2010–2019
Sanar a los enfermos
Abril 2010


Sanar a los enfermos

Poseemos este poder del sacerdocio, y todos debemos estar preparados para usarlo debidamente.

En estos tiempos de conmoción mundial, más y más personas de fe están recurriendo al Señor en busca de bendiciones de consuelo y sanidad. Deseo hablar a este auditorio de poseedores del sacerdocio en cuanto al hecho de sanar a los enfermos mediante la ciencia médica, las oraciones de fe y las bendiciones del sacerdocio.

I.

Los Santos de los Últimos Días creen en la aplicación del mejor conocimiento y de las técnicas científicas disponibles. Nos valemos de la nutrición, del ejercicio y de otras prácticas para preservar la salud, y conseguimos la ayuda de profesionales que sanan, tales como médicos y cirujanos, para restaurar la salud.

El uso de la ciencia médica no va en desacuerdo con nuestras oraciones de fe ni con nuestra dependencia en las bendiciones del sacerdocio. Cuando una persona solicitaba una bendición del sacerdocio, Brigham Young preguntaba: “¿Ha tomado algún remedio?”. A los que decían que no porque “deseamos que los élderes coloquen sus manos sobre nosotros, y tenemos fe que seremos sanados”, el presidente Young respondía: “Eso es sumamente contradictorio según mi fe. Si estamos enfermos y le pedimos al Señor que nos sane, y que haga por nosotros todo lo que sea necesario hacer, de acuerdo con mi entendimiento del Evangelio de salvación, bien podría pedirle al Señor que hiciera que mi trigo y maíz crecieran, sin que yo arara la tierra ni plantara la semilla. Me parece lógico aplicar todo remedio del que llegue a enterarme, y [después] pedirle a mi Padre Celestial… que santifique esa aplicación para la sanación de mi cuerpo”1.

Naturalmente, no esperamos hasta que se agoten todos los otros métodos antes de orar con fe o dar bendiciones del sacerdocio para sanar. En emergencias, las oraciones y bendiciones vienen primero. Con frecuencia, procuramos todos esos esfuerzos de forma simultánea. Esto va de acuerdo con las enseñanzas de las Escrituras de que debemos “ora[r] siempre” (D. y C. 90:24) y de que todas las cosas se deben hacer con prudencia y orden2.

II.

Sabemos que la oración de fe, pronunciada a solas o en nuestros hogares o lugares de adoración, puede ser eficaz para sanar a los enfermos. En muchos pasajes de las Escrituras se hace referencia al poder de la fe para sanar a una persona. El apóstol Santiago enseñó que debemos “ora[r] los unos por los otros, para que [seamos] sanados”, y agregó: “la oración eficaz del justo puede mucho” (Santiago 5:16). Cuando la mujer que tocó a Jesús fue sanada, Él le dijo: “…tu fe te ha sanado” (Mateo 9:22)3. Asimismo, en el Libro de Mormón se enseña que el Señor “obra por poder, de acuerdo con la fe de los hijos de los hombres” (Moroni 10:7).

En una reciente encuesta nacional se descubrió que aproximadamente ocho de cada diez estadounidenses “creen que los milagros todavía suceden hoy día como [sucedían] en la antigüedad”. Una tercera parte de las personas que participaron en la encuesta dijeron que habían “vivido o presenciado una curación divina”4. Muchos Santos de los Últimos Días han experimentado el poder de la fe al sanar a los enfermos. Escuchamos también ejemplos de ello entre personas de fe en otras iglesias. Un periodista de Texas describió uno de estos milagros. Cuando una niña de cinco años respiraba con dificultad y le dio fiebre, los padres la llevaron de inmediato al hospital. Para cuando llegó, los riñones y los pulmones ya le habían dejado de funcionar, tenía una fiebre de 41,7º C y tenía el cuerpo de color rojo vivo y cubierto de lesiones color púrpura. Los doctores dijeron que estaba muriendo de síndrome de shock tóxico, por causa desconocida. Al enterarse de ello la familia y los amigos, la gente temerosa de Dios comenzó a orar por ella, y se realizó un servicio especial de oración en la congregación protestante de Waco, Texas, a la que pertenecían. De forma milagrosa, repentinamente regresó del borde de la muerte y fue dada de alta del hospital en poco más de una semana. Su abuelo escribió: “Ella es prueba viviente de que Dios sí contesta las oraciones y obra milagros”5.

Verdaderamente, tal como se enseña en el Libro de Mormón, Dios “se manifiesta por el poder del Espíritu Santo a cuantos en él creen; sí, a toda nación, tribu, lengua y pueblo, obrando grandes milagros… entre los hijos de los hombres, según su fe” (2 Nefi 26:13).

III.

