Conferencia General
El amor divino en el plan del Padre
Conferencia General de abril de 2022


El amor divino en el plan del Padre

El propósito de la doctrina y las normas de esta Iglesia restaurada es preparar a los hijos de Dios para la salvación en el Reino Celestial y la exaltación en su grado más alto.

El plan del Evangelio demuestra el amor de nuestro Padre Celestial por todos Sus hijos. Para comprender esto, debemos tratar de entender Su plan y Sus mandamientos. Él ama tanto a Sus hijos que dio a Su Hijo Unigénito, Jesucristo, para que fuera nuestro Salvador y Redentor, para que sufriera y muriera por nosotros. En la restaurada Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días gozamos de una comprensión única del plan de nuestro Padre Celestial. Esto nos brinda una perspectiva diferente del propósito de la vida terrenal, del juicio divino que le sigue y del glorioso destino final de todos los hijos de Dios.

Los amo, mis hermanos y hermanas. Amo a todos los hijos de Dios. Cuando a Jesús le preguntaron: “¿[C]uál es el gran mandamiento de la ley?”, Él enseñó que amar a Dios y amar al prójimo son los primeros grandes mandamientos de Dios1. Esos mandamientos son los primeros porque nos invitan a crecer espiritualmente buscando imitar el mismo amor de Dios por nosotros. Desearía que todos tuviéramos una mejor comprensión de la amorosa doctrina y de las normas que nuestro Padre Celestial y Su Hijo, Jesucristo, han establecido en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Lo que aquí expongo busca aclarar cómo el amor de Dios explica esa doctrina y las normas inspiradas de la Iglesia.

I.

Un malentendido común sobre el juicio que finalmente sigue a la vida terrenal es que las personas buenas van a un lugar llamado cielo y las malas van a un lugar sempiterno llamado infierno. Esta suposición errónea de solo dos destinos finales implica que aquellos que no puedan guardar todos los mandamientos requeridos para el cielo estarán necesariamente destinados para siempre al infierno.

Un amoroso Padre Celestial tiene un mejor plan para Sus hijos. La doctrina revelada de la Iglesia restaurada de Jesucristo enseña que todos los hijos de Dios —con excepciones demasiado limitadas para considerarlas aquí— terminarán finalmente en un reino de gloria2. “En la casa de mi Padre muchas moradas hay”3, enseñó Jesús. Gracias a la revelación moderna sabemos que esas mansiones se encuentran en tres reinos de gloria diferentes. En el Juicio Final, cada uno de nosotros seremos juzgados de acuerdo con nuestras obras y los deseos de nuestro corazón4. Antes de eso, tendremos que padecer por los pecados de los que no nos hayamos arrepentido. Las Escrituras son claras al respecto5. Entonces, nuestro justo Juez nos concederá morar en uno de esos reinos de gloria. Por consiguiente, tal como sabemos por la revelación moderna, todos “serán juzgados […] y cada hombre recibirá, conforme a sus propias obras, su dominio correspondiente en las mansiones que están preparadas”6.

El Señor ha elegido revelar relativamente poco sobre dos de estos reinos de gloria. En cambio, ha revelado mucho sobre el reino de gloria más alto, que la Biblia describe como “la gloria del sol”7.

En la gloria “celestial”8 hay tres grados o niveles9. El más alto de ellos es la exaltación en el Reino Celestial, en el que podemos llegar a ser como nuestro Padre y Su Hijo Jesucristo. Para ayudarnos a desarrollar los atributos divinos y el cambio en nuestra naturaleza necesarios para comprender nuestro potencial divino, el Señor ha revelado la doctrina y ha establecido mandamientos basados en la ley eterna. Esto es lo que enseñamos en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, porque el propósito de la doctrina y las normas de esta Iglesia restaurada es preparar a los hijos de Dios para la salvación en la gloria celestial y, más particularmente, para la exaltación en su grado más alto.

Los convenios que se hacen y las bendiciones prometidas a los fieles en los templos de Dios son la clave. Esto explica la edificación de templos en todo el mundo, sobre los que el coro ha cantado de forma tan maravillosa. Algunos se encuentran desconcertados por este énfasis, sin entender que los convenios y las ordenanzas del templo nos guían hacia el logro de la exaltación. Esto puede entenderse solo en el contexto de la verdad revelada de los tres grados de gloria. Debido al gran amor que nuestro Padre Celestial siente por todos Sus hijos, Él ha proporcionado otros reinos de gloria —como el élder Quentin L. Cook lo explicó ayer— los cuales son más maravillosos de lo que podemos comprender10.

La expiación de Jesucristo hace todo esto posible. Él ha revelado que Él “glorifica al Padre y salva todas las obras de sus manos11. Esa salvación se concede en diferentes reinos de gloria. Sabemos por la revelación moderna que “[a] todos los reinos se ha dado una ley”12. Es significativo que:

“[E]l que no es capaz de obedecer la ley de un reino celestial, no puede soportar una gloria celestial.

“Y el que no puede obedecer la ley de un reino terrestre, no puede soportar una gloria terrestre.

“Y el que no puede obedecer la ley de un reino telestial, no puede soportar una gloria telestial”13.

En otras palabras, las leyes que elijamos acatar en el amoroso plan de nuestro Padre Celestial determinan el reino de gloria que recibamos en el Juicio Final. Bajo ese plan hay múltiples reinos, de forma que todos sus hijos estén asignados a un reino en el cual puedan “morar”.

II.

Las enseñanzas y las normas de la Iglesia restaurada del Señor aplican estas verdades eternas de una manera que puede llegar a comprenderse plenamente solo en el contexto del amoroso plan de nuestro Padre Celestial para todos Sus hijos.

