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Un pendón a las naciones


Capítulo siete

Un pendón a las naciones

Después de llevar con éxito a la primera compañía de santos a través de las llanuras hasta Utah, el presidente Brigham Young volvió su atención al establecimiento del Reino de Dios en el desierto. Mediante su visión y liderazgo, lo que una vez fue un desierto vacío se convirtió en una próspera civilización y en un refugio para los santos. Su decidida dirección ayudó a los santos a imaginar las posibilidades de su nuevo hogar y les guió hacia adelante en su deseo de edificar el Reino de Dios.

Dos días después de la llegada de la primera compañía, Brigham Young y varios miembros de los Doce escalaron un risco redondo al lado de la montaña, el cual el presidente Young había visto en una visión antes de partir de Nauvoo. Examinaron la vasta expansión del valle y profetizaron que todas las naciones del mundo serían bienvenidas en ese lugar y que ahí los santos disfrutarían de prosperidad y paz. Nombraron al cerro Ensign Peak (Cima del Pendón) en base al pasaje de las Escrituras en que Isaías prometió: “Y levantará pendón a las naciones, y juntará los desterrados de Israel” (Isaías 11:12).1

El primer acto público del presidente Young, el 28 de julio de 1847, fue seleccionar un sitio central para el templo y poner a trabajar a los hombres en la planeación de su diseño y construcción. Colocó el bastón en el lugar escogido, y dijo: “Aquí edificaremos un templo a nuestro Dios”. Esa declaración debe haber consolado a los santos, que hacía poco se habían visto obligados a descontinuar la adoración en los templos, cuando partieron de Nauvoo.

En agosto, los líderes de la Iglesia y la mayoría de los integrantes de la primera compañía de pioneros regresaron a Winter Quarters para preparar a sus familias y trasladarlas al valle durante el siguiente año. Poco después de su llegada, Brigham Young y el Quórum de los Doce tuvieron la impresión de que había llegado el momento de reorganizar la Primera Presidencia. En calidad de Presidente del Quórum de los Doce, Brigham Young fue sostenido como Presidente de la Iglesia. Él escogió a Heber C. Kimball y a Willard Richards como consejeros, y los santos sostuvieron a sus líderes unánimemente.

El primer año en el valle

Antes de que terminara el verano de 1847, dos compañías más de santos llegaron al Valle del Lago Salado, por lo que con los dos mil miembros se organizó la Estaca de Salt Lake. La siembra se hizo tarde y la cosecha fue escasa, y para cuando llegó la primavera, muchos estaban sufriendo por la falta de alimentos. John R. Young, quien en esa época era un niño, escribió:

“Para cuando comenzó a crecer el pasto, la hambruna ya era severa. No habíamos comido pan por varios meses. Nuestra dieta consistía de carne de res, leche, la raíz de una hierba (quenopodiasea) que le gustaba a los puercos, raíces de lirios y cardos. Yo era el pastor, así que cuando salía a cuidar a los animales, comía cardos hasta que tenía el estómago tan lleno como el de una vaca. Finalmente el hambre fue tanta que mi padre bajó del árbol una vieja piel de buey que los pájaros habían picado y la convertimos en una sopa deliciosa”.2 Los colonizadores cooperaban generosamente y compartían unos con otros, y así pudieron sobrevivir esa época tan difícil.

Para el mes de junio de 1848, los colonos habían sembrado entre 1.200 y 1.600 hectáreas y el valle comenzó a verse verde y productivo. Pero para consternación de los santos, sobre las cosechas descendieron enormes nubes de grillos negros. Los colonizadores hicieron todo lo posible: cavaron zanjas e hicieron correr el agua por los sembrados sobre los grillos, espantaron a los insectos con palos y escobas y trataron de quemarlos, pero sus esfuerzos fueron inútiles. Los grillos continuaron llegando en cantidades aparentemente interminables. El patriarca John Smith, Presidente de la Estaca de Salt Lake, pidió que se celebrara un día de ayuno y oración. Pronto aparecieron en el cielo grandes bandadas de gaviotas que descendieron sobre los grillos. Susan Noble Grant dijo lo siguiente: “Para nuestro asombro, las gaviotas parecían estar sumamente hambrientas mientras se atragantaban con los grillos que saltaban y revoloteaban por todas partes”.3 Los santos observaron con gozo y asombro; este suceso les había salvado la vida.

