Devocionales de Navidad
Recordad, recordad


Recordad, recordad

Devocional de Navidad de 2023 de la Primera Presidencia

Domingo, 3 de diciembre de 2023

Donde yo vivo, más o menos a partir del mes de noviembre la naturaleza que me rodea parece entrar en un descolorido letargo. El susurro de las hojas verdes, que en primavera y verano vibraban y me arrullaban con delicadeza, da paso a árboles desnudos y al decrépito sonido de las hojas secas bajo mis pies. Los pájaros, un día vivarachos, enmudecen, y la dulce fragancia de los pétalos y las flores parece desvanecerse. Las cosas del mundo natural que relaciono con el ritmo de la vida se retiran por un tiempo y, en toda la calma y la vastedad que queda atrás —conforme el año se acerca a su fin y cuando estoy a punto de olvidarme de mantener el buen ánimo— llega la dádiva de la Navidad.

Y en mi rincón, dentro del inmenso mundo que Dios ha creado, recuerdo. Recuerdo prestar atención a los árboles que siempre permanecen verdes, exhalando aromas a madera, especias y tierra. Recuerdo buscar flores y bayas intensamente rojas o asombrosamente blancas, y escuchar villancicos populares que llegan a corazones, hogares y casas de adoración “cant[ando] en unión” mientras busco los símbolos de la Navidad en loores que resuenan “en la tierra y en el mar” y que me invitan a recordar.

Una de las maravillas de esta época es que parece que toda la cristiandad, y muchos más allá de nuestras fronteras, pasan este tiempo buscando deliberadamente y llenando su vida con emblemas para recordar en la Navidad.

La Navidad es el puente que recorremos y que, cual pastor, nos conduce al año nuevo. A medida que caminamos sobre él, se nos invita a considerar el milagro del “Dios eterno, Jehová, el cual creó los confines de la tierra”1, quien nació en circunstancias humildes en la ciudad de David y fue “envuelto en pañales, acostado en un pesebre”2. Al hacer nuestro peregrinaje por la Navidad, puede que nos veamos a nosotros mismos como reyes magos modernos, mirando quizás las estrellas sobre árboles perennes y las luces que brillan a nuestro alrededor, y “regocij[ándonos] con gran gozo”3 por las señales que se presentan ante nosotros para guiarnos y dirigir nuestro trayecto hacia Jesucristo, quien es la “luz del mundo”4. Si en esta época advertimos el aroma de cierta especia flotando en el aire, puede que sea para recordarnos que traigamos nuestras dádivas al “Hijo del Dios viviente”5, no “oro, e incienso y mirra”6, sino el reverente sacrificio de un “corazón quebrantado y un espíritu contrito”7. Y aquellos de nosotros que amamos y cuidamos de los niños tal vez seamos semejantes a pastores modernos que “vela[n] y guarda[n] […] [nuestros] rebaños”8 escuchando a ángeles terrenales enviados por el Señor con la invitación a “no tem[er]”, porque han venido a guiarnos al lugar donde podemos encontrar a nuestro Salvador9. ¿No recordamos acaso susurrar esas “nuevas de gran gozo” en los oídos de nuestros niños como testimonio? Para que, cuando ellos con asombro infantil, vean los colores de la Navidad —rojos y verdes, dorados y blancos— recuerden el sacrificio expiatorio perfecto y puro de su Redentor, Jesucristo, quien les ofrece el don de la salvación y una vida nueva y eterna.

La Navidad nos permite hacer un viaje espiritual a Belén para obtener un testimonio propio de nuestro Salvador, Jesucristo, y entonces ser portadores de ese testimonio y, con lenguas desatadas y manos y pies prestos, “d[arlo] a conocer”10 y testificar de todo lo que hemos aprendido acerca de Él. Podemos hacer ese peregrinaje hacia el Salvador al recordar.

Dios nos da el don del recuerdo para que no olvidemos al Dador y así podamos sentir Su ilimitado amor por nosotros y, a cambio, podamos aprender a amarlo a Él. El antiguo profeta Moroni nos exhorta a recordar que “toda buena dádiva viene de Cristo”11. Nuestro Salvador nos brinda regalos, no como el mundo los da: temporales, parciales y susceptibles al desgaste con el paso del tiempo. Jesucristo extiende dones [regalos] duraderos, incluso esenciales, entre ellos:

  • Los dones del Espíritu, tales como conocimiento, sabiduría, testimonio y fe12.

  • El don del Espíritu Santo.

  • El don de la vida eterna.

Y, al reflexionar a lo largo de la vida en las “buenas dádivas” grandes y pequeñas que hemos recibido en nuestra vida, ¿podemos ver la mano del Señor que nos rescata, nos fortalece y nos brinda alivio?

