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Sesión Ocho: Cómo Enseñar a Comportarse Responsablemente


Sesión Ocho

Cómo Enseñar a Comportarse Responsablemente

“Aquellos que hacen demasiado por sus hijos pronto se darán cuenta de que no pueden hacer nada con ellos”.

Élder Neal A. Maxwell

Objetivos de la sesión

Durante esta sesión, ayude a los padres a hacer lo siguiente:

  • Entender cómo enseñar a sus hijos la conducta responsable.

  • Saber cómo informar a sus hijos lo que esperan de ellos.

  • Entender el concepto de enseñar a los hijos un paso a la vez.

  • Saber cómo dar opciones a los hijos para ayudarles a comportarse de manera responsable.

La importancia de enseñar correctamente

Los padres tienen la responsabilidad sagrada de enseñar a sus hijos a obedecer los mandamientos de Dios y las reglas del hogar y de la sociedad1. El Señor ha dado a los padres instrucciones para enseñar a sus hijos a orar y ser obedientes, a tener fe en Cristo, a arrepentirse de sus pecados, a ser bautizados y recibir el don del Espíritu Santo y a ser laboriosos (véase D. y C. 68:25-32). Reprendió a algunos de los primeros líderes de la Iglesia por no enseñar debidamente a sus hijos (véase D. y C 93:42-44, 47-18). Los padres deben “criar a [sus] hijos en la luz y la verdad” (D. y C. 93:40), porque “la luz y la verdad desechan a aquel inicuo” (D. y C. 93:37).

Algunos padres no enseñan debidamente a sus hijos y tienden a criarles de la misma forma en que ellos fueron criados. Algunos son demasiado indulgentes y otros son controladores en exceso. Otros se preocupan tanto con otros asuntos que desatienden su responsabilidad y oportunidad de enseñar a sus hijos. Algunos padres tienen conceptos distorsionados en cuanto a sus hijos y consideran que son buenos desde su nacimiento y no necesitan instrucción ni disciplina, o que son malos desde su nacimiento y necesitan ser castigados. Unos cuantos padres no enseñan a sus hijos porque desde el principio no querían tenerlos; esos hijos a menudo corren el riesgo de ser maltratados emocionalmente y de ser desatendidos.

El Señor espera que los padres tomen en serio su responsabilidad de educar a sus hijos. La Primera Presidencia y el Quórum de los Doce han proclamado: “Los esposos y las esposas, madres y padres, serán responsables ante Dios del cumplimiento de [sus] obligaciones”2.

Enseñar a los hijos

El momento de comenzar a enseñar a los hijos es cuando son bebés. Los niños nacen con el deseo natural de aprender. Después del nacimiento del bebé, conforme los padres y los hijos interactúan, aprendiendo a adaptarse a “las formas singulares de ser de cada uno”, se crea un lazo entre ellos “gradualmente en el transcurso de semanas y meses”3. La relación entre padres e hijos crea un ambiente ideal para el aprendizaje. Los hijos comienzan a absorber la manera en que los padres hacen las cosas al observarles y escucharles, aun antes de que desarrollen las habilidades de lenguaje. Después de aprender a hablar, los niños hacen preguntas para ayudarse a obtener información acerca del mundo. Los padres pueden aprovechar la curiosidad natural de los niños, e impartirles, con palabras y con su ejemplo, la información que necesitan para tener éxito en la vida.

Los años más cruciales de la vida de una persona quizás sean cuando esté menos preocupada en cuanto al futuro, o sea, durante la niñez y la adolescencia. Durante esos años formativos, los hijos adquieren valores, actitudes y hábitos que normalizarán su conducta durante el resto de su vida. Los padres tienen la extraordinaria oportunidad de enseñar a sus hijos los valores correctos y la conducta responsable de una manera que fomente la cooperación en lugar de la rebelión.

Los siguientes principios ayudarán a los padres a enseñar a sus hijos.

Enseñar por el ejemplo

Uno de los grandes desafíos y oportunidades que tienen los padres es enseñar a sus hijos de tal forma que quieran seguir su consejo. El presidente David O. McKay describió el ejemplo como “el mejor y más eficaz método de enseñanza”4.

