2008
Por tanto, id
Noviembre de 2008


Por tanto, id

Todos podemos participar en la obra misional; ésta es la obra del Señor y Él nos ayudará a realizarla.

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Silvia H. Allred

El Señor enseñó que “el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”1; por lo tanto, el bautismo es esencial para nuestra salvación.

Antes de que el Salvador resucitado ascendiera al cielo, instruyó a Sus discípulos: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado”2.

En la época de la Restauración, repitió Su mandato: “Así que, sois llamados a proclamar el arrepentimiento a este pueblo”3.

La Iglesia del Señor tiene la responsabilidad de predicar el Evangelio en el mundo; esto es el fundamento de la obra misional, y el deber de nuestros misioneros es “invitar a las personas a venir a Cristo a fin de que reciban el Evangelio restaurado mediante la fe en Jesucristo y Su expiación, el arrepentimiento, el bautismo, la recepción del don del Espíritu Santo y el perseverar hasta el fin”4.

Me gustaría hablar y testificar del gran impacto y de las bendiciones de la obra misional en la vida de los conversos, de las futuras generaciones y de los misioneros; y de cómo podemos participar en la obra misional.

Cuando yo tenía catorce años, una hermosa mañana de agosto, el élder Prina y el élder Perkins llamaron a la puerta; comenzaron a enseñar a nuestra familia acerca de la verdadera naturaleza de Dios. En las visitas subsiguientes, nos enseñaron a orar. También nos enseñaron acerca de la Restauración y del plan de salvación. Después de la tercera o cuarta visita, casi toda mi familia dejó de escuchar a los misioneros, salvo mi hermana Dina, de diecisiete años, y yo. Ambas sentimos el testimonio del Espíritu Santo en nuestro corazón y recibimos la confirmación espiritual de que el mensaje era verdadero.

Compramos un ejemplar del Libro de Mormón y comenzamos a leerlo. Todos los días, después de la escuela, corríamos carreras a casa para ver quién llegaba al libro primero. Mientras la que había llegado primero leía, la otra esperaba impacientemente hasta la hora de comer, comía deprisa y luego tomaba su turno para leer hasta la hora de dormir. Tal era nuestro entusiasmo. Comenzamos a asistir a la Iglesia y al poco tiempo pedimos que nos bautizaran. Nuestro padre dio su permiso de inmediato, pero nuestra madre estaba indecisa y nos tomó un mes más persuadirla para que firmara el permiso. El día de nuestro bautismo, ella y el resto de nuestros hermanos fueron a la Iglesia por primera vez, y ella sintió el Espíritu. Después de escuchar nuestros testimonios, se dirigió a los misioneros y les pidió que empezaran a enseñarle de nuevo. Varias semanas después, mi madre, mi hermana y mis hermanos menores se bautizaron. Mi vida cambió para siempre, y el Evangelio de Jesucristo llegó a ser la fuerza motivadora de mi vida.

Me es imposible expresar mis profundos sentimientos de gratitud por el Señor y por los misioneros que Él envió a nuestro hogar. El Señor me bendijo con el conocimiento del Evangelio restaurado y sentí la urgencia de compartir ese conocimiento con los demás; quería ser una misionera.

A los pocos meses, mi hermana Dina y yo fuimos llamadas a ser misioneras locales en San Salvador. Ese llamamiento nos dio la oportunidad de ir de puerta en puerta para compartir las buenas nuevas del Evangelio restaurado de Jesucristo y llevar a muchas personas a las aguas del bautismo. A su debido tiempo, ambas servimos misiones de tiempo completo en la Misión Centroamérica.

Mi misión tuvo un gran impacto en mi vida. Aprendí a depender más del Señor, a buscar la guía del Espíritu y a sentir un gran amor por los hijos de Dios. Aumentaron mi conocimiento de las Escrituras y mi comprensión de las doctrinas, además de mi deseo de ser obediente y guardar los mandamientos con exactitud. Mi testimonio del Salvador y de Su expiación infinita se fortaleció. Mis experiencias misionales llegaron a ser parte de la persona que ahora soy; la obra misional llegó a ser mi pasión y ha influido en mi vida y en la de mi familia más que cualquier otra cosa.

El élder Jeffrey R. Holland describe el efecto que su misión tuvo en su propia vida: “Después de cuarenta y siete años, mi misión lo es todo para mí. Quizás haya pasado un día en esos cuarenta y siete años en que no haya pensado en mi misión; pero no estoy seguro cuál habría sido ese día”5.

Hace un par de años, mi nieto Christian cumplía ocho años y planeaba con gran entusiasmo su servicio bautismal. Le preguntó a su mamá si yo podría ser una de los discursantes y compartir la historia de mi conversión. Cuando le pregunté por qué quería que lo hiciera, él respondió: “Abuela, eso es tan importante. ¿Te das cuenta de que si no hubieras aceptado el Evangelio, yo no me estaría bautizando? Ni siquiera sería la persona que soy”.

