2009
Élder Joseph B. Wirthlin: Dedicado al reino
Febrero de 2009


En memoria de Joseph B. Wirthlin: Suplemento de Liahona

Élder Joseph B. Wirthlin Dedicado al reino

11 de junio de 1917–1º de diciembre de 2008

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Elder Joseph B. Wirthlin

Un día memorable de Nochebuena de 1937, el élder Joseph B. Wirthlin, misionero de tiempo completo, y su compañero recorrieron a pie el camino desde Salzburgo, Austria, hasta el pueblecito de Oberndorf, enclavado en los Alpes bávaros. Mientras visitaban el pueblo, reconocido como lugar que inspiró el himno “Noche de luz” 1, se detuvieron en una pequeña iglesia para escuchar las canciones de Navidad que cantaba un coro.

“Al regresar, lo hicimos bajo una fría y despejada noche invernal”, recordaba el élder Wirthlin. “Caminamos bajo un cielo estrellado y sobre la quietud de la nieve recién caída”2.

Mientras caminaban, los dos jóvenes misioneros hablaron sobre sus esperanzas, sueños y metas para el futuro. En medio de aquel solemne paisaje, el élder Wirthlin renovó su cometido de servir al Señor: “Tomé la decisión de que magnificaría cualquier llamamiento que recibiera en el reino del Señor”3.

Y cumplió ese compromiso por el resto de su vida terrenal, que llegó a su fin el 1º de diciembre de 2008, cuando murió serenamente a la edad de noventa y un años por causas relacionadas con la edad.

Refiriéndose a su servicio como obispo, consejero en una presidencia de estaca, consejero en la presidencia general de la Escuela Dominical, Ayudante de los Doce y miembro del Primer Quórum de los Setenta, dijo: “He amado todas las asignaciones que he tenido en el reino”. El 4 de octubre de 1986, cuando fue sostenido como miembro del Quórum de los Doce Apóstoles, explicó esto: “Y en tal servicio, cada día me parecía un domingo por motivo de que estaba al servicio del Señor”4.

La fe y el fútbol

Joseph Bitner Wirthlin nació el 11 de junio de 1917, en Salt Lake City, Utah, siendo el mayor de los cinco hijos de Joseph L. Wirthlin, que prestó servicio como Obispo Presidente, y de su esposa, Madeline Bitner. Su padre mantenía a la familia con el trabajo de jefe de “Wirthlin’s Inc.”, un comercio mayorista y de venta al por menor de alimentos, mientras que la madre cuidaba a los hijos y los animaba a dedicarse a varias actividades, incluso la música y los deportes. Ambos padres enseñaron a sus hijos la humildad, la honradez, la diligencia, el servicio, la compasión y la fe.

El joven Joseph tenía muchas habilidades pero terminó por preferir los deportes, destacándose en el fútbol [americano], el básquetbol y la pista de carreras. Después de ser el mariscal de campo (quarterback) del equipo de la escuela de enseñanza media superior, pasó a jugar como corredor en posición ofensiva (running back) en la Universidad de Utah durante tres años5.

Al élder Wirthlin le gustaba contar desde el púlpito las lecciones que había aprendido cuando era jugador de fútbol. Una muy importante surgió en un partido, durante un campeonato, mientras estaba debajo de diez jugadores que se habían amontonado encima de él. Después de un intento por hacer un tanto que les hubiera dado la victoria, lo atajaron y derribaron con la pelota en la mano, a poca distancia de la línea de gol.

“En ese instante tuve la tentación de empujar la pelota hacia delante [hacia el gol]… habría sido un héroe”, comentaba. Pero entonces recordó las palabras de su madre: “Joseph”, le había dicho muchas veces, “haz lo justo, a pesar de las consecuencias”.

Él deseaba más ser un héroe a los ojos de su madre que a los de sus compañeros de equipo. Así que, “dejé la pelota donde estaba”, dijo, “a cinco centímetros de la línea de gol”6.

En 1936, después de terminar la temporada de fútbol, su padre le habló en cuanto a cumplir una misión. En Europa amenazaba la guerra y, si no partía pronto, podía perder la oportunidad de prestar ese servicio.

“Yo… deseaba hacer realidad mi sueño y continuar jugando al fútbol y graduarme en la universidad”, dijo el élder Wirthlin. “Si aceptaba un llamamiento misional, debía abandonarlo todo. En esos días, el llamamiento misional era de treinta meses y sabía que si aceptaba, había una gran probabilidad de que nunca jugara al fútbol otra vez y quizás ni siquiera me graduaría”7.

