Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia
El sacerdocio: La responsabilidad de representar a Dios


Capítulo 12

El sacerdocio: La responsabilidad de representar a Dios

El sacerdocio es un principio sempiterno que ha existido con Dios desde el principio y que existirá a través de toda la eternidad. Las llaves que se han dado para que se empleen mediante el sacerdocio provienen del cielo, y ese poder del sacerdocio es activo y opera actualmente en la Iglesia al continuar ésta extendiéndose por la tierra1.

Introducción

En un discurso pronunciado durante la sesión del sacerdocio de una conferencia general, el presidente McKay habló de una experiencia que tuvo cuando era misionero en Escocia en 1898. Él y su compañero, Peter Johnston, pasaron por un edificio que les llamó la atención porque tenía en la entrada un arco de piedra con una inscripción grabada. El presidente McKay contó lo siguiente:

Imagen
motto chiseled on a stone

El presidente McKay exhortó muchas veces a los poseedores del sacerdocio a vivir deacuerdo con el lema que él había visto grabado en piedra en un edificio de Escocia: “Seas lo que seas, haz bien tu tarea”.

“Le dije a mi compañero: ‘¡Qué raro! Me voy a fijar en lo que dice la inscripción’. Cuando me acerqué, el mensaje que contenía me llegó, no sólo desde la piedra sino como si viniera de Aquel en cuyo servicio estábamos embarcados. Decía:

“ ‘Seas lo que seas, desempeña bien tu tarea’…

“Que Dios nos ayude a seguir ese lema, que no es más que otra forma de expresar las palabras de Cristo: ‘El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta’ [Juan 7:17]; y ese testimonio nos lleva a todos a recibir la guía del Santo Espíritu en esta vida. Ruego humildemente que los hombres del sacerdocio reunidos aquí esta noche… tomen sobre sí las responsabilidades que Dios les ha dado y que cumplan su deber, sea cual sea”2.

El presidente McKay recibió una bendición cuando varios poseedores del sacerdocio ejercieron rectamente el poder del sacerdocio en beneficio de él. En marzo de 1916, el río Ogden había crecido y, debido a ello, el puente que había cerca de la salida del cañón se había vuelto inestable. Él contó lo siguiente: “Nos subimos a un pequeño automóvil Ford [refiriéndose a sí mismo y a su hermano Thomas E.] y manejamos bajo la lluvia y entre el barro… Vi la pila de piedras del puente, y parecía tan intacta como lo había estado el día anterior. Así que dije [bromeando]: ‘Voy a cruzar el puente. ¿Sabes nadar?’ Y apreté el acelerador para lanzarme a atravesar el puente, cuando Thomas exclamó: ‘¡Cuidado! ¡Han puesto una cuerda!’ Antes de irse a las siete, el encargado nocturno había extendido la cuerda de la grúa a través del camino y el encargado diurno no había llegado todavía. Traté de poner el freno de mano, pero ya era demasiado tarde; la cuerda hizo pedazos la ventanilla, empujó la capota para atrás y me dio en el mentón cortándome el labio, arrancándome los dientes inferiores y rompiéndome la mandíbula superior. Thomas E. se agachó y escapó sin lesiones, pero yo quedé parcialmente inconsciente…

“Esa mañana, alrededor de las nueve, estaba en la mesa de operaciones… Me colocaron la mandíbula en su lugar y me dieron catorce puntos para reparar el labio y la mejilla dañados. Uno de los ayudantes comentó: ‘¡Qué pena! Quedará desfigurado para toda la vida’. Verdaderamente, estaba casi imposible de reconocer. Cuando me llevaron a mi cuarto del hospital, una de las enfermeras comentó, tratando de consolarme: ‘Bueno, hermano McKay, puede dejarse crecer la barba’, obviamente para tapar las cicatrices… Tres amigos íntimos… fueron a visitarme y me dieron una bendición; al sellar la unción, [el que lo hacía] dijo: ‘Te bendecimos para que no quedes desfigurado y para que no sientas dolor’…

