1990–1999
El Puente Que Nos Lleva de la Incertidumbre a la Certidumbre
Abril 1998


El Puente Que Nos Lleva de la Incertidumbre a la Certidumbre

“Esta prodigiosa restauración ha provisto de aquello que necesitamos para reconocer las filosofías y los estilos de vida erróneos que … no complacen a nuestro Padre Celestial”.

Hace unos diez años, mi esposa y yo dedicamos casi todo un domingo a ser anfitriones de un estudiante graduado de la Universidad de Harvard; el joven había venido a Salt Lake City para cerciorarse de que la Iglesia era “algo real”. Sus padres, que vivían en el estado de New England, le dijeron que habían recibido las charlas misionales y que planeaban bautizarse; y el muchacho les había pedido que esperaran hasta que él llegara a Salt Lake City. Al llegar y participar del recorrido por la Manzana del Templo y otras propiedades de la Iglesia, expresó el deseo de hablar con alguien que tuviera, entre otros, conocimientos científicos y técnicos. Se sugirió mi nombre y, subsecuentemente, recibí una llamada telefónica.

En esa época, teníamos un horario ajustado y el único día que podíamos atenderlo era en domingo. Le dijimos que si deseaba ver lo que era la vida mormona, estaríamos complacidos de que pasara el día con nosotros. Tuvimos una jornada interesante y gozosa con el joven: en ese día lo llevamos a dos reuniones sacramentales, una en la que discursaron uno de nuestros hijos y su esposa; y la otra en la que nosotros éramos los oradores. Al entrar en el edificio en el que llevaríamos a cabo nuestra asignación, nos encontramos con el obispo, quien rápidamente nos llevó a su oficina para participar de una reunión de oración, y todos, incluso nuestro joven amigo, nos arrodillamos alrededor del escritorio del obispo, el cual ofreció una humilde y espontánea oración.

Desde la oficina del obispo entramos en la capilla. Presentamos nuestro huésped a un matrimonio joven y él se sentó a su lado durante la reunión. Mi esposa y yo hablamos sobre el Libro de Mormón, lo que fue algo ideal, en especial para el joven, pues se le había desafiado a leer el Libro de Mormón.

Después de la reunión, lo llevamos a nuestra casa, en donde mi esposa sirvió una de sus deliciosas cenas. Durante el resto del tiempo, compartimos con él nuestro testimonio del Libro de Mormón, de Jesucristo y de la restauración de Su Iglesia. Al día siguiente, el muchacho regresó a Boston.

Más tarde, tuvimos la oportunidad de hablar con sus padres. El les había informado que, en efecto, la Iglesia Mormona era “algo real” también les había mencionado que, por medio de su estudio del Libro de Mormón, había podido desechar las dudas que tenía acerca de Jesucristo.

Comprendimos que el joven afirmaba ser agnóstico, lo que significaba que, para él, era imposible saber acerca de la naturaleza o de la existencia de Dios excepto que fuera por una experiencia directa. Afortunadamente, la visita que hizo a Salt Lake City le otorgó una experiencia directa y la oportunidad de observar un día en la vida de una familia que pertenecía a la Iglesia; sin embargo, no podía llegar a la conclusión de que Jesús es el Cristo sólo a través de sus observaciones.

Al finalizar la lectura del Libro de Mormón, habría encontrado la clave más importante que se requiere para saber si el Libro de Mormón es verdadero, para saber si Jesús es el Cristo, o no; y, de hecho, habría descubierto la clave primordial que se requiere para conocer la verdad de todas las cosas. Moroni declaró en su capítulo final: “… y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas” (Moroni 10:5).

Con los años, me he dado cuenta de que es mediante el poder del Espíritu Santo que podemos edificar un puente que nos lleve desde la incertidumbre hasta la certidumbre, lo que explica por qué Jesús dijo lo que dijo a Pedro en Cesarea de Filipo. Jesús preguntó a Sus discípulos: “… ¿quién decís que soy yo?” (Mateo 16:15).

Y Pedro respondió: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:16).

A esto Jesús contestó:

“Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló

carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mateo 16:17).

En otras palabras, el Padre le reveló a Pedro, tal como Él puede revelarlo a nosotros, por medio del poder del Espíritu Santo, que Jesús de Nazaret, Su Hijo más amado y obediente, en verdad fue y es el largamente esperado Mesías que había sido predicho por todos Sus profetas desde el principio del mundo.

Al reflexionar sobre este joven de Boston, también he pensado en los muchos otros jóvenes que están buscando, pero que no saben cómo encontrar las respuestas a las muchas preguntas de la vida. La juventud no vive en un vacío y, como todos nosotros, es susceptible a lo que el apóstol Pablo denominó: “todo viento de doctrina”. Permítanme leer de la epístola que Pablo escribió a los efesios, en la que explica por qué el Señor nos ha dado apóstoles, profetas y otros líderes y maestros inspirados: “… para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error” (Efesios 4:1 114) .

¡Cuán agradecido me siento por los profetas antiguos y modernos!, que nos ayudan a darnos cuenta de los que engañan con astucia.

El profeta Isaías contempló nuestra época en una visión, en la cual el Señor: “… [excitaría] la admiración de este pueblo con un prodigio grande y espantoso; porque perecerá la sabiduría de sus sabios, y se desvanecerá la inteligencia de sus entendidos” (Isaías 29:14).

Esta prodigiosa restauración ha provisto de aquello que necesitamos para reconocer las filosofías y los estilos de vida erróneos que, aunque sean aceptables política y socialmente, no complacen a nuestro Padre Celestial. Si por seguir el desafío de Moroni un agnóstico creyó, también otras personas pueden llegar a entender por qué existe la tierra. En el registro restaurado de Moisés, el Señor responde a nuestra pregunta acerca del propósito de esta tierra:

“Y sucedió que Moisés imploró a Dios, diciendo: Te ruego que me digas ¿por qué son estas cosas así, y por qué medio las hiciste?

“… Y Dios el Señor le dijo a Moisés: Para mi propio fin he hecho estas cosas …

“Porque, he aquí, ésta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:3031, 39).

Abundan las filosofías que menosprecian el lugar del hombre en la tierra. En el registro de Moisés, aun él creyó, después de haber presenciado las creaciones de Dios, que el hombre no es nada; pero Dios le aclaró que el hombre es todo.

Otro ejemplo y fuente que debe considerarse es la proclamación sobre la familia, la que la Primera Presidencia emitió en 1995, y que define muy claramente los objetivos y las expectativas que tiene Dios con respecto al género humano.

Mientras las naciones de la tierra gastan miles de millones cada año tratando de descubrir más acerca del origen y del objetivo de la tierra y de su galaxia, la respuesta se encuentra aquí. Se creó la tierra para el ser humano con el fin de ayudarnos a ganar “la inmortalidad y la vida eterna”. Sin duda, los detalles de la Creación son interesantes; pero lo más importante que hay en la lista de prioridades es la necesidad de aprender más acerca de nuestro Creador y de aceptar Su invitación de seguirle para que nosotros también alcancemos todo nuestro potencial.

El Espíritu nos ayudará en nuestro intento de edificar un puente que nos lleve de la incertidumbre a la certidumbre. Jesucristo es nuestra luz (véase 3 Nefi 18:24). Sigamos esa radiante Luz e invitemos a los demás a hacer lo mismo. En el nombre de Jesucristo. Amén.