Conferencia General
Un potente cambio de corazón; no tengo nada más que darte
Conferencia General de abril de 2022


Un potente cambio de corazón:

no tengo nada más que darte

El cambio de corazón no es un evento; se necesita fe, arrepentimiento y un constante trabajo espiritual para que suceda.

Introducción

El viernes 28 de octubre de 1588, habiendo perdido el timón y tratando de ser gobernada únicamente por remo, La Girona, perteneciente a la gran Armada española, chocó con las rocas de Punta Lacada, en Irlanda del Norte1.

El barco naufragó. Uno de los náufragos que luchaba por sobrevivir llevaba un anillo de oro que le regaló su esposa unos meses antes con la inscripción “No tengo nada más que darte”2.

“No tengo nada más que darte”, una frase y el diseño en un anillo de una mano sosteniendo un corazón, una expresión de amor de una esposa por su esposo.

Conexión con las Escrituras

Cuando leí esta historia, me impresionó mucho y pensé en la petición que hizo el Salvador: “Y me ofreceréis como sacrificio un corazón quebrantado y un espíritu contrito”3.

Pensé en la reacción de la gente a las palabras del rey Benjamín: “Sí, creemos todas las palabras que nos has hablado […], [que han] efectuado un potente cambio en nosotros, o sea, en nuestros corazones, por lo que ya no tenemos más disposición a obrar mal, sino a hacer lo bueno continuamente”4.

Conexión personal

Déjenme contarles una experiencia que tuve cuando tenía doce años y cuyo efecto perdura hasta hoy.

Mi madre dijo: “Eduardo, apresúrate o llegaremos tarde a las reuniones de la Iglesia”.

“Mamá, hoy me quedaré con papá”, respondí.

“¿Estás seguro? Tienes que asistir a la reunión del sacerdocio”, dijo mi madre.

“¡Pobre papá! Se va a quedar solo; me quedaré con él hoy”, le respondí.

Papá no era miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Mi madre y mis hermanas se fueron a las reuniones de la Iglesia. Entonces, fui a ver a papá en su taller, donde le gustaba estar los domingos y, como le había dicho a mi mamá, pasé un rato, o sea, unos minutos con él y luego le pregunté: “Papá, ¿está todo bien?”.

El continuó con su pasatiempo de reparar radios y relojes, y solo me sonrió.

Entonces le dije: “Me voy a ir a jugar con mis amigos”.

Papá, sin levantar la vista, me dijo: “Hoy es domingo. ¿No se supone que debes ir a la iglesia?”.

“Sí, pero hoy le dije a mamá que no iría”, le respondí. Papá siguió con sus asuntos y, para mí, eso fue un permiso para irme.

Esa mañana había un importante partido de fútbol y mis amigos me habían dicho que no podía faltar porque teníamos que ganar ese partido.

El problema era que para llegar a la cancha de fútbol tenía que pasar por enfrente de la capilla.

Decidido, corrí hacia la cancha y me detuve ante el gran escollo: la capilla. Crucé a la acera de enfrente, donde había unos árboles grandes, y decidí correr entre ellos para que nadie me viera ya que era la hora en que llegaban los miembros a las reuniones.

Llegué justo a tiempo para el inicio del juego; pude jugar e irme a casa antes de que llegara mi madre.

Todo había ido bien; nuestro equipo había ganado y yo estaba emocionado; pero esa carrera tan bien ejecutada hacia el estadio no pasó desapercibida para el asesor del cuórum de diáconos.

El hermano Félix Espinoza me había visto correr rápidamente entre los árboles, tratando de no ser descubierto.

Al inicio de la semana, el hermano Espinoza vino a mi casa y pidió hablar conmigo. No dijo nada acerca de lo que había visto el domingo, ni me preguntó por qué no había ido a las reuniones.

Solo me entregó un manual y me dijo: “Quiero que enseñes la clase del sacerdocio el domingo. Aquí te he marcado la lección, no es tan difícil; quiero que la leas y vendré en dos días para ayudarte con la preparación de la lección”. Dicho esto, me entregó el manual y se fue.

No quería dar la clase, pero no me atrevía a decirle que no. Tenía planeado ese domingo quedarme con mi padre nuevamente, es decir, había otro partido de fútbol.

El hermano Espinoza era una persona a quien los jóvenes admirábamos5. Conoció el Evangelio restaurado y cambió su vida, es decir, su corazón.

