¿Te has preguntado alguna vez por qué estás aquí? ¿Por qué creó Dios esta tierra y te puso en ella? Si sientes en el fondo de tu alma que tu vida debe tener un propósito mayor que el de simplemente existir, puedes encontrar respuestas acudiendo a Dios.
Creemos que existimos antes de que comenzara esta tierra, viviendo con Dios como Sus hijos en forma espiritual. Al igual que un padre envía a su hijo a la escuela, nuestro Padre Celestial nos envió a cada uno de nosotros aquí para que pudiéramos obtener un cuerpo físico y aprender y progresar para llegar a ser más semejantes a Él antes de regresar a vivir en Su presencia algún día.
Como Dios sabía que nuestro progreso requeriría que tomáramos decisiones y experimentáramos oposición, envió a Su Hijo Jesucristo para que fuera nuestro Salvador y nos ayudara a encontrar la felicidad duradera en esta vida. El Evangelio de Jesucristo promete paz, gozo duradero y fortaleza a quienes siguen fielmente los mandamientos de Dios y se bautizan en la Iglesia de Cristo. El Libro de Mormón enseña lo siguiente:
Aunque experimentar tristeza es una parte natural de esta vida, no se supone que sea lo único que experimentes. Dios nos bendijo con muchas cosas hermosas y maravillosas para disfrutar en esta tierra.
Una de las mayores fuentes de gozo y sentido de la vida pueden ser las relaciones con otras personas. Dar y recibir amor forma parte del propósito de la vida. La promesa de la vida eterna con Dios y tus seres queridos puede proporcionarte una esperanza que te ayude a superar los momentos difíciles.
La vida incluye experiencias dolorosas. Cuando atraviesas momentos difíciles, puede ayudarte el recordar que Dios tiene el control, que Él quiere lo mejor para ti y que, si haces todo lo posible por seguirlo, todo lo que experimentes se arreglará algún día por medio de Jesucristo. La Biblia promete: “Y enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni clamor ni dolor” (Apocalipsis 21:4).
Las experiencias que vives a lo largo de tu vida te ayudan a desarrollar tu potencial como hijo de Dios. Cuando quieres fortalecer tus músculos, haces ejercicios que proporcionan resistencia a esos músculos. Del mismo modo, las pruebas a las que te enfrentas pueden ayudar a forjar tu carácter al ofrecerte una resistencia que te lleve a progresar espiritual, mental y emocionalmente.
Cuando pasas por desafíos, tu empatía por los demás puede aumentar y puedes llegar a ser más semejante a Jesucristo. Puedes ser un instrumento en las manos de Dios para ayudar a otros que pasan por dificultades similares.
Uno de los dones que Dios nos ha dado es la libertad de elegir por nosotros mismos. Por desgracia, a veces quienes te rodean tomarán decisiones que te causarán sufrimiento a ti o a tus seres queridos. Eso no es una señal de que Dios no te ama o que no está contento contigo. Las cosas que sufres injustamente son temporales y al final serán reparadas por medio de Jesucristo.
Cuando Dios te envió aquí para aprender, sabía que cometerías errores y que necesitarías ayuda para superar el pecado. Él proveyó un Salvador y Redentor, Jesucristo, para que sufriera y muriera por ti y por cada persona que haya vivido. Gracias al sacrificio de Jesús, puedes encontrar perdón y sanación.
Con la ayuda del Salvador, puedes superar el pecado, las debilidades, los hábitos y las adicciones que te han frenado en el pasado. Puedes llegar a ser más caritativo, presto a perdonar, humilde y paciente de lo que eras antes. Este proceso de hacerte más semejante a Cristo te ayudará a continuar en el camino de regreso para vivir de nuevo con Dios.