Devocionales de 2018
Tu valor infinito y el amor infinito de Dios


Tu valor infinito y el amor infinito de Dios

Una velada con el élder Patrick Kearon

Devocional mundial para jóvenes adultos • 6 de mayo de 2018 • Universidad Brigham Young–Centro Idaho

Gracias al coro por ese bello himno en alabanza a nuestro Creador.

Es una delicia y privilegio absolutos estar con ustedes en este devocional. Disfrutamos de cada oportunidad de estar con los jóvenes adultos de la Iglesia. Los amamos. Qué emoción ser participantes activos con ustedes en un período tan vibrante en la restauración continua del evangelio de Jesucristo.

Jóvenes o mayores, a todos nos gustan los cuentos de hadas, en especial cuando es una historia de amor. Tengo que decir que nuestra historia de amor fue hermosa y un cuento de hadas totalmente inesperado. Crecí en California; mi esposo en Inglaterra y Arabia Saudita. Me crié en la Iglesia desde que nací; mi esposo se convirtió a la Iglesia a mediados de sus veinte. Se nos unió desde dos continentes separados en la gran ciudad de Londres. Él había sido miembro de la Iglesia por dos años y estaba asistiendo al barrio de adultos solteros en Londres, mientras yo llegué para pasar seis meses estudiando historia del arte y literatura inglesa. Nunca tuve la intención, ni esperaba, enamorarme perdidamente mientras estudiaba en el Reino Unido, pero la vida puede tener vueltas impredecibles y magníficas.

Estoy tan agradecida de que el Señor nos guio el uno al otro. Nos casamos en el Templo de Oakland, California, y me mudé directo a Inglaterra donde vivimos por los siguientes 19 años, hasta el momento del llamamiento de mi esposo como Autoridad General en 2010.

Hemos sido bendecimos con cuatro hijos. Perdimos a nuestro hijo mayor, un varón, durante una cirugía de corazón cuando tenía 19 días de nacido. Su defecto en el corazón se descubrió durante mi embarazo y nuestra lucha firme por su corta vida nos enseñó de milagros, de la voluntad de Dios y de la realidad íntima y personal de la expiación y resurrección de Jesucristo.

A nuestro dulce hijo le siguieron nuestras tres preciadas hijas, a quienes adoramos, respetamos y aprendemos de ellas cada día. Son tesoros para nosotros. Con una fe poco común, han estado dispuestas a mudarse —todas ellas adolescentes— de su hogar en Inglaterra a Utah, a Alemania y ahora de vuelta a Utah, mientras su padre ha sido asignado a servir en varias posiciones en la Iglesia.

Tu valor infinito y el amor infinito de Dios

Ahora, ¿hay cosas que realmente no les gustaban de niños que ahora aman de adultos? ¿Qué tal la hora de la siesta? Apuesto a que nunca quisieron tomar siestas cuando eran niños. ¡Yo no quería! ¡Pero ahora la oportunidad de dormir un poco más es un lujo! Me encanta la hora de la siesta. Bien, ¿y respecto al brócoli u otra comida que no les gustaba de niños? Bien, ¿les gusta ahora?

Sin importar cómo se sientan respecto a la siesta o al brócoli, hay cosas que no les gustaba de niños —muchas de ellas— que aún no les gusta de adultos. Nunca nos gustó caernos y lastimarnos las rodillas. Nunca nos gustó intentar entrar en un equipo deportivo y no lograrlo. Nunca nos gustó que se metieran con nosotros, se burlaran, nos dejaran de lado o deliberadamente alguien nos hiriera. Y aún no nos gusta.

Recuerdo en la escuela primaria que me iba muy bien en el salón de clases, pero era bailarina y un fracaso total en el área deportiva. Podía hacer una pirueta, pero no podía pasar —ni tirar, ni lanzar, ni patear, ni atrapar, ni batear. Algunos niños me ponían apodos y se burlaban de mis brazos delgados. Sí, tenía brazos delgados, es verdad, pero ¡todavía duele! Recuerdo con claridad que si elegíamos a nuestros propios equipos para alguna clase de competencia académica, mis compañeros me escogían entre los primeros. Pero si alguna vez elegíamos equipos para una competencia atlética, siempre me escogían de última. ¡Se sentía horrible!

Ahora, ¿por qué comparto esto con ustedes, varias décadas después de los hechos? Porque, como pueden ver, ese tipo de cosas se queda con nosotros. Recordamos cómo se sentía el ser rechazado, no querido o desaprobado por nuestros compañeros y quizás, trágicamente, por nuestros familiares. Y eso no cambia solo porque crecemos y nos hacemos adultos. Quizás ayer mismo se sintieron así. Compañeros, padres, hermanos, cónyuges, maestros, colegas de trabajo, amigos, pueden decir y hacer cosas que nos lastiman profundamente. A menudo, sin intención, pero a veces, puede ser a propósito. Y, de vez en cuando, tomamos represalia.

Aprender a encontrar, sentir y comprender nuestro valor personal sin importar lo que otras personas quizás piensen o digan sobre nosotros es crítico para nuestro bienestar espiritual y emocional de toda la vida. Cuando permitimos que las palabras, acciones u opiniones de los demás dicten cómo nos sentimos, nos convertimos en víctimas frágiles, sin saber cuándo la aprobación de alguien hacia nosotros se tornará en desprecio.

Igualmente, si basamos nuestro valor solo en nuestros logros, desempeño o dones percibidos visualmente, nos predisponemos al fracaso y a la decepción cuando no estamos a la altura o no destacamos.

