2000–2009
Caminos hacia la perfección
Abril 2002


Caminos hacia la perfección

“Pongan en práctica en su vida cuatro virtudes específicas que han probado tener éxito, y que son: una actitud de agradecimiento; un deseo de aprender; devoción a la disciplina; y la disposición para trabajar”.

Nuestra presidencia de las Mujeres Jóvenes ha hablado muy bien, ¿no es así? Yo apruebo y respaldo todo lo que ustedes han escuchado de estas maravillosas mujeres hoy; ellas son en verdad siervas de nuestro Padre Celestial y han presentado Su santa palabra.

“La felicidad”, escribió el profeta José Smith, “es el objeto y propósito de nuestra existencia; y también será el fin de ella, si seguimos el camino que nos conduce a la felicidad; y este camino es virtud, justicia, fidelidad, santidad y obediencia a todos los mandamientos de Dios”1.

Pero, ¿cómo podemos encontrar ese camino y, lo que es más, cómo podemos permanecer en ese camino que conduce a la perfección?

En el cuento clásico de Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas, Alicia se encuentra ante un cruce de caminos, con dos senderos por delante, cada uno de los cuales se perdía en la distancia pero en direcciones opuestas, y se ve acosada por el gato Cheshire, a quien Alicia le pregunta: “¿Qué camino he de tomar?”.

El gato contesta: “Depende mucho del punto adonde quieras ir. Si no sabes adónde quieres ir, no importa qué camino sigas”2.

A diferencia de Alicia, cada una de ustedes sabe adónde quiere ir. importa el camino que sigan, porque el sendero que sigan en esta vida conducirá al sendero que seguirán en la siguiente.

Una alegre tonada que fue popular hace muchos años contiene esta frase que suscita la reflexión: “Si el desearlo lo hace realidad, sigue deseando y las preocupaciones se esfumarán”. Otra fórmula para el fracaso proviene de la canción más reciente: “No importa; sé feliz”.

Nuestro tema para esta noche, “Permaneced en lugares santos”, es más apropiado. También me gustan las palabras que siguen: “Permaneced en lugares santos y no seáis movidos3.

El presidente George Albert Smith, octavo Presidente de la Iglesia, exhortó: “Plantemos nuestros pies en el camino que conduce a la felicidad y al reino celestial, no sólo de vez en cuando, sino todos los días y a toda hora, porque si permanecemos en el lado de la línea del Señor, si permanecemos bajo la influencia de nuestro Padre Celestial, el adversario ni siquiera podrá tentarnos. Pero si nos adentramos en el territorio del diablo… seremos desdichados, y esa desdicha aumentará con el transcurso de los años, a menos que nos arrepintamos de nuestros pecados y nos volvamos al Señor”4.

Al dirigirme a los jóvenes del Sacerdocio Aarónico, con frecuencia he citado el consejo que un padre dio a su amado hijo: “Si alguna vez te encuentras donde no debieras estar, ¡sal de inmediato!”. Esa misma verdad se aplica a ustedes jovencitas que se encuentran aquí en el Centro de Conferencias y a las que están congregadas en centros de reuniones por todo el mundo.

Siempre he pensado que si hablamos en términos generales, raras veces lograremos el éxito; pero si hablamos en términos específicos, raras veces fracasaremos. Por esa razón, las exhorto a que pongan en práctica en su vida cuatro virtudes específicas que han probado tener éxito, y que son:

  1. Una actitud de agradecimiento;

  2. Un deseo de aprender;

  3. Devoción a la disciplina; y

  4. La disposición para trabajar.

Primero, una actitud de agradecimiento. En el libro de Lucas, capítulo 17, leemos el relato de los diez leprosos. Cuando viajaba hacia Jerusalén, el Salvador pasó por Galilea y Samaria y entró en cierto pueblo a orillas del cual le salieron al encuentro diez leprosos a quienes, debido a su condición, se les obligaba a vivir apartados de los demás. Se pararon “de lejos” y exclamaron: “¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!”.