“El sábado por la noche, el doctor William H. Petty fue a verme y fijarse si los dientes de la mandíbula superior podrían salvarse. Él me dijo: ‘Supongo que tiene mucho dolor’, a lo que contesté: ‘No, no siento ningún dolor’… El sábado por la mañana el presidente Heber J. Grant fue desde Salt Lake City a visitarme… Entró y me dijo: ‘David, no hables. Voy a darte una bendición’…

“En octubre de ese año… el presidente Grant y yo estábamos sentados cerca el uno del otro. Noté que él me miraba con atención, y después me dijo: ‘David, desde aquí no veo ni una cicatriz en tu cara’. ‘No, presidente Grant’, le contesté. ‘no me quedaron cicatrices’ ”3.

Las enseñanzas de David O. McKay

El sacerdocio es el poder y la autoridad para representar a Dios.

En cualquier momento en que se delega el sacerdocio al hombre, no se le confiere como distinción personal, aunque llega a serlo cuando él lo honra, sino como la autoridad para representar a la Deidad y como una obligación de ayudar al Señor a llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre [véase Moisés 1:39]4.

Ustedes son hombres que poseen el sacerdocio de Dios, que tienen autoridad divina para representar a la Deidad en cualquier posición que se les asigne. Cuando un hombre común es elegido en su pueblo para ser comisario de policía, se le añade algo a su persona. Cuando un oficial de policía está en la intersección y levanta la mano en señal de alto, ustedes se detienen; hay algo en él que lo hace destacarse, un poder que se le ha dado. Lo mismo pasa en todas las cosas de la vida. No se puede dar un cargo a un hombre sin añadirle algo a su persona; es así. Y lo mismo sucede con el poder del sacerdocio5.

El sacerdocio es parte inherente de la Trinidad. Es autoridad y poder, y su fuente de procedencia son únicamente el Eterno Padre y Su Hijo Jesucristo…

Al buscar el origen del sacerdocio… no podemos concebir nada más allá de Dios mismo; se centra en Él y debe emanar de Él. Siendo, pues, algo inherente al Padre, se saca en conclusión que sólo Él puede conferirlo a otra persona. Por lo tanto, el sacerdocio que el hombre posee siempre debe ser delegado por autoridad. No ha existido jamás en el mundo un ser humano que tenga el derecho de [tomar] sobre sí el poder y la autoridad del sacerdocio. Habrá algunos que se [tomen] ese derecho, pero el Señor nunca los ha reconocido. Tal como el embajador de cualquier gobierno sólo puede ejercer la autoridad que su gobierno le haya conferido, el hombre autorizado para representar a la Deidad sólo lo hace en virtud de los poderes y derechos que se le hayan delegado. Sin embargo, cuando se confiere esa autoridad, lleva en sí, dentro de ciertos límites, todos los privilegios de un poder legal por el cual una persona da a otra la autoridad de actuar en su lugar. Debido a eso, toda acción oficial que se lleve a cabo según ese poder legal tiene igual validez que si la hubiera realizado la persona misma…

Si se reconoce el hecho de que el Creador es la fuente eterna de ese poder, que Él solo puede dirigirlo y que el poseerlo es equivalente a tener el derecho, como representante autorizado, de estar en comunión directa con Dios, cuán razonables e incluso sublimes son los privilegios y las bendiciones que se pueden alcanzar por la posesión del poder y la autoridad del Sacerdocio de Melquisedec. Son los más gloriosos que la mente humana pueda contemplar.

Un hombre que esté en esa comunión con su Dios verá que su vida se serena, su discernimiento entre lo correcto y lo incorrecto se agudiza, sus sentimientos son tiernos y compasivos pero su espíritu es fuerte y valiente en defensa de la rectitud. Encontrará que el sacerdocio es una fuente constante de felicidad, un pozo de agua viva que brota para vida eterna6.

El poder del sacerdocio se expresa por medio de los quórumes así como individualmente.

Hablando con exactitud, el sacerdocio como poder delegado es un logro individual. Sin embargo, por decreto divino, los hombres nombrados para prestar servicio en determinados oficios del sacerdocio se unen en un quórum. De ese modo, este poder se expresa por medio de grupos, así como individualmente. El quórum es la oportunidad que tienen los hombres con aspiraciones similares de conocerse, amarse y ayudarse los unos a los otros7.