Los santos trabajaron con energía y fe, a pesar de sus difíciles circunstancias, logrando un gran progreso en poco tiempo. Un viajero que pasó por la ciudad de Salt Lake en camino a California, en septiembre de 1849, les rindió el siguiente tributo: “Ésta es la gente más ordenada, sincera, trabajadora y cortés que he conocido, y es increíble lo mucho que han llevado a cabo en el desierto, en tan poco tiempo. En esta ciudad, que cuenta con cuatro o cinco mil habitantes, no he conocido a un solo ciudadano holgazán, ni a ninguna persona ociosa. La posibilidad de levantar una buena cosecha es excelente y en todo lo que se ve, se percibe un espíritu y una energía que no se pueden igualar en ninguna ciudad que yo conozca, no importa su tamaño”.4

Exploraciones

A fines del verano de 1848, el presidente Brigham Young viajó de nuevo desde Winter Quarters hasta el Valle del Lago Salado. A su llegada, comprendió que los santos necesitaban estar enterados de los recursos con que contaban en su nuevo ambiente. Aprendieron mucho de los indios que vivían en la región, pero el presidente Young también envió miembros a explorar el territorio y descubrir las propiedades medicinales de las plantas y los recursos naturales disponibles.

Envió a otros grupos exploradores para encontrar lugares que pudieran colonizar. En sus viajes, esos miembros descubrieron depósitos minerales, abundante madera, fuentes de agua y prados, así como lugares adecuados para colonizar. Con el fin de protegerse de la especulación con las tierras, el Profeta advirtió a los santos que no debían dividir sus propiedades para venderlas a otros. La tierra era su mayordomía, la cual debía administrarse con sabiduría y diligencia, y no para obtener ganancia económica.

En el otoño de 1849, bajo la dirección del presidente Young, se estableció el Fondo Perpetuo de Emigración, que tenía como fin ayudar a los pobres que no contaban con los medios para viajar y unirse al cuerpo principal de la Iglesia. Muchos santos contribuyeron a ese fondo con grandes sacrificios; por lo tanto, miles de miembros pudieron viajar al Valle del Lago Salado. Tan pronto como les era posible, los que recibían ayuda devolvían lo que habían recibido, y de ese modo ayudar a otros. Mediante ese esfuerzo cooperativo, los santos bendijeron las vidas de los necesitados.

Los misioneros responden al llamado

Al estar el trabajo y la vida cotidiana en plena actividad, el presidente Brigham Young dirigió su atención a los asuntos de la Iglesia. En la conferencia general del 6 de octubre de 1849, asignó a varios miembros de los Doce y a varios misioneros recién llamados para servir en misiones extranjeras. Ellos aceptaron estos llamados a pesar de que tendrían que dejar atrás a sus familias, sus nuevos hogares y muchas tareas aún sin terminar. Erastus Snow y varios élderes abrieron la obra misional en Escandinavia, mientras que Lorenzo Snow y Joseph Toronto viajaron a Italia. Addison y Louisa Barnes Pratt regresaron a las Islas de la Sociedad, donde él había sido misionero anteriormente. John Taylor fue llamado a Francia y Alemania. Al viajar hacia el Este, los misioneros pasaron a los santos que se dirigían a la nueva Sión, en las Montañas Rocosas.

En sus campos de labor, los misioneros presenciaron milagros y bautizaron a mucha gente en la Iglesia. Cuando predicaba en Italia, Lorenzo Snow, quien más tarde llegó a ser Presidente de la Iglesia, vio a un pequeño de tres años de edad al borde de la muerte. Reconoció la oportunidad de sanar al niño y de ese modo abrir el corazón de los habitantes de la zona. Esa noche oró larga y sinceramente implorando la dirección de Dios. Al día siguiente, él y su compañero oraron y ayunaron por el niño; esa tarde lo ungieron y ofrecieron una oración en silencio para implorar la ayuda divina en sus labores. El niño durmió tranquilo toda la noche y fue sanado milagrosamente. En todos los valles de Piamonte, en Italia, se esparció la noticia de la curación, y se abrieron las puertas a los misioneros, llevándose a cabo los primeros bautismos en esa región.5

En una conferencia especial que se llevó a cabo en agosto de 1852 en la ciudad de Salt Lake, se llamó a ciento seis élderes a salir a cumplir misiones en diversos países de todo el mundo. Esos misioneros, al igual que otros que fueron llamados después, predicaron el Evangelio en América del Sur, China, India, España, Australia, Hawai y el Pacífico Sur. Al principio los misioneros tuvieron poco éxito en la mayoría de esas regiones; no obstante, sembraron semillas que dieron como resultado la conversión de muchas personas durante los esfuerzos misionales que se llevaron a cabo posteriormente.

