Devocionales de 2018
Una característica distintiva de la Iglesia verdadera y viviente del Señor


Una característica distintiva de la Iglesia verdadera y viviente del Señor

Una velada con el élder Patrick Kearon

Devocional mundial para jóvenes adultos • 6 de mayo de 2018 • Universidad Brigham Young–Centro Idaho

Estoy muy agradecido por Jen, quien, sin excepción, vive lo que enseña. Ella sabe quién es y se regocija en saberlo; es valiente al compartirlo con los demás donde sea que esté. Agradezco mucho que nos conociéramos dos años después de que yo me uniera a la Iglesia. Ella ha sido un ejemplo bendito para mí desde entonces y lo continúa siendo.

Es maravilloso pensar en ustedes reuniéndose en todo el mundo. Ruego, en el espíritu de la hermosa oración de apertura de Landon, que reciban lo que necesitan, que si requieren inspiración, que la reciban. Si ustedes necesitan algo excepcional, esto vendrá. Hay tal poder cuando nos reunimos así, cuando nos preparamos para momentos como este. Hay poder al reunirse. Si necesitan sanación, que tengan sanación; si necesitan consuelo, que reciban consuelo; si necesitan paz, que tengan paz. Si necesitan ayuda con los exámenes, supongo que es un poco temprano para eso en la mayoría de sus semestres, pero que cuando venga el momento, que la tengan también.

Ruego que cuando sean inspirados, cuando reciban un mensaje para ustedes, que entonces tengan la fortaleza y la convicción para actuar en consecuencia y no solo retrocedan a cualesquiera sean sus hábitos actuales. Si necesitan un momento de cambio, si requieren un momento de renovada fortaleza y fe, que ese sea su regalo.

Cuando tenía 15 o 16 años, era muy egocéntrico y tenía muchos de los sentimientos de inestabilidad, incertidumbre y vulnerabilidad que surgen como parte de la adolescencia. Algunos de esos sentimientos persistieron, pero fueron más intensos en aquellos años de juventud. Me sentía perdido, inseguro e inadecuado. No me ayudó vivir en un internado en un área desolada de la costa de Inglaterra. Mis padres vivían muy lejos en Arabia Saudita. Con respecto a la escuela, Hogwarts con Snape habría sido un lugar más acogedor.

El mal tiempo era común en esa costa, pero un invierno una tormenta particularmente grande sopló a través del Mar de Irlanda con ráfagas huracanadas. El mar se estrellaba sobre las barreras y en algunos casos las sobrepasó. Entonces unas 5000 viviendas se inundaron en los alrededores, y las personas quedaron aisladas, sin electricidad ni medios de calefacción o iluminación en sus hogares, y con pocos alimentos.

Cuando la inundación comenzó a bajar, la escuela nos envió. Jamás había visto un desastre natural de esa magnitud antes, y me causaba asombro vivirlo de cerca. Había agua y barro por todas partes. Los rostros de los afectados lucían pálidos y demacrados. No habían podido dormir por días. Mis compañeros de escuela y yo nos pusimos a trabajar, moviendo las cosas mojadas a los pisos superiores donde podrían secarse y levantando las alfombras arruinadas. Las alfombras empapadas eran increíblemente pesadas, y el mal olor en las casas era terrible.

Lo que me sorprendió fue la camaradería que se desarrolló entre los que ayudamos y los que recibieron ayuda. Había un sentimiento maravilloso y de bondad entre las personas, unidas en una causa digna en circunstancias difíciles. Luego reflexioné que esos sentimientos de inseguridad que habitualmente consumían mi mente adolescente desaparecieron al involucrarme en el gran esfuerzo de ayudar a los vecinos.

Desearía que esa realización hubiera perdurado. Descubrir que ayudar a otros era el antídoto para mi pesimismo y egocentrismo debería haber sido transformador. Pero no fue así, porque el descubrimiento no se arraigó lo suficiente, y fallé en reflexionar más sobre lo que había sucedido. Ese entendimiento vino después. Ustedes probablemente han descubierto esa verdad en su propia vida. Podría ser útil para ustedes pensar sobre cuándo les pasó esto y cómo.

La invitación de la conferencia general a ministrar

Estaba considerando esto durante la conferencia general. Me siento muy afortunado de la oportunidad de hablarles poco después de la histórica conferencia general de hace solo unas semanas. Las impresiones, la paz y la infusión de energía recibida todavía permanecen en mí.