El élder Delbert L. Stapley, del Quórum de los Doce, encomió el valor de enseñar por medio del ejemplo: “Un hombre sabio, cuando se le pidió que nombrara los tres puntos cardinales que ejemplificaran la vida de los grandes maestros de todas las épocas y que servirían como una guía para los nuevos maestros, dijo: ‘Primero, enseñar por el ejemplo. Segundo, enseñar por el ejemplo. Tercero, enseñar por el ejemplo’”5. El presidente Thomas S. Monson de la Primera Presidencia explicó que Jesús “enseñó el perdón perdonando; enseñó compasión siendo compasivo; enseñó devoción al dar de sí mismo. Jesús enseñó por medio del ejemplo”6.

El obispo H. David Burton, Obispo Presidente de la Iglesia, declaró que los padres pueden guiar a sus hijos cuando les dan un ejemplo de rectitud: “Debemos asegurarnos de que nuestra vida esté en orden. La hipocresía nunca ha dado buen resultado, y tampoco dará buen resultado ahora. Se precisa que dirijamos en rectitud y que animemos a nuestra familia a seguir nuestro ejemplo. Seamos líderes en la noche de hogar para la familia y en el estudio de las Escrituras. Demos bendiciones del sacerdocio. Seamos líderes en la oración personal y familiar”7.

“Los ejemplos se convierten en recuerdos que guían nuestra vida”, observó el élder Robert D. Hales del Quórum de los Doce8. Más que cualquier otra cosa que ustedes hagan o digan, sus hijos recordarán el ejemplo que ustedes les den”.

Dar responsabilidades a los hijos

Muchos padres tienden a ser demasiado indulgentes con sus hijos y a protegerles de las responsabilidades que ellos mismos tuvieron, las cuales les permitieron llegar a ser adultos capaces. Cuando los padres dan de manera indiscriminada bienes y servicios a sus hijos y, a la vez, requieren muy poco a cambio, los hijos pierden la motivación de ser autosuficientes y responsables, y por lo contrario, tienden a volverse haraganes, egoístas e indulgentes consigo mismos. El élder Neal A. Maxwell, del Quórum de los Doce, enseñó: “Los que hacen demasiado por sus hijos pronto se darán cuenta de que no pueden hacer nada con ellos”9.

El élder Joe J. Christensen, de los Setenta, explicó que la indulgencia excesiva con los hijos los debilita y les priva de lecciones valiosas:

“Hoy día, muchos niños crecen con valores distorsionados debido a que nosotros, como padres, les consentimos demasiado. Ya sean ustedes personas de recursos o, como la mayoría de nosotros, sean de medios más modestos, nosotros los padres tratamos de dar a los hijos casi todo lo que quieren, privándoles, por lo tanto, de la bendición de sentir el deseo de tener algo que no tienen. Una de las cosas más importantes que podemos enseñar a los hijos es a privarse de algo. El placer instantáneo por lo general debilita a la gente. ¿Cuántas personas realmente grandiosas han conocido que jamás tuvieron que esforzarse?…

“… [En algún punto] es importante para el desarrollo del carácter que nuestros hijos aprendan que ‘la tierra sigue girando alrededor del sol’ y no alrededor de ellos. Más bien, deberíamos capacitar a nuestros hijos para que se pregunten: ‘¿En qué manera es el mundo un lugar mejor por estar ellos en él?”10.

El élder Christensen advirtió que los hijos deben aprender a trabajar o partirán de su hogar mal preparados para encarar el mundo. Declaró: “Incluso en las actividades familiares, debemos lograr un equilibrio entre la diversión y el trabajo. Algunas de las experiencias más memorables de mi juventud se centraban alrededor de las actividades familiares: aprender a reparar un cerco o trabajar en el huerto. Más que el ser todo trabajo y nada de juego, para muchos de nuestros hijos es casi todo juego y muy poco trabajo”11.

Los padres deben enseñar a sus hijos a trabajar juntos con ellos, comenzando desde que los hijos son pequeños y tienen el deseo natural de ayudar. Los padres tienen que asignar a sus hijos tareas de rutina de acuerdo con su habilidad.

