Transmisiones anuales
Los maestros marcan la diferencia


Los maestros marcan la diferencia

Transmisión de capacitación anual de Seminarios e Institutos

Martes, 9 de junio de 2020

Gracias, mi amor, por invitarme a compartir mi testimonio.

La primera vez que oí sobre la Iglesia tenía unos nueve años. Durante ocho años le pedí permiso a mi padre para bautizarme y él siempre dijo que no. Decía que yo era muy joven para tomar una decisión tan importante y que debía demostrarle que eso era lo que realmente quería.

Aunque yo no era miembro de la Iglesia, completé cuatro años de Seminario diario. La clase de Seminario se enseñaba en la capilla a las seis de la mañana todos los días. Mi padre solo me permitió ir con la condición de que el maestro me viniera a buscar. Por fortuna, tenía un maestro maravilloso que venía todos los días a las cinco y media para llevarme. Mi padre me despertaba cada día a las cinco de la mañana; yo me vestía y esperaba al maestro. Siempre tenía mucho sueño y pensaba: “Por favor, que no venga. Por favor, que no venga”; pero él siempre vino. Felizmente, siempre vino.

Me siento tan bendecida y agradecida por mi diligente maestro de Seminario que fácilmente podría haberme dejado, pero no lo hizo.

Treinta años después, tuve la oportunidad de enseñar Seminario a mi hija durante un tiempo en casa. Ella no pudo asistir a Seminario en la capilla ese año debido a su horario escolar. Era una niña con mucha energía y no le gustaba estar sentada por 45 minutos, en especial si yo era la maestra. Así que decidí preparar clases únicas y tratar a mi hija como si fuera la mejor alumna de Seminario, aun cuando ella era la única alumna. Al final del año ella estaba feliz, ella sentía el amor del Padre Celestial por ella, y yo también lo sentía.

Hermanos y hermanas, como mi hija, sé que la palabra de Dios puede marcar toda la diferencia en nuestra mente, en nuestra actitud y en cómo nos vemos a nosotros y a los demás.

Me gustaría concluir con una hermosa cita del presidente Henry B. Eyring:

“Maravillosos maestros, ustedes hacen un gran esfuerzo y sacrificio en la preparación para enseñar la palabra, en su enseñanza y en cuidar a los alumnos […]. Ahora pueden agregar su fe en que más de nuestros alumnos tomarán las decisiones que llevan a la verdadera conversión”1.

De ello testifico, en el nombre de Jesucristo. Amén.

Nota

  1. Henry B. Eyring, “We Must Raise Our Sights”, en Scott C. Esplin y Richard Neitzel Holzapfel, eds., The Voice of My Servants: Apostolic Messages on Teaching, Learning, and Scripture, 2010, pág. 17.