Pioneros en toda tierra
Margaret Cummings
Fiel santo de Australia
La autora vive en Utah, EE. UU.
¿Habían llegado hasta aquí para nada?
Margaret arropó a sus hijos en la cama, y su hijo Jeffrey abrió un ojo. “Mamá, ¿cuándo podemos ir al templo?”.
Margaret lo besó en la frente. “Tan pronto como esté terminado”, y apagó la luz.
Margaret también estaba deseando que llegara la dedicación del templo. Estaba entusiasmada por ser sellada a su familia, pero el templo estaba muy lejos, en Nueva Zelanda, y costaría mucho dinero viajar allí desde su casa en Australia. Habían ahorrado durante meses, incluso vendieron su auto, pero todavía necesitaban 200 libras más.
Se arrodilló a orar, “Padre Celestial, por favor ayúdanos a conseguir el resto del dinero que nos hace falta”.
En ese momento, su esposo, Don, entró: “Hoy vi a mi padre; se disculpó por no visitarnos y nos dio esto”.
Le entregó a ella un papel, ¡era un cheque de 100 libras! Margaret apenas podía creerlo. El padre de Don no había hablado con ellos durante meses; ¡era un milagro!
Unos días después, los padres de Margaret fueron a visitarlos. “Hemos ahorrado algo de dinero”, dijo su padre, y colocó 100 libras en la mano de Margaret. “¡Que tengan un buen viaje!”.
Margaret sonrió; ¡ahora tenían dinero suficiente!
Hubo un problema más. El viaje tomaría seis semanas. El jefe de Don dijo que no podía estar fuera tanto tiempo. Después de orar mucho, Margaret y Don decidieron que Don dejaría su trabajo.
Por fin llegó el momento de ir, y Margaret y Don ayudaron a sus hijos a subir al tren. Viajaron por cinco días enteros.
“¿Ya hemos llegado?”, le preguntó Jeffrey a Margaret.
“Todavía no”, dijo ella, “ahora tomaremos el barco a Nueva Zelanda”.
Sin embargo, había más malas noticias. El barco había chocado, así que no iba a admitir pasajeros. ¿Habían llegado hasta aquí para nada?
¡No! Las oraciones de Margaret fueron contestadas de nuevo, porque alguien les dio boletos de avión. Al poco tiempo, Margaret y su familia volaban sobre el océano. ¡Siguiente parada, Nueva Zelanda!
Cuando Margaret entró por fin al templo, sintió calidez en el corazón; incluso pudo estrechar la mano del profeta. “El Padre Celestial bendecirá a su familia porque usted decidió venir aquí”, le dijo.
Más tarde, Margaret y su familia se vistieron de blanco, y se arrodillaron alrededor de un altar para ser sellados. Margaret lucía radiante; ¡ahora podrían estar juntos para siempre!
Cuando llegaron a casa, a Margaret y a Don solo les quedaban cinco libras, pero Margaret recordó la promesa del profeta, que el Padre Celestial los bendeciría.
¡Y lo hizo! A la semana siguiente, Don llegó a casa con buenas noticias. “¡Conseguí trabajo!, y es incluso mejor que el que tenía”.
Margaret lo abrazó fuerte. Sabía que ir al templo siempre valdría la pena.