Conferencia General
Tú eres el Cristo
Conferencia General de abril de 2025


11:12

Tú eres el Cristo

(Mateo 16:16)

Queremos que nuestros hijos crean en Jesucristo, que pertenezcan a Jesucristo y a Su Iglesia por medio de los convenios, y que se esfuercen por llegar a ser como Jesucristo.

Cuando nuestro hijo Eli estaba en cuarto grado, su clase organizó un gobierno simulado y él fue elegido por sus compañeros para ser el juez de la clase. Un día, un juez titular del Tribunal del Segundo Distrito de Utah los visitó, le colocó su toga oficial a Eli y luego le tomó juramento para su clase. Esto despertó en la joven e impresionable alma de Eli la pasión por estudiar Derecho, y estudiar también al Legislador mismo: Jesucristo.

Después de años de esfuerzo diligente, Eli recibió una invitación a una entrevista con una de sus principales opciones para estudiar Derecho. Me dijo: “Mamá, me hicieron diez preguntas y la última fue: ‘¿De dónde proviene su brújula moral?’. Afirmé que, a lo largo de la historia, la humanidad ha obtenido sus sistemas morales emulando arquetipos en la vida. El arquetipo de moralidad que intento emular en mi vida es el de Jesucristo. Dije que si toda la humanidad siguiera las enseñanzas de Jesucristo en el Sermón del Monte, el mundo sería un lugar mejor y más pacífico”. Así terminó la entrevista, y Eli pensó: “Adiós a mis sueños de infancia. Nadie en la academia secular quiere oír hablar de Jesucristo”.

Dos semanas después, admitieron a Eli con una beca. Antes de aceptar, visitamos el campus. La Facultad de Derecho parecía un castillo situado en lo alto de una colina con vistas a un hermoso lago. Sorprendentemente, al caminar por la magnífica biblioteca y los majestuosos pasillos, encontramos atributos del Sermón del Monte en los estandartes y tallados en piedra.

El Sermón del Monte es, sin lugar a dudas, el discurso más notable que se ha pronunciado jamás, y fue pionero en lo que enseñaba. Ningún otro sermón puede ayudarnos a comprender mejor el carácter de Jesucristo, Sus atributos divinos y nuestro propósito último de llegar a ser como Él.

El ser discípulos de Jesucristo para toda la vida comienza en el hogar (y en la Primaria a partir de los dieciocho meses de edad). Queremos que nuestros hijos crean en Jesucristo, que pertenezcan a Jesucristo y a Su Iglesia por medio de los convenios, y que se esfuercen por llegar a ser como Jesucristo.

Creer en Jesucristo

Primero, que crean en Jesucristo.

Después del sermón del Pan de Vida, a “muchos de [los] discípulos [del Señor]” les resultó difícil aceptar Sus enseñanzas y doctrina, y “volvieron atrás y ya no andaban con él”. Entonces Jesús se volvió a los Doce e hizo una pregunta desgarradora: “¿También vosotros queréis iros?”.

Pedro respondió:

“Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. […]

“Nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”.

Tal como demostró Pedro, creer es “tener fe en alguien o aceptar que algo es verdad”. Y para que la fe conduzca a la salvación, debe estar centrada en el Señor Jesucristo. “[Ejercemos] la fe en [Jesucristo] si tenemos la certeza de que Él existe, si [comprendemos] Su carácter [y naturaleza verdaderos] y si sabemos que estamos esforzándonos por vivir de acuerdo con Su voluntad”.

Nuestro amado profeta, el presidente Russell M. Nelson, declaró: “La fe en Jesucristo es el fundamento de toda creencia y el conducto del poder divino”.

¿Cómo podemos ayudar a los niños a fortalecer su creencia en Jesucristo y a tener acceso a Su poder divino? No hace falta mirar más allá de nuestro Salvador.

“[El Señor] habló al pueblo, diciendo:

“He aquí, yo soy Jesucristo […].

“Levantaos y venid a mí […].

“Los de la multitud se adelantaron y metieron las manos en su costado, y palparon las marcas de los clavos en sus manos y en sus pies; y esto hicieron, yendo uno por uno […]; y vieron con los ojos y palparon con las manos, y supieron con certeza, y dieron testimonio de que era él”.