Pero Joseph también soñaba con ser misionero, y sabía lo que debía hacer. Pocos meses después se hallaba en camino a Europa, donde prestó servicio desde 1937 hasta 1939, en las Misiones Germano-Austríaca y Suizo-Austríaca.

Nunca volvió a jugar al fútbol, pero se graduó de administrador de negocios en la universidad. “Sin embargo, no me he arrepentido jamás de haber servido en una misión ni de haberme comprometido a servir al Señor”, afirmó. “Al hacerlo, mi vida ha estado llena de aventuras, de experiencias espirituales y del gozo que sobrepasa todo entendimiento”8.

“Un matrimonio perfecto”

Entre las resoluciones que hizo aquella noche de Navidad en Oberndorf, el élder Wirthlin dijo que se iba a casar con una mujer que fuera espiritualmente fuerte y viviera el Evangelio; y describió a su compañero de misión estas características físicas: iba a medir 1,65 m de altura, tener el cabello rubio y los ojos azules. Dos años después de la misión conoció a Elisa Young Rogers, cuyo aspecto se ajustaba perfectamente a la descripción que había hecho de su futura esposa.

“Recuerdo la primera vez que la vi”, dijo en 2006, durante su discurso en una conferencia, dos meses después que ella había muerto. “Para hacerle un favor a un amigo, fui a su casa a buscar a su hermana, Frances. Elisa abrió la puerta y, al menos para mí, fue amor a primera vista.

“Pienso que ella debió haber sentido algo, pues las primeras palabras que recuerdo haberle oído decir fueron: ‘Sabía que habías… sido tú’”.

El élder Wirthlin hacía bromas con respecto a ese error gramatical porque ella estaba estudiando para graduarse en el idioma inglés. Pero, decía: “Hasta hoy atesoro esas palabras como las más hermosas de la lengua humana”9.

El 26 de mayo de 1941 se casaron en el Templo de Salt Lake, y durante sesenta y cinco años compartieron lo que el élder Wirthlin llamaba “un matrimonio perfecto”10. Ambos se fortalecían, alentaban y sostenían el uno al otro, y se reunían en consejo cuando debían tomar decisiones. El élder Wirthlin nunca salía de la casa sin darle un beso de despedida a Elisa, y todos los días la llamaba por teléfono para ver cómo estaba11.

En 1838, el padre del élder Wirthlin fue llamado al Obispado Presidente por lo que, después de regresar de la misión, él tuvo que hacerse cargo del negocio de alimentos que tenía la familia. Más adelante, mientras él y Elisa criaban a sus hijos, dedicaba largas horas a cumplir con las exigencias de su trabajo y de las responsabilidades de la Iglesia. No obstante, su esposa, sus siete hijas y un hijo siguieron siendo su fuente de orgullo y de gozo. Al morir, el élder Wirthlin tenía cincuenta y nueve nietos y cerca de cien bisnietos.

Su amor por los demás

El élder Wirthlin, a quien el presidente Thomas S. Monson se refirió como “un hombre de gran bondad innata”12, era una persona amada por todos los que lo conocían. Durante los treinta y tres años que prestó servicio como Autoridad General, incluso los veintidós en que fue Apóstol, esa bondad se manifestaba cuando expresaba su testimonio del Salvador y de Su Evangelio restaurado, tanto con palabras como con acciones.

Con humildad y muchas veces con buen humor, alentaba a los Santos de los Últimos Días a hacer que su vida en la tierra fuera sobresaliente emulando el ejemplo del Salvador; y enseñaba que, para lograrlo, debemos concentrarnos en el individuo, cultivar la bondad y amar a los demás.

“Los momentos más preciados y sagrados de nuestra vida son aquellos que están llenos del espíritu de amor”, enseñó. “Cuanto mayor sea la medida de nuestro amor, mayor será nuestro gozo. Al final, el perfeccionamiento de un amor así es la verdadera medida del éxito en la vida”. Después agregó que para aprender verdaderamente a amar, sólo tenemos que meditar sobre la vida del Salvador13.

“Todos estamos atareados”, dijo el élder Wirthlin en otra oportunidad. “Es fácil hallar excusas para no ayudar a los demás, pero me imagino que esas excusas han de sonar tan vanas a nuestro Padre Celestial como la del niño de la escuela primaria que le entregó una nota a la maestra en la que le pedía permiso para ausentarse de las clases desde el 30 hasta el 34 de marzo”14.