El élder Edward Stevenson fue llamado a la Misión de Gibraltar, España, lo cual significaba regresar al lugar de su nacimiento, donde denodadamente proclamó el Evangelio restaurado a sus paisanos. Allí fue arrestado por sus prédicas y pasó un tiempo en la cárcel hasta que las autoridades se dieron cuenta de que estaba enseñando a los guardias, casi logrando convertir a uno de ellos. Después de ser liberado, bautizó a dos personas, y para enero de 1854, se había organizado una rama de diez miembros. A pesar de que para julio seis miembros habían partido para servir en el ejército británico en Asia, la rama ya contaba con dieciocho miembros, entre ellos un setenta, un élder, un presbítero y un maestro, lo que le dio a la rama el liderazgo que necesitaba para continuar creciendo.6

Los gobiernos locales de la Polinesia francesa expulsaron a los misioneros en 1852; pero los santos convertidos mantuvieron viva a la Iglesia hasta que se volvieron a reanudar los esfuerzos proselitistas en 1892. Los élderes Tihoni y Maihea fueron especialmente valientes: soportaron el encarcelamiento y otras pruebas en lugar de negar su fe. Los dos trataron de mantener a los santos activos y fieles en el Evangelio.7

Para aquellos que se unieron a la Iglesia fuera de los Estados Unidos, ése era el momento de congregarse en Sión, lo cual significaba viajar por barco hasta los Estados Unidos. Elizabeth y Charles Wood zarparon en 1860 de África del Sur, donde habían trabajado varios años para ahorrar el dinero necesario para su viaje. Elizabeth limpiaba la casa de un hombre adinerado, mientras que su esposo fabricaba ladrillos para obtener los fondos necesarios. Veinticuatro horas después de dar a luz, a Elizabeth la tuvieron que cargar abordo del barco en una cama y ponerla en el camarote del capitán para que estuviera más cómoda. Durante el viaje estuvo muy enferma y en dos ocasiones casi perdió la vida, pero vivió y se estableció en Fillmore, Utah.

Los misioneros se ganaron el aprecio de los santos en los países donde sirvieron.

Al finalizar su misión en Hawai, en 1857, Joseph F. Smith enfermó con una fiebre muy alta que le impidió trabajar durante tres meses. Tuvo la bendición de estar bajo el cuidado de Ma Mahuhii, una fiel hermana de Hawai. Ella lo cuidó como si fuera su propio hijo, por lo que entre ellos se desarrolló un fuerte lazo de amor. Años después, cuando Joseph F. Smith era Presidente de la Iglesia, visitó Honolulú y poco después de su llegada vio que alguien ayudaba a una anciana ciega a entrar con unos cuantos plátanos (bananas) en la mano como ofrenda. Él la oyó decir: “Iosepa, Iosepa” (Joseph, Joseph). Él inmediatamente corrió a su lado, la abrazó y la besó muchas veces, acariciándole la cabeza y diciendo: “Mamá, Mamá, mi querida y viejita Mamá”.8

El llamado de colonizar

Muchas comunidades de Utah, el sur de Idaho y posteriormente partes de Arizona, Wyoming, Nevada y California fueron fundadas por personas y familias que fueron llamadas en conferencias generales. El presidente Brigham Young dirigió el establecimiento de esas comunidades, en las que miles de nuevos colonos pudieran vivir y labrar la tierra.

Durante el transcurso de la vida de Brigham Young, se colonizó todo el Valle del Lago Salado y muchas regiones circunvecinas. Para cuando él falleció en 1877, se habían establecido más de 350 colonias, y para 1900 había casi quinientas. Brigham Henry Roberts, una de las primeras autoridades de la Iglesia, hizo notar que el éxito de la colonización mormona derivó de “la lealtad de la gente hacia a sus líderes, y su desinteresado y devoto sacrificio personal” en llevar a cabo los llamamientos que recibían del presidente Young.9 Los colonizadores sacrificaron comodidades materiales, la asociación con amistades y a veces su propia vida para seguir a un profeta del Señor.

En las reuniones de la conferencia general, el presidente Young leía los nombres de los hermanos y sus familias que eran llamados a trasladarse a regiones fronterizas. Esos colonizadores consideraban que se les llamaba a una misión y sabían que permanecerían en sus lugares asignados hasta que se les relevara. Ellos mismos costeaban el traslado a sus nuevos hogares y llevaban sus propias provisiones; su éxito dependía de lo bien que utilizaran los recursos que tuvieran a la disposición. Inspeccionaban y rozaban los campos, construían molinos para el grano, cavaban zanjas de irrigación para llevar agua a sus tierras, colocaban cercos para el ganado y construían caminos. Sembraban campos y huertas, construían iglesias y escuelas, y trataban de mantener buenas relaciones con los indios. Se ayudaban unos a otros durante enfermedades, partos, fallecimientos y bodas.

