2019
Finalmente fui al templo
Junio de 2019


Finalmente fui al templo

Vivir en una pequeña isla del Caribe hacía que ir al templo pareciera imposible.

La autora vive en Barbados.

Hasta hace unos años, nunca había oído hablar de los templos. Después de descubrir la Iglesia hacía casi unos tres años, los templos todavía parecían ser producto de la imaginación de los misioneros. En mi pequeña isla caribeña de Barbados, la idea de un templo sobre la tierra parecía un mágico cuento de hadas demasiado bueno para ser verdad. Si eran tan asombrosos, ¿por qué no había uno en Barbados?

Un año después de unirme a la Iglesia, por fin llegué a comprender mejor la función que cumplen los templos en nuestra vida como miembros de la verdadera Iglesia de nuestro Padre Celestial. Tenía un deseo sumamente fuerte de visitar el que estaba más cerca de mi pequeña isla: el Templo de Santo Domingo, República Dominicana.

Contratiempos y preparación

El precio de un boleto de avión a la República Dominicana era mucho más de los pocos dólares que yo tenía en mi cuenta bancaria. Sucesivos contratiempos parecían apartarme cada vez más de lo que daba la sensación de ser una meta imposible: la de ir al templo; pero me propuse no olvidar nunca la cita del presidente Thomas S. Monson (1927–2018): “… siempre tengan el templo en la mira. No hagan nada que les impida entrar por sus puertas y participar de las bendiciones eternas y sagradas de allí” (“El Santo Templo: Un faro para el mundo”, Liahona, mayo de 2011, pág. 93).

Uno de los grandes gozos de esta vida es el gozo que brinda el templo. Escuchar a los misioneros hablar del gozo y la maravillosa sensación de paz que siempre los llenaba cuando visitaban el templo me hacía sentir un poco de envidia, porque, aunque seguía dedicada a mis convenios, no era tan afortunada como ellos, ya que no podía caminar ni conducir hasta el templo más cercano. Debido a que el templo de la República Dominicana estaba tan lejos, parecía que nunca podría recibir las bendiciones que me esperaban allí.

Justo cuando había perdido toda esperanza de ir alguna vez al templo, el viaje de los jóvenes adultos solteros de la Misión Barbados Bridgetown a la República Dominicana hizo realidad mis sueños. La preparación fue clave. Entrar al templo no es de ninguna manera un cometido pequeño ni insignificante; por lo que, al comienzo del año, empecé a esforzarme por hacer ajustes para aumentar mi espiritualidad. Tomé la Santa Cena con más seriedad, comencé a prestar más atención durante la reunión sacramental, compartí mi testimonio cada vez que tuve la oportunidad, dejé de permitir que la tecnología me distrajera y decidí dedicar mis horas en la capilla a encontrar más maneras de sentir el Espíritu más abundantemente.

Finalmente…

El estar preparados espiritualmente y ser dignos antes de entrar al templo nos asegura que recibiremos las bendiciones que el Padre Celestial tiene reservadas para nosotros. Después de meses de dificultades, pruebas e incluso la muerte de mi querida abuela, ninguna palabra puede resumir con precisión lo que sentí cuando di esos primeros pasos en el terreno del Templo de la República Dominicana. De pie allí, con lágrimas en los ojos, sentí el Espíritu como nunca antes lo había sentido.

Durante mis muchas visitas al templo en ese viaje, siempre abría el Libro de Mormón en un pasaje en particular. Era uno que le leía a mi abuela a menudo antes de su muerte, aunque ella no era miembro de la Iglesia. Está en 1 Nefi 3:7, y dice: “Y sucedió que yo, Nefi, dije a mi padre: Iré y haré lo que el Señor ha mandado, porque sé que él nunca da mandamientos a los hijos de los hombres sin prepararles una vía para que cumplan lo que les ha mandado”.

Sé con toda certeza que nuestro Padre Celestial estaba preparando una vía para que yo pudiera llegar al templo, y que fue por medio de Su intervención divina que finalmente pude lograrlo. Donde haya oposición u obstáculos en nuestro camino, nuestro Padre Celestial abrirá una vía para que avancemos, aun cuando la senda parezca oscura. El templo es verdaderamente un lugar sagrado en donde podemos sentir el amor del Padre Celestial por nosotros en esta tierra.