2011
¿De verdad me pidió eso?
Agosto de 2011


¿De verdad me pidió eso?

Me quedé mirando con cara de incredulidad mientras el hermano Jarman, de la presidencia de la rama, esperaba mi respuesta.

Quizás quiso decir maestra o consejera; pero no, no dijo eso. Lo que oí fue lo correcto; él me había llamado como presidenta de la Sociedad de Socorro de nuestra pequeña rama.

Me quedé quieta durante un tiempo, reflexionando sobre mi situación. Sólo tenía 27 años y nunca había estado casada. Recientemente me había mudado a la zona y acababa de empezar mi nuevo trabajo de periodista. Mi experiencia de liderazgo era limitada. Había servido en varios llamamientos a lo largo de los años, pero jamás en uno como ése.

En silencio, me pregunté si tenía suficiente edad o experiencia, o si acaso tenía la capacidad de servir. ¿Qué podía yo ofrecer a las mujeres de la rama?

Regresé a casa esa noche, me arrodillé en oración y le pedí guía a mi Padre Celestial. Después de terminar la oración, sentí instantáneamente el impulso de leer mi bendición patriarcal. Leí la siguiente frase: “Has de ocuparte de esa obra a la que se te asignó ahora, aun en tu juventud”.

Al leer esas palabras, me di cuenta de que no tenía que ver con mi estado civil, mi edad, ni lo que yo podía hacer; tenía que ver con lo que el Señor necesitaba que yo hiciera. Acepté el llamamiento.

Por medio de mi llamamiento pude ayudar a las personas a pesar de nuestras diferentes circunstancias. Una mujer en particular, a quien Dios me condujo a servir, tenía casi treinta años, era madre sola y tenía dos hijos. No tardé en darme cuenta de que ella y yo teníamos diferentes estilos de vida. No estaba segura de cómo hacerme su amiga, pero con el tiempo establecimos una amistad.

En otra ocasión, me reuní con una mujer menos activa. Recuerdo que entré en su casa por primera vez junto con los misioneros y supe que ella tenía un testimonio; sólo necesitaba “avivar” su fuego para que ardiera con más luz. Al estar en la sala de su casa y escucharla, el Espíritu se sintió fuertemente y nos instó a dar testimonio de la expiación de Jesucristo.

En los meses siguientes, ella fue a la Iglesia de manera esporádica, pero el Espíritu me guiaba continuamente y le daba mi testimonio. Hoy, ella está activa y presta servicio en la rama.

Ésos fueron algunos de los puntos más destacados del llamamiento, pero los desafíos fueron muchos. Fue difícil sentir que estaba haciendo lo suficiente, encontrar el equilibrio entre la Iglesia y el trabajo, y vencer los sentimientos de ineptitud.

Al final, me di cuenta de que mucho de lo que pude hacer fue por medio del Espíritu. Ya se me ha relevado de ese llamamiento y me he mudado a otra ciudad, pero a menudo he reflexionado sobre cómo ese llamamiento influyó en las hermanas y en mí. Por medio de él, llegué al conocimiento de que yo, una hermana joven y soltera, tenía algo que ofrecer a las demás mientras crecíamos juntas en el Evangelio. Aunque no me sentía preparada para el cargo, trabajé con dedicación para cumplir con mi llamamiento y, al hacerlo, sentí que la mano de Dios me guiaba y me preparaba para Su obra.

Aunque dudemos de nuestra capacidad para servir en un llamamiento de la Iglesia, el Señor nos conoce. Si estamos dispuestos a servir, Él nos hará aptos para Su obra.

Ilustraciones por Bryan Beach.

Al aceptar oportunidades de servir, descubriremos, como prometió el presidente Monson, que “la gracia divina acompañará a quienes humildemente la procuren”.