1990–1999
Una Dama Selecta
Abril 1995


Una Dama Selecta

“En medio de toda la confusión que existe en el mundo hoy en día en cuanto al papel de la mujer, la hermana Hinckley es un digno modelo para aquellos que luchen por dar a su vida el debido equilibrio.”

El matrimonio es una institución divina, ordenada por Dios. La tarea de lograr el éxito en el hogar es un cometido divino, y ningún otro éxito podría substituirlo. Por otro lado, a menos que ambos cónyuges aprendan a esforzarse juntos por lograrlo, el matrimonio podría resultar una experiencia infernal. Existen demasiados matrimonios desdichados en el mundo, demasiados matrimonios que no mantienen el rumbo necesario y terminan prematuramente en el divorcio. Existen demasiados niños que están sufriendo en silencio la falta de enseñanzas y cuidado, porque la unión de sus padres no es feliz o se ha disuelto.

Antes de crear a la mujer, Dios sabia que el hombre no debía estar solo. Después de la creación de Eva, la primera mujer, el Señor instituyó el matrimonio y le dijo a Adán, el primer hombre:

“Por tanto, dejara el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2:24).

Adán aprendió que los lazos del matrimonio son mas fuertes que cualquier otro lazo familiar. Los sagrados lazos del matrimonio requieren unidad, fidelidad, respeto y apoyo mutuos. Sabemos, mediante las Escrituras, que Adán y Eva aprendieron esta lección. Se nos dice que, cuando fueron desterrados del jardín:

“… Adán empezó a cultivar la tierra, y a ejercer dominio sobre todas las bestias del campo, y a comer su pan con el sudor de su rostro, como yo, el Señor, le había mandado; y Eva, su esposa, también se afanaba con el” (Moisés 5:1 ) .

El tema de mayor preocupación para los lideres religiosos y de las naciones es el alarmante numero de divorcios que hay en la actualidad. Las estadísticas indican que un matrimonio fuerte produce una familia fuerte. La disolución de la familia es la causa principal de los problemas sociales que están destruyendo nuestras comunidades, incluso el aumento de la pobreza, los crímenes y la delincuencia juvenil.

La unión entre el marido y la mujer no es algo que pueda considerarse livianamente. El convenio matrimonial es fundamental para que el Señor realice Sus propósitos divinos. El Señor ha declarado siempre que Sus leyes divinas se han instituido como salvaguarda y protección de la sagrada unión entre marido y mujer.

Gran parte de lo que sabemos como miembros de la Iglesia lo aprendemos por medio del ejemplo; aprendemos tanto de lo que hacen nuestros profetas como de lo que nos dicen. Al observar al presidente Kimball, al presidente Benson y al presidente Hunter, los hombres de la Iglesia han podido aprender muchísimo sobre la forma de tratar a sus respectivas esposas; con gentileza, bondad y devoción. Y las mujeres de la Iglesia han asimilado también lecciones similares al observar a la esposa de cada uno de estos profetas. Han aprendido cómo conservar su aplomo y discreción en tanto que apoyan al esposo. La dulce relación del presidente y la hermana Hinckley nos ofrece a todos los hombres y las mujeres de la Iglesia un ejemplo maravilloso.

Mucho será lo que se dirá y escribirá acerca del presidente Hinckley durante el tiempo que presida la Iglesia. Mucho menos será, en cambio, lo que se diga de su amada compañera, Marjorie. Para quienes no hayan tenido la oportunidad de conocer a la hermana Hinckley, quisiera relatar algo acerca de ella. ¡Que magnifico ejemplo ha sido y continuara siendo para las mujeres de la Iglesia y del mundo! Ella es la compañera verdaderamente leal y alentadora de nuestro Presidente.

La hermana Hinckley proviene de raíces afirmadas en el fértil terreno de los pioneros, raíces que han implantado virtudes inalterables en su vida y en su carácter. Con respecto a su bisabuelo, ella escribió lo siguiente:

“Una hermosa mañana de domingo, en el otoño de 1841, mi bisabuelo, William Minshall Evans, que entonces tenía dieciséis años, iba por las calles de Liverpool, Inglaterra, rumbo a su iglesia. De pronto, oyó que alguien cantaba en una forma

como nunca había escuchado. Guiándose por el sonido, tomó por un callejón y subió unas frágiles escalerillas hasta llegar a un cuarto en el que se hallaban reunidas unas cuantas personas. Quien cantaba era John Taylor, que años después llegó a ser Presidente de la Iglesia y que tenía una hermosa voz de tenor. La canción era tan hermosa que William se quedó para escuchar el sermón. Al regresar a su casa, David, su hermano mayor, lo regañó por no haber ocupado su lugar en el coro de la iglesia y le pidió explicaciones con respecto a su ausencia. William le respondió: ‘He estado donde tu deberías haber estado, y no quedaré satisfecho hasta que escuches tu la maravillosa verdad que escuche esta mañana’. William y David se convirtieron al evangelio y luego ayudaron a que se convirtieran otros miembros de la familia” (Ensign, julio de 1981, pág. 48).