El enfoque de los mensajes fue el llamado repetido a ministrar como el Salvador, haciéndolo por amor, sabiendo que nosotros y quienes nos rodean somos hijos de nuestro Padre Celestial. No serviremos porque nuestro servicio se está contando ni midiendo, sino porque amamos a nuestro Padre Celestial y nos motiva un objetivo superior y más noble: ayudar a nuestros amigos a encontrar y permanecer en el camino a casa hacia Él. Amamos y servimos a nuestro prójimo como lo haría Jesús si Él estuviera en nuestro lugar, tratando en verdad de mejorar las vidas de las personas y aligerar sus cargas. De allí surge gozo y satisfacción perdurables, tanto para el que da como para el que recibe, compartiendo los frutos de saber y sentir nuestro valor infinito y el amor eterno de Dios por cada uno de nosotros.

Este mensaje fue resumido por el presidente Nelson de esta manera: “Una característica distintiva de la Iglesia verdadera y viviente del Señor será siempre un esfuerzo organizado y dirigido a ministrar a los hijos de Dios individualmente y a sus familias. Puesto que esta es Su iglesia, nosotros, como Sus siervos, hemos de ministrar a la persona en particular, tal como Él lo hizo. Ministraremos en Su nombre, con Su poder y autoridad, y con Su amorosa bondad”1.

Al reflexionar sobre lo que nos enseñaron, sé que si aceptamos este llamado a ministrar, tendremos la oportunidad de pensar en otros; crecer en fe, confianza y felicidad; y vencer nuestro enfoque egoísta y la sensación de vacío y tristeza que conlleva. Ojalá hubiera llegado a esa conclusión mucho antes en mi vida, pero estoy muy agradecido de haberlo aprendido a través de los años y de recibir recordatorios constantes de esta gran verdad.

Los beneficios y las bendiciones de este tipo de ministración

La belleza de este tipo de servicio, ministración o discipulado es que ayuda a los demás de maneras muy numerosas, y además nos transforma, alejándonos de nuestras preocupaciones, temores, ansiedades y dudas. Al principio, el servicio nos distrae de nuestros problemas, pero eso rápidamente se convierte en algo mucho más elevado y hermoso. Comenzamos a sentir luz y paz, casi sin darnos cuenta. Sentimos calma, calidez y consuelo. Reconocemos un gozo que no viene de otra manera. Estos dones nos llegan en un grado mucho mayor de lo que realmente hemos hecho, en términos de ayudar a otro.

El presidente Spencer W. Kimball lo explicó, en parte, como sigue: “La vida en abundancia que mencionan las Escrituras, es el capital espiritual que se obtiene con la multiplicación de nuestro servicio a los demás, y la inversión de nuestros talentos al servicio de Dios y de la humanidad”2. Al prestar servicio a los demás, nos convertimos en mejores personas… Ciertamente, es mucho más fácil ‘hallarnos’ ¡porque hay mucho más de nosotros para hallar!”3.

Ejemplos de la transformación que experimentamos cuando ministramos y la diferencia cuando no lo hacemos

Esta transformación es lo que los nuevos misioneros descubren al dejar de preocuparse por sí mismos y preguntarse: “¿A quién puedo ayudar y cómo?”. Lo que sucede es que dejan de pensar en sí mismos y se enfocan en su propósito de traer almas a Cristo. Este descubrimiento a menudo es difícil para los misioneros. Pueden sentirse abrumados por estar en un lugar nuevo con diferentes personas, comidas, costumbres y, a menudo, un idioma desafiante que les resulta muy difícil enfocarse en los demás y servir. Pero cuando lo hacen, todo cambia. Dejan de preocuparse, trabajan y asumen la tarea altruista ante ellos, y descubren una nueva dimensión en sus misiones y sus vidas, con paz y un sentimiento de propósito.

Tristemente, el reverso de este descubrimiento a menudo afecta a los misioneros cuando regresan y comienzan a canalizar las necesidades de la siguiente etapa de su vida, sea esta educación, empleo o asuntos personales y familiares. Han pasado 18 meses o 2 años aprendiendo que somos más felices cuando no nos preocupamos por nosotros o, como dijo el presidente Hinckley, cuando nos olvidamos de nosotros y nos ponemos a trabajar. A menudo, cuando regresan a la vida que dejaron, también regresan a muchos de los hábitos más egocéntricos que formaron parte de esa vida. En particular, vuelven a centrarse en sí mismos, cómo están, cómo lucen o suenan, y qué piensan los demás de ellos.