Saben esto, pero aquellos de ustedes que luchan con eso deben escucharlo a menudo y que se les asegure su infinito valor, que está desconectado de sus logros, pero muy vinculado a su relación con Dios. ¿Qué significa infinito? Ilimitado, inagotable, sin fin. Cada uno de ustedes tiene valor ilimitado, inagotable y sin fin. ¿Para quién? ¿Para la persona que metafóricamente les pone apodos en el parque? No. Son de valor ilimitado, inagotable y sin fin para su Padre Celestial, el Único que los conoce mejor, sin importar lo que alguien más pueda pensar o decir de ustedes. Solo dejen que la belleza y quietud de esa verdad pese sobre su alma por un momento. Ustedes son “ante [Sus] ojos… de gran estima”1.

Cuando alguien los hiere o experimentan un fracaso de algún tipo, vayan a donde nunca son rechazados o ridiculizados. Su Padre Celestial los ama, sea quienes sean, con lo que sea que estén luchando. Son lo suficiente; son lo suficiente. Los ama simplemente de la manera que son, aquí, ahora, con su hermosa complejidad. Pero también los ama lo suficiente como no para dejarlos que sigan de la manera que son aquí y ahora. ¡Él tiene planes mucho más grandes para ustedes! Ustedes son “herederos de Dios, y coherederos con Cristo”2 y entonces deben continuar aprendiendo a guardar los mandamientos, cometer errores, crecer, luchar y cambiar, hasta que lleguen a su potencial divino, refinado y purificado —y algún día eterno perfeccionados— mediante la gracia de Cristo3.

Si trazáramos el diseño de nuestra vida, probablemente planearíamos una vida de felicidad, éxito y relativa facilidad, quizás con nociones de dificultades leves para que podamos superarlas sin mucho esfuerzo. ¿Quién quiere experimentar fracasos, luchas o cualquier tipo de pérdida o sufrimiento? ¿Quién quiere hacer cosas difíciles? Si viviéramos la clase de vida que quisiéramos, siempre nos aceptarían en las mejores universidades o en las de postgrado, tendríamos el trabajo soñado y nos casaríamos con nuestra alma gemela perfecta, con quien nunca tendríamos una discusión. Nunca tendríamos que luchar con un llamamiento de la Iglesia, nuestros seres queridos permanecerían convertidos en cuerpo y alma al evangelio de Jesucristo y con quienes compartiéramos nuestra fe serían bautizados en una semana. Nuestras madres no tendrían cáncer, nuestros padres no nos dejarían y nuestros hermanos no morirían jóvenes en accidentes trágicos. No perderíamos bebés en operaciones de corazón y nunca tendríamos que esperar el tiempo del Señor. Ustedes me entienden. Pero tampoco desarrollaríamos grados significativos de paciencia, compasión, humildad, longanimidad, bondad amorosa, perseverancia, disciplina, generosidad o fe, esperanza y caridad. Volveríamos a nuestro Padre Celestial más o menos en el mismo estado que estuvimos cuando dejamos Su presencia, porque no habríamos experimentado nada que requiriera cambio o nuestro crecimiento completo y total dependencia en Dios.

Pero no estamos viviendo vidas tranquilas, diseñadas por nosotros. Estamos viviendo la vida que Dios ha planeado para nuestro gozo y progreso máximos. Así que tengan confianza de que el amor infinito y tierno de Dios los invitará a hacer los cambios en su vida mediante las experiencias que lleguen a su camino, tanto dulces como amargas. Pero Él siempre invita al cambio de una manera amorosa, alentadora y confirmadora. No escuchen las voces en su cabeza —que quizás estén ahí desde su infancia— que les dicen que no pueden cambiar, que no son lo suficientemente buenos y que incluso fallarán otra vez. Escuchen solo los susurros del Espíritu Santo y “la agradable palabra de Dios… que sana el alma herida”4 que confirma su valor infinito y el consuelo amoroso de Dios de que pueden hacerlo.

Cuando estén cansados de la vida y sientan que no pueden ver que viene algo bueno de todos sus esfuerzos de vivir con rectitud, no renuncien. No comprometan sus sueños y metas. Aumenten su fe de que siempre vale la pena esperar por el tiempo del Señor.

Y cuando cosas terribles, dolorosas y trágicas pasen en su vida, y ustedes verdaderamente no sepan cómo sobrevivirán el camino a través su propio Getsemaní personal, recuerden que Cristo, el Ungido, ya ha soportado sus aflicciones y sufrió sus dolores5. Ha sido molido por sus iniquidades y por Sus heridas son sanados6. Él conoce, íntima y personalmente, el dolor que padecen. Él es el Primogénito del Padre y Él ha padecido primero sus sufrimientos en su totalidad, ya sean mentales, físicos, emocionales o espirituales. Nunca duden de Sus prometas de esperanza y sanación. Han sido creados para tener una existencia gozosa y abundante. Su valor es infinito y también el amor de Dios por ustedes.

Conclusión

Me entusiasma que escuchen a mi esposo. Quiero que sepan —sin importar su edad o etapa en la vida, si salen en citas o están casados— que este hombre que amo profundamente ha sido infinitamente amable conmigo durante 27 años de matrimonio. Él nunca, nunca, me ha hecho sentir pequeña o no querida, y nunca ha hecho una broma a mis expensas. Espero que puedan aprender de eso.

Deseo expresar mi fe viviente en el Cristo Viviente, quien en verdad “es la luz, la vida y la esperanza del mundo. Su camino es el sendero que lleva a la felicidad en esta vida y a la vida eterna en el mundo venidero”7. Esta es Su Iglesia guiada por Su profeta.

En el nombre sagrado y salvador de Jesucristo. Amén.