La hermana Hinckley dijo una vez:

“Nunca canto los himnos de la Iglesia sin recordar que fue el canto de un himno lo que abrió las puertas del evangelio a mi familia y ha hecho posible que yo haya disfrutado las bendiciones resultantes de ello” (ibíd. pág. 48).

El presidente Hinckley relató la siguiente historia acerca del abuelo de su esposa, en ocasión de la dedicación del Templo de Manti [después de una remodelación] (quinta sesión, 15 de junio de 1985):

“En la mañana, al llegar aquí, a mi esposa y a mí nos llevaron hasta la puerta del este del templo. Pienso que habrán querido hacernos entrar en privado. De todas maneras, nos llevaron a los dos hasta esa puerta que se hallaba abierta (hay dos puertas, pero una sola estaba abierta), una puerta pesada y gruesa, hermosamente labrada y colocada a la perfección con solidas piezas de cerrajería. Fue para nosotros una experiencia muy especial, porque el abuelo de mi esposa, que a los veinticuatro años era casado y tenía un hijo y otro en camino, fue quien instaló esas enormes puertas. A raíz del peso de estas, se le produjo una hernia estrangulada y, después de sufrir varios días, falleció. Fue verdaderamente un mártir de la fe que lo había inspirado a trabajar mucho tiempo como experto carpintero en el templo, sin recibir otra remuneración que no fuera un poco de mantequilla o una docena de huevos de vez en cuando.”

Estos dos relatos nos dan una idea de los antepasados de la hermana Hinckley, de su patrimonio tan especial y su extraordinario carácter. Podemos ver que la hermana Hinckley tiene la misma sensibilidad en cuanto al Espíritu que su bisabuelo y el mismo espíritu de trabajo y sacrificio que su abuelo.

A través de los años, mi esposa y yo hemos tenido el privilegio de viajar en diversas asignaciones con el presidente Hinckley y la esposa. En cada ocasión, la hermana Hinckley ha tenido siempre una disposición afable y positiva. Por cierto que su actitud entusiasta es algo que ayuda en gran manera a su esposo. Con frecuencia, los viajes han sido largos y cansadores, los horarios quizás no hayan sido ideales y las comodidades disponibles no hayan sido de primera, pero en medio de los problemas, las molestias y las dificultades, la hermana Hinckley siempre ha conservado la calma y su natural disposición alegre y feliz. Cada vez que descendíamos del avión para saludar a los santos, su espíritu bondadoso y afable era realmente contagioso. Ella ha logrado establecer una norma en cuanto al apoyo de los esposos que son lideres en el sacerdocio, consiguiendo sacar a la superficie lo mejor de ellos.

La hermana Barbara Smith dijo lo siguiente sobre la ocasión en que el presidente Hinckley y su esposa, acompañados por sus hijos, celebraban sus bodas de oro y el se encontraba en el desempeño de una asignación:

“Cuando en una noche de funciones típicas el presidente Hinckley quedaba exhausto después de una serie de reuniones y de cenar con líderes locales, la hermana Hinckley los acompañaba un rato mientras conversaban, y después, disimuladamente, se levantaba de la mesa para asegurarse de que su familia se encontrara bien. Uno puede apreciar la manera especial en que, a través de los años, la hermana Hinckley ha podido ocuparse de atender las necesidades de sus hijos sin descuidar al mismo tiempo el apoyo que debía dar a las responsabilidades de su esposo en el reino de nuestro Padre” (Barbara B. Smith y Shirley W Thomas, Women of Devotion, Salt Lake City: Bookcraft, 1990, pág. 5).

¡Cuan magnifico es el ejemplo que ofrece esta excelente hermana a las esposas de los líderes del sacerdocio en todo el mundo!

Considerando todas las responsabilidades que el servicio a la Iglesia impone sobre su familia, la hermana Hinckley ha sabido mantener siempre el equilibrio entre sus dos llamamientos eternos: el de esposa y el de madre. Y su éxito como madre se evidencia en la vida de sus propios hijos, Dick, Clark, Kathleen, Virginia y Jane. Cada uno de ellos es un verdadero crédito para sus padres.