Para este auditorio —adultos que poseen el Sacerdocio de Melquisedec, y hombres jóvenes que pronto recibirán este poder— concentraré mis comentarios en las bendiciones de sanidad que tienen que ver con el poder del sacerdocio. Poseemos este poder del sacerdocio, y todos debemos estar preparados para usarlo debidamente. El aumento actual de desastres naturales y desafíos económicos demuestra que necesitaremos este poder aún más en el futuro que en el pasado.

En muchos pasajes de las Escrituras se enseña que los siervos del Señor “sobre los enfermos impondrán sus manos, y sanarán” (Marcos 16:18)6. Ocurren milagros cuando la autoridad del sacerdocio se utiliza para bendecir a los enfermos. Yo he experimentado estos milagros. De niño y como hombre he visto sanidades tan milagrosas como cualquiera de las que se hallan registradas en las Escrituras, al igual que lo han hecho muchos de ustedes.

El uso de la autoridad del sacerdocio para bendecir a los enfermos consta de cinco partes: (1) la unción, (2) el sellamiento de la unción, (3) la fe, (4) las palabras de la bendición y (5) la voluntad del Señor.

La unción

En el Antiguo Testamento se menciona con frecuencia la unción con aceite como parte de una bendición conferida por la autoridad del sacerdocio7. Se declaró que las unciones eran para santificación8 y tal vez también se pueden considerar simbólicas de las bendiciones que se han de derramar del cielo como resultado de este sagrado acto.

En el Nuevo Testamento leemos que los apóstoles de Jesús “ungían con aceite a muchos enfermos y los sanaban” (Marcos 6:13). En el libro de Santiago se enseña la función de la unción en relación con los otros elementos de una bendición de salud por la autoridad del sacerdocio:

“¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren ellos por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor.

“Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará, y si ha cometido pecados, le serán perdonados” (Santiago 5:14–15).

Sellamiento de la unción

Cuando alguien ha sido ungido por la autoridad del Sacerdocio de Melquisedec, la unción es sellada por esa misma autoridad. Sellar algo significa afirmarlo, hacerlo vinculante para el propósito que se ha dispuesto. Cuando los élderes ungen a una persona enferma y sellan la unción, abren las ventanas de los cielos para que el Señor derrame la bendición que Él desea para la persona afligida.

El presidente Brigham Young enseñó: “Cuando pongo mis manos sobre los enfermos, espero que el poder sanador y la influencia de Dios pasen por mi intermedio al paciente y que la enfermedad desaparezca… Cuando estamos preparados, cuando somos vasos sagrados ante el Señor, una corriente de poder puede fluir desde el Todopoderoso a través del tabernáculo del que bendice al sistema del paciente, y el enfermo es restablecido por completo”9.

Aunque sabemos de muchos casos en los que las personas bendecidas por la autoridad del sacerdocio han sido sanadas, rara vez hablamos de estas sanidades en reuniones públicas porque en la revelación moderna se nos advierte “que no [nos jactemos] de estas cosas ni [hablemos] de ellas ante el mundo; porque [nos] son dadas para [nuestro] provecho y para salvación” (D. y C. 84:73).

Fe

La fe es esencial para sanar mediante los poderes del cielo. En el Libro de Mormón incluso se enseña que “si no hay fe entre los hijos de los hombres, Dios no puede hacer ningún milagro entre ellos”10. En un memorable discurso sobre la bendición a los enfermos, el presidente Spencer W. Kimball dijo: “A menudo se le resta importancia a la necesidad de la fe. Parecería que con frecuencia el afligido y la familia dependen enteramente del poder del sacerdocio y del don de sanidad que esperan que tengan los hermanos que lo bendicen, mientras que la responsabilidad mayor la tiene el que recibe la bendición… El elemento más importante es la fe de la persona cuando ésta es consciente y responsable. ‘Tu fe te ha sanado’ [Mateo 9:22] lo dijo el Maestro con tanta frecuencia que casi se convierte en un refrán”11.

El presidente Kimball incluso sugirió que “las bendiciones demasiado frecuentes tal vez sean un indicio de la falta de fe, o de que la persona afligida esté tratando de poner sobre los élderes la responsabilidad de desarrollar la fe, en vez de en sí misma”. Contó sobre una fiel hermana que recibió una bendición del sacerdocio. Cuando al día siguiente le preguntaron si deseaba que le volvieran a dar una bendición, contestó: “No, ya me han ungido y bendecido. La ordenanza se ha llevado a cabo, y ahora depende de mí reclamar mi bendición por medio de mi fe”12.

Palabras de la bendición

Otra parte de una bendición del sacerdocio son las palabras de la bendición que el élder pronuncia después de que sella la unción. Estas palabras pueden ser sumamente importantes, pero su contenido no es esencial y no se inscriben en los registros de la Iglesia. En algunas bendiciones del sacerdocio —como la bendición patriarcal— las palabras que se hablan son la esencia de la bendición. Pero en una bendición de salud son las otras partes de la bendición —la unción, el sellamiento, la fe y la voluntad del Señor— las que son los elementos esenciales.

