2020
Cómo rehice mi vida después del divorcio
Septiembre de 2020


“Cómo rehice mi vida después del divorcio”, Liahona, septiembre de 2020

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Cómo rehice mi vida después del divorcio

Cuando mi esposo se fue, tuve que afrontar la vida sola con diez hijos que acudían a mí en busca de respuestas.

Hace tres años y medio, mi matrimonio en el templo, que duró 29 años, terminó en divorcio. Hasta ese momento, mi vida había girado en torno a la Iglesia, mi esposo, mis hijos —ocho de los cuales aún vivían en casa— y dos nietos. A consecuencia del divorcio, mi vida cambió de manera que no podría haber imaginado.

Desde entonces, he sido madre sola que trata de satisfacer las necesidades de cinco varones que participan activamente en los deportes, una hija adolescente, y dos hijos adultos que trabajan y estudian. Durante los primeros meses tras la separación, me sentí sola, desanimada y a menudo deprimida. Sencillamente estaba abrumada con todas las tareas y responsabilidades que me habían caído encima. ¿Cómo afectaría el divorcio a mis hijos? ¿Aún confiarían en el matrimonio? ¿Podríamos volver a ser algún día una familia “eterna”?

Mi vida como madre sola me exigía mucho y tuve que aprender a hacer cosas que nunca había hecho antes. Mis hijos también aprendieron a aceptar mayores responsabilidades que a veces deseaba que no tuvieran que cargar. Entre otras cosas, tuvimos que aprender a reparar sistemas de aspersores, armarios y sistemas de plomería. Un día hice un inventario de todas las reparaciones que la casa aún necesitaba, tras lo cual me senté y rompí en llanto. No tenía dinero para costearlas y no sabía cómo hacerlas por mi cuenta.

Si bien la vida como madre soltera ha sido todo un reto, he aprendido que el Padre Celestial no espera que lo haga todo yo sola. A medida que he ido confiando en Él cada vez más, he hallado consuelo y apoyo mediante el vivir el Evangelio con dedicación, miembros del barrio que me han apoyado y el deseo de procurar el bien en mi vida.

Cómo establecí una base en el Evangelio

Me mantuve activa. Debido a que tenía más responsabilidades, sentía cada vez más la necesidad de reevaluar dónde me encontraba en cuanto a vivir el Evangelio. De inmediato tomé quizá una de las decisiones más importantes: me mantendría activa en la Iglesia y asistiría a las actividades del barrio, aunque tuviera que ir sola o me sintiera incómoda de participar sin acompañante. A pesar de que no tenía pareja, esa decisión me sirvió para seguir sintiéndome parte de la familia del barrio.

Leí las Escrituras. Si bien había leído el Libro de Mormón a lo largo de mi vida, desde el divorcio lo he estado leyendo a diario. Las Escrituras han cobrado un nuevo significado para mí; me consuelan y me ofrecen guía; me acercan al Padre Celestial; me dan respuestas.

Una noche, después de asistir a una charla fogonera sobre las relaciones personales, llegué a casa sintiéndome muy incómoda. Detestaba la idea de considerarme una mujer divorciada. Después de ofrecer una oración, tomé el Libro de Mormón y el primer pasaje que leí decía: “Ahora bien […], en vista de que nuestro clemente Dios nos ha dado tan gran conocimiento acerca de estas cosas, acordémonos de él […], y no inclinemos la cabeza, porque no somos desechados” (2 Nefi 10:20). Conforme seguí leyendo, el Espíritu Santo me dio algunas instrucciones personales. Sentí que el mensaje dirigido a mí era que ahora las cosas eran distintas, pero que sería guiada y que el Señor me recordaba.

Nuevamente sentí que Dios estaba pendiente de mí y de mi situación, y pude sentir Su amor. No tengo que inclinar la cabeza con vergüenza debido a que soy divorciada. En efecto, hay cosas que han cambiado en mi vida; no obstante, los principios eternos son los mismos. Si me mantengo cerca del Padre Celestial, todas las bendiciones prometidas aún pueden ser mías. Agradezco haber abierto las Escrituras esa noche.