No sé si los misioneros se dan cuenta del gran alcance de su obra. En mi propia familia, las bendiciones del Evangelio han llegado a cuatro generaciones. ¿No dijo el presidente Gordon B. Hinckley que “cuando salvamos a una jovencita, salvamos a generaciones”6? Yo me casé en el templo y tengo ocho hijos, todos los cuales son miembros fieles de la Iglesia, investidos en el templo; seis de ellos están casados y tienen sus propios hijos. En este momento somos treinta y cuatro. Pero eso no es todo; tanto mi esposo como yo servimos en misiones, y nuestros dos hijos y tres de las seis hijas también han servido en misiones. Colectivamente, hemos ayudado a cientos de personas a aceptar el Evangelio en muchos países; algunos de esos conversos y sus hijos también han servido en misiones.

La obra misional infunde vida a la Iglesia. No hay obra más grande ni más importante; bendice a todos los que participan en ella y seguirá bendiciendo a generaciones futuras.

Quizás se pregunten: ¿Cómo puedo ayudar en la obra misional? ¿Cómo puedo participar? Hay dos verdades fundamentales que hay que tener presente al embarcarse en la obra. La primera es tener una clara comprensión de que Dios ama a todos Sus hijos y desea la salvación de ellos. En Doctrina y Convenios 18:13 leemos: “¡Y cuán grande es su gozo por el alma que se arrepiente!”. La segunda es que nuestro mensaje de Cristo y de Su Evangelio restaurado es el don más importante que se pueda obsequiar.

Tal como se explica en Predicad Mi Evangelio, la obra misional es una labor de cuatro aspectos: encontrar investigadores, enseñar y bautizar, hermanar a miembros nuevos, y hermanar y enseñar a los miembros menos activos7. Todo miembro de la Iglesia, tanto niños, como jóvenes y adultos, pueden ayudar con cualquiera de esos aspectos o con todos ellos.

Para empezar, sean buenos vecinos y amigos. Sean un ejemplo de rectitud y de amabilidad; que su sonrisa irradie amor, paz y felicidad; vivan una vida que gire en torno al Evangelio.

Luego, sean más específicos en su labor misional. Permítanme sugerir algunas ideas; tal vez dos o tres den resultado para ustedes:

  • Si tienen hijos en casa, prepárenlos para prestar servicio misional.

  • Prepárense ustedes mismos para prestar servicio misional.

  • Inviten a su familia y amigos a escuchar a los misioneros o a asistir a las reuniones y actividades de la Iglesia.

  • Acompañen a los misioneros a los hogares de los investigadores o invítenlos a enseñar a no miembros en casa de ustedes.

  • Inviten a personas a una noche de hogar en casa de ustedes.

  • Inviten a personas a un centro de historia familiar o ayúdenles a efectuar investigación de historia familiar.

  • Den referencias a los misioneros. Los miembros pueden ser la fuente mejor y más conveniente de referencias.

  • Compartan sus creencias y su testimonio con amigos y familiares no miembros.

  • Busquen oportunidades de servir a los demás.

  • Ofrezcan su amistad a los investigadores y a los nuevos conversos.

  • Hagan su mejor esfuerzo para hallar a los que buscan la verdad.

  • Si tienen familiares o amigos en la misión, envíenles cartas de amor y de ánimo y oren por ellos.

Ustedes sentirán gozo por el fruto de su trabajo, y un mayor entusiasmo por la obra misional fortalecerá a todo su barrio o rama. La Iglesia entera sentirá los efectos de su labor.

Cuando nuestra hija Margie estaba en segundo grado, invitó a su mejor amiga a acompañarla a la Primaria. A ambas les asignaron partes para la presentación en la reunión sacramental. El papá de su amiga había rechazado a los misioneros en el pasado, pero cuando Margie se presentó en su casa con un puñado de folletos de la Iglesia, él escuchó atentamente sus sencillas explicaciones y su testimonio de José Smith y de la Primera Visión. No sólo permitió que su hija siguiera asistiendo a la Primaria, sino que también le dio permiso de recibir las lecciones de los misioneros y de bautizarse. Él y su esposa asistieron al servicio bautismal.

Todos podemos participar en la obra misional; ésta es la obra del Señor y Él nos ayudará a realizarla. Su Evangelio tiene que ir a toda nación y nosotros podemos ser instrumentos en Sus manos para bendecir la vida de otras personas al compartir con ellas Su verdad. Al mismo tiempo, seremos grandemente bendecidos.

Somos hijos de un amoroso Padre Celestial. Él envió a Su Hijo a abrir el camino para que pudiéramos vivir con Él para siempre. De esto testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.

Notas

  1. Juan 3:5.

  2. Mateo 28:19–20.

  3. D. y C. 18:14.

  4. Predicad Mi Evangelio, 2004, pág. 1.

  5. Jeffrey R. Holland, “The Atonement”, Seminario para nuevos presidentes de misión, 26 de junio de 2007.

  6. Gordon B. Hinckley, “Our Responsibility to Our Young Women”, Ensign, septiembre de 1988, pág. 10.

  7. Predicad Mi Evangelio, págs. 237–238.