Tan cierto como enfocarse y ayudar a otros trae luz, paz y alegría, centrarnos en nosotros trae dudas, ansiedad y tristeza.

Tuve una experiencia hace un par de meses cuando estuve despierto durante muchas horas, intentando dormir, pero sin lograrlo. Finalmente me levanté y caminé un poco por la casa, luego volví a la cama para intentar dormir. Mientras que el sueño continuaba eludiéndome, de repente me vino un pensamiento transformador: “Deja de pensar en ti mismo”. Luego vino la pregunta: “¿A quién puedo ayudar?”. Me quedé allí orando, fervientemente, “¿A quién puedo ayudar ahora, y cómo?”. Tuve una impresión de contactar y dar ánimo a un amigo. No fue algo grande, pero a la mañana siguiente respondí y espero haber hecho algo bueno. Lo que sé es que una vez que oré de esa manera, preguntando saber a quién podía ayudar, encontré la paz que me había estado evadiendo y finalmente pude dormir.

Ejemplos de la ministración del Salvador

El Salvador “anduvo haciendo bienes”4, siempre buscando a quien ayudar, y “sanando a todos los oprimidos”5. Él constantemente bendijo, enseñó y guio a otros a cambiar sus perspectivas y, por lo tanto, sus vidas. Es aleccionador que cuando Él llamó a Pedro, Andrés, Santiago y Juan a seguirlo, su cambio de dirección y enfoque fue instantáneo: “Dejando al instante las redes, le siguieron”6.

Luego, después de la Crucifixión, cuando el Salvador les fue quitado de la manera más cruel, regresaron a la pesca, a lo que sentían que sabían. En una ocasión, el Salvador resucitado vino a ellos mientras pescaban en vano. “Y él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca y hallaréis. Entonces la echaron, y ya no la podían sacar, por la gran cantidad de peces”7. Esta fue una demostración de que Él no había perdido ningún poder, pero además un ejemplo muy marcado de que estaban buscando en el lugar equivocado y centrándose en lo incorrecto. Mientras comían pescado juntos, el Salvador le preguntó a Pedro tres veces si lo amaba. Cada vez, y con una creciente sensación de ansiedad, Pedro respondió que sí. Tras cada una de las respuestas de Pedro, Jesús le pidió a Pedro que apacentara Sus ovejas.

¿Por qué el Salvador le preguntó tres veces si lo amaba? Pedro había sido llamado a seguir a Jesús antes, y él había respondido al instante, dejando su pesca. Pero cuando Jesús fue quitado de ellos, Pedro se entristeció; se hallaba perdido. Volvió a lo único que sintió que sabía: pescar. Ahora Jesús quería que Pedro realmente lo escuchara y comprendiera la seriedad de la invitación esta vez; necesitaba que Pedro entendiera lo que significaba ser un discípulo y seguidor del Cristo resucitado, ahora que ya no estaría físicamente con ellos. ¿Qué quería el Señor de Pedro? Quería que Pedro apacentara a Sus ovejas, Sus corderos. Este era el trabajo que se necesitaba hacer. Pedro reconoció esta llamada suave y directa de su Maestro, y el apóstol mayor respondió con valor y sin temor, dedicando el resto de su vida al ministerio al que fue llamado.

Cómo se aplica esto a ustedes

Gracias a la Restauración, hoy tenemos otro apóstol mayor sobre la tierra. El presidente Nelson está extendiendo la invitación a ustedes y a mí de apacentar a las ovejas de Jesús. Lo escuchamos en la conferencia general de la manera más clara y en los términos más cariñosos posibles. Fuimos conmovidos e inspirados, pero ¿fuimos cambiados? Con todas las distracciones que nos rodean y tantas cosas menores que demandan nuestra atención, el desafío es responder a esta invitación y actuar, realmente hacer algo, en verdad hacer un cambio y vivir de manera diferente.

Quizás se pregunten, en respuesta a la llamada a ministrar, “¿Por dónde empiezo?”. Comiencen con una oración. El presidente Nelson nos exhortó a “[esforzarnos] más allá de [nuestra] capacidad espiritual actual para recibir revelación personal, porque el Señor ha prometido: ‘Si pides, recibirás revelación tras revelación, conocimiento sobre conocimiento, a fin de que conozcas los misterios y las cosas apacibles, aquello que trae gozo, aquello que trae la vida eterna’ [D. y C. 42:61]”8.

