1990–1999
“La Armadura De La Fe”
Abril 1995


“La Armadura De La Fe”

“El propósito fundamental de todo lo que enseñamos es unir a padres e hijos con feen el Señor Jesucristo.”

Hace diez meses, falleció el presidente Ezra Taft Benson y, sin interrupción, comenzó la breve pero memorable administración del presidente Howard W. Hunter. Dios bendiga la memoria de este gran Profeta. Y nuevamente, sin la mas mínima pausa y con la participación de todos nosotros, se implementó el orden de los principios confirmados en las revelaciones, y la Iglesia sigue adelante.

Esta práctica de levantar la mano para sostener a una persona que ha sido llamada para dirigir o enseñar en la Iglesia es un asunto de importancia sagrada. El voto de sostenimiento se lleva a cabo en las reuniones, y el sostenimiento de la Primera Presidencia, que se transmite ahora a la Iglesia en todo el mundo, se hace conforme a una revelación del Señor:

“Asimismo, os digo que a ninguno le será permitido salir a predicar mi evangelio ni a edificar mi iglesia, a menos que sea ordenado por alguien que tenga autoridad, y sepa la iglesia que tiene autoridad, y que ha sido debidamente ordenado por las autoridades de la iglesia’’ (D. y C. 42:11; cursiva agregada).

En nombre del Quórum de los Doce Apóstoles, que, “de acuerdo con la institución del cielo” están “para oficiar en el nombre del Señor bajo la dirección de la Presidencia de la iglesia” (D. y C. 107:33), les aseguro que al sostener al presidente Gordon B. Hinckley y a sus consejeros, nuestra Primera Presidencia, los Doce son uno, ya que, al levantar la mano para sostener al Presidente de la Iglesia, continuamos la ininterrumpida línea de autoridad que ha existido desde el comienzo de la Restauración.

Algunos piensan que las llaves de la presidencia pasan de un hombre a otro como la posta en una carrera de relevos. Hay quienes creen que el profeta José Smith confirió las llaves de la presidencia a un sucesor en forma secreta o privada.

Sin embargo, ese no es el orden prescrito. El presidente Ezra Taft Benson no ordenó al presidente Howard W. Hunter como Presidente de la Iglesia, ni tampoco el presidente Howard W. Hunter ordenó al presidente Gordon B. Hinckley como Presidente de la Iglesia.

Los Doce llevan la línea de autoridad de una administración a otra y la mantienen sin interrupción.

Poco antes del martirio de José Smith, en una reunión a la que asistieron nueve de los Doce, el Profeta dijo estas palabras proféticas:

“Hermanos, el Señor me ordena apresurar la obra a la cual estamos abocados. Esta a punto de ocurrir un suceso importante; y puede ser que mis enemigos me quiten la vida. En caso de que eso sucediera y no se les confirieran las llaves y el poder que descansan en mi, estas se perderán de la tierra. Pero si logro tener éxito en conferírselas, no me importa entonces caer víctima de manos asesinas, si Dios lo quiere, y partiré con placer y satisfacción, sabiendo que mi obra esta terminada y que están colocados los cimientos sobre los cuales se edificara el reino de Dios en esta dispensación del cumplimiento de los tiempos. Sobre los hombros de los Doce debe descansar en lo sucesivo la responsabilidad de dirigir esta Iglesia hasta que ustedes elijan a otros para que los sucedan” (Copia borrador de la Declaración de los Doce Apóstoles, informe de la reunión de los Doce, marzo de 1844, Brigham Young Papers, Archivos de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días).

Los Doce poseen las llaves, tanto en forma individual como colectiva, y sobre el Apóstol con mas antigüedad que ha de presidir la Iglesia han confirmado la autoridad para ejercer todas las llaves.

El Señor ha proporcionado un sistema en el cual no hay candidatos ni manipulaciones para lograr posición ni poder, y tampoco existe el mas leve indicio de que se utilicen influencias para conseguir votos; el sistema no lo permite, ni el Señor lo sancionaría. No funciona de la forma que por lo general actúa el hombre, y es así como debe ser. El Señor le recordó al profeta Isaías: “… así son mis caminos mas altos que vuestros caminos, y mis pensamientos mas que vuestros pensamientos” (Isaías 55:9).

