2009
¿Debía renunciar a mis estudios para servir en una misión?
April 2009


¿Debía renunciar a mis estudios para servir en una misión?

En 1992 terminé los estudios de enseñanza media superior e inmediatamente envié los papeles para servir en una misión de tiempo completo. Cuando llegó mi llamamiento, acababan de admitirme en una de las mejores universidades de Nigeria para estudiar medicina.

En Nigeria, la admisión a la facultad de medicina es competitiva y no se debe desaprovechar una vez que se logra. Cuando algunos amigos y familiares me presionaron para que renunciara a mi llamamiento misional, les expliqué que yo tenía la responsabilidad de servir y que había estado esperando la oportunidad de hacerlo desde que me había unido a la Iglesia seis años antes. Estaba seguro de que después de mi misión me volverían a admitir en la facultad de medicina, pero muchas personas pensaban que me arrepentiría de mi decisión.

Estoy agradecido a los maestros orientadores, a familiares y amigos de la Iglesia que me apoyaron en mi decisión de servir. El asistir a seminario, estudiar las Escrituras y vivir el Evangelio me permitieron mantenerme fiel a mis convicciones.

Como misionero, me puse metas y trabajé mucho. Veinticuatro meses más tarde, recibí un relevo honorable. El Señor bendice a los ex misioneros, pero no ha prometido que serán inmunes a las pruebas. Para un ex misionero de Nigeria, esas pruebas incluyen el desempleo y la falta de fondos para la educación.

Durante los primeros tres años después de la misión tomé tres exámenes de admisión y los pasé, pero no me volvieron a admitir a la facultad de medicina. Durante esos tres años, no pude conseguir ningún trabajo. Me sentía tentado a creer que algunos de mis amigos y familiares quizás hubiesen tenido razón y que yo me había equivocado al renunciar a mi admisión a la facultad de medicina.

Durante la misión, aprendí a poner mi carga sobre Jehová; por eso, dejé que Él dirigiera mi vida de acuerdo con Su voluntad. Tan pronto como lo hice, las cosas empezaron a mejorar, aunque no de la forma en que yo lo había planeado.

Un domingo de ayuno, decidí ayunar y orar con verdadera intención y pedir la ayuda del Señor. Esa noche, tocaron a mi puerta; cuando abrí, me asombré al ver a una persona que había conocido durante la capacitación sobre seguridad a la que había asistido seis meses antes. Me dijo que en la compañía para la que trabajaba su hermano mayor había una vacante para un puesto de operario de seguridad, y que la compañía necesitaba llenar esa vacante lo antes posible. Yo era la única persona que había acudido a su mente.

Al día siguiente, la compañía me contrató. Esa singular experiencia me confirmó que el Padre Celestial no me había abandonado y que necesitaba confiar en Él. Ese trabajo resultó ser un punto de partida que me permitió conseguir otros trabajos.

Las bendiciones divinas no se miden sólo con los logros temporales. Después de la misión, luché durante años por lograr estabilidad en las cosas temporales, pero el Señor me bendijo espiritualmente. En mi bendición patriarcal se me indicaba que debía casarme y se me decía que llegaría la oportunidad de obtener una educación superior. Y así fue.

Si bien nunca asistí a la facultad de medicina, obtuve otros títulos que se pueden equiparar con los de contabilidad y matemáticas. Con el tiempo, el Señor me bendijo con la suficiente estabilidad material para poder casarme.

Si cumplimos una misión honorable, el Señor está obligado a bendecirnos cuando, más tarde, busquemos oportunidades de obtener una educación superior. Nada en la vida de un joven o de una jovencita supera las experiencias, el aprendizaje y las bendiciones del servicio misional de tiempo completo.