2010–2019
El don que guía a un niño
Abril 2016


El don que guía a un niño

¿Cómo les enseñamos a nuestros hijos a rechazar las influencias mundanas y a confiar en el Espíritu?

Un joven padre literalmente se estaba hundiendo. Él, sus dos hijos y su suegro habían ido a dar un paseo alrededor de un lago. Estaban rodeados de majestuosas montañas cubiertas de pinos y el cielo estaba azul colmado de suaves nubes blancas que irradiaban belleza y serenidad. Cuando los niños comenzaron a tener calor y a estar cansados, los dos hombres decidieron cargarlos en sus espaldas y nadar la corta distancia a través del lago.

Parecía fácil, hasta el momento en que el padre comenzó a sentir que se hundía y todo se volvió más pesado. El agua lo empujaba hacia el fondo del lago y una sensación frenética se apoderó de él. ¿Cómo se mantendría a flote, y además, con su preciada hijita en la espalda?

Su voz se perdía en la distancia cuando gritaba; su suegro estaba demasiado lejos para responder a su desesperada súplica de ayuda. Se sentía solo e indefenso.

¿Pueden imaginarse sentirse tan solos como él, incapaces de alcanzar algo para sostenerse y luchando en una situación desesperada por su vida y la de su hija? Desafortunadamente, todos experimentamos ese sentimiento en cierto grado cuando nos encontramos en situaciones en las que necesitamos ayuda desesperadamente para sobrevivir y salvar a los que amamos.

Casi en pánico, él se dio cuenta de que sus zapatos empapados de agua lo sumergían más. Mientras trataba de mantenerse a flote, trató de quitarse los zapatos, pero era como si estuvieran succionados a los pies. Los cordones estaban hinchados con el agua, apretándolos más.

En lo que pudo haber sido su último momento de desesperación, logró aflojar los zapatos y al fin se soltaron y cayeron al fondo del lago. Liberado del gran peso que lo había estado hundiendo, inmediatamente impulsó su cuerpo y el de su hija hacia arriba. Ahora podía nadar hacia adelante, avanzando hacia el otro lado del lago con seguridad.

A veces podemos sentir como si nos estuviéramos ahogando. La vida puede ser abrumadora. “El mundo en el que vivimos es bullicioso y ocupado. Si no tenemos cuidado, las cosas de este mundo pueden desplazar las cosas del Espíritu”1.

¿Cómo podemos seguir el ejemplo de este padre y quitarnos un poco de la carga de este mundo que llevamos para mantener la cabeza de nuestros hijos y nuestra mentes preocupadas fuera del agua? ¿Cómo podemos nosotros, como aconsejó Pablo: “[dejar] a un lado todo peso”?2. ¿Cómo podemos preparar a nuestros hijos para el día en que ya no puedan aferrarse a nosotros ni a nuestros testimonios; cuando sean ellos los que naden?

Recibimos una respuesta cuando reconocemos esta divina fuente de fortaleza. Es una fuente que a menudo se subestima, sin embargo se puede utilizar a diario para aliviar nuestras cargas y guiar a nuestros preciados hijos. Esa fuente es el don de guía del Espíritu Santo.

A los ocho años, los niños pueden bautizarse; aprenden acerca de Dios y hacen un convenio con Él. Quienes los aman los rodean mientras ellos son sumergidos y salen de la pila bautismal con un sentimiento de gran gozo. Después, reciben el inefable don del Espíritu Santo, un don que puede guiarlos constantemente si viven dignos de esa bendición.

Élder David A. Bednar dijo: “Es posible que la sencillez de [la confirmación] nos haga pasar por alto su importancia. Estas cuatro palabras: “Recibe el Espíritu Santo”, no son una declaración pasiva; más bien, constituyen un mandato del sacerdocio, una amonestación autorizada para actuar y no para que simplemente se actúe sobre nosotros”3.

Los niños tienen un deseo natural de hacer lo bueno y de ser buenos; podemos sentir su inocencia, su pureza. También tienen una gran sensibilidad a la voz suave y apacible.

