos llenos de lágrimas: “Si, hemos sufrido mucho, pero hemos ‘guardado la fe”’ (2 Timoteo 4:7). Esa sencilla frase nos llegó al corazón y sentimos que la mano del Señor había estado con ellos en las tristes circunstancias que habían tenido que enfrentar tanto la comunidad como los miembros de la Iglesia.

Durante las reuniones que tuvimos con los líderes, aprendimos muchas cosas, entre ellas como guardar la fe en pueblos como ese, apartados de las grandes ciudades y lejos de la cabecera de la Iglesia. Entre lo que aprendimos, logramos distinguir por lo menos cinco principios que les ayudaron a sobrellevar sus dificultades.

Primero: Nunca dejaron de confiar en el Señor y depositaron toda su fe en El. Esa fue la base de su seguridad; confiaban en que El los protegería y los guiaría. El Señor ha dicho:

“Si tenéis fe en mi, tendréis poder para hacer cualquier cosa que me sea conveniente” (Moroni 7:33).

En ocasiones, en medio de nuestra desesperación, buscamos otros caminos, otros guías. Pero no siempre quienes nos aconsejan están preparados para ayudarnos, porque no comprenden nuestras necesidades espirituales ni están capacitados para darnos el consuelo ni la revelación que necesitamos en circunstancias dolorosas

Tenemos el extraordinario ejemplo de los hijos de Mosíah, que hacían la obra en la tierra de Nefi en medio de grandes adversidades y pruebas. Debido a la confianza que tenían en el Señor, El “los visito con su Espíritu, y les dijo: Sed consolados; y fueron consolados.

“… empero seréis pacientes en las congojas y aflicciones, para que les deis buenos ejemplos en mi; y os haré instrumentos en mis manos, para la salvación de muchas almas” (Alma 17:10-11).

Segundo: Se mantuvieron orando fielmente. Cada miembro, ya fuera adulto, niño o joven, se mantuvo cumpliendo diariamente con esa práctica sagrada, orando en forma individual y familiar con gran fe. Como sabemos, la oración es el medio por el cual nos comunicamos con nuestro Padre Celestial. El nos escucha porque somos Sus hijos y nos ama, y siente un gran deseo de bendecirnos cuando cumplimos los mandamientos.

El propio Salvador, instruyendo a los nefitas, les enseñó:

“Orad al Padre en vuestras familias, siempre en mi nombre, para que sean bendecidos vuestras esposas y vuestros hijos” (3 Nefi 18:21).

Nadie podría haberles dado una seguridad mayor de que serían escuchados por el Padre, que Su propio Hijo.

Tercero: No dejaron de estudiar las Escrituras. En ellas encontraron la fe para sobreponerse a sus temores, la solución a sus problemas, el divino consuelo del Maestro, la amorosa amonestación del Padre y, especialmente, la seguridad de ser guiados por el sendero de la rectitud, hacia la vida eterna.

“Escudriñad las Escrituras; por que a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mi” (Juan 5:39).

Aun en medio de sus dificultades, ellos vivieron de acuerdo con ese mandato. Uno de los santos del lugar expreso: “Nunca hemos estado tan cerca del Señor como cuando leíamos las Escrituras”.

Cuarto: Pusieron en practica los programas del sacerdocio. Debido al fatal incidente que ocurrió en ese lugar, fue necesario retirar a los misioneros regulares. Para compensar la ayuda que faltaba, tuvieron que organizar a los misioneros que ya habían regresado de la misión para que enseñaran el evangelio a quienes quisieran escucharlo, y cuyas referencias las habían proporcionado las propias familias de los miembros. La orientación familiar mejoró; nadie se descuidó. Tal como ellos dijeron, habían “guardado la fe”.

Quinto: Se humillaron delante del Señor. Purificaron su vida, se arrepintieron, trataron de vivir como santos, compartiendo mucho de lo que tenían y ayunando cuando los problemas los acosaban o cuando sufrían amenazas.

Estos sencillos pero potentes principios les permitieron sostenerse, ser preservados y mantenerse dignos y activos como miembros de la Iglesia en el lugar en que vivían.

¡Que maravillosas enseñanzas se encuentran en estos pueblos alejados y solitarios, en donde muchas veces es difícil mantener una religión o vivir los principios del evangelio! Nos imaginamos que también ha de ser difícil sustentar la vida y guardar la fe. Sólo la confianza en Dios y la fe en Jesucristo los alienta, los motiva y los purifica.