Los invito a meditar en cómo puede verse esto en la vida de los niños pequeños. ¿Oyen ellos testimonios de Jesucristo y de Su Evangelio? ¿Ven imágenes de Su ministerio y divinidad que reflejan reverencia y adoración? ¿Sienten y reconocen al Espíritu Santo que testifica de Su realidad y divinidad? ¿Conocen Su mensaje y Su misión?

Pertenecer a Jesucristo y a Su Iglesia

Segundo, que pertenezcan a Jesucristo y a Su Iglesia.

El pueblo del rey Benjamín experimentó un potente cambio en el corazón y, por convenio, dedicó su vida a hacer la voluntad de Dios. Debido al convenio que hicieron con Dios y Jesucristo, fueron “llamados progenie de Cristo, hijos e hijas de él”. Como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, tenemos la responsabilidad por convenio de edificar Su Reino y prepararnos para Su regreso.

Materiales para preparar a los niños para toda una vida en la senda de los convenios de Dios.

¿Cómo podemos ayudar a los niños a hacer convenios sagrados y guardarlos? En el manual Ven, sígueme, en los apéndices A y B, encontramos frases para iniciar conversaciones, así como lecciones que capacitarán a las familias y apoyarán a los maestros y líderes en su responsabilidad sagrada de preparar a los niños para toda una vida en la senda de los convenios de Dios.

Llegar a ser como Jesucristo

Tercero, que lleguen a ser como Jesucristo.

En el Libro de Mormón, el Salvador exhortó a Sus discípulos recién llamados a emularlo lo más fielmente posible: “¿Qué clase de hombres habéis de ser? En verdad os digo, aun como yo soy”.

¿Cómo podemos ayudar a los niños bautizados y confirmados a cumplir con su responsabilidad por convenio de congregarse ellos mismos y a los demás en Jesucristo? El discipulado para toda la vida requiere que “se[amos] hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores”.

Cuando extiendan invitaciones a los discípulos más jóvenes del Señor, aprovechen cada oportunidad para guiarlos y enseñarles la Senda a seguir. Aconsejen a estos preciosos pequeñitos cuando ellos se preparen para enseñar, testificar, orar o servir, a fin de que tengan confianza y sientan gozo al cumplir con sus responsabilidades. Busquen maneras inspiradas de ayudarlos a saber que esta es su Iglesia y que tienen una función vital que desempeñar en la preparación para el regreso del Salvador.

A medida que Jesucristo se convierte en el centro de nuestra vida, lo que deseamos, y cómo lo deseamos, cambia para siempre. ¡La conversión lo cambia todo! Cambia nuestra naturaleza, “por lo que ya no tenemos más disposición a obrar mal, sino a hacer lo bueno continuamente”. Cambia la forma en que usamos nuestro tiempo y nuestros recursos, y lo que leemos, vemos, escuchamos y compartimos. Cambia incluso nuestra respuesta a una entrevista distinguida y académica, en la que nos jugamos nuestro futuro profesional.

Debemos llenar cada rincón de nuestra vida con la Luz de Jesucristo. Si no estamos testificando de la veracidad de Su divinidad preterrenal, de Su misión divina y de Su Resurrección —que abrió la prisión— en nuestros hogares y en cada reunión de esta Iglesia, entonces nuestros mensajes de amor, servicio, honradez, humildad, gratitud y compasión no llegarán a ser nada más que una alegre charla motivadora sobre un estilo de vida reflexivo. Sin Jesucristo no hay poder para cambiar, no hay propósito al que aspirar, ni conciliación de las tribulaciones de la vida. Si nos volvemos despreocupados en nuestro discipulado de Jesucristo, eso podría resultar catastrófico para nuestros hijos.

Cuando les decimos a nuestros hijos que los amamos, ¿les estamos diciendo también que su Padre Celestial y su Salvador Jesucristo los aman? Nuestro amor podría consolar e inspirar, pero el amor de Ellos puede santificar, exaltar y sanar.

Este Jesús no debería ser un Jesús ficticio, un Jesús simplista, un Jesús inmaterial, un Jesús trivial o un Jesús desconocido, sino un Jesús glorificado, omnipotente, resucitado, exaltado, venerable y poderoso: el Hijo Unigénito de Dios, que es poderoso para salvar. Y tal como un niño pequeño en las Filipinas me testificó con convicción un día: “¡Merecemos que se nos salve!”. En el sagrado y santo nombre de Aquel “a quien Dios puso como [la gran] propiciación”, Jesucristo. Amén.