Si el sacerdocio consistiera sólo en la distinción, las bendiciones o la jerarquía individuales, no habría necesidad de tener grupos ni quórumes. La existencia misma de esos grupos, establecidos por autorización divina, proclama el hecho de que dependemos unos de otros, de que existe la indispensable necesidad de la ayuda mutua. Por derecho divino, somos seres sociales8.

[El Señor] sabía que esos [poseedores del sacerdocio] necesitarían camaradería, hermandad y la fortaleza de un grupo; por eso organizó los quórumes y designó la cantidad de personas que habría en cada uno, desde los diáconos hasta los setenta.

Esos grupos se reúnen, primero, a fin de enseñarse y edificarse, de mejorar su instrucción en general, y particularmente de impartir conocimiento moral y religioso y promover la fe y la santidad, pero también de obtener fortaleza unos de los otros, de actuar con rectitud. Son grupos que llenan un vacío que la humanidad sufre en general… Si los hombres cumplen con su deber, los quórumes del sacerdocio… pueden satisfacer todo deseo de compañerismo, hermandad y servicio que una persona sienta9.

Miembros del Sacerdocio Aarónico y de los quórumes del Sacerdocio de Melquisedec tenemos el deber de fortalecer nuestros quórumes. No los debilitemos por estar ausentes de la reunión del quórum, por no estar preparados ni por descuidar nuestros deberes. Sintamos, cada uno de nosotros… que tenemos el deber de hacer algo por edificar a la Iglesia, así como el deber de ésta es fundarse en la verdad y redimir del pecado a la humanidad. Hombres del sacerdocio, seamos uno en ese esfuerzo por ennoblecer; propongámonos ser benefactores. Y que no haya nadie en este gran movimiento del sacerdocio, desde el sumo sacerdote hasta el diácono… que se encuentre entre malhechores ni censuradores10.

Un poseedor del sacerdocio debe ser consciente de sus acciones y de sus palabras en toda situación.

El sacerdocio es la autoridad para representar a Dios. Un hombre a quien se le confiere el sacerdocio es un representante autorizado del Señor en cualquier asignación que se le dé. El que represente a un grupo u organización tiene el deber de esforzarse por representarlo con honor. Lo mejor para ser un representante digno es que se viva de tal modo que se perciban las impresiones del Señor a quien se representa. Piensen en lo que eso quiere decir en lo que atañe a una vida virtuosa.

“…mi Espíritu no luchará siempre con el hombre”, dice el Señor (D. y C. 1:33). Por lo tanto, todo el que posea este sacerdocio debe llevar una vida que lo haga merecedor de la inspiración del Señor. Y con respecto a eso, quiero decirles que la comunión con el Santo Espíritu es algo tan real como la conexión que se tiene mediante la radio con las voces y la música que llenan el aire. Las vibraciones son reales.

Así es con el Espíritu de Dios. Él siempre está dispuesto a guiar e instruir a los que se “sintonicen” por medio de una vida de rectitud y que lo busquen sinceramente. Repito, todo hombre autorizado para representarlo tiene el deber de ser sensible a ese Espíritu11.

La posesión del sacerdocio de Dios por autoridad divina es uno de los dones más grandiosos que pueda recibir el hombre, y la dignidad para poseerlo es de suma importancia. La esencia misma del sacerdocio es eterna. El que siente la responsabilidad de representar a la Deidad es muy bendecido; debe sentirla hasta el punto de ser consciente de sus acciones y de sus palabras en toda situación. Ningún hombre que posea el sacerdocio debería ser irrespetuoso con su esposa; ningún hombre que posea el sacerdocio debería olvidarse de pedir la bendición de los alimentos ni de arrodillarse con su esposa e hijos para pedir la guía de Dios. Un hogar se transforma por el hombre que posea y honre el sacerdocio. No debemos emplearlo en forma dictatorial, porque el Señor ha dicho que “cuando intentamos encubrir nuestros pecados, o satisfacer nuestro orgullo, nuestra vana ambición, o ejercer mando, dominio o compulsión sobre las almas de los hijos de los hombres, en cualquier grado de injusticia, he aquí, los cielos se retiran, el Espíritu del Señor es ofendido, y cuando se aparta, se acabó el sacerdocio o autoridad de tal hombre” (D. y C. 121:37).

