2007
No apaguen el Espíritu que vivifica al hombre interior
Noviembre de 2007


No apaguen el Espíritu que vivifica al hombre interior

Cuando invitamos al Espíritu Santo a llenar nuestras mentes de luz y conocimiento, Él “nos vivifica”, es decir, ilumina y vigoriza tanto al hombre como a la mujer interior.

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En 1 Tesalonicenses, capítulo 5, Pablo instó a los miembros a conducirse de manera apropiada para los santos, y luego procedió a enumerar los atributos y la conducta adecuados. En el versículo 19, Pablo impartió consejo con estas cuatro palabras sencillas: “No apaguéis al Espíritu”.

Curiosamente, 500 años antes de los escritos de Pablo, un profeta del Libro de Mormón llamado Jacob trató de enseñar el evangelio de Jesucristo a un pueblo reacio. De manera contundente, preguntó:

“¿Rechazaréis las palabras de los profetas;… y negaréis la buena palabra de Cristo… y el don del Espíritu Santo, y apagaréis el Santo Espíritu…?”1.

En nuestros días, muchos siglos después de Pablo y de Jacob, nosotros también debemos tener cuidado de no obstaculizar, despreciar, ni apagar al Espíritu en nuestra vida.

Las atrayentes incitaciones del mundo tratan de desviar nuestra atención del sendero estrecho y angosto. El adversario se empeña en entorpecer nuestra sensibilidad a las impresiones del Espíritu, ya sea que seamos adolescentes, jóvenes adultos u hombres y mujeres maduros. La función del Espíritu Santo es fundamental en cada etapa de nuestra vida terrenal.

Desde el principio, el Padre ha prometido a cada uno de sus hijos e hijas espirituales que, por medio de la expiación y de la resurrección de Su Hijo Amado, todos podremos regresar a Su presencia y heredar las bendiciones de la vida eterna en el más alto grado del reino celestial.

Cada uno de nosotros sabía que el camino a la exaltación sería largo, extenuante y algunas veces solitario, pero también sabíamos que no viajaríamos solos. El Padre Celestial concede un compañero y guía a todo el que cumpla con los requisitos de la fe, del arrepentimiento y del bautismo: el Espíritu Santo.

El camino hacia la vida eterna no está en un terreno llano, sino en uno ascendente, y se dirige siempre hacia adelante y hacia arriba; por consiguiente, se requieren entendimiento y energía espirituales en constante aumento para llegar a nuestro destino. Puesto que la oposición perjudicial de Satanás continúa, la guía constante e inspiradora del Espíritu Santo es absolutamente necesaria. No nos atrevemos a obstaculizar, a pasar por alto, a despreciar ni a apagar los susurros del Espíritu Santo; sin embargo, en lo referente a aprovechar las impresiones y bendiciones que derivan del Espíritu Santo, a menudo “vivimos muy por debajo de nuestros privilegios”2.

En La Perla de Gran Precio, Moisés registró que Adán, habiendo sido bautizado y habiendo recibido el Espíritu Santo, “fue vivificado en el hombre interior”3.

Cuando invitamos al Espíritu Santo a llenar nuestras mentes de luz y conocimiento, Él nos “vivifica”, es decir, ilumina y vigoriza tanto al hombre como a la mujer interior4. Como resultado de ello, percibimos una notable diferencia en nuestra alma: nos sentimos fortalecidos, llenos de paz y de gozo; poseemos energía y entusiasmo espirituales, los cuales realzan nuestras aptitudes innatas; logramos más de lo que haríamos por nuestra propia cuenta; y ansiamos llegar a ser personas más santas.

¿Desean saber el precio que hay que pagar por los privilegios que están a nuestro alcance después de recibir el Espíritu Santo? El precio no es un monto predeterminado ni fijo, sino que cada uno de nosotros lo decide en forma individual.

Si establecen su pago, o sea, su esfuerzo personal, muy bajo, tal vez no aprovechen todo lo que el Espíritu tiene para ofrecerles. ¡Es posible que hasta apaguen al Espíritu! No obstante, si deciden que la contribución será alta, recogerán una abundante cosecha del Espíritu. El pago al que me refiero naturalmente no es de dinero; más bien, se trata de un compromiso y de una entrega mayores, en forma personal, hacia la conducta y las actividades espirituales.

Nosotros determinamos el nivel de nuestra contribución personal actual al analizar nuestras elecciones y prioridades del presente, haciéndonos preguntas como éstas:

  1. ¿Dedico más tiempo a hacer deportes que a asistir a la Iglesia o a desempeñar mis llamamientos?