Guardé los mandamientos. Durante el trámite del divorcio, el ingreso de la familia se redujo considerablemente y teníamos problemas económicos. Me encontré con el dilema de si debía pagar el diezmo cuando obviamente no había dinero suficiente para alimentar y atender a mi numerosa familia, y hacer las reparaciones esenciales en la casa. Así que procuré el consejo de mis líderes del sacerdocio y recibí una respuesta: Decidí que pagaría un diezmo íntegro. Creo que ese pequeño acto de fe abrió las ventanas de los cielos, ya que derramaron muchas bendiciones sobre nuestra familia. Aunque estaba sumamente agradecida por la ayuda que recibía de otras personas, también me encontraba luchando en mis adentros por actuar con humildad y refinamiento, ya que mi familia nunca había necesitado ayuda antes. En mis primeras idas al almacén del obispo se me rodaron las lágrimas; sin embargo, acudí al Señor para que me ayudara a aprender de esa experiencia. Además de batallar con el orgullo, aprendí mucho acerca del amor y de la finalidad del programa de bienestar. Si bien ahora ya no necesitamos ayuda de bienestar, siento agradecimiento por esa experiencia.

Acepté un llamamiento. Justo antes de que se tramitara el divorcio, se reorganizó la presidencia de la Sociedad de Socorro y se me llamó como secretaria. La nueva presidenta me dijo posteriormente que mi nombre le acudió a la mente mientras se encontraba meditando en el templo. Al mirar atrás, me doy cuenta de que el Padre Celestial me colocó en una posición para que recibiera ayuda y gestos de amabilidad y preocupación de parte de mis hermanas de la presidencia en esos estresantes días previos y posteriores al divorcio.

Mi labor en la Sociedad de Socorro consistía en preparar boletines semanales y una cantidad de informes mensuales, por lo que comencé a adquirir habilidades con la computadora. Al llevar a cabo mis demás responsabilidades, en ocasiones tenía que dirigir reuniones y mis aptitudes de liderazgo también mejoraron. Mi confianza en mí misma aumentó. Cuando tuve que regresar a trabajar de enfermera después de muchos años de no practicar la profesión, me enteré de que el trabajo requería conocimientos de computadoras y sentí agradecimiento por todo lo que había aprendido por medio de mi llamamiento. El hecho de tener esas aptitudes me ayudó a volver a trabajar con más confianza.

Cómo recurrí a la familia de mi barrio

Deliberé en consejo con mi obispo. Llegué a apreciar la guía del obispo que me ayudó a tomar numerosas decisiones acertadas. Él pasaba a menudo a visitar a nuestra familia y se aseguraba de que todo estuviera bien y que estuviéramos bien atendidos. Fue mi apoyo tanto en lo temporal como en lo espiritual.

Un día, el obispo me llamó para que fuera a su oficina y habló conmigo de la situación de cada uno de mis hijos para ver cómo se encontraban. Elaboramos un plan a fin de asegurarnos de que cada uno de mis hijos varones recibiera apoyo de los líderes del sacerdocio por medio de su respectivo cuórum y de los líderes de las organizaciones auxiliares. También analizamos mi situación económica y se aseguró de que tuviésemos alimentos en casa. Cuando llegó la Navidad, él volvió a cerciorarse de que hubiese regalos debajo del árbol.

Además de ayudar a mis hijos, me dio bendiciones del sacerdocio y me ayudó a explorar mi nueva función como hermana sin pareja. Fue un gran consuelo saber que contaba con su apoyo.

Confié en los maestros orientadores. Cuando el hermano Mark y sus hijos fueron asignados como maestros orientadores de nuestra familia, él expresó su deseo de servirnos. Con el tiempo, pude entender lo mucho que deseaba hacerlo. Pasaba a menudo para ver cómo estábamos y nos preguntaba cómo nos había ido en la semana. Se hizo amigo de cada uno de mis hijos y recordaba sus cumpleaños. Les ha dado bendiciones del sacerdocio antes de cada año escolar. Consulta conmigo en cuanto a los mensajes que nos da cada mes y después nos invita a arrodillarnos para orar con él y sus hijos antes de irse. Siento agradecimiento por esos fieles maestros orientadores que han brindado apoyo del sacerdocio a mi familia.

Hubo momentos en los que me llenaba de pánico y pensaba que tenía que salir de la casa, ya que parecía muy costoso mantenerla a pesar de que mis hijos y yo, con el consejo de líderes del sacerdocio, habíamos decidido que lo que más nos convenía era permanecer en ella y seguir viviendo entre amigos y nuestra familia del barrio. En esos momentos, mi maestro orientador me recordaba los motivos por los cuales decidimos quedarnos; entonces, por lo menos una vez al año, él se ponía de acuerdo con algunos hermanos para que vinieran a la casa a hacer las reparaciones necesarias, limpiar el patio, reparar aspersores, pintar y ayudarnos a mantenerla.

