Historia de la Iglesia
Doctrina pura


Doctrina pura

Cuando Ismael Ezequiel Polanco Almonte tenía ocho años, se preguntó acerca de Dios. Recordó que su padre leía un pasaje del libro de Santiago del Nuevo Testamento, que prometía que aquellos que tenían falta de sabiduría podían “[pedirla] a Dios” (Santiago 1:5). Esas palabras le llenaron el corazón y nunca las olvidó. Cuando estuvo solo en su habitación, le preguntó a Dios si la iglesia a la que asistía era la correcta. Ismael esperaba una respuesta inmediata, pero esta no llegó.

A medida que crecía, Ismael asistió a muchas iglesias, pero su confusión no hacía más que aumentar. Cada iglesia contradecía a los demás, e Ismael no podía encontrar a nadie que le diera respuestas directas a sus preguntas sobre la naturaleza de Dios, así que, finalmente, decidió que no había respuesta.

“Comencé a hacer cosas que hacen algunos jóvenes modernos”, dijo Ismael. “Cada semana me hundía más y más en la oscuridad, porque las decisiones que tomaba no eran las mejores”. Sentía que sus malos hábitos lo estaban distanciando de su familia, que siempre lo había apoyado; pero, una vez más, sintió el deseo de preguntarle a Dios. “Estoy aquí esperando, he buscado, pero no he encontrado”, oró él. “Mírame, estoy solo; quiero saber, pero no sé dónde encontrarte”. En ese momento, dijo, “sentí que el pecho me ardía tan fuerte como si tuviera un volcán en mi interior. No pude contener las lágrimas; sabía que era una respuesta a mi pregunta”.

Esa tarde, en la escuela, un amigo invitó a Ismael a Seminario matutino. Su amigo le explicó que era una clase en la que él y otros jóvenes de su Iglesia estudiaban las Escrituras. Ismael le dijo que iría, sabiendo en su interior que era la respuesta a su oración. A la mañana siguiente, se despertó a las 5:30 de la mañana y fue al edificio de la rama de Matancita. “Nunca he tenido un sentimiento tan fuerte de paz”, dijo él. “Se compartió doctrina pura, deliciosa para un alma que había buscado con tanto anhelo”. Continuó asistiendo a Seminario y asistió a la Iglesia todos los domingos.

Aún no había misioneros en su pueblo, así que Ismael esperó un año y medio para ser bautizado. Cuando finalmente los misioneros llegaron, le enseñaron las lecciones misionales en una semana. Ismael fue bautizado en el océano cerca de su aldea. En 2016, reflexionando sobre su conversión, dijo: “Ahora gozo del privilegio de no ser extranjero ni advenedizo (véase Efesios 2:19), sino un hermano de todos aquellos que han entrado en la senda del Señor, el sendero estrecho y angosto”.