Kathleen Slaugh Bahr y sus colegas de la Universidad Brigham Young indican que el trabajar unos junto a otros fortalece a los miembros de la familia y los une en relaciones imperecederas:

“Cuando los miembros de la familia trabajan uno al lado del otro con el espíritu correcto, esa experiencia que comparten día a día crea un fundamento de cariño y compromiso mutuo. Las tareas más ordinarias, tales como preparar los alimentos y lavar la ropa, tienen el gran potencial de conectarnos con las personas a las que servimos y con las que servimos…”

“…Cada tarea es una nueva invitación a todos para entrar al círculo familiar. Los quehaceres más ordinarios pueden convertirse en ritos diarios de amor y aceptación familiares”12.

Los padres también deben enseñar a sus hijos a servir a otras personas. El élder Derek A. Cuthbert, de los Setenta, enseñó: “Los padres que son sabios ofrecerán a sus hijos, desde muy temprana edad, oportunidades de servicio en el hogar”13. Cuando sea posible, los padres deben trabajar y servir junto a sus hijos, esforzándose por asegurar que las actividades sean placenteras.

Cuando los hijos asuman responsabilidades, los padres deben consolarlos si su desempeño no está a la altura de lo que esperan, y en tales casos deben seguir animándoles a intentarlo de nuevo. El presidente Thomas S. Monson enseñó: “Tenemos la responsabilidad de elevarnos de la mediocridad a la excelencia, del fracaso a la realización. Nuestra tarea es llegar a ser lo mejor que podamos. Uno de los dones más grandes que Dios nos ha dado es el gozo que se siente al intentar algo por segunda vez; ningún fracaso tiene por qué ser terminante”14.

Aclarar expectativas

A veces los padres suponen que sus hijos saben exactamente lo que se espera de ellos, y se sienten desalentados cuando no cumplen con tales expectativas.

Algunos padres temen pedirles a sus hijos que efectúen tareas o cambien su conducta por temor a que les digan que no, les tengan resentimiento o los rechacen por pedírselo. Cuando los padres no aclaran lo que esperan, se puede formar un muro de frustración y de resentimiento, lo cual crea una distancia emocional entre ellos y el hijo. Las expectativas que se expresan claramente eliminan la incertidumbre y la decepción, fortaleciendo así la relación entre padres e hijos.

Analice con los padres los principios que figuran a continuación, los cuales sirven para dar a conocer sus expectativas:

  • Aclaren en su mente lo que desean. Asegúrense de que sus expectativas sean razonables. Analicen en privado con su cónyuge las expectativas y pónganse de acuerdo en cuanto a ellas, en cuanto al método de preguntar y las consecuencias que se impondrán si el hijo(a) no cumple con ellas. Si su hijo(a) es rebelde o está preocupado(a), tiene que estar presente, si es posible, al exponerle lo que se espera de él (ella).

  • Elijan un momento propicio para hacer su petición. Analicen sus peticiones cuando el hijo(a) esté emocional y físicamente listo(a), y no cuando esté estresado(a), enojado(a) o preocupado(a) con otro asunto. A menudo es ideal hacerlo durante el consejo familiar o en la noche de hogar.

  • Sean positivos y específicos. En lugar de hablar en forma negativa o general (“Esta habitación está desordenada. ¡Por favor recógela!”), sean positivos y específicos: “Clarisa, cuando laves los platos, me gustaría que enjuagaras cada uno de ellos antes de ponerlos en la máquina, porque así los platos quedarán más limpios y la máquina durará más”.

  • Demuestren lo que quieren hacer. Sin hacer el trabajo por el hijo(a), demuestren lo que esperan de él(ella). Por ejemplo, podrían ayudarle a enjuagar correctamente los platos, colocarlos en la máquina y limpiar la mesa.

  • Den muchas reseñas positivas. Cuando se termine un trabajo, podrían decir: “Bien hecho. Es exactamente como se debe hacer”. Digan al hijo cómo les beneficia a ustedes y a otras personas esa conducta: “Me siento bien cuando veo que se lavan bien los platos. Hay más paz en nuestro hogar cuando está ordenado y limpio”.