Sentí aprecio por las hermanas del barrio. Los dos primeros años posteriores al divorcio, me vi rodeada de amigas amorosas de la presidencia de la Sociedad de Socorro que me brindaban su apoyo. Ellas lloraban conmigo, reían conmigo y yo sentía afinidad con ellas. Por medio de mi llamamiento, me enteré de algunas necesidades de las hermanas del barrio y el hecho de prestarles servicio me ayudó a mantener la perspectiva y a hallar sanación en mi propio corazón.

Llegaron otras bendiciones. Mis amigas de la presidencia se preocuparon cuando llegó el primer día de San Valentín que pasaría sin mi esposo, así que me enviaron un regalo envuelto de una manera hermosa, el cual me esperaba cuando llegué de trabajar. En otra ocasión, me hicieron “reina por un día”. Me pidieron que asistiera a una reunión que tendríamos temprano por la mañana. Al llegar, una hermana me estaba esperando para hacerme las uñas; dos amigas llegaron para hacerme un peinado; después me dijeron que iríamos a almorzar y de compras. Me compraron un conjunto nuevo, el primero desde el divorcio. Mi corazón se llenó de emociones y sentí el amor del Salvador por medio de los actos de esas hermanas.

Cómo hallé gozo

Me rodeé de cosas bellas. El decimotercer Artículo de Fe sugiere que aspiramos a todo aquello que es bueno. La música ha sido una poderosa influencia en nuestro hogar, en particular desde el divorcio. Con solo escuchar música sagrada me he sentido más cerca del Padre Celestial y de Jesucristo. He leído buenos libros y asistido a buenas obras de teatro. En ocasiones voy al cine o juego por mi cuenta, y me he dado cuenta de que puedo pasarla bien, incluso si estoy sola. Otras veces, le pido a una amiga o a un familiar que me acompañe.

Cultivé nuevas amistades. Siendo una hermana recién divorciada, me enteré de que en el barrio había dos hermanas viudas y otras tres que hacía poco se habían divorciado, y en seguida nos hicimos amigas. Nos juntábamos a menudo, habitualmente los viernes por la noche. El tiempo que pasamos juntas nos ha ayudado a estrechar el vínculo amistoso. Nos apoyamos y nos damos ánimo las unas a las otras; nos divertimos juntas. Una hermana del barrio que es terapeuta se reúne con nosotras de vez en cuando y nos ayuda a comprender nuestros sentimientos y a hacer frente a nuestros problemas. Tratamos de ver el lado positivo de las circunstancias difíciles de cada hermana. Además, cada una de nosotras en uno u otro momento ha expresado la idea de que nuestras dificultades nos han llevado a un nuevo nivel de acercamiento espiritual con nuestro Padre Celestial. Aunque no habríamos elegido afrontar nuestras difíciles circunstancias, reconocemos las bendiciones que hemos recibido en nuestra vida a consecuencia de ellas.

Asistí al templo. El templo es un lugar de bondad y belleza, y sé que ahí soy bien recibida. A pesar de que el asistir al templo puede traer dolorosos recordatorios de convenios que se han quebrantado, me consuela saber que tarde o temprano podré recibir nuevamente todas las bendiciones que se nos prometen en el templo si hago mi parte de mantenerme leal y fiel. Tengo presente que tanto yo como mis hijos, quienes nacieron en el convenio, aún somos herederos de todas las bendiciones del pueblo del convenio. Gracias a esas dulces certezas, he aprendido a sentir paz y gozo cuando estoy en el templo.

Sentí gozo. Mi hijo menor Matt y yo cumplimos años el mismo día. Él iba a cumplir 8 años y yo 50. Matt quiso que uno de sus hermanos lo bautizara el día de nuestro cumpleaños, así que nuestro maestro orientador se tomó el tiempo de mostrar a mis hijos la manera de efectuar la ordenanza y también asistió al servicio bautismal. Después del bautismo, Matt fue confirmado por el mayor de mis hijos, que es casado.

Como parte del programa, todos mis diez hijos, junto con dos cónyuges y dos nietos, se pusieron de pie y cantaron “Las familias pueden ser eternas”. Fue un momento que siempre recordaré. Los sentimientos de gratitud hacia el Evangelio y las ricas bendiciones espirituales que yo había recibido para ayudarme, sostenerme y enseñarme me colmaron el corazón. Al mirar a mi hermosa familia y escuchar las palabras que cantaron, supe sin ninguna duda de que aún éramos una familia “eterna”.

  • Jackie Witzel es miembro del Barrio Little Cottonwood, de la Estaca Salt Lake Granite View.