Pregúntenle al Padre Celestial qué pueden hacer y por quién. Cualquier pequeño acto de bondad nos hace mirar hacia afuera y trae sus propias bendiciones. Respondan a cualquier impresión que reciban, por más insignificante que parezca. Actúen. Podría ser un texto para alguien que no se lo espera. Tal vez sea un mensaje de algún tipo. Tal vez sea una flor, algunas galletas o una palabra amable. Tal vez es más, como limpiar un jardín o un patio, lavar ropa para alguien que ya no es tan ágil como antes, lavar un auto, cortar césped, sacar nieve o simplemente escuchar mientras un amigo habla sobre los desafíos que él o ella está afrontando.

Como dijo la hermana Jean B. Bingham: “A veces pensamos que tenemos que hacer algo grandioso y heroico para ‘que cuente‘ como servicio a nuestro prójimo. Sin embargo, los simples actos de servicio pueden tener efectos profundos en los demás, así como en nosotros mismos”9.

Quizás estén reacios a dar el primer paso, convencidos de que no tienen tiempo o no marcarán una diferencia, pero se sorprenderán de lo que incluso algo pequeño puede lograr.

Si les preocupa un amigo que se está alejando de la Iglesia y perdiendo la fe y la esperanza que alguna vez tuvo, invítenlo a hacer algún acto de servicio o ministración. No hay mejor manera de ablandar los corazones a las cosas de Dios y descubrir de nuevo Su amor en nuestras vidas que prestar servicio significativo a alguien que lo necesita.

El propósito del servicio y la ministración en nuestras vidas

Debemos recordar constantemente por qué servimos y ministramos. Somos hijos de nuestro Padre Celestial, estamos en la tierra para aprender y crecer a través de innumerables experiencias, y llegar a ser más íntegros al regresar a Él. Aprender a enfocarnos en otros y no en nosotros mismos, y servirnos unos a otros es una parte esencial de nuestro propósito aquí. De hecho, es el núcleo. El milagro de enfocarse en otros y ministrar a alguien que lo necesite es el núcleo del proceso, aprendemos que podemos olvidarnos de nosotros mismos y de nuestros problemas.

El presidente Nelson está estableciendo un modelo de servicio más elevado y santo para ustedes y para mí. Cuando respondamos, descubriremos cuán gratificante, liberador y tranquilizador es para nosotros, y cómo podemos ser un agente para el cambio y el bienestar en la vida de los demás.

Cuando han sido investidos en el templo y han servido una misión, existe la tentación de decir: “Ya cumplí. Fui una máquina de servicio de tiempo completo por 18 meses o 2 años. Ahora es el turno de otro”. Lo mismo puede decirse después de casarnos. Podríamos pensar: “Lo logré. Ahora es el tiempo de tomarme un descanso”. Este tipo de ministración no se detiene; es un modo de vida. Podemos parar nuestras actividades regulares y vacaciones para descansar y rejuvenecer, para “aflojar el moño” como dijo José Smith10, pero nueva responsabilidad de amarnos unos a otros como Él nos ha amado y de apacentar a Sus ovejas no cesa.

He sido el beneficiario de este tipo de ministración, y también he descubierto la paz y el gozo que proviene de ser un instrumento en las manos de Dios a favor de otro.

Jen refirió cómo luchamos por la vida de nuestro hijito. Después de su muerte, nos preguntamos si alguna vez nos recuperaríamos. Durante ese tiempo, recibimos expresiones extraordinarias de amor, bondad y ayuda de familiares y amigos, y de personas que apenas conocíamos. Una pareja querida que ya eran buenos amigos nos ministraron constantemente durante todo el proceso. Estuvieron a nuestro lado, orando con nosotros y por nosotros, ofreciendo bendiciones, comidas, palabras de consuelo y silencio. De alguna manera siempre aparecían cuando recibíamos alguna información importante o cuando nos abrumaba el agotamiento y el pesar. Han demostrado a través de los años que esta es su forma de vida. Ellos ministran silenciosa y constantemente.