Enseñar la conducta responsable un paso a la vez

Al asignar el desarrollo espiritual de Sus hijos, el Señor prescribió la enseñanza de doctrinas básicas, la leche, a fin de prepararles para una mayor luz y conocimiento, la carne (véase D. y C. 19:22). De manera similar, a los hijos se les debe enseñar a hacer cosas sencillas que sean peldaños para la conducta que se esperará de ellos cuando sean adultos. Es posible que los hijos necesiten tomar pasos progresivos para aprender cosas como el respeto a los demás, el uso de buenos modales, la limpieza de una habitación o el trabajo en el jardín.

La conducta puede dividirse en tareas sencillas y realizables según la edad y la capacidad del hijo. Por ejemplo, se le puede enseñar a un niño a recoger sus juguetes antes de que aprenda a limpiar toda la habitación. Con paciencia e inventiva, los padres pueden ayudar a sus hijos a que sean personas cooperativas, responsables y serviciales, y evitar muchos problemas a medida que van madurando.

Camila

A Camila, una niña de cuatro años de edad llena de energía, le gustaba ir de compras con su mamá. Invariablemente, sacaba cosas de los estantes, exigía tocarlas y llevárselas y se enojaba cada vez que su madre la restringía. La madre, que quería que Camila se portara de manera responsable, la regañaba y la amenazaba, pero lograba muy pocos cambios en la conducta de la niña.

Después de conversar con una amiga que tenía más experiencia, la mamá intentó usar un nuevo método de varios pasos progresivos. El primero era expresar el problema de manera amable y afectuosa: “Camila, quiero llevarte conmigo de compras, pero me molesta que tomes cosas de los estantes. Luego empiezas a gritar cuando yo las pongo de vuelta en su lugar”. Entonces le aclaró lo que esperaba de ella: “Puedes ir conmigo de compras si me ayudas. Si tomas cosas o te enojas, tendré que llevarte de vuelta a casa y no podrás acompañarme la próxima vez. No debes sacar nada de los estantes a menos que yo te lo pida. Quiero asegurarme de que lo entiendas, así que por favor repíteme lo que escuchaste”. Cuando Camila repitió correctamente las expectativas de la madre, ésta le dijo: “Dime lo que va a pasar si tomas cosas o te enojas”. Cuando la niña entendió las expectativas y las consecuencias de no cumplir con ellas y las aceptó, se le permitió ir nuevamente de compras.

En la siguiente fase de enseñanza, la mamá llevó a Camila a visitas breves a la tienda. Limitó sus compras a una o dos cosas. Reconoció el deseo de Camila de ayudarle y quiso canalizar ese deseo de manera positiva, así que le permitió que ayudara a seleccionar un artículo y llevarlo en sus manos. Reconoció la buena conducta con elogios verbales. Después que Camila aprendió a comportarse correctamente durante las visitas breves, se le permitió ir por más tiempo. La mamá encontró algo útil que ella pudiera hacer, como elegir entre dos clases de cereales aceptables, seleccionar la manzana más bonita o sostener el bolso de mamá mientras ella colocaba algo en el canasto. Cuando ayudaba, la mamá la felicitaba.

En cierta ocasión, Camila tuvo otra rabieta. Su mamá la llevó a casa lo más rápido posible. Sin expresar ira ni intención de venganza, le dijo: “Lamento que hayas decidido portarte mal en la tienda hoy. La próxima vez que vaya de compras nos quedaremos en casa. Si decides que puedes seguir las reglas cuando vamos de compras, lo volveremos a intentar. ¿Está bien?”. En unas cuantas semanas, Camila ya se portaba bien en público con marcada regularidad.