Esa revelación que el Señor dio al profeta José Smith es una de las lecciones más hermosas de pedagogía, sicología y gobierno que se hayan recibido, y deberíamos leerla una y otra vez en la sección 121 de Doctrina y Convenios12.

Ningún miembro de la Iglesia, ningún marido o padre, tiene el derecho de emplear lenguaje vulgar, ni siquiera de pronunciar una palabra de enojo a su esposa ni a sus hijos. Por virtud de la ordenación y la responsabilidad que tienen como hombres poseedores del sacerdocio, ustedes no pueden hacer eso y ser fieles al Espíritu que les acompaña. Con su carácter, el dominio de sus pasiones y de su temperamento, y refrenándose en su manera de hablar ustedes contribuyen al hogar ideal; todos esos elementos harán de su hogar lo que es y lo que irradiará hacia todo el vecindario. Sufran lo que sufran, hagan todo lo posible por promover la paz y la armonía13.

Ruego que podamos… percibir el valor del sacerdocio, y que todo diácono de esta Iglesia se dé cuenta de que cuando se le confiere el Sacerdocio Aarónico, se le distingue de los otros muchachos, que él es diferente de los demás; él no puede decir palabrotas como los otros y no sufrir las consecuencias, no puede participar en las travesuras que los demás hacen en el vecindario; él se destaca en forma particular. Ése es el significado que tiene para un jovencito de doce años; y es lo que ustedes, obispos, deben explicarle cuando deciden ordenarlo diácono. No se limiten a llamar a los jóvenes y ordenarlos solamente, sino tengan una conversación con ellos y háganles comprender lo que significa recibir el Sacerdocio Aarónico. Esos jovencitos elegidos e instruidos de esa manera deben ejercer una influencia para el bien en los otros de su edad…

…Cuando aceptamos el sacerdocio, tenemos la obligación de dar a nuestros compañeros un ejemplo digno de imitarse. Lo que va a influir en ellos no es lo que digamos, sino lo que hagamos, lo que seamos nosotros14.

Mientras los miembros del sacerdocio merezcan la guía de Cristo por su manera honrada y consciente de tratar a los semejantes, por resistir al mal en todas sus formas, por el fiel cumplimiento de su deber, no habrá en este mundo poder de oposición alguno que pueda detener el progreso de la Iglesia de Jesucristo15.

El poder del sacerdocio se vuelve beneficioso cuando se emplea para prestar servicio a los demás.

Podemos concebir el poder del sacerdocio como si fuera una represa llena de agua. Ese poder se activa y produce buenos resultados sólo cuando se libera y la fuerza liberada se utiliza en valles, campos, huertas y hogares felices. Así también el sacerdocio, en la relación que tiene con la humanidad, es un principio de poder sólo si es activo en la vida de los hombres, haciendo volver su corazón y sus deseos hacia Dios e induciéndolos a prestar servicio a sus semejantes16.

Nuestra vida está entrelazada con la de otras personas. Somos más felices cuando contribuimos a que otros lo sean. Digo esto porque por el sacerdocio que ustedes poseen, deben servir a los demás. Ustedes representan a Dios en la tarea que se les haya asignado. “…todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará” (Mateo 16:25)17.

Élderes, quizás haya uno entre ustedes que esté enfermo y su campo esté listo para cosechar; júntense todos y levanten la cosecha. Uno de su grupo tiene un hijo en la misión y se está quedando sin fondos para mantenerlo; pregúntenle si les permite ayudarle. Su consideración jamás se echará en el olvido. En acciones como éstas estaba pensando el Salvador cuando dijo: “…en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mateo 25:40). No existe otro modo en que puedan servir a Cristo. Pueden arrodillarse y orar, y eso está bien; pueden suplicarle que les dé guía mediante el Santo Espíritu; hacemos eso y está bien; debemos hacerlo. Pero lo que el Salvador considera verdadero servicio son esas diarias y prácticas visitas, ese dominio de la lengua para no hablar mal de un hermano sino decir siempre lo bueno de él18.