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Ministración a los niños nefitas

En 3 Nefi 26, el Salvador nos mostró la capacidad espiritual de los niños:

“Y soltó la lengua de ellos, y declararon cosas grandes y maravillosas a sus padres, mayores aún que las que él había revelado al pueblo… 

“… la multitud… oyó y vio a estos niños; sí, aun los más pequeñitos abrieron su boca y hablaron cosas maravillosas”4.

Como padres, ¿cómo aumentamos la capacidad espiritual de nuestros pequeñitos? ¿Cómo les enseñamos a rechazar las influencias mundanas y a confiar en el Espíritu cuando no estemos con ellos y se encuentren solos en las profundas aguas de la vida?

Permítanme mencionarles algunas ideas.

Primero, podemos hacerles notar a nuestros hijos cuando escuchan y sienten el Espíritu. Retrocedamos un poco a la época del Antiguo Testamento para ver cómo Elí hizo esto con Samuel.

El joven Samuel escuchó dos veces una voz y corrió hacia Elí diciendo: “Heme aquí”.

“Yo no he llamado” respondió Elí.

Pero “Samuel no había conocido aún a Jehová, ni la palabra de Jehová le había sido revelada”.

La tercera vez, Elí percibió que Jehová lo había llamado, y le dijo a Samuel que dijera: “Habla, Jehová, que tu siervo escucha”5.

Samuel estaba comenzando a sentir, reconocer y prestar atención a la voz del Señor; pero este jovencito no comenzó a entender hasta que Elí lo ayudó a darse cuenta. Después de que le enseñaron, Samuel pudo llegar a conocer mejor la voz dulce y apacible.

Segundo, podemos preparar nuestros hogares y a nuestros hijos para sentir esa voz suave y apacible. “Muchos maestros de idiomas extranjeros están convencidos de que los niños aprenden mejor un idioma por medio del método de ‘inmersión’ en el que los niños se encuentran rodeados de personas que hablan esa lengua y se les exige que la hablen ellos también. Aprenden no solamente a a pronunciar palabras, sino también a hablar con fluidez y aun a pensar en ese nuevo idioma. El lugar adecuado para la educación espiritual por medio de la ‘inmersión’ es el hogar, en donde los principios espirituales pueden formar la base para el diario vivir”6.

“Y… repetirás [las palabras del Señor] a tus hijos y les hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y cuando te acuestes y cuando te levantes”7. Inundar a nuestras familias con el Espíritu mantendrá el corazón de nuestros hijos receptivos a Su influencia.

Tercero, podemos ayudar a nuestros hijos a comprender cómo les habla el Espíritu. José Smith enseñó: “Si Él viene a un niño, se adaptará al idioma y a la capacidad del niño”8. Una madre descubrió que, ya que los hijos aprenden de diferentes maneras —algunos aprenden de manera visual, auditiva, táctil o cenestética—, cuanto más observaba a sus hijos, más se daba cuenta de que el Espíritu Santo les enseñaba a sus hijos en las maneras que cada uno de ellos aprendía mejor9.

Otra madre compartió una experiencia de cómo ayudó a sus hijos a aprender a reconocer el Espíritu. “Algunas veces” escribió ella, “[los hijos] no se dan cuenta de que un pensamiento constante, un sentimiento de consuelo después que han llorado, o recordar algo justo en el momento correcto son todas maneras en que el Espíritu Santo se comunica [con ellos]”. Ella continúa: “enseño a mis hijos a centrarse en lo que ellos sienten [y a actuar de acuerdo con ello]”10.

Sentir y reconocer el Espíritu brindará capacidad espiritual a nuestros hijos y la voz que reconocerán se volverá cada vez más clara para ellos. Será como dijo el élder Richard G. Scott: “Al obtener experiencia y tener éxito al dejarte guiar por el Espíritu, tu confianza en las impresiones que sientas será mucho más firme que tu dependencia en lo que veas u oigas”11.

No tenemos que temer al ver a nuestros hijos entrar en las aguas de la vida, porque los hemos ayudado a quitarse la carga mundanal. Les hemos enseñado a vivir por medio de la guía del don del Espíritu Santo. Este don continuará aliviándoles las cargas que lleven y los guiará para regresar a su hogar celestial, si viven y siguen Sus impresiones. En el nombre de Jesucristo. Amén.