Ofrecer opciones

A los hijos, al igual que a los adultos, no les gusta que se les gobierne. Mandarle a un hijo que “recoja las cosas esparcidas en su habitación ahora mismo” suele provocar una reacción contraria, tal como “Lo haré más tarde”. Los hijos cooperan mejor cuando pueden elegir entre dos alternativas aceptables: “Me gustaría que recogieras tu ropa antes de salir a jugar esta tarde. ¿Prefieres recogerla ahora antes de salir o cuando regreses del colegio?” Se les dan opciones limitadas, pero los hijos pueden tomar la decisión, lo cual les permite asumir responsabilidad.

Cuando permiten que sus hijos escojan, los padres deben asegurarse de que las opciones que ofrezcan sean aceptables para ellos mismos. Por ejemplo, si el padre o la madre le dice a un adolescente: “Puedes cortar el césped ahora mismo, o de lo contrario no vas a poder llevarte el auto esta noche”. El adolescente puede elegir entre no cortar el césped y no llevarse el auto, pero de todas maneras sale con sus amigos”. El hijo consigue lo que quiere y el césped sigue sin cortarse, un resultado inaceptable para el padre o la madre. Es mejor decirle: “Puedes cortar el césped hoy mismo o puedes limpiar el garaje para que yo tenga tiempo de cortar el césped”. En ese caso, ambas opciones son aceptables para el padre o la madre, y el hijo puede escoger lo que desee.

Una de las opciones no debe ser un castigo: “Puedes cortarlo ahora mismo o ser castigado sin salir por un mes”. Esa declaración no ofrece una verdadera opción (“Debes hacer lo que yo te digo o estás castigado”) y provocará resentimientos.

A continuación hay una lista de posibles opciones para diferentes circunstancias.

  • Un niño de once años de edad comienza a acostarse cada vez más tarde, se le dificulta levantarse por la mañana y quiere que su mamá lo lleve en auto a la escuela. La mamá debería decirle: “Puedes levantarte a tiempo para tomar el autobús escolar o puedes caminar a la escuela”. (Sólo se debe dar esta opción si es factible y seguro caminar hasta la escuela.)

  • Una niña de ocho años de edad pospone lavar los platos. La mamá podría decirle: “Puedes lavar los platos ahora o lavarlos esta noche mientras la familia ve la televisión”.

  • Un adolescente pone música con demasiado volumen. El papá podría decirle: “Puedes escuchar esa música en tu cuarto con la puerta cerrada o usar tus audífonos. No puedo hablar porque el volumen de la música está demasiado alto”.

Los hijos no siempre están dispuestos a aceptar nuevos cambios que les requieran comportarse de manera responsable. Deben estar preparados para escuchar frases como éstas: “Eso no es justo”, “¿Por qué tengo que hacer esto?”, “Otros padres no obligan a sus hijos a hacer eso” o “Si te importaran mis sentimientos no me obligarías a hacer esto”. Los padres no deben permitir que se les manipule con esos comentarios. Deben ser consecuentes con referencia a las opciones. Consideren el siguiente ejemplo:

Martín

Martín se sentó frente a la computadora, una rutina diaria que recientemente había empezado a tomar prioridad sobre los quehaceres que tenía asignados. En una reunión de consejo familiar pocos meses atrás, los miembros de la familia habían acordado que se harían primero los quehaceres, pero una vez más desatendió la norma. Su papá le dio una opción:

Papá:

Martín, tienes mi permiso para usar la computadora esta noche cuando hayas terminado tus quehaceres, o si quieres hacer los quehaceres mañana, podrás usar la computadora mañana por la noche cuando hayas terminado tu trabajo.

Martín:

Haré mis quehaceres cuando haya terminado con la computadora. Ahora no tengo tiempo.

Papá:

Puede ser, hijo, pero podrás usar la computadora después que termines tus quehaceres.

Martín:

Tengo que ponerme en línea ahora mismo. Uno de mis amigos está esperando que me comunique con él.

Papá:

Entiendo perfectamente. Por eso es importante que recuerdes hacer tus quehaceres en cuanto regresas del colegio. A mí no me gusta verte frustrado o molesto, pero el trabajo se tiene que hacer. Recordarás que hablamos de esa regla en el consejo familiar, y tú la aceptaste. Con mucho gusto te prestaré la computadora cuando hayas terminado tu trabajo.