“Seas lo que seas, desempeña bien tu tarea.” Si eres diácono, cumple bien los deberes de diácono. Si eres maestro, haz bien tu tarea. Un presbítero vela sobre la Iglesia, visita a los miembros; jóvenes de esta Iglesia, si podemos cumplir los deberes del maestro y del presbítero y enseñar a la gente sus obligaciones, ¡qué fuerza para el bien será eso para los jóvenes de dieciocho y diecinueve años! No muchachos incorregibles ni cobardes desleales, sino líderes. Hermanos, no hay en el mundo nada tan potente para guiar a los jóvenes como hacer que desempeñen bien su tarea en el sacerdocio19.

Los poseedores del sacerdocio tienen la responsabilidad de representar a Dios como maestros orientadores.

En el capítulo cuatro de Efesios dice que Cristo constituyó a unos apóstoles, a otros profetas, y evangelistas, y pastores y maestros “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” [Efesios 4:11–12]. Los maestros [orientadores] de la Iglesia, que poseen el Santo Sacerdocio, tienen sobre sí la gran responsabilidad de perfeccionar a los santos y de edificar el cuerpo de Cristo; por lo tanto, no creo que sea demasiado decir que tienen el deber, el deber, de llevar a todo hogar el mismo Espíritu divino que hemos sentido en las sesiones de esta conferencia. Ningún hombre puede tener una responsabilidad más grande que la de ser maestro de los hijos de Dios.

…Algunos [maestros orientadores] piensan que su llamamiento tiene poca importancia, que no lleva consigo gran dignidad, cuando en realidad no hay obra más importante en la Iglesia. No podemos decir que un llamamiento tenga más importancia que otro, porque todos están dedicados al desarrollo, la instrucción y la salvación de los hijos de Dios; lo mismo sucede con el llamamiento de maestro. Pero si se va a hacer una distinción, debido a los beneficios superiores de ganarse a esas almas para la salvación, se haría con los hombres que poseen el sacerdocio de Dios y que están en contacto directo con los miembros de la Iglesia…

Lo primero que deben hacer, mis hermanos, es examinarse a ustedes mismos, ver si están preparados o no para enseñar. Ningún hombre puede enseñar lo que no sabe. Ustedes tienen el deber de enseñar que Jesucristo es el Redentor del mundo, que José Smith fue un Profeta de Dios y que en esta última dispensación Dios el Padre y Su hijo se le aparecieron en persona. ¿Creen eso? ¿Lo sienten? ¿Emana de su persona ese testimonio cuando entran en una casa? Si es así, esa luz dará vida a la gente a la cual enseñen; si no, habrá una carencia, un vacío, una falta de ese ambiente espiritual en el cual los santos progresan…

…Hermanos, el mensaje, y particularmente la manera de presentarlo, quizás no sea el mismo cuando lo presenten a una persona que ha pasado su vida trabajando fielmente en la Iglesia que cuando lo enseñen a los que acaban de convertirse. Así como cada familia es diferente de las demás… también pueden variar nuestros mensajes y métodos, especialmente la presentación. Menciono esto porque deseo hacerles comprender que tenemos el deber de conocer a las personas a las que vayamos a enseñar20.

El maestro [orientador] no cumple su deber yendo sólo una vez por mes a cada casa. Recuerdo a un obispo que hacía que uno de los deberes del maestro [orientador] fuera ir de inmediato a una casa donde hubieran perdido a un ser querido a ver qué podía hacer para consolar a los dolientes y ayudarles en los preparativos para el funeral. Es el deber del maestro [orientador] asegurarse de que no haya necesidades en las familias; si hay enfermedad, debe ir y dar una bendición de salud, y siempre velar por esas familias21.