Aunque, en ocasiones, nuestra mente y corazón podrían divagar y apartarse de Él, Su constancia nos asegura que el Señor no nos olvida, ni en Navidad ni en ningún momento. El Señor ha declarado que nos tiene grabados en las palmas de Sus manos13. Sus promesas siempre se cumplen. Él recuerda los convenios que hizo con nosotros y con nuestros padres. Él escucha y recuerda nuestras oraciones al Padre Celestial, ya sea que nos pongamos de rodillas, supliquemos en nuestros aposentos o guardemos nuestros anhelos en el corazón. Él recuerda, tal como el presidente Russell M. Nelson ha enseñado, “intervenir en la vida de quienes creen en Él”14. Él recuerda perdonarnos tantas veces como nos arrepintamos. Él recuerda hablarnos por medio de las Escrituras y de los profetas para ayudarnos siempre a encontrar nuestro camino de regreso a casa, independientemente de cuánto nos hayamos alejado y por cuánto tiempo. Y Él recuerda enviarnos Su Espíritu para que siga acompañándonos cuando nos esforzamos por guardar nuestra sagrada promesa de “recordarle siempre”15.

El presidente Spencer W. Kimball enseñó: “Al buscar en el diccionario la palabra más importante, […] [esta] podría ser recordar. Dado que todos han hecho convenios [,] […] lo que más necesitamos es recordar”. Él continúa: “Por esa razón todos van a la reunión sacramental cada día de reposo: para tomar la Santa Cena y [para] escuchar a los presbíteros orar diciendo que están dispuestos ‘a recordarle siempre, y a guardar sus mandamientos que él les ha dado’ […]. La palabra es recordar. El programa es recordar16.

Recordar a Dios nos inspira a prender la llama de nuestro ímpetu espiritual y nos invita a actuar de maneras divinas. Consideren estas enseñanzas que el presidente Nelson nos ha invitado a recordar:

  • “Dejen que Dios prevalezca en su vida” y “dedíquenle una buena parte de su tiempo”.

  • “Procuren y esperen milagros”.

  • “Pongan fin a los conflictos en su vida”17 y sean pacificadores18.

La Navidad puede ser una oportunidad para actuar según esas invitaciones y para recurrir generosamente a nuestra tendencia natural de recordar para pensar más en Jesucristo, para estar dispuestos a reflexionar en el milagro de Su nacimiento y para sentir y actuar con un mayor sentido de discipulado con los hijos de Dios. Solemos reconocer los emblemas de recuerdo que caracterizan la época navideña cuando:

  • Recordamos dar saludos navideños a amigos, familiares y extraños.

  • Recordamos dar regalos como expresión de amor.

  • Recordamos ser generosos con los necesitados y ser hospitalarios con quienes entran en nuestro hogar.

  • Recordamos hacer hincapié en la importancia de las reuniones y tradiciones familiares que hacen que la Navidad sea diferente y especial.

Para muchas personas, en esta época del año, nuestra profunda predilección por preparar las mismas comidas, volver a contar las historias familiares de siempre y decorar el árbol de Navidad con adornos que ponemos cada año son actividades significativas que preservan nuestro deseo natural de recordar experiencias que son importantes para nosotros. Las comidas especiales, ciertas historias y los adornos navideños pueden evocar los recuerdos que hemos ido acumulando. Incluso nuestro mayor deseo de ser más caritativos en esta época del año puede poner de manifiesto nuestra intención de recordar ser agradecidos. El tipo de amor especial que nos llena cuando llega la Navidad es también una oportunidad que se nos presenta para centrar nuestras aspiraciones y nuestras acciones en Jesucristo: “Recordad […], recordad que es sobre la roca de nuestro Redentor, el cual es Cristo, el Hijo de Dios, donde debéis establecer vuestro fundamento”19. Al acercarnos al final de un año y al emprender el recorrido por el puente que nos conduce a uno nuevo —como sabios reyes magos y vigilantes pastores—, recuerden que es por la mano fuerte del Señor20 que lo llevamos a cabo.

Por lo tanto, vivan donde vivan, recuerden prestar atención a la variedad de símbolos que los invitan a buscar a Cristo. En todo lo que hagamos hincapié en esta época del año, con cada saludo que demos y cada persona que tengamos en mente, no dejemos de recordar al verdadero Dador: aquel que nunca nos olvida y quien nos da poder para recordarlo por medio de Su Espíritu, en Navidad y siempre. Él hace que nos “regocij[emos]” e invita a que “cada corazón [se] torn[e]”21 para recibir a nuestro Rey. Él es el fundamento seguro sobre el cual avanzamos. Él es la Luz del mundo y el Hijo del Dios viviente. Esto lo testifico en Su nombre, sí, Jesucristo. Amén.