Cuando llegó el sábado por la tarde, pensé: “Bueno, tal vez mañana me levante enfermo y no tenga que ir a la Iglesia”. Ya no era el partido de fútbol lo que me preocupaba; era la clase que tenía que enseñar, especialmente una lección sobre el día de reposo.

Llegó el domingo y amanecí más saludable que nunca. No tenía excusa ni escapatoria.

Era la primera vez que daría una clase, pero el hermano Espinoza estaba a mi lado y ese fue el día de un poderoso cambio de corazón para mí.

A partir de ese momento comencé a guardar el día de reposo y, con el tiempo, en palabras del presidente Russell M. Nelson, este se ha convertido en una delicia6.

Señor, te doy todo; no tengo nada más que darte.

Obtención

¿Cómo obtenemos ese poderoso cambio de corazón? Se inicia y, con el tiempo, ocurre:

  1. Cuando estudiamos las Escrituras para obtener el conocimiento que fortalecerá nuestra fe en Jesucristo y que creará el deseo de cambiar7.

  2. Cuando cultivamos ese deseo a través de la oración y el ayuno8.

  3. Cuando actuamos de acuerdo con la palabra estudiada o recibida y hacemos el convenio de ofrecer nuestro corazón a Él, tal como sucedió con el pueblo del rey Benjamín9.

Reconocimiento y convenio

¿Cómo nos damos cuenta de que nuestro corazón está cambiando?10.

  1. Cuando queremos agradar a Dios en todo11.

  2. Cuando tratamos a los demás con amor, respeto y consideración12.

  3. Cuando vemos que los atributos de Cristo se están integrando en nuestro carácter13.

  4. Cuando sentimos más constantemente la guía del Espíritu Santo14.

  5. Cuando decidimos guardar un mandamiento que nos ha sido difícil obedecer y lo seguimos obedeciendo15.

Cuando escuchamos atentamente los consejos de nuestros líderes y decidimos alegremente seguir sus consejos, ¿no hemos experimentado un poderoso cambio de corazón?

Señor, te doy todo; no tengo nada más que darte.

Mantenimiento y beneficios

¿Cómo mantenemos ese poderoso cambio?

  1. Cuando participamos de la Santa Cena semanalmente y renovamos el convenio de tomar sobre nosotros el nombre de Cristo, de recordarlo siempre y de guardar Sus mandamientos16.

  2. Cuando tornamos nuestras vidas hacia el templo17. La asistencia regular al templo nos ayudará a mantener un corazón nuevo y renovado al participar de las ordenanzas.

  3. Cuando amamos y servimos a nuestro prójimo mediante actividades de ministración y obra misional18.

Entonces, para nuestra gran alegría, ese cambio interior se fortalece y se esparce hasta convertirse en buenas obras19.

El cambio de corazón nos trae un sentimiento de libertad, confianza y paz20.

El cambio de corazón no es un evento; se necesitan fe, arrepentimiento y un constante trabajo espiritual para que suceda. Se inicia cuando deseamos someter nuestra voluntad al Señor y se materializa cuando hacemos y guardamos convenios con Él.

Esa acción individual tiene un efecto positivo tanto en nosotros como en la sociedad.

En palabras del presidente Russell M. Nelson: “Imaginen lo rápido que se resolverían los devastadores conflictos de todo el mundo, y los de nuestra propia vida, si todos nosotros decidiéramos seguir a Jesucristo y prestar atención a Sus enseñanzas”21. Esta acción, la de seguir las enseñanzas del Salvador, conduce a un cambio de corazón.

Queridos hermanos y hermanas, jóvenes y niños, al participar en la conferencia este fin de semana, dejemos que las palabras de nuestros profetas, que vendrán del Señor, entren en nuestros corazones a fin de poder experimentar ese poderoso cambio.

A aquellos que aún no se han unido a la Iglesia restaurada del Señor, los invito a escuchar a los misioneros con un deseo sincero de saber lo que Dios espera de ustedes y así experimentar esta transformación interior22.

Hoy es el día de tomar la decisión de seguir al Señor Jesucristo. Señor, te doy mi corazón; no tengo nada más que darte.

Así como se recuperó el anillo de ese naufragio, cuando entregamos nuestro corazón a Dios, somos rescatados de los mares embravecidos de esta vida y, en el proceso, somos refinados y purificados a través de la expiación de Cristo y llegamos a ser “progenie de Cristo” por haber “nacido de él” espiritualmente23. De ello testifico, en el nombre de Jesucristo. Amén.