Creo que la orientación [familiar] ofrece una de las más grandes oportunidades en el mundo de reanimar a los negligentes, los desalentados, los abatidos y los tristes, y despertar en ellos nueva vida y un deseo de volver a la actividad en la Iglesia de Jesucristo. Esa actividad los llevará de nuevo al entorno espiritual que elevará su alma y les dará fuerzas para sobreponerse a las debilidades que les esclavizan.

La gran responsabilidad y el privilegio de los maestros [orientadores] es brindar ayuda, ánimo e inspiración a toda persona22.

Sugerencias para el estudio y el análisis

  • ¿Qué es el poder del sacerdocio? (Véanse las págs. 126–127.) ¿Con qué propósito delegó el Señor al hombre la autoridad del sacerdocio? (Véanse las págs. 127–129.) ¿Qué diferencia hay entre recibir la autoridad del sacerdocio y tener el poder del sacerdocio?

  • Piense en alguna oportunidad en que se haya ejercido el poder del sacerdocio en su beneficio. ¿En qué forma le afectó a usted o a otros miembros de su familia? ¿Cómo podemos emplear esas experiencias con el fin de enseñar a nuestros hijos y nietos?

  • ¿Por qué es indispensable que un poseedor del sacerdocio viva dignamente a fin de que lo guíe el Espíritu del Señor? (Véanse las págs. 129–131.) ¿Qué bendiciones se prometen a los que sean fieles a los convenios y a las obligaciones del sacerdocio? (Véase D. y C. 84:33–34.)

  • ¿Por qué es la orientación familiar algo tan importante en la Iglesia? (Véanse las págs. 132–134.) ¿Qué podemos hacer para ser más eficaces como maestros orientadores? El consejo que el presidente McKay dio a los maestros orientadores, ¿en qué forma se aplica a las maestras visitantes? ¿De qué modo podemos contribuir a que los maestros orientadores y las maestras visitantes se sientan bienvenidos en nuestro hogar y sean más eficaces en su llamamiento?

  • La oración, el estudio de las Escrituras y el esfuerzo por parecernos más a Cristo, ¿cómo nos ayuda a honrar el sacerdocio? ¿Qué deben hacer los padres y las madres a fin de preparar a sus hijos para recibir el sacerdocio?

  • ¿En qué sentido reciben también las mujeres las bendiciones que provienen del poder del sacerdocio?

  • ¿Qué propósito tienen los quórumes del sacerdocio? (Véanse las págs. 127–129.) ¿Qué responsabilidades se reciben al ser miembro de un quórum? (Véanse las págs. 127–129.)

Pasajes relacionados: 1 Pedro 2:9; D. y C. 84:33–48; 121:34–46.

Notas

  1. En “Conference Report”, oct. de 1967, pág. 94.

  2. En “Conference Report”, oct. de 1956, pág. 91.

  3. Véase Cherished Experiences from the Writings of President David O. McKay, comp. por Clare Middlemiss, ed. rev., 1976, págs. 138–140; los párrafos se han cambiado.

  4. Gospel Ideals, 1953, pág. 168.

  5. En “Conference Report”, oct. de 1954, pág. 83.

  6. En “Conference Report”, oct. de 1965, págs. 103–104.

  7. En “Conference Report”, oct. de 1965, pág. 104.

  8. Gospel Ideals, pág. 168.

  9. Gospel Ideals, págs. 180–181.

  10. En “Conference Report”, abril de 1909, pág. 68.

  11. 11. Gospel Ideals, pág. 180.

  12. En “Conference Report”, oct. de 1967, pág. 97.

  13. En “Conference Report”, abril de 1969, págs. 150–151.

  14. En “Conference Report”, oct. de 1948, pág. 174.

  15. Gospel Ideals, págs. 167–168.

  16. En “Conference Report”, oct. de 1965, págs. 103–104.

  17. En “Conference Report”, oct. de 1950, pág. 112.

  18. En “Conference Report”, oct. de 1955, pág. 129.

  19. En “Conference Report”, oct. de 1954, pág. 84.

  20. En “Conference Report”, oct. de 1916, págs. 57–60; los párrafos se han cambiado.

  21. En “Conference Report”, abril de 1956, págs. 86–87.

  22. Gospel Ideals, pág. 196.