Por lo tanto, honramos el albedrío individual. Muchos conocen los grandes esfuerzos de esta Iglesia por fomentar la libertad religiosa. Estos esfuerzos se llevan a cabo a fin de promover el plan de nuestro Padre Celestial. Procuramos ayudar a todos Sus hijos —no solo a nuestros propios miembros— a disfrutar de la preciosa libertad de escoger.

Del mismo modo, a veces nos preguntan por qué enviamos misioneros a tantas naciones, incluso entre poblaciones cristianas. También nos preguntan por qué brindamos una enorme ayuda humanitaria a personas que no son miembros de nuestra Iglesia sin vincular esa ayuda a nuestros esfuerzos misionales. Hacemos esto porque el Señor nos ha enseñado a estimar a todos Sus hijos como nuestros hermanos y hermanas, y queremos compartir nuestra abundancia espiritual y material con todos.

La doctrina eterna también proporciona una perspectiva particular sobre los hijos. Bajo esta perspectiva, contemplamos el nacimiento y la crianza de los hijos como parte del plan divino. Es un feliz y sagrado deber de quienes reciben el poder de participar en él. Por lo tanto, se nos manda enseñar y luchar por principios y prácticas que brinden las mejores condiciones para el desarrollo y la felicidad de los hijos bajo el plan de Dios.

III.

Por último, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días se conoce apropiadamente como una Iglesia centrada en la familia, pero no se entiende bien la realidad de que nuestro enfoque en la familia no se limita a las relaciones en esta vida mortal. Las relaciones eternas también son fundamentales para nuestra teología. La misión de la Iglesia restaurada es ayudar a todos los hijos de Dios a ser merecedores de lo que Dios desea que sea su destino final. Debido a la redención proporcionada mediante la expiación de Cristo, todos pueden lograr la vida eterna (la exaltación en el Reino Celestial), del que la madre Eva declaró “Dios concede a todos los que son obedientes”14. Eso es más que la salvación. El presidente Russell M. Nelson nos ha recordado: “En el plan eterno de Dios, la salvación es un asunto individual, [pero] la exaltación es un asunto familiar”15.

Para nosotros es fundamental la revelación de Dios de que la exaltación puede alcanzarse solo mediante la fidelidad a los convenios del matrimonio eterno entre un hombre y una mujer16. Esa doctrina divina es la razón por la que enseñamos que “[e]l ser hombre o el ser mujer es una característica esencial de la identidad y del propósito premortales, mortales y eternos de la persona”17.

Esa es también la razón por la que el Señor ha requerido de Su Iglesia restaurada que se oponga a las presiones sociales y legales de retractarnos de Su doctrina del matrimonio entre un hombre y una mujer, que se oponga a los cambios que homogeneizan las diferencias entre hombres y mujeres o que confunden o alteran el género.

La posición de la Iglesia restaurada con respecto a estos principios básicos a menudo provoca oposición y comprendemos eso. El plan de nuestro Padre Celestial permite la “oposición en todas las cosas”18, y la oposición más vigorosa de Satanás se dirige a lo que es más importante para ese plan. En consecuencia, él busca oponerse al progreso hacia la exaltación distorsionando el matrimonio, desalentando la maternidad o confundiendo el género. Sin embargo, sabemos que, a largo plazo, el propósito y el plan divinos de nuestro amoroso Padre Celestial no se cambiarán. Las circunstancias personales pueden cambiar, y el plan de Dios nos asegura de que al final, los fieles que guardan sus mandamientos tendrán la oportunidad de ser merecedores de toda bendición prometida19.

Una enseñanza especialmente valiosa para ayudarnos a prepararnos para la vida eterna, “el mayor de todos los dones de Dios”20, es la proclamación de 1995 sobre la familia21. Por supuesto, sus declaraciones son diferentes de algunas leyes, prácticas y posturas actuales como la cohabitación y el matrimonio entre personas del mismo sexo. Aquellos que no comprenden plenamente el plan amoroso del Padre para Sus hijos pueden considerar que esta proclamación sobre la familia no es más que una declaración de normas sujeta a cambios. Por el contrario, afirmamos que la proclamación para la familia, fundada en una doctrina irrevocable, define el tipo de relaciones familiares donde se produce la parte más importante de nuestro desarrollo eterno.

Ese es el contexto de la doctrina y las normas únicas de la Iglesia restaurada de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

IV.

En muchas relaciones y circunstancias de la vida terrenal, cada uno de nosotros debe aprender a vivir con las diferencias. Como seguidores de Cristo que debemos amar a nuestros semejantes, deberíamos vivir en paz con aquellos que no creen lo que nosotros creemos. Todos somos hijos de un amoroso Padre Celestial. Para todos nosotros, Él ha dispuesto la vida después de la muerte y, en última instancia, un reino de gloria. Dios desea que todos nos esforcemos por obtener Sus más altas bendiciones posibles guardando Sus más altos mandamientos, convenios y ordenanzas, todo lo cual culmina en la edificación de Sus santos templos en todo el mundo. Debemos tratar de compartir estas verdades de la eternidad con los demás, pero con el amor que debemos a todos nuestros vecinos, siempre aceptamos sus decisiones. Tal como enseñó un profeta del Libro de Mormón, debemos seguir adelante, teniendo “amor por Dios y por todos los hombres”22.

Como declaró el presidente Russell M. Nelson en nuestra última conferencia: “Nunca ha habido una época en la historia del mundo en la que el conocimiento de nuestro Salvador fuera más vital y relevante en lo personal para toda alma humana […]. La doctrina pura de Cristo es poderosa; cambia la vida de todo aquel que la entiende y procura implementarla en su vida”23.

Ruego que todos pongamos en práctica esa doctrina sagrada en nuestra propia vida, es mi ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.