2006
¡Probemos otra vez!
Septiembre de 2006


¡Probemos otra vez!

Cuando nuestro hijo Nathan tenía dos años y medio, empezamos a emplear de vez en cuando una penitencia de sentarlo aparte un corto tiempo, como consecuencia de no haber obedecido las reglas de la familia; pero me preocupaba su actitud negativa una vez terminada la penitencia; muchas veces lo notaba triste y desanimado. Al orar pidiendo saber la manera en que podía hacer más positiva la experiencia, tuve la impresión de que debía decirle: “¡Vamos a probar otra vez!”.

La próxima vez que lo puse en penitencia, después lo tomé de la mano y le dije con entusiasmo: “¡Vamos a probar otra vez!”. Inmediatamente la atención se apartó de su conducta negativa y se centró, en cambio, en la oportunidad de hacer un nuevo intento. Me quedé asombrada al ver la diferencia al enfocarlo de esa manera; en lugar de sentirse castigado al salir de su penitencia, tenía grandes deseos de tomar mejores decisiones.

En seguida empecé a utilizar esa frase en diversas situaciones, instando a Nathan de diferentes formas: “¡Vamos a probar de nuevo! Esta vez podemos portarnos mejor. Esta vez podemos ser suaves” o “Esta vez podemos ser bondadosos”.

Esa frase llegó a tener tanta influencia en mi hijo que muchas veces, durante una penitencia, me llamaba diciendo: “Mami, ¡estoy listo para probar otra vez!”.

Al pensar en el enorme efecto que esa sencilla frase había tenido en él, consideré la fuerza que contienen las palabras: “¡Vamos a probar otra vez!”. Me di cuenta de que Dios, el Padre de todos nosotros, no quiere que inútilmente hagamos tanto hincapié en los errores que hayamos cometido sino que, en cambio, nos invita a arrepentirnos sinceramente y a concentrarnos en un futuro más brillante en el que podamos mejorar día tras día. Para que el arrepentimiento fuera posible, Dios estuvo incluso dispuesto a ofrecer la vida de Su Hijo Amado. La promesa que nos hace es: “…si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isaías 1:18).

Al observar la renovada determinación de mi hijo de ser mejor, sentí una ola de gratitud por nuestro amoroso Padre Celestial, que es misericordioso con Sus hijos que se arrepienten. También sentí profundo aprecio por el Salvador, cuya Expiación infinita hace posible que cada uno de nosotros diga: “¡Vamos a probar otra vez!”.