El Salvador, lleno de compasión y amor por ellos, dijo: “Id, mostraos a los sacerdotes”, y mientras iban, descubrieron que habían sido sanados. Las Escrituras nos dicen: “…uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a [los] pies [del Maestro], dándole gracias; y éste era samaritano”.

El Salvador respondió: “…¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero? Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha salvado”5.

Gracias a la intervención divina, aquellos leprosos se libraron de una muerte lenta y cruel, recibiendo la dádiva de una nueva vida. La gratitud expresada por uno de ellos suscitó la bendición del Maestro; la ingratitud de los otros nueve le causó desilusión.

Las plagas de hoy son como la lepra de antaño; consumen, debilitan, destruyen; se hallan por todos lados y su efecto no conoce límites. Las conocemos como egoísmo, codicia, desenfreno, crueldad y delitos, siendo éstas sólo unas pocas.

En una conferencia regional, el presidente Gordon B. Hinckley dijo: “Vivimos en un mundo de tanta suciedad; está en todas partes: en las calles, en la televisión, en libros y revistas. Es como un gran diluvio, horrible, sucio y cruel, en el que está sumido el mundo. Es preciso que nos mantengamos por encima de él… El mundo está perdiendo sus normas morales, lo cual únicamente traerá sufrimiento. El camino a la felicidad yace en volver a una vida familiar firme y a la observancia de las normas morales, cuyo valor se ha probado a través de las eras del tiempo”6.

Si seguimos el consejo del presidente Hinckley, podremos hacer que el tiempo que vivamos aquí en la tierra sea una época maravillosa. Tenemos oportunidades ilimitadas. Hay tantas cosas que son buenas, como maestros que enseñan, amigos que ayudan, matrimonios que triunfan y padres que se sacrifican.

Estén agradecidas por su madre, por su padre, por su familia y amistades. Expresen gratitud por sus maestras de las Mujeres Jóvenes; ellas les aman, oran por ustedes y les prestan servicio. Ustedes son de gran valor a la vista de ellas y a la de nuestro Padre Celestial. Él escucha sus oraciones; Él les brinda Su paz y Su amor. Permanezcan cerca de Él y de Su Hijo, y nunca se encontrarán solas.

Segundo, Un deseo de aprender.

El apóstol Pablo dijo a Timoteo: “Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes”7.

El presidente Stephen L Richards, que hace muchos años fue Consejero de la Primera Presidencia, era un profundo pensador. Él dijo: “La fe y la duda no pueden existir en la misma mente al mismo tiempo, pues una disipa a la otra”. Mi consejo es que busquen la fe y disipen la duda.

El Señor aconsejó: “…buscad palabras de sabiduría de los mejores libros; buscad conocimiento, tanto por el estudio como por la fe”8.

Encontramos la verdad en las Escrituras, en las palabras de los profetas, en las instrucciones de nuestros padres, y en la inspiración que recibimos al ponernos de rodillas y buscar la ayuda de Dios.

Debemos ser fieles a nuestros ideales, porque los ideales son como las estrellas: no se alcanzan con las manos, pero si se les toma como guía, nos llevarán a nuestro destino9.

Muchas de sus maestras están acompañándolas esta noche. Confío en que a cada maestra se le puede adjudicar la descripción que se hizo de una de ellas: “Creó en el aula una atmósfera donde se tejían mágicamente la amabilidad y la aceptación; donde se aseguraron el progreso y la enseñanza, la amplitud de la imaginación y el espíritu de los jóvenes”10.

Tercero, hablemos sobre Una devoción a la disciplina.

Nuestro Padre Celestial ha dado a cada uno de nosotros el poder para pensar, razonar y decidir. Con tal poder, se hace indispensable la autodisciplina.

Cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de elegir. Quizás ustedes se pregunten: “¿Son las decisiones algo tan importante?”. Les afirmo que las decisiones determinan el destino; ustedes no pueden tomar decisiones eternas sin que tengan consecuencias eternas.