La hermana Hinckley ha dicho lo siguiente en cuanto a la maternidad:

“Quiero dirigirme primero a las madres de niños pequeños. Esta es una época de oro para ustedes, años en los que probablemente harán la obra mas importante de su vida. No desaprovechen el tiempo que deben dedicar a criar a sus hijos. Mientras hacemos otros planes la vida pasa y las oportunidades se pierden. Esta es la gran oportunidad que tienen ustedes para edificar el reino. Al enseñarles a sus hijos que deben amar a nuestro Padre Celestial, habrán hecho una de las cosas mas importantes de su vida. Si pueden dedicar todos sus días al hogar, agradézcanlo; si no pueden hacerlo, deben por lo menos tratar de dedicarle el mayor esfuerzo posible. Por mi parte, yo nunca he sentido la necesidad de disculparme por ser un ama de casa. Estos son días muy atareados para ustedes. Yo he podido ver a muchas mujeres en diversas circunstancias; en China, muchas mujeres trabajan reparando carreteras; en Europa, muchas trabajan en los campos; en Asia, otras barren las calles. Pero, en mi opinión, las mujeres mormonas son de las trabajadoras mas dedicadas del mundo: siembran huertos, envasan frutas y legumbres, confeccionan su ropa y salen de compras con espíritu ahorrativo. asimismo, participan en obras de caridad, cocinan para sus vecinos cuando están enfermos, cuidan a sus padres ancianos, acompañan a los lobatos en sus excursiones campestres, alientan a sus niños en los deportes, se sientan junto a la hijita cuando esta practica el piano, hacen la obra del templo y dedican tiempo a la historia familiar. Las observo con orgullo cuando van a la Iglesia los domingos-a veces a las ocho y media de la mañanacon sus hijitos acicalados y los brazos cargados de materiales para las clases que enseñarán a los hijos de otras madres. Limpian su casa con muy poca o ninguna ayuda doméstica, y luego se arreglan para recibir primorosas al esposo cuando este llega a la casa después del trabajo. Pero recuerden, mis queridas amigas, que hoy están haciendo lo que Dios les ha encomendado . Es ten agradecidas por tener esa oportunidad” (As Women of Faith, Talks Selected from Brigham Young University Women’s Conferences, Salt Lake City: Deseret Book Co., 1989, pág. 5).

La maternidad es, en verdad, el mas noble e importante de todos los llamamientos.

Hermana Hinckley, usted es toda una inspiración para nosotros; usted es diligente en procurar las verdades que el Señor ha revelado para nuestro progreso y desarrollo en la tierra. En su deseo de conocer esas verdades, se ha dedicado al estudio del evangelio, participando aun en clases de instituto para aumentar tal conocimiento, el cual se manifiesta cada vez que habla y enseña a los miembros. Y es particularmente evidente cuando se dirige a los misioneros regulares. Se destacan, entonces, la forma en que los inspira y cómo le responden ellos.

En medio de toda la confusión que existe en el mundo hoy en día en cuanto al papel de la mujer, usted es un digno modelo para aquellas que luchen por dar a su vida el debido equilibrio. Que ellas den oído a sus palabras cuando usted declare lo maravilloso que es llegar a los ochenta años y contemplar una vida repleta de realizaciones, desarrollo, comprensión, fe y felicidad. Usted misma ha dicho:

“A pesar de lo que diga la gente, estos son años de oro cuando se goza de buena salud A esta edad, mis queridas compañeras, no tenemos ya que competir con nadie; no tenemos que probar nada, sino que debemos disfrutarlo todo. ¿Cuantas les han confiado a sus hijos cuan maravilloso es llegar a esta edad?” (“Building the Kingdom”, pág. 10.)

El presidente Hinckley le rindió a usted homenaje cuando el Quórum de los Doce Apóstoles se reunió en el Templo de Salt Lake el día en que el fue ordenado y apartado Presidente de la Iglesia. De las palabras que pronunció, yo recuerdo las siguientes:

“Mi esposa es una mujer de fe sublime, una madre maravillosa a quien amo entrañablemente.”

Hermana Hinckley, usted es un magnifico ejemplo para todos nosotros. Ruego que el Señor continúe bendiciéndola con buena salud y una larga vida. Y que cada uno de nosotros logre captar el espíritu entusiasta que usted tiene en cuanto al Evangelio de nuestro Señor y Salvador. Lo ruego humildemente en el nombre de Jesucristo. Amen.