La ministración de la Iglesia a nivel mundial

Mientras prestaba servicio en el Área Europa en los últimos años, estábamos viviendo en Alemania y fui testigo de cómo este principio se aplicaba con un efecto asombroso cuando miembros de la Iglesia y amigos de otras religiones se movilizaron para ayudar a muchos refugiados que habían perdido todo huyendo de los combates y la devastación de una guerra que todavía azota al Medio Oriente. Llegaron, a veces caminando miles de kilómetros llevando solo pequeñas bolsas con pertenencias. Al ver la necesidad, ver a hermanos y hermanas, ver a Sus corderos, nuestra gente intervino para ayudar, vestir, alimentar, albergar y consolar a estos refugiados que lo habían perdido todo. Al hacerlo, los que ayudaron fueron transformados. Fueron bendecidos con luz, energía y gozo que nunca antes habían experimentado, o que se habían desvanecido al enfocarse en sí mismos y en las rutinas de la vida. Nuestra gente continúa esta maravillosa labor de socorro en todo el mundo.

Los refugiados tienen necesidades inmediatas y evidentes, pero hay otros a nuestro alrededor, cuyos desafíos no son tan aparentes, que requieren nuestra ayuda, y de igual manera debemos apoyarles. Nuestra ministración y servicio no tienen que ser al otro lado del mundo. En muchos sentidos, es mejor si es cercano.

Me enorgullece pertenecer a una Iglesia que pone esto en práctica. Solo el año pasado, se donaron más de 7 millones de horas voluntarias para cultivar, cosechar y distribuir alimentos a los pobres y necesitados. De nuevo el año pasado, la Iglesia proporcionó agua potable a medio millón de personas que de otro modo no la tendrían. A cuarenta y nueve mil personas se les proporcionaron sillas de ruedas en 41 países.Voluntarios restauraron la vista y capacitaron a 97 000 cuidadores de personas con discapacidades visuales en 40 países. Treinta y tres mil cuidadores fueron capacitados en cuidado materno y para recién nacidos en 38 países. Sin mencionar a Manos Mormonas que Ayudan donde, en años recientes, cientos de miles de personas han donado millones de horas. Ellos apoyan a los afectados por desastres grandes y pequeños, y mejoran sus vecindarios y comunidades.

La iniciativa en ciernes de la Iglesia JustServe, que es un gran lugar para buscar oportunidades de servicio si las tienen cerca, ya cuenta con más de 350 000 voluntarios registrados, que han contribuido con millones de horas para ayudar a sus comunidades locales.

Esta es la Iglesia de acción. Esto es lo que hacemos. Eso es lo que hacen ustedes. Permitan que esta sea la característica que defina quiénes son. Esta es la forma en que hallamos gozo y paz, porque es una de las formas más elevadas, preeminentes y tangibles de seguir el ejemplo del Salvador.

El presidente M. Russell Ballard ha dicho: “Grandes cosas se logran por medio de cosas pequeñas y sencillas. Al igual que las partículas de oro que se van acumulando con el tiempo hasta ser un gran tesoro, nuestros actos de bondad y de servicio pequeños y sencillos se acumularán para crear una vida llena de amor hacia nuestro Padre Celestial, de devoción a la obra del Señor Jesucristo, y de un sentido de paz y alegría cada vez que nos acerquemos con amor el uno al otro”11.

Tres tipos de servicio

Me gustaría destacar tres tipos generales de servicio en los que cada uno tenemos la oportunidad de participar.

El primero es el tipo de servicio que se nos asigna o se nos invita a realizar como una responsabilidad en la Iglesia. Esto se trató de una manera hermosa e inspiradora en la conferencia general. Nos esforzaremos por el tipo de ministración que se atesora y no se mide, donde pensamos, oramos y ayudamos a aquellos que se nos ha dado la responsabilidad de cuidar.

El segundo es el tipo de servicio que elegimos hacer por voluntad propia. Este es una expansión del primero, y será parte de nuestras acciones e interacciones diarias a medida que busquemos olvidarnos de nosotros mismos y nos enfoquemos en los demás. No es una asignación formal, pero nos motiva el deseo de seguir a Cristo, empezando por ser más amables y considerados con quienes nos rodean. Los actos de bondad y generosidad silenciosa cambian corazones y conducen a relaciones más cálidas y significativas.

El tercero es el servicio público. Incluso a su edad, pueden servir en consejos escolares, organizaciones caritativas y luego en gobiernos locales, regionales y nacionales. Animo a hombres y mujeres por igual a involucrase de esta manera. Cuando corresponda, participen en política con la mira en el servicio y el desarrollo de personas y comunidades. Eviten las divisiones políticas que se han vuelto tan polarizadas, forzosas y destructivas en las comunidades, países y continentes. Únanse a otros políticos que están encontrando una causa común para sanar las vidas problemáticas en su jurisdicción y más allá. Ustedes pueden ser una voz de equilibrio y razonamiento, abogando por la justicia en cada rincón social. Existe una creciente necesidad de que aporten su energía a este tipo de compromiso cívico digno.

