2004
Compasión para los que padecen
septiembre de 2004


Compasión para los que padecen

La amistad y la compasión contribuyen al fortalecimiento de los que se sienten atraídos hacia las personas del mismo sexo.

El inspirador relato de Ana, que se halla en el Antiguo Testamento, refleja las penurias de alguien que ha sido privado, temporalmente, de una relación familiar normal debido a su incapacidad de concebir un hijo. Despreciada por la otra esposa de su marido, “porque Jehová no le había concedido tener hijos”, Ana “con amargura de alma oró a Jehová, y lloró abundantemente” (1 Samuel 1:6, 10). La expresión “amargura de alma” no significa ira ni pesimismo, sino tristeza y dolor.

En la actualidad hay en la Iglesia quienes también sienten esa “amargura de alma” porque no viven plenamente las dichas de la vida familiar; y no es a causa de la esterilidad, ni a que no hayan tenido la oportunidad adecuada de casarse. No pueden tener una familia propia debido a su orientación sexual.

En la Iglesia hay hermanos y hermanas que se sienten atraídos por las personas de su mismo sexo, pero que realizan un esfuerzo consciente por vivir los mandamientos. Ellos rechazan la tendencia actual de que la homosexualidad es un estilo de vida aceptable. Son aquellos que, reconociendo que nuestro nombre no deriva de lo que nos tienta, rechazan el término “gay”, pues desean tomar sobre sí el nombre de Cristo.

Yo soy uno de ellos.

Magnificados en la perseverancia

Para aquellos que nos enfrentamos con este reto, la única forma de llevar una vida recta es posponer o prescindir de aquello que más anhela el corazón humano: el compañerismo y la plenitud que se halla en la relación del matrimonio. En los momentos de soledad extrema que provoca esta realidad, me siento compensado por el compañerismo de los envolventes brazos del Salvador y Su expiación. En esos momentos, las palabras del Salvador: “…Bástate mi gracia” (2 Corintios 12:9) adquieren un significado nuevo y profundo.

Es una dualidad bastante molesta el anhelar seguir a Cristo y Sus enseñanzas sobre el matrimonio y la familia, a la vez que uno se siente incapaz de ello por causa de una atracción sexual que no está en armonía con esas enseñanzas. Cuando caigo en la desesperación, hallo consuelo en las promesas del Señor que se encuentran en Doctrina y Convenios 58:2–3:

“…bienaventurado es el que guarda mis mandamientos, sea en vida o muerte; y el que es fiel en la tribulación tendrá mayor galardón en el reino de los cielos.

“Por lo pronto no podéis ver con vuestros ojos naturales el designio de vuestro Dios concerniente a las cosas que vendrán más adelante, ni la gloria que seguirá después de mucha tribulación”.

Espero que mi experiencia me sirva para explicarles los retos y las necesidades de muchos miembros de la Iglesia afligidos por la atracción hacia las personas de su mismo sexo, a fin de que una mayor comprensión y compasión por parte de nuestros amigos, familiares y miembros de la Iglesia se convierta en un baluarte que nos proteja de ceder a la tentación.

Elegimos nuestra reacción, no la tentación

No es habitual que los santos que se sientan atraídos hacia las personas de su mismo sexo hagan público ese reto. Personalmente, considero que esta lucha sólo deben conocerla el Señor, mi obispo y algunos amigos íntimos y comprensivos.

Sin embargo, en ocasiones, los familiares y los miembros del barrio o de la rama se dan cuenta de que uno abriga este tipo de atracción. Si otras personas han percibido eso en mí, me siento agradecido de que, en mis relaciones con los miembros de la Iglesia, jamás se hayan burlado de mí ni tomado a la ligera una lucha en la que el destino de un alma pende de un hilo. Tal y como indicó el élder Dallin H. Oaks, del Quórum de los Doce Apóstoles: “…las personas… que luchen con la carga de la atracción entre personas del mismo sexo tienen la necesidad especial de recibir afecto y aliento, lo cual es claramente una responsabilidad de los miembros de la Iglesia”1.