En 1862, Charles Lowell Walker recibió el llamado de establecerse en el sur de Utah. Asistió a una reunión que se llevó a cabo para los que habían sido llamados y relató lo siguiente: “Allí aprendí un principio que no olvidaré por algún tiempo. Me demostró que la obediencia era un gran principio en el cielo y en la tierra. Durante los últimos siete años he trabajado en el frío y el calor, el hambre y circunstancias adversas; por fin tengo una casa y un terreno con árboles frutales hermosos que apenas comienzan a dar fruto y son muy bonitos. Pues tengo que dejarlo todo para ir a hacer la voluntad de mi Padre Celestial, quien gobierna todo para el bien de los que le aman y le temen. Ruego que Dios me dé la fuerza para lograr lo que se requiera de mí de una manera aceptable ante Él”.10

Charles C. Rich, miembro del Quórum de los Doce Apóstoles, también recibió el llamado de colonizar. Brigham Young los llamó a él y a varios hermanos más a llevar a sus familias y colonizar el valle de Bear Lake, a unos doscientos cuarenta kilómetros al norte de la ciudad de Salt Lake. El valle tenía una altitud muy elevada; en el invierno hacía mucho frío y había nieve muy profunda. El hermano Rich acababa de regresar, después de haber cumplido una misión en Europa y no estaba muy ansioso de mudar a su familia y empezar de nuevo bajo circunstancias difíciles; pero aceptó el llamamiento y en junio de 1864 llegó al valle de Bear Lake. El siguiente invierno fue severo en extremo y, al llegar la primavera, algunos de los otros hermanos habían decidido partir. El hermano Rich comprendió que la vida en ese clima tan frío no sería fácil, pero dijo:

“Hemos tenido muchas dificultades, lo admito… y las hemos compartido. Si desean irse a otro lugar, tienen el derecho de hacerlo y yo no se lo puedo impedir… Pero yo debo permanecer aquí, aunque me quede solo. El presidente Young me llamó para venir aquí, y aquí me quedaré hasta que me releve y me dé permiso de irme”. El hermano Rich y su famila se quedaron, y él llegó a ser el líder de una progresiva comunidad durante varias décadas.11 Al igual que muchos miles de hombres, él estuvo dispuesto a obedecer a sus líderes para ayudar a edificar el reino del Señor.

Las relaciones con los indios

Al trasladarse más y más hacia la frontera, los colonizadores tenían a menudo tratos con los indios. El presidente Brigham Young, a diferencia de otros colonizadores del Oeste, enseñó a los santos a alimentar a sus hermanos y hermanas nativos y tratar de convertirlos a la Iglesia. Se predicó el Evangelio a los indios en Fort Lemhi, en la región del río Salmon, Territorio de Idaho, y en el poblado de Elk Mountain, cerca del río Colorado, Territorio de Utah. El presidente Young también organizó Sociedades de Socorro cuyas miembros cosían ropa para sus hermanos y hermanas indios y recababan dinero para ayudar a alimentarlos.

Cuando Elizabeth Kane, esposa de Thomas L. Kane, que no era miembro de la Iglesia, pero era un gran amigo de los santos, viajó a través de Utah, se quedó en la casa de una mujer mormona que se veía sumamente agotada. A Elizabeth no le impresionó demasiado esta mujer, hasta que vio cómo trataba a los indios. Cuando la mujer llamó a cenar a sus huéspedes, también les dijo algo a los indios que estaban esperando. Elizabeth preguntó lo que la mujer les había dicho, y uno de los hijos de la familia le dijo: “Estos forasteros llegaron primero, y solamente he preparado lo suficiente para ellos; pero la cena de ustedes se está cocinando ahora; les llamaré en cuanto esté lista”. Elizabeth no podía creer lo que había escuchado y preguntó si realmente iba a darles de comer a los indios. El hijo le contestó: “Mi mamá les servirá a ellos, tal como le servirá a usted, y les dará un lugar en su mesa”. Y así ocurrió, les sirvió y les atendió mientras comían.12

La organización de las funciones del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares

En sus últimos años, el presidente Young aclaró y estableció algunas responsabilidades importantes del sacerdocio, e instruyó a los Doce para que efectuaran conferencias en todas las estacas. Como consecuencia, se crearon siete estacas y ciento cuarenta barrios nuevos en Utah. Se definieron claramente los deberes de las presidencias de estaca, los sumos consejos, los obispados y las presidencias de quórumes, y, se llamó a cientos de hombres para ocupar esos puestos. Aconsejó a los miembros de la Iglesia a poner su vida en orden, a pagar su diezmo, sus ofrendas de ayuno y otros donativos.