Cuando leemos las noticias, sentimos que el mundo está empeorando. Si cada uno de nosotros actúa en formas grandes y pequeñas cada día, podemos cambiar nuestro propio mundo y el de quienes nos rodean. Al servir a su vecino y con su vecino en su comunidad, hará amigos que comparten su deseo de ayudar. Se convertirán en fuertes amistades, creando puentes entre culturas y creencias.

Antoine de Saint-Exupéry dijo: “La vida nos ha enseñado que el amor no consiste en mirarse el uno al otro sino en mirar juntos en la misma dirección. No existe solidaridad excepto mediante la unidad en un mismo esfuerzo superior. Incluso en nuestra era de bienestar material esto debe ser así, de lo contrario, ¿cómo podremos explicar la felicidad que sentimos al compartir nuestra última corteza con otros en el desierto?”12.

Conclusión

Si respondemos a la invitación a ministrar como lo hace Jesús, seremos transformados, llegando a ser más desinteresados en lugar de egoístas. Descubriremos el gozo que proviene de ministrar a la manera del Salvador, dejando atrás nuestras ansiedades e incertidumbres y la tristeza que proviene de nuestras insuficiencias percibidas.

Quizás, mientras escuchan, un nombre o una causa les viene a la mente. Posiblemente es una invitación del Espíritu y quizás la han recibido antes. Tender una mano, estar atentos y levantar. Escojan responder a esa invitación y oren hoy para saber qué pueden hacer. Cuando vean y sientan las bendiciones que esto les brinda a ustedes y a quienes ministran, desearán hacer de ello un modelo diario.

Nuestro mayor y mejor esfuerzo es compartir la luz, la esperanza, la alegría y el propósito del Evangelio de Jesucristo con todos los hijos de Dios y ayudarlos a encontrar el camino a casa. Ayudarles, servirles y ministrarles son muestras del Evangelio en acción. Al convertirlo en una forma de vida, descubriremos que es singularmente gratificante y la forma de encontrar la paz y el gozo que nos eludió.

Permítanme repetir la petición del presidente Nelson a cada uno de nosotros: “Una característica distintiva de la Iglesia verdadera y viviente del Señor será siempre un esfuerzo organizado y dirigido a ministrar a los hijos de Dios individualmente y a sus familias. Puesto que esta es Su iglesia, nosotros, como Sus siervos, hemos de ministrar a la persona en particular, tal como Él lo hizo. Ministraremos en Su nombre, con Su poder y autoridad, y con Su amorosa bondad”13.

Así es como vivió el Salvador, y es la razón por la que vivió: para proporcionar el bálsamo perfecto y la sanación máxima a través de Su gran e infinito don expiatorio para ustedes y para mí. Que podamos seguir al Cristo viviente con mayor deseo y más eficazmente, a medida que nos esforcemos por convertirnos en Sus verdaderos discípulos ministrando como Él lo haría.

En el nombre de Jesucristo. Amén.

Notas

  1. Russell M. Nelson, “Ministrar con el poder y la autoridad de Dios”, Liahona, mayo de 2018, pág. 69.

  2. Spencer W. Kimball, “La vida plena”, Liahona, junio de 1979, págs. 3-4.

  3. Spencer W. Kimball, “La vida plena”, Liahona, junio de 1979, pág. 3.

  4. Hechos 10:38.

  5. Hechos 10:38.

  6. Mateo 4:20.

  7. Juan 21:6.

  8. Russell M. Nelson, “Revelación para la Iglesia, revelación para nuestras vidas”, Liahona, mayo de 2018, pág. 95.

  9. Jean B. Bingham, “Ministrar como lo hace el Salvador”, Liahona, mayo de 2018, pág. 104.

  10. Véase William M. Allred, en “Recollections of the Prophet Joseph Smith”, Juvenile Instructor, 1º de agosto de 1892, pág. 472.

  11. M. Russell Ballard, “Encontrar gozo al servir con amor”, Liahona, mayo de 2011, pág. 49.

  12. Antoine de Saint-Exupéry, Airman’s Odyssey (1939), pág. 195.

  13. Russell M. Nelson, “Ministrar con el poder y la autoridad de Dios”, Liahona, mayo de 2018, pág. 69.