Martín:

Eso no es justo. Te dije que haría mis quehaceres más tarde. Tengo otras cosas que hacer ahora mismo.

Papá:

Puede ser, pero usarás la computadora después de terminar tu trabajo.

El padre o la madre tal vez tenga que repetir las opciones varias veces y debe hacerlo sin enojarse. El hijo podría cansarse de escuchar el mensaje y cumplir con los pedidos si percibe que el padre o la madre habla en serio.

Al ofrecer opciones, los padres no deben ponerse a la defensiva ni discutir con su hijo. Si éste quiere debatir el asunto, los padres responderán a sus comentarios con una declaración breve, tal como: “Puede ser”, y después volver a explicar las opciones. El proceso es mucho menos complicado cuando la familia se pone anticipadamente de acuerdo en cuanto a las reglas.

Cuando un hijo rehúsa cumplir al dársele las opciones, el padre o la madre tiene que imponerle una consecuencia (como se describe en la sesión 9) que se relacione lógicamente con la mala conducta. Si las consecuencias se administran debidamente, tienen sentido y ayudan a los hijos a aprender una conducta responsable. Si la consecuencia es desproporcionada o no guarda ninguna relación con la ofensa, podría parecer irrazonable, arbitraria y excesiva, y causar que el hijo se sienta enojado, resentido y rebelde.

Participar en actividades familiares

Lo que hagan los padres para enseñar a sus hijos se realzará si participan en actividades con ellos. Cuando los hijos trabajan y juegan junto a sus padres, es muy probable que incorporen las enseñanzas y el ejemplo de los padres en su propia vida. Los padres deben planear actividades significativas que todos disfruten. Se puede tener satisfacción en el trabajo y en el juego cuando los padres fomentan las buenas relaciones con sus hijos.

El valor de enseñar un comportamiento responsable

El presidente James E. Faust de la Primera Presidencia destacó la importancia de enseñar un comportamiento responsable a los hijos: “Si los padres no disciplinan a sus hijos ni les enseñan a obedecer, es posible que la sociedad lo haga de una forma que ni a los padres ni a los hijos les guste… Si no hay disciplina y obediencia en el hogar, tampoco puede haber unión en la familia”15. Las familias experimentan más paz y felicidad cuando los padres enseñan amorosamente a sus hijos a obedecer los mandamientos de Dios y las reglas del hogar y de la sociedad.

Notas

  1. Véase “La familia: Una proclamación para el mundo”, Liahona, octubre de 1998, pág. 24.

  2. “La Familia: Una proclamación para el mundo”, Liahona, octubre de 1998, pág. 24.

  3. Martha Farrell Erickson y Karen Kurz-Riemer, Infants, Toddlers, and Families: A Framework for Support and Intervention, New York: The Guilford Press, 1999, págs. 55.

  4. En Conference Report, abril de 1959, pág. 75.

  5. En Conference Report, abril de 1969, pág. 44; o Improvement Era, junio de 1969, pág. 69.

  6. “Los que aman a Jesús”, Liahona, marzo de 1999, pág. 5.

  7. “Honremos el sacerdocio”, Liahona, julio de 2000, pág. 48.

  8. “¿Cómo nos recordarán nuestros hijos?”, Liahona, enero de 1994, pág. 9.

  9. En Conference Report, abril de 1975, pág. 150; o Ensign, mayo de 1975, pág. 101.

  10. “La codicia, el egoísmo y los excesos”, Liahona, julio de 1999, pág. 10.

  11. En Conference Report, abril de 1999, pág. 9.

  12. Kathleen Slaugh Bahr y otros, “The Meaning and Blessings of Family Work”, en Strengthening Our Families: An In-Depth Look at the Proclamation on the Family, ed. por David C. Dollahite, Salt Lake City: Bookcraft, 2000, pág. 178.

  13. “La espiritualidad del servicio”, Liahona, julio de 1990, pág. 14.

  14. “La fuerza de voluntad”, Liahona, julio de 1987, pág. 67.

  15. “El enriquecer la vida familiar”, Liahona, julio de 1983, págs. 64–65.