Además, aconsejaba a los miembros de la Iglesia que tuvieran “diariamente un espíritu de gratitud”, aun cuando enfrentaran adversidades15. “…si nos ponemos a pensar en las bendiciones que tenemos, nos olvidaremos de algunas de nuestras preocupaciones”, dijo16.

Su testimonio antes de partir

“Quizás haya quienes piensen que las Autoridades Generales raras veces experimentan dolor, sufrimiento o angustia; si tan sólo fuera verdad”, dijo el élder Wirthlin en su último discurso de la conferencia general. “En Su sabiduría, el Señor no protege a nadie del dolor ni de la tristeza”17.

Su “mayor pesar” fue causado por la muerte de su amada Elisa. En las horas de soledad que siguieron, recibió fortaleza de “las doctrinas consoladoras de la vida eterna” y de su testimonio de que el tenebroso viernes de la crucifixión del Salvador fue seguido por el esplendoroso domingo de Su resurrección18.

Por tener un firme testimonio del sacrificio expiatorio del Salvador, el élder Wirthlin sabía que la muerte no es el fin de la existencia y que a los fieles que han hecho promesas en los templos santos les espera una feliz reunión.

“Todos nos levantaremos de la tumba”, testificó en octubre de 2006; “ese día, mi padre abrazará a mi madre; ese día, volveré a tener en mis brazos a mi amada Elisa”19.

Y ese día tendrá la prueba de que el importante compromiso que hizo hace largo tiempo, en aquella fría noche de invierno, ha dado su fruto.

Notas

  1. “Noche de luz”,Himnos,Nº 127.

  2. Joseph B. Wirthlin, “Lecciones aprendidas durante la jornada de la vida”, Liahona, mayo de 2001, pág. 36.

  3. Liahona, mayo de 2001, pág. 36 .

  4. “Tirando de la red del Evangelio”, Liahona, enero de 1987, pág. 58.

  5. Véase Don L. Searle, “Elder Joseph B. Wirthlin: Finding Happiness Serving the Lord”, Ensign, diciembre de 1986, pág. 10.

  6. “Las lecciones aprendidas de la vida”, Liahona, mayo de 2007, pág. 46.

  7. Liahona, mayo de 2001, pág. 35.

  8. Liahona, mayo de 2001, pág. 37.

  9. Véase “El domingo llegará”, Liahona, noviembre de 2006, pág. 28.

  10. Liahona, noviembre de 2006, pág. 28.

  11. Véase Ensign, diciembre de 1986, pág. 10.

  12. Citado en Ensign, diciembre de 1986, pág. 13.

  13. “El gran mandamiento”, Liahona, noviembre de 2007, pág. 30.

  14. Véase “La vida abundante”, Liahona, mayo de 2006, pág. 101.

  15. “Live in Thanksgiving Daily”, Ensign, septiembre 2001, pág. 13.

  16. “Paso por paso”, Liahona, enero de 2002, pág. 27 .

  17. “Venga lo que venga, disfrútalo”, Liahona, noviembre de 2008, pág. 26.

  18. Véase Liahona, noviembre de 2006, págs. 28--29.

  19. Véase Liahona, noviembre de 2006, pág. 30.

Fotografía por Craig Dimond; borde por Pat Gerber.

Fotografías cortesía de la familia Wirthlin, excepto donde se indique; izquierda: fotografía de una pelota de fútbol por Christina Smith; derecha: fotografía del élder y de la hermana Wirthlin, por Michael Lewis, BYU–Idaho, prohibida la reproducción; pintura por Cloy Kent.

Durante tres años, Joseph B. Wirthlin (el número 4) jugó fue “running back” del equipo de fútbol americano de la Universidad de Utah antes de renunciar a ese deporte y posponer sus estudios para ser misionero en 1937(abajo). Derecha: Joseph B. and Elisa Young Rogers el día de su boda, el 26 de mayo de 1941.

Arriba: La familia Wirthlin en junio de 1999. Izquierda: El élder y la hermana Wirthlin saludan a miembros de la Iglesia después de una reunión devocional durante la Semana de la Educación en la Universidad Brigham Young–Idaho (ex Colegio universitario Ricks), en 1998. Abajo: Cuadro del élder y de la hermana Wirthlin.