  2. Si tengo un día libre, ¿elijo ir al templo o al centro comercial?

  3. ¿Prefiero los juegos de computadora o navegar por internet en vez de prestar servicio valioso a los de mi casa y de mi comunidad?

  4. ¿Leo el periódico religiosamente pero se me hace difícil leer las Escrituras a diario?

Hay preguntas que te podrías hacer, las cuales revelarán si tus actuales decisiones y prioridades son apropiadas.

Cualquiera sea el grado de espiritualidad que tengamos en la actualidad, siempre existe un grado más alto a nuestro alcance. El tiempo es muy valioso. ¿Pensarías en dedicar más tiempo a los asuntos de la eternidad, a fin de ser dignos de la compañía constante del Espíritu Santo y para aprovechar Su influencia más plenamente?

Si tu respuesta es sí, la dádiva inicial en esta búsqueda de una espiritualidad más profunda es el deseo intensificado de recibir mayor inspiración y llegar a ser más santo. Cuando ese deseo llene nuestro corazón, con gusto aumentaremos el precio a pagar por la ayuda del cielo.

El siguiente aporte a esta empresa será sumergirnos más constantemente en las palabras de Cristo y de los profetas. Si nuestros esfuerzos por estudiar se intensifican, también lo hará la influencia del Espíritu Santo en nuestra vida. Escudriñemos las Escrituras con lápiz en mano, anotando las ideas nuevas y las impresiones del Espíritu. Después, procuremos aplicar en nuestra vida personal lo que hayamos aprendido. El Espíritu vivificará nuestro ser interior y obtendremos mayor comprensión, precepto por precepto.

Para asegurarnos de que no apaguemos el Espíritu, sino que invitemos Su presencia, hay otro paso que debemos tomar: oremos ferviente y frecuentemente. La tierna y extensa promesa del Salvador se encuentra en Doctrina y Convenios:

  • “Allegaos a mí, y yo me allegaré a vosotros”.

  • “Buscadme diligentemente, y me hallaréis”.

  • “Pedid, y recibiréis”.

  • “Llamad, y se os abrirá”.

  • “Cualquier cosa que le pidáis al Padre en mi nombre os será dada, si es para vuestro bien”5.

Fíjense en la secuencia, hermanos y hermanas: Nos acercamos al Salvador al guardar Sus mandamientos con exactitud; le pedimos de corazón al Padre en el nombre de Cristo; luego, por medio de las impresiones del Espíritu Santo, recibimos dirección divina y claro entendimiento.

Al ayunar, al renovar nuestros convenios durante la Santa Cena y al asistir al templo, tenemos acceso a una mayor porción del Espíritu. En esas situaciones, el Espíritu puede manifestar Su influencia con mayor intensidad.

El templo constituye un entorno maravilloso para procurar revelación personal. Cuando asistimos tan a menudo como podamos y escuchamos con atención, reflexionando en las gloriosas promesas y expectativas relacionadas con la eternidad, salimos con un elevado entendimiento del plan de nuestro Padre Celestial para nosotros. El Espíritu Santo expande nuestra visión y permite que esa perspectiva eterna influya en las decisiones que tomamos en nuestra vida cotidiana.

Si nos empeñamos en ese afán y no apagamos el Espíritu, se vivificará nuestro ser interior. Si perseveramos, nos aguarda la vida eterna. Por lo tanto, no apaguemos el Espíritu por medio de la desobediencia y la negligencia; por el contrario, vivamos “por el Espíritu”6, realzando la función sagrada y esencial del Espíritu Santo en nuestra vida. Testifico que si verdaderamente procuramos el Espíritu, nos beneficiaremos más plenamente de la serena, y a la vez fundamental, influencia del Espíritu Santo. En el nombre de Jesucristo. Amén.

Notas

  1. Jacob 6:8.

  2. Brigham Young, Discourses of Brigham Young, sel. John A. Widtsoe, 1954, pág. 32.

  3. Moisés 6:65.

  4. Véase Parley P. Pratt, Key to the Science of Theology, 9ª edición, 1965, pág. 101: “…El don del Espíritu Santo… vivifica todas las facultades intelectuales, aumenta, agranda, expande y purifica todas las pasiones y los afectos naturales; y los adapta, mediante el don de la sabiduría, a su uso legítimo”.

  5. D. y C. 88:63–64.

  6. Gálatas 5:25.