El levantar la mano ha sido una costumbre que se remonta a épocas muy antiguas, cuando Moisés tuvo que enfrentarse con los ladrones de Amalec, los destructores del desierto.

“Y dijo Moisés a Josué: Escógenos varones, y sal a pelear contra Amalec; mañana yo estaré sobre la cumbre del collado, y la vara de Dios en mi mano.

“E hizo Josué como le dijo Moisés, peleando contra Amalec; y Moisés y Aarón y Hur subieron a la cumbre del collado.

“Y sucedía que cuando alzaba Moisés su mano, Israel prevalecía; mas cuando el bajaba su mano, prevalecía Amalec.

“Y las manos de Moisés se cansaban; por lo que tomaron una piedra, y la pusieron debajo de él, y se sentó sobre ella; y Aarón y Hur sostenían sus manos, el uno de un lado y el otro de otro; así hubo en sus manos firmeza hasta que se puso el sol.

“Y Josué deshizo a Amalec y a su pueblo a filo de espada” (Exodo 1 7:9-13) .

En la actualidad, los inicuos que se oponen a la obra del Señor, aunque diferentes de los amalequitas saqueadores, no por ello dejan de ser menos terribles. El sostenimiento del Profeta continua siendo indispensable para el progreso seguro de la gente. Si la edad y la enfermedad hacen que sus manos se debiliten, los consejeros que tiene a su lado le ayudaran a sostenerlas; ambos son Profetas, Videntes y Reveladores, y cada uno es miembro del Quórum de los Doce.

En 1976, después de terminar una conferencia en Copenhague, Dinamarca, el presidente Spencer W Kimball nos invito a visitar una pequeña iglesia con el fin de ver las estatuas de Cristo y de los Doce Apóstoles, esculpidas por el artista Bertel Thorvaldsen. El “Christus” se encuentra en un nicho detrás del altar, mientras que las estatuas de los Doce, en las que Pablo reemplaza a Judas Iscariote, están colocadas en orden a los costados de la capilla.

El presidente Kimball le dijo al anciano celador que en la misma época en que Thorvaldsen creaba esas hermosas estatuas en Dinamarca, en América se llevaba a cabo la restauración del Evangelio de Jesucristo con Apóstoles y profetas que recibían la autoridad de quienes la poseían en la antigüedad.

Luego, reuniéndonos a todos a su lado, le dijo al celador:

“Nosotros somos Apóstoles del Señor Jesucristo” y, señalando al elder Pinegar, agregó:

“Y el es un Setenta, como los que se mencionan en el Nuevo Testamento”.

Nos encontrábamos de pie cerca de la estatua de Pedro, al cual el escultor representó sosteniendo llaves en la mano, para simbolizar las llaves del Reino. El presidente Kimball dijo:

“Nosotros poseemos las verdaderas llaves, tal como Pedro, y las utilizamos todos los días”.

Luego, ocurrió algo que jamás olvidaré. El presidente Kimball, un hombre tan amable, se volvió hacia el presidente Johan H. Benthin, de la Estaca Copenhague, y con voz de mando exclamó:

“Quiero que les diga a todos los prelados de Dinamarca que ellos NO poseen las llaves. ¡YO POSEO LAS LLAVES!”

Recibí entonces ese testimonio que los Santos de los Últimos Días reconocen pero que es difícil de describir a los que no lo hayan experimentado-una luz, un poder que atraviesa el alma misma-y supe que, sin ninguna duda, allí se encontraba el Profeta que poseía las llaves.

El Señor reveló por que “el mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas”; para “ perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios” (Efesios 4:11-13).

Por lo tanto, el ministerio de los Apóstoles, o sea, la Presidencia y los Doce, es llevarnos a la unidad de la fe.

Como lo ha sido desde el principio, el adversario desea dividirnos, separarnos y, si pudiera, destrozarnos. Pero el Señor dijo:

“… alzad vuestros corazones y regocijaos, y ceñid vuestros lomos y tomad sobre vosotros toda mi armadura, para que podáis resistir el día malo …

“Tomando el escudo de la fe con el cual podréis apagar todos los dardos encendidos de los malvados” (D. y C. 27: 15, 17; cursiva agregada).