Quisiera darles una fórmula sencilla mediante la cual pueden medir las decisiones que enfrentan. Es fácil de recordar: “No puedes hacer bien haciendo lo malo ni puedes hacer mal haciendo lo bueno”. Nuestra conciencia nos advierte como amiga antes de que nos castigue como juez.

En una revelación que dio a través del profeta José Smith, el Señor aconseja: “…lo que no edifica no es de Dios, y es tinieblas. Lo que es de Dios es luz…”11.

Algunas personas insensatas dan la espalda a la sabiduría de Dios y van tras los encantos de las modas pasajeras, la atracción de la falsa popularidad y la emoción del momento. Se necesita valor para pensar lo bueno y escoger lo bueno, porque muy raras veces, ese camino será el más fácil de seguir.

La batalla en pos del autodominio es posible que deje a la persona un tanto magullada y herida, pero siempre una persona mejor. El autodominio es en sí un proceso riguroso que muchos de nosotros quisiéramos que no requiriera esfuerzo y no nos causara dolor. En caso de tener que hacer frente a reveses pasajeros, una parte muy importante de nuestra lucha por lograr el autodominio es la determinación y el valor para volver a intentarlo.

Mis queridas hermanitas, no conozco otra descripción más acertada acerca de ustedes que la que expresó la Primera Presidencia el 6 de abril de 1942: “Cuán gloriosa y cerca de los ángeles está la juventud que es limpia; esta juventud posee un gozo indescriptible aquí y una felicidad eterna en el más allá”12.

La meta de ustedes es obtener la vida eterna en el reino de nuestro Padre, y si han de lograrla, ciertamente se requerirá la autodisciplina.

Por último, cultivemos todos la disposición para trabajar. El presidente J. Reuben Clark, que hace muchos años fue Consejero de la Primera Presidencia, dijo: “Creo que estamos aquí para trabajar, y no creo que podamos librarnos de ello. Creo que es preciso que nos demos cuenta de la importancia del trabajo lo más pronto posible. Para triunfar o para salir adelante, debemos trabajar; no hay otra manera de hacerlo”13.

“Pon tu hombro a la lid con fervor”14 es más que una línea de un himno favorito; nos llama a trabajar.

Tal vez un ejemplo sería útil. La desidia es en verdad la ladrona del tiempo, especialmente en lo que atañe al trabajo sumamente arduo. Me refiero a la necesidad de estudiar diligentemente a medida que se preparan para las pruebas escolares y, de hecho, para las pruebas de la vida.

Conozco a una estudiante universitaria que estaba tan ocupada con las alegrías de la vida estudiantil que pospuso la preparación para un examen. La noche anterior, se dio cuenta de que era muy tarde y que no se había preparado. Se empezó a justificar: ¿Qué es más importante: mi salud, para la cual tengo que dormir, o el trabajo tedioso del estudio? Probablemente ustedes adivinen el resultado. El sueño salió ganando, el estudio fracasó y la prueba resultó en desastre. Debemos trabajar.

Ésta es, entonces, la fórmula que se sugiere:

  1. Una actitud de agradecimiento;

  2. Un deseo de aprender;

  3. Devoción a la disciplina; y

  4. La disposición para trabajar.

A la vida de toda persona llegarán momentos de desesperanza y la necesidad de recibir dirección de una fuente divina, incluso una callada súplica de ayuda. Con todo mi corazón y mi alma les testifico que nuestro Padre Celestial las ama, las tiene presentes y no las abandonará.

Permítanme ilustrar esto con una atesorada experiencia personal. Durante muchos años, mis asignaciones me llevaron a esa parte de Alemania que se encontraba detrás de lo que se llamaba la Cortina de Hierro. Bajo el control comunista, las personas que vivían en esa región de Alemania habían perdido casi todas sus libertades; se restringieron las actividades de los jóvenes y se vigilaban todos sus movimientos.

Poco después de asumir mis responsabilidades en esa región, asistí a una conferencia muy especial efectuada en aquella parte de Alemania. Después de los himnos de inspiración y de la palabra hablada, sentí la impresión de reunirme brevemente afuera del viejo edificio con los estimados jovencitos, quienes eran relativamente pocos, pero que escuchaban cada una de mis palabras; tenían hambre de recibir la palabra y el aliento de un apóstol del Señor.