En una situación ideal, el élder que oficie estará en tanta armonía con el Espíritu del Señor que sabrá y declarará la voluntad del Señor en las palabras de la bendición. Brigham Young enseñó a los poseedores del sacerdocio: “Ustedes tienen el privilegio y el deber de vivir de tal manera que puedan saber cuándo el Señor les dirige la palabra y cuándo les revela Su voluntad”13. Cuando eso sucede, la bendición que se pronuncia se cumple literal y milagrosamente. En ciertas ocasiones especiales, he experimentado esa certeza de inspiración en una bendición de salud, y he sabido que lo que yo decía era la voluntad del Señor. Sin embargo, como la mayoría de los que ofician en bendiciones de salud, con frecuencia he tenido dificultades con la incertidumbre en cuanto a las palabras que debía decir. Por una variedad de razones, todo élder experimenta altas y bajas en su nivel de sensibilidad a los susurros del Espíritu. Todo élder que da una bendición está sujeto a la influencia de lo que desea para la persona afligida. Cada una de éstas y otras imperfecciones mortales pueden influir en las palabras que hablemos.

Afortunadamente, las palabras expresadas en una bendición de salud no son esenciales para su efecto sanador. Si la fe es suficiente y si el Señor lo dispone, la persona afligida será sanada o bendecida, ya sea que el oficiante pronuncie o no esas palabras. Por el contrario, si el oficiante se deja llevar por su deseo personal o inexperiencia y da mandatos o palabras de bendición por encima de lo que el Señor elija conceder de acuerdo con la fe de la persona, esas palabras no se cumplirán. Por consiguiente, hermanos, ningún élder debe vacilar nunca para participar en una bendición de salud debido al temor de que no sepa qué decir. Las palabras pronunciadas en una bendición de salud pueden edificar y vigorizar la fe de los que las escuchan, pero el efecto de la bendición depende de la fe y de la voluntad del Señor, no de las palabras pronunciadas por el élder que ofició.

La voluntad del Señor

Hombres jóvenes y mayores, les ruego que pongan especial atención a lo que ahora voy a decir. Al ejercer el poder indudable del sacerdocio de Dios y conforme atesoremos Su promesa de que Él escuchará y contestará la oración de fe, siempre debemos recordar que la fe y el poder sanador del sacerdocio no pueden producir un resultado contrario a la voluntad de Aquel de quien es este sacerdocio. Este principio se enseña en la revelación que ordena que los élderes de la Iglesia pongan las manos sobre los enfermos. La promesa del Señor es que “el que tuviere fe en mí para ser sanado, y no estuviere señalado para morir, sanará” (D. y C. 42:48; cursiva agregada). Del mismo modo, en otra revelación moderna el Señor declara que cuando uno “pide en el Espíritu… es hecho conforme a lo que pide” (D. y C. 46:30)14.

De todo esto aprendemos que incluso los siervos del Señor, al ejercer Su divino poder en una situación en la que haya suficiente fe para ser sanado, no pueden dar una bendición del sacerdocio que cause que una persona sea sanada si esa sanidad no es la voluntad del Señor.

Como hijos de Dios, al saber de Su gran amor y Su conocimiento supremo de lo que es mejor para nuestro bienestar eterno, confiamos en Él. El primer principio del Evangelio es fe en el Señor Jesucristo, y la fe significa confianza. Sentí esa confianza en un discurso que dio mi primo en el funeral de una adolescente que había muerto a causa de una enfermedad grave. Pronunció estas palabras, que primero me sorprendieron y que después me edificaron: “Sé que fue la voluntad del Señor que ella muriera; tuvo buena atención médica, recibió bendiciones del sacerdocio, su nombre estaba en la lista de oración del templo y fue objeto de cientos de oraciones para que se restableciera su salud. Sé que hay suficiente fe en esa familia para que ella hubiera sido sanada a menos que fuera la voluntad del Señor llevársela a Su hogar en este momento”. Sentí esa misma confianza en las palabras del padre de otra joven excepcional cuya vida fue arrebatada por el cáncer en su adolescencia. Él declaró: “La fe de nuestra familia radica en Jesucristo, y no depende de los resultados”. Esas enseñanzas me suenan verdaderas. Hacemos todo lo que podemos para que un ser querido sane, y después le confiamos al Señor el resultado.

Testifico del poder del sacerdocio de Dios, del poder de la oración de fe y de la verdad de estos principios. Sobre todo, testifico del Señor Jesucristo, de quien somos siervos, cuya resurrección nos da la certeza de la inmortalidad y cