2013
La vista desde el final del camino
Diciembre de 2013


Para la Fortaleza de la Juventud

La vista desde el final del camino

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Élder Bradley D. Foster

El mensaje que se encuentra al final del camino es claro: “Tú puedes hacerlo; y cuando lo hagas, todo será mejor”.

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drawing of young man looking down a road

Ilustración por Greg Newbold.

“Nunca lo olvidaré, obispo. Usted me salvó la vida”.

El hombre que dice eso hoy, no se sentía así al principio. De adolescente, tenía miedo; sabía que tenía que arrepentirse. Yo era su obispo en aquella época y él sabía que teníamos que hablar; sin embargo, estaba lleno de dudas.

“¿Qué va a pensar de mí el obispo?”

“¿Mantendrá la confidencialidad de lo que le cuente?”

“¿Cómo podré volver a mirarlo a los ojos?”

Esas inquietudes pueden ser abrumadoras, dándonos la impresión de que es casi imposible armarse del valor necesario para recorrer el camino que conduce al arrepentimiento.

Analicemos el camino

Analicemos ese camino. Algunas partes del arrepentimiento son más sencillas que otras. Uno de los pasos es el reconocer. Por lo general, sabemos cuando estamos haciendo algo malo, ya que el Espíritu Santo nos ayuda a sentirlo. Debemos cambiar, y el deseo de hacerlo suele ser intenso.

Entonces, los pasos se vuelven más difíciles. El Señor dice que debemos confesar y abandonar el pecado. Parece bastante sencillo confesar al Padre Celestial mediante la oración. Podemos corregir muchos pecados de ese modo; es decir, buscar el perdón, restituir y mejorar nuestra conducta hasta que el Espíritu nos confirme que hemos hecho todo lo que podíamos hacer.

Sin embargo, algunas confesiones requieren que hablen con su obispo o presidente de rama. Ésa es la situación en la que se encontraba este joven. Necesitaba ayuda que excedía su propia capacidad, y tenía que saber que era posible recorrer ese camino.

Esperanza en el camino

Quienes hayan recorrido el camino del arrepentimiento les dirán que el trayecto no sólo es posible, sino que, tras haber estado en él y mirar hacia atrás, esto es lo que reconocerán:

Tú puedes hacerlo; y cuando lo hagas, todo será mejor.

El Señor nos manda que nos arrepintamos porque nos ama. Por medio de Su expiación, Él pagó el precio de nuestros pecados, y Él sabe que el arrepentimiento nos hace libres. Él fortalecerá a toda persona que acuda a Él. Alma enseñó que, a fin de beneficiarnos de la Expiación, debemos arrepentirnos —cada uno de nosotros (véase Alma 5:33–34). El camino quizá sea difícil, pero habrá un obispo que hará el recorrido con ustedes. En verdad hay ayuda a lo largo del camino.

Apenas emprendan el recorrido, sentirán alivio.

Acudan a su obispo; en él encontrarán a un hombre que los ama y respeta. La relación de confianza que pueden establecer con su obispo es profunda, durará para siempre y los ayudará a sentirse seguros con otros obispos en el futuro. Él les proporcionará una perspectiva diferente de sus problemas. Mediante su sabiduría y su experiencia, y con la inspiración del Señor, el obispo los ayudará a tener la perspectiva correcta de aquello que pensaban que era el fin del mundo y que, en realidad, es simplemente un obstáculo en el camino.

Él los ayudará a entender cabalmente que el Salvador es la Luz del Mundo. Al hacer uso de la Expiación, su vida se llenará de luz, su futuro será prometedor y comprenderán que el obtener fe en el Señor Jesucristo es uno de los grandes propósitos por los cuales vinimos a vivir en la tierra.

Su obispo los ayudará a resolver su situación. Ustedes lo amarán y jamás se olvidarán de él.

Creo firmemente que las personas que nos ayudan en tiempos de crisis permanecen en nuestro corazón. Entonces ¡cuánto más ligado a ustedes estará el obispo cuando los ayude a superar una crisis espiritual! El Señor puede magnificar la bondad del obispo y su capacidad para guiarlos; será su amigo para siempre.

Y ustedes, jóvenes que algún día serán obispos o presidentes de estaca, las experiencias que tengan con su obispo los capacitarán para la ocasión en que quizás se encuentren del otro lado del escritorio.

Permítanme terminar contándoles un poco más acerca de mi charla con aquel joven. “Obispo”, me dijo, “usted me va a odiar por lo que voy a contarle; nunca podrá volver a mirarme del mismo modo, y si le cuenta esto a alguien, me quitaré la vida”.

“Prometo que nunca revelaré tus confidencias; se irán conmigo a la tumba”, le dije.

Me contó sobre algunas situaciones de poca gravedad y observó mi reacción. Cuando le dije: “Sé por lo que estás pasando y puedo ayudarte”, continuó lentamente hasta que llegó al tema sobre el que realmente quería hablar. Le recordé varias veces que lo admiraba por confesar lo que había hecho y por su deseo de cambiar. Aunque parecía estar listo para salir corriendo en cualquier momento, juntos pudimos llegar a lo que tenía que contarme.

¿Era algo grave? Lo era para él. Sin embargo, al hablar al respecto, logró comprender mejor la misericordia que el Señor brinda a quienes se arrepienten sinceramente. Después de aquella primera charla, trabajamos juntos y, con el tiempo, su arrepentimiento llegó a ser completo. Actualmente, sigue llamándome para saludarme y nuestras conversaciones son placenteras.

Tuve el privilegio de ayudarlo a comprender que todos dependemos de la Expiación. Uno mi voz a la de él en alabanzas a Jesucristo, quien literalmente le salvó la vida.