Antes de asistir a la conferencia y de partir de los Estados Unidos, sentí la inspiración de comprar tres paquetes de goma de mascar; la compré de tres sabores: de menta, de menta verde y de frutas. Al concluir la reunión con los jóvenes, di meticulosamente a cada uno de ellos dos barritas de goma de mascar, algo que nunca habían probado y que recibieron con gozo.

Pasaron los años. Regresé a Dresde, el sitio de aquella conferencia. Ya contaban con capillas; la gente era libre; tenían un templo. Alemania ya no estaba separada por barreras políticas, sino que se había convertido en una sola nación. Esos jóvenes ya eran adultos que tenían sus propios hijos.

Tras una larga e inspiradora conferencia, una madre y su hija me buscaron para hablar conmigo. La hija, que tenía más o menos la edad de ustedes, y que hablaba algo de inglés, me dijo: “Presidente Monson, ¿recuerda que hace mucho se reunió unos momentos con unos jóvenes después de una conferencia de distrito y que dio a cada uno dos barritas de goma de mascar?”.

Respondí: “Sí; lo recuerdo muy bien”.

Ella agregó: “Mi madre fue una de las que recibió su regalo. Ella me contó que había dividido una de las barritas en varias partes; mencionó su dulce sabor y cómo las atesoró”. Luego, con la sonrisa de aprobación de su querida madre, me entregó una cajita. Al abrirla, vi la otra barrita de goma de mascar, aún con el envoltorio, después de casi veinte años. Luego dijo: “Mi madre y yo queremos regalarle esto”, dijo.

Se derramaron lágrimas, seguidas de abrazos.

La madre se dirigió a mí: “Antes de que usted viniera a nuestra conferencia hace tantos años, yo le había suplicado a mi Padre Celestial que me hiciera saber que Él de verdad se preocupaba por mí. Guardé ese obsequio a fin de que pudiese recordar y enseñar a mi hija que nuestro Padre Celestial sí escucha nuestras oraciones”.

Esta noche tengo ese obsequio ante ustedes, que es un símbolo de fe y de seguridad de la ayuda celestial que nuestro Padre y Su Hijo Jesucristo les brindarán.

En esta víspera de la Pascua de resurrección, ruego que nuestros pensamientos se vuelvan a Aquel que expió nuestros pecados, que nos mostró la manera de vivir, de orar, y que demostró, mediante Sus propias acciones, la forma en que podemos hacerlo nosotros. Este Hijo de Dios, nacido en un establo, acunado en un pesebre, sí, Jesucristo el Señor, nos invita a seguirle. “Gozoso, canto con fervor: Yo sé que vive mi Señor”15. En el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 312.

  2. Adaptado de Lewis Carroll, Alice’s Adventures in Wonderland, 1992, pág. 76).

  3. D. y C. 87:8; cursiva agregada.

  4. En Conference Report, abril de 1944, págs. 31–32.

  5. Lucas 17:11–19.

  6. Conferencia Regional en Berlín, Alemania, 16 de junio de 1996.

  7. 1 Timoteo 4:12.

  8. D. y C. 88:118.

  9. Véase Carl Schurz en 1859, en John Bartlett, compilación, Familiar Quotations, 15 ed., 1980, pág. 602.

  10. “Una actitud de agradecimiento”, Liahona, mayo de 2000, pág. 2.

  11. Doctrina y Convenios 50:23, 24.

  12. James R. Clark, compilación, Messages of the First Presidency of The Church of Jesus Christ of Latter-Day Saints.

  13. J. Reuben Clark Jr., Work—Work Always! BYU Speeches of the Year, 25 de mayo de 1960, pág. 4.

  14. “Pon tu hombro a la lid”, Himnos, Nº 164.

  15. “Yo sé que vive mi Señor”, Himnos, Nº 73.