El ministerio de los Profetas y Apóstoles los guía siempre hacia el hogar y la familia. Esa armadura de fe no se fabrica en una armería sino en la “industria” casera del hogar.

El propósito fundamental de todo lo que enseñamos es unir a padres e hijos con fe en el Señor Jesucristo, que sean felices en su casa, que estén sellados en un matrimonio eterno y ligados a sus generaciones; y que tengan la seguridad de la exaltación en la presencia de nuestro Padre Celestial.

Para que padres e hijos no sean “llevados por doquiera”, desviados “por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error” (Efesios 4:14), el plan de nuestro Padre Celestial requiere que, al igual que la concepción de la vida misma, esa armadura de fe se haga individualmente a la medida, dentro del seno familiar. No puede haber dos exactamente iguales, sino que cada una debe confeccionarse “a mano” con las especificaciones apropiadas para cada persona.

El plan diseñado por el Padre propone que, el hombre y la mujer, el esposo y la esposa, trabajen juntos para proteger a cada hijo con una armadura de fe tan resistente y segura que sea imposible que se la quiten o que la atraviesen los dardos ardientes.

Se requiere la firme fortaleza del padre para moldearla y las tiernas manos de la madre para pulirla. Quizás a veces uno de los padres tenga que hacerlo solo, y es difícil, pero se puede lograr.

En la Iglesia enseñamos acerca de los elementos con los cuales se debe confeccionar la armadura de la fe: la reverencia, la valentía, la castidad, el arrepentimiento, el perdón y la compasión; también aprendemos a armarla y a ajustarla, pero el acabado y los ajustes finales de la armadura de fe deben hacerse en el circulo familiar. De otra forma, en un momento de crisis, puede soltarse y caerse .

Los profetas y los Apóstoles saben muy bien que están cercanos los tiempos peligrosos que profetizó Pablo para los postreros días:

“… habrá hombres amadores de si mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos,

“sin afecto natural …” (véase 2 Timoteo 3:1-7).

Al saber que sería así, el Salvador nos advirtió:

“… si hay padres que tengan hijos en Sión o en cualquiera de sus estacas … y no les enseñen a comprender

la doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, del bautismo y del don del Espíritu Santo … el pecado será sobre la cabeza de los padres.

“Porque esta será una ley para los habitantes de Sión …

“Y también enseñarán a sus hijos a orar y a andar rectamente delante del Señor” (D. y C. 68:25-26, 28).

Esa armadura de fe no se fabrica en serie, sino que se hace “a mano” dentro del hogar Por tanto, nuestros líderes instan a los miembros a comprender que aquello que sea de mas valor debe hacerse en el hogar. Algunos todavía no se dan cuenta de que muchas de las actividades que se llevan a cabo fuera del núcleo familiar, aun cuando bien intencionadas, dejan muy poco tiempo libre para hacer y ajustar la armadura de la fe en el hogar.

A pesar de que nuestros pensamientos se centran en esta sagrada y solemne asamblea, en los honorables títulos de sumo sacerdote, presidente, Apóstol, Profeta, Vidente y Revelador, los cielos no se ofenden si hablamos al mismo tiempo de padre, madre, hijos, hermanos, familia; e incluso de papá, mamá, abuela, abuelo y niño.

Si son reverentes, obedientes y oran, llegará el día en que se les revelará por que el Señor de los cielos nos ha mandado llamarlo Padre a El e Hijo al Señor del universo. Entonces descubrirán la Perla de Gran Precio de que hablan las Escrituras y, sin vacilar, venderán todo lo que tengan para obtenerla.

El gran “plan de felicidad” (véase Alma 42:8, 16) revelado a los profetas es el plan para una familia feliz. Es la historia de amor entre los cónyuges, entre padres e hijos, que se renueva a través de las épocas.

Y ahora, con una línea ininterrumpida de la autoridad y del poder del sacerdocio, seguimos adelante con confianza, en unidad y con fe, guiados por Cristo el Redentor, cuya Iglesia es esta, y por Su Profeta terrenal por medio del cual El nos hablará. En el nombre de Jesucristo. Amen.