En 1867, el profeta nombró a George Q. Cannon superintendente general de la Escuela Dominical, y en pocos años, la Escuela Dominical llegó a ser una parte permanente de la organización de la Iglesia. En 1869, el presidente Young comenzó a darles a sus hijas instrucciones formales en cuanto a la manera de vivir modestamente, y extendió ese consejo a todas las mujeres jóvenes en 1870, cuando formó la Asociación de Moderación (moderación significaba reducir excesos). Ese fue el comienzo de la organización de las Mujeres Jóvenes. En julio de 1877, viajó a Ogden, Utah, para organizar la primera Sociedad de Socorro de estaca.

La muerte y el legado del presidente Brigham Young

En calidad de líder, el presidente Brigham Young era práctico y enérgico. Viajaba por los poblados de la Iglesia para impartir instrucción y ánimo a los santos. Por medio de su dirección y ejemplo, enseñó a los miembros a cumplir con sus llamamientos en la Iglesia.

Al evaluar su propia vida, el presidente Young escribió lo siguiente en respuesta al editor de un periódico de Nueva York:

“Los resultados de mis obras durante los últimos veintiséis años, brevemente resumidos, son los siguientes: La población de este territorio por los Santos de los Últimos Días, con aproximadamente 100.000 almas; la fundación de más de 200 ciudades, pueblos y aldeas habitadas por nuestros miembros… el establecimiento de escuelas, fábricas, molinos y otras instituciones, con el objeto de mejorar y beneficiar a nuestras comunidades…

“Mi vida entera está consagrada al servicio de Dios Todopoderoso”.13

En septiembre de 1876, el presidente Young dio un poderoso testimonio del Salvador: “Testifico que Jesús es el Cristo, el Salvador y Redentor del mundo. He obedecido sus palabras y me he ganado Su promesa. La sabiduría de este mundo no puede dar ni tampoco quitar el conocimiento que tengo de Él”.14

En agosto de 1877, el presidente Young enfermó de gravedad, y a pesar de los cuidados médicos, murió en menos de una semana. Tenía 76 años de edad y había dirigido la Iglesia durante treinta y tres años. En la actualidad le recordamos como el profeta dinámico que guió al Israel de los tiempos modernos a su tierra prometida. En sus sermones habló de todos los aspectos de la vida diaria, poniendo en claro que la religión forma parte del diario vivir. Su comprensión de la frontera y su guía sensible inspiraron a su pueblo para lograr tareas que parecían imposibles, ya que con las bendiciones del cielo crearon un reino en el desierto.

Notas

  1. Véase Journal of Discourses, 13:85–86.

  2. John R. Young, Memoirs of John R. Young, 1920, pág. 64.

  3. Carter E. Grant, The Kingdom of God Restored; 1955, pág. 446.

  4. Citado por B. H. Roberts en Life of John Taylor, 1963, pág. 202.

  5. Francis M. Gibbons, Lorenzo Snow: Spiritual Giant, Prophet of God, 1982, pág. 64.

  6. “The Church in Spain and Gibraltar”, Friend, mayo de 1975, pág. 33.

  7. R. Lanier Britsch, Unto the Islands of the Sea: A History of the Latter-day Saints in the Pacific, 1986, págs. 21–22.

  8. Charles W. Nibley, “Reminiscences of President Joseph F. Smith”, Improvement Era, enero de 1919, págs. 193–194.

  9. Citado por Russell R. Rich en Ensign to the Nations, 1972, pág. 349.

  10. Diary of Charles Lowell Walker, de A. Karl Larson y Katharine Miles Larson, editores, 2 tomos, 1980, 1:239.

  11. Leonard J. Arrington, Charles C. Rich, 1974, pág. 264.

  12. Elizabeth Wood Kane, Twelve Mormon Homes Visited in Succession on a Journey through Utah to Arizona, 1974, págs. 65–66.

  13. Citado por Gordon B. Hinckley en La Verdad Restaurada, 1979, pág. 150.

  14. Brigham Young, en Journal of Discourses, 18:233.