Cuando seguimos la invitación de escuchar la voz del Salvador en nuestra vida, no hay razón para temer al futuro. Siempre hay esperanza gracias a Jesucristo. Él estará con nosotros y nos guiará en nuestros momentos más difíciles a medida que procuramos escucharlo.

Cuando era niño y vivía en Alemania Oriental, tuve el gran privilegio de que se me asignara bombear aire al órgano durante las reuniones de la Iglesia. En aquel entonces, los órganos no eran eléctricos y era necesario bombear aire manualmente a los tubos. Recuerdo que tenía unos diez años y miraba atentamente al director para ver si debía bombear más rápido o más lento. Mientras la congregación cantaba nuestros amados himnos de la Restauración, yo bombeaba con todas mis fuerzas para que el órgano no se quedara sin aire.

Había un beneficio adicional como resultado de esta asignación: me sentaba en un asiento que ofrecía una gran vista de un vitral que embellecía la parte delantera de la capilla. El vitral representaba la Primera Visión, con José Smith arrodillado en la Arboleda Sagrada, mirando hacia el cielo y hacia una columna de luz. Ver ese ventanal con nuestro Padre Celestial y Su Hijo Jesucristo me daba una idea de lo que se siente al escucharlo. Allí estaba yo, un niño en la Alemania después de la Segunda Guerra Mundial y, sin embargo, me sentía muy cerca de nuestro Salvador Jesucristo.

Lo escucho al sentir Su amor por mí

Al pensar en esa experiencia y en otras innumerables experiencias en mi vida, me doy cuenta de que mis experiencias más personales al escuchar la voz del Señor han llegado cuando pienso en cuánto amo al Salvador y, a su vez, cuando siento Su amor por mí.

Este amor crea una conexión, abre una puerta, que me permite sentir el poder del Espíritu Santo. De repente, escucho Su voz porque me encuentro en ese puente abierto por el amor que el Salvador tiene por mí y por mi amor hacia Él. Con frecuencia, me vienen a la mente cosas que he oído o sentido antes. Con el tiempo, he aprendido que si no me siento agradecido, entonces tengo dificultades para escuchar Su voz. Sin embargo, cuando puedo reconocer todo lo que el Señor me ha dado, escucho Su voz con más claridad.

Lo he visto tanto en mi vida profesional como en mi vida familiar. Hubo ocasiones, cuando era niño, de adolescente y como adulto, que enfrenté momentos en los que no sabía qué hacer. Así que solía buscar un lugar tranquilo para conectarme con el Padre Celestial y Su Hijo Jesucristo mediante el don del Espíritu Santo. Entonces, de repente, me llegaba una corriente de respuestas que me ayudaba a afrontar la situación en la que me encontraba.

Tengo el mismo tipo de experiencia en la actualidad en calidad de apóstol del Señor Jesucristo. Algunas personas me han preguntado: “¿Te habla el Señor todo el tiempo?”. Les respondo que Él me habla de la misma manera en la que me ha hablado toda mi vida, mediante el don del Espíritu Santo. He aprendido que lo escucho cuando me centro en el amor que Él tiene por mí y en mi amor por Él. Este proceso me lleva a recibir respuestas de Él, lo cual he necesitado toda mi vida.

Lo “escucho a Él” en todos los idiomas

Como muchos de ustedes saben, el alemán es mi idioma materno. Cuando era niño, también aprendí ruso, que fue mi primer idioma extranjero. Más tarde, cuando me convertí en piloto, me enteré de que tenía que aprender inglés. En casa, Harriet y yo hablamos alemán. Hacemos nuestras oraciones en alemán. Muchos de nuestros nietos también hablan alemán, pero con nuestros bisnietos y las esposas de nuestros nietos, tenemos que hablar inglés. Y, por supuesto, mis asignaciones de la Iglesia requieren que hable inglés.

Lo que he aprendido es que siento y escucho la voz del Señor en cualquier idioma. La voz del Señor trasciende el idioma que hablamos. Aunque con frecuencia oro en alemán, no sé si las respuestas llegan en alemán, pero vienen a mí. Y cuando oro en inglés, las respuestas también llegan.

Lo escucho al participar de la Santa Cena

Durante la pandemia de COVID-19, he tenido la oportunidad única de bendecir la Santa Cena en mi propio hogar, al igual que muchos de ustedes. Esta experiencia me brinda un enorme, maravilloso y cálido sentimiento de gratitud que me invade por completo. Esta gratitud abre la puerta a la oportunidad de escucharlo más claramente.

Al sentarme allí, bendecir la Santa Cena y participar de ella, me siento atraído hacia el Salvador y reflexiono sobre lo que Él significa para mí. Me doy cuenta de que, por medio de Él, mediante Su don maravilloso y lleno de gracia, puedo experimentar la remisión de todas mis faltas. He aprendido que esos son momentos en los que realmente lo escucho a Él. El Espíritu me enseña lo que debo hacer y lo que debo cambiar en mi vida. Esos momentos se han vuelto muy sagrados para Harriet y para mí.

Una bendición para toda la vida

En mi vida, experimenté la Segunda Guerra Mundial, viví en una Alemania dividida, fui refugiado dos veces. Sin embargo, durante todo eso, confié en mi firme creencia de que hay un Dios en el cielo, hay un Jesucristo, hay un Espíritu Santo y hay un evangelio restaurado de Jesucristo.

Cuando seguimos la invitación de escuchar la voz del Salvador en nuestra vida, no hay razón para temer al futuro. Siempre hay esperanza gracias a Jesucristo. Él estará con nosotros y nos guiará en nuestros momentos más difíciles a medida que procuramos escucharlo.

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