También debe de serles difícil guardar la fe a los que están solos en la Iglesia, a los que no tienen a su familia convertida, a quienes han perdido a su compañera, al esposo o al hijo. Se necesita un gran valor para seguir adelante, pero siempre podemos recibir el consuelo que se nos brinda desde los cielos.

Nuestros pioneros nunca se quejaron, nunca negaron la fe, ni retrocedieron. Es difícil imaginarse la tremenda soledad del pueblo de la Iglesia en los primeros años, cuando eran un pequeño grupo, los únicos miembros de la Iglesia sobre toda la faz de la tierra. Ellos fueron perseguidos, humillados, muertos y rechazados. La fe que desarrollaron en el Señor, entre tanta adversidad, los hizo fuertes y humildes a la vez. Debió de ser sumamente difícil guardar la fe en medio de tantas corrientes contrarias, en medio de tanta soledad, en medio de tanta angustia. Fue una época gloriosa, una época de mártires, una época de establecer los cimientos de una religión valiente e inspiradora como la nuestra.

El presidente Kimball dijo sobre este tema: “El sufrimiento puede hacer santos de las personas que aprenden paciencia, longanimidad y autodominio. El sufrimiento de nuestro Salvador fue parte de Su aprendizaje” (“Tragedy or Destiny”, Brigham Young University Speeehes of the Year, Provo, Utah: BYU Extensión División, 6 de diciembre de 1955, pág. 5).

Cuan agradecidos estamos por los que, con su sencillo ejemplo, nos permiten seguir sin desmayar en nuestro esfuerzo por regresar al Padre. Tal vez la soledad haga mas fuertes y mas puros a los pueblos pequeños y alejados de la civilización.

Al terminar la conferencia en aquella estaca, les aseguramos a los miembros que Dios les ama, que la Primera Presidencia y los Doce Apóstoles están conscientes de su existencia y que por ese motivo estábamos allí, para darles nuestro testimonio de que ellos son parte de la Iglesia, de que no los olvidamos y que oramos por su bienestar. Había gratitud en sus corazones y otra vez volvieron a sonreír, como humildes miembros que han sido consolados por el Espíritu del Señor.

Al dar la ultima oración en una de las sesiones de la conferencia, un digno anciano de cerca de ochenta años se levantó y sus palabras fueron un testimonio de la forma en que ellos recuerdan a los profetas. Al comienzo de la oración dijo: “Padre Celestial, te damos gracias por haber enviado a uno de tus siervos al Valle del Mantaro, en donde tu amado siervo, el presidente Kimball, dobló las rodillas para bendecir esta tierra, para que siempre nos produjera alimento y nos diera la vida”.

Cuan afortunados y privilegiados somos de estar hoy cerca de los Profetas del Señor y de recibir su amorosa influencia. Debido al crecimiento mundial de la Iglesia, hay muchos buenos miembros que no han tenido el privilegio de estar cerca de uno de estos maravillosos líderes, nunca, en toda su vida. Les testifico que ellos aman a las Autoridades Generales, que siguen sus enseñanzas y esperan con humildad y paciencia el día en que puedan estar a los pies de los profetas.

Las condiciones de los pueblos y de las naciones cambian debido al progreso que experimentan; sin embargo, en muchos de ellos, ya sea en las heladas montañas, en los cálidos valles, a la orilla de los ríos o en los lugares desiertos, en dondequiera que haya miembros de nuestra Iglesia, siempre habrá quienes vivan esos principios básicos, logrando así bendecir al resto de la gente. Enfrentemos con valor nuestros desafíos terrenales, donde fuere que vivamos o cualesquiera sean las circunstancias difíciles por las que pasemos. Guardemos la fe.

Somos afortunados en el día de hoy por haber sostenido a un nuevo Profeta y a sus consejeros, a quienes amamos y apoyamos. Dentro de unos días, por casi todos los países de la tierra, aun en las aldeas y en los pueblos mas lejanos, nuestros miembros también tendrán el privilegio de levantar la mano con gozo para sostenerlos como nosotros lo hicimos hoy.

Algún día. nuestro peregrinaje por la tierra terminara y volveremos a la presencia de nuestro Padre Celestial. Ruego que ese día tengamos el mismo valor y demos el mismo testimonio que dio el apóstol Pablo a Timoteo:

“He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” (2 Timoteo 4:7).

Que el Señor nos bendiga para seguir siendo valientes, humildes y fieles. En el nombre de Jesucristo. Amén.