El nuestro suele ser un conflicto oculto por temor a ser considerados personas “anormales” que han optado por esas atracciones. Para la mayoría de los Santos de los Últimos Días que luchan con esta tribulación, no hay nada más lejos de la realidad. Un escritor ha dicho: “¿Por qué alguien con una fuerte convicción de los divinos orígenes de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días preferiría embarcarse en un doloroso conflicto con ese testimonio?… Los deseos hacia las personas del mismo sexo constituyen un problema muy difícil para los miembros de la Iglesia, y rara vez esos deseos se eligen libremente. Esa prueba puede presentársele hasta al más valiente”2. Podemos optar por enfrentarnos con la tentación o sucumbir ante ella, pero no podemos elegir no tener esa tentación.

Es más, la doctrina del albedrío contradice cualquier intento mundano de atribuir la conducta homosexual a supuestas causas biológicas o fisiológicas. El élder Oaks dijo: “Una vez que hayamos llegado a la edad o a la etapa de responsabilidad, la afirmación ‘es que nací así’ no sirve para excusar nuestras acciones o pensamientos que no estén en conformidad con los mandamientos de Dios. Debemos aprender a vivir de tal manera que una debilidad mortal no nos impida lograr la meta que es eterna”3.

Ciertamente, Aquel que formula la pregunta retórica “¿Hay para Dios alguna cosa difícil?” (Génesis 18:14) puede ayudarnos a dominar la atracción hacia personas del mismo sexo.

Los temores que vienen con el arrepentimiento

Al principio, cuando decidí arrepentirme de mi conducta homosexual, temí enormemente la reacción de mi obispo. ¿Se indignaría, o se enojaría? ¿Me haría sentir peor de lo que ya me sentía por haber pecado?

Inquieto ante la idea de dar a conocer esta lucha personal, retrasé el proceso del arrepentimiento durante muchos meses; cuando por fin me reuní con mi obispo, en vez de cargarme con más culpa, me condujo de regreso al redil con una invitación semejante a la de Alma: “…si habéis experimentado un cambio en el corazón, y si habéis sentido el deseo de cantar la canción del amor que redime, quisiera preguntaros: ¿Podéis sentir esto ahora?” (Alma 5:26). La reacción espiritual y calmada del obispo a mi confesión me facilitó el acudir a él posteriormente, pues sabía que me amaría y me ayudaría. Su actitud cristiana contribuyó a mi arrepentimiento.

Parejos a mis temores de acudir al obispo eran mis sentimientos de indignidad para estar en las reuniones de la Iglesia con otras personas que llevaban una vida buena y que no se habían abandonado a los pecados que yo había cometido. Estaba convencido de que, el primer domingo que asistiera a las reuniones, cualquiera podría ver mi alma y conocer tanto mi culpa así como los sentimientos con los que luchaba.

Pero mis inquietudes eran infundadas, pues los miembros del barrio me recibieron con un hermanamiento de amor. El arrepentimiento habría sido mucho más difícil si yo hubiera pasado de ser un miembro del barrio menos activo a un miembro que no se sintiera aceptado por los demás.

Amigos y familiares Santos de los Últimos Días que dan su apoyo y cariño son indispensables en el proceso del arrepentimiento. Cuando al principio busqué ese apoyo en unos pocos amigos de siempre al revelarles mi problema, admito que me preocupaba su rechazo; pero así como el Salvador jamás rechazó a nadie a causa de sus tentaciones, tampoco mis amigos me abandonaron por motivo de mis debilidades. Si alguna vez se sintieron decepcionados al saber de mis tentaciones y errores, reemplazaron esos sentimientos con esa caridad de la que habló el presidente Ezra Taft Benson (1899–1994): “En mi corazón sólo hay amor por todos los hijos de Dios; no guardo ningún mal sentimiento hacia ningún ser humano. Al igual que ustedes, odio el pecado, pero amo al pecador. Todos tenemos de qué arrepentirnos”4.

Cuando me siento abrumado por mi situación, me considero grandemente bendecido por contar con amigos que me escuchan y me animan, que me fortalecen en mi determinación de perseverar hasta el fin. Las palabras que consolaron y animaron al profeta José Smith también me animan y me consuelan a mí: “Tus amigos te sostienen, y te saludarán de nuevo con corazones fervientes y manos amistosas” (D. y C. 121:9).

La tentación no es transgresión

Hay quienes suponen que todas las personas con tendencias hacia las personas de su mismo sexo son moralmente depravadas, pero, como yo mismo tengo que recordarme con frecuencia, debido a mi arrepentimiento y a mis esfuerzos sinceros por vivir los mandamientos, soy tan digno como los otros dignos Santos de los Últimos Días de servir en un llamamiento y en el templo, de participar de la Santa Cena, de discursar, enseñar una lección y tener el sacerdocio. Tal y como ha dicho el presidente Boyd K. Packer, Presidente en Funciones del Quórum de los Doce Apóstoles: “Si no ceden a la tentación, no tienen por qué sentirse culpables”5.

En el plano opuesto a ser moralmente deficientes, muchos estamos desarrollando músculos espirituales gracias a la calistenia de la adversidad6. Es ésta una lucha que puede hacer que nos acerquemos cada vez más a nuestro Padre Celestial y al Salvador, ya que la victoria descansa en nuestra capacidad para confiar plenamente en Ellos. En lo que a mí concierne, las siguientes palabras del Salvador adquieren una dimensión personal: “…Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos” (Mateo 9:12).

Hay personas que se ven circundadas por otras tentaciones, como el alcohol, el tabaco, la pornografía, el juego u otros pecados serios. Aunque no seamos tentados por una transgresión seria, todos somos tentados a diario de alguna u otra forma, y no por ello pensamos que las personas que hacen frente a tentaciones grandes o pequeñas sean inmorales por el mero hecho de ser tentadas. El élder Oaks nos recuerda: “Debemos saber distinguir entre actos pecaminosos y sentimientos inapropiados o predisposiciones potencialmente peligrosas. Debemos estar dispuestos a tender una mano de ayuda a las personas que estén luchando por resistir la tentación”7.

Es una bendición para mí relacionarme con personas capaces de verme por mi verdadero carácter, sin dejarse influir por un estereotipo superficial; de hecho, al hacerlo, están siguiendo el ejemplo del Salvador: “…No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16:7).

Independientemente de la naturaleza de nuestras tentaciones, todos debemos confiar en la expiación del Salvador para edificar el puente que nos lleve de regreso a nuestro Padre Celestial. Nadie puede hacerlo por sí solo.

La individualidad del tiempo

Una de las situaciones más incómodas con las que me enfrento en medio de mis esfuerzos por superar la atracción hacia las personas de mi mismo sexo se produce cuando un miembro de la Iglesia o un familiar me pregunta por qué aún no estoy casado. Las cosas empeoran cuando oigo las temidas palabras: “Tengo a la persona perfecta para ti”.

Para algunos, el salir con personas del sexo opuesto puede ser una buena forma de olvidar las atracciones inadecuadas, pero para las personas como yo, el hacerlo aún no es del todo cómodo. El intentar obligarme a que yo tenga una cita puede conducir a la inesperada consecuencia de agravar mi dolor y mi frustración. Algún día espero poder dominar mis sentimientos de atracción y dar los primeros tímidos pasos hacia el salir con personas del sexo opuesto, si bien debe permitírseme hacerlo sin que nadie me imponga un horario ni una pareja.

Tal vez haya quienes digan que la atracción hacia personas del mismo sexo pueda “curarse” sencillamente por medio del salir con personas del sexo opuesto y del matrimonio, pero el presidente Gordon B. Hinckley ha disipado esa noción: “El matrimonio no debe contemplarse como un paso terapéutico en la solución de problemas tales como las inclinaciones o las prácticas homosexuales; éstas deben ser vencidas en primer lugar con una firme determinación de jamás volver a caer en ellas”8.

La capacidad de las personas que se sienten atraídas hacia los de su mismo sexo para salir con las del sexo opuesto o contraer matrimonio depende del progreso que hayan logrado, con la ayuda del Señor, para vencer dichas atracciones, un esfuerzo que no suele ser rápido ni fácil. Su paciencia al respecto contribuirá enormemente a nuestro progreso. A diferencia de la impresión transmitida por los medios de comunicación, son muchos los que han vencido con éxito la atracción hacia las personas del mismo sexo9. Sin embargo, para algunos el demostrar su disposición de obrar como mandó el Salvador tal vez sea una prueba que dure toda la vida10 , pues Él dijo: “…niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mateo 16:24).

Cómo ayudar a los solteros a evitar la soledad

El tiempo y el compañerismo que muchas personas ofrecen libremente tienen más valor que los servicios de casamenteros de los amigos y de los miembros de la Iglesia. Recibo apoyo y sostén durante los periodos de tentación y soledad de los matrimonios que me aceptan en sus círculos sociales y me incluyen en sus noches de hogar o en otras actividades; ellos ejemplifican la admonición del Salvador de crear una amplia red dedicada a incluir a todas las personas:

“Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?

“Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más?” (Mateo 5:46–47).

El pensamiento más inapropiado que me acosa de vez en cuando es el de sentirme excluido de las enseñanzas de la Iglesia con respecto al matrimonio y a la familia. El tiempo que dedico a relacionarme con otras familias me permite sentir que hay un hueco para mí en la doctrina sobre la familia. Al dar de su tiempo, las familias cumplen con el decreto de que seamos discípulos, eso es, que estemos “dispuestos a llevar las cargas los unos de los otros para que sean ligeras” (Mosíah 18:8).

Dedicar tiempo a estar con amigos rectos y sus familiares también contribuye a decantar la balanza hacia la toma de decisiones correctas. Cuando me siento tremendamente solo es cuando más tentado me veo a buscar compañías inadecuadas. En cambio, al relacionarme con familias orientadas hacia el Evangelio, puedo elegir un rumbo mejor y saborear las bendiciones de la vida familiar que algún día podrán ser mías mediante mi fidelidad.

El gozo reemplazará a la amargura

Ya sea que sepan o perciban que un amigo o un familiar justos se enfrenten con la atracción hacia personas del mismo sexo, tengan la seguridad de que, en virtud de que esa persona es un discípulo de Cristo, no le agrada tener que hacer frente a esas tentaciones. Por favor, no confundan la tentación con la transgresión.

Nuestro Padre Celestial y nuestro Salvador conocen nuestras necesidades y pueden ayudar a los que nos enfrentamos con este reto a perseverar hasta el fin. Eso se logra en parte por medio de los verdaderos discípulos que están dispuestos a dar de su tiempo, a comprender y a tener compasión. Al grado en que nos fortalezcamos en nuestras decisiones correctas y seamos obedientes a las enseñanzas del Salvador, nuestra “amargura de alma” será reemplazada con el gozo y la esperanza, como sucedió con Ana cuando sus oraciones obtuvieron respuesta (véase 1 Samuel 2:1). Entonces estaremos mejor preparados para afrontar con éxito las pruebas de esta vida y encontrar el camino de vuelta a casa.

Notas

  1. “La atracción entre personas del mismo sexo”, Liahona, marzo de 1996, pág. 14.

  2. Erin Eldridge, Born That Way?, 1994, pág. 33.

  3. Liahona, marzo de 1996, pág. 15.

  4. The Teachings of Ezra Taft Benson, 1988, pág. 75; cursiva agregada.

  5. “Sois templo de Dios”, Liahona, enero de 2001, pág. 87.

  6. Véase Neal A. Maxwell, “Si lo sobrellevamos bien…”, Liahona, abril de 1999, pág. 12; véase también “Becoming a Disciple”, Ensign, junio de 1996, pág. 15.

  7. Liahona, marzo de 1996, pág. 23.

  8. “Reverence and Morality”, Ensign, mayo de 1987, pág. 47.

  9. Véase, por ejemplo, Robert L. Spitzer, “Can Some Gay Men and Lesbians Change Their Sexual Orientation? 200 Participants Reporting a Change from Homosexual to Heterosexual Orientation”, Archives of Sexual Behavior, octubre de 2003, págs. 403–417.

  10. Véase Boyd K. Packer, “Sois templo de Dios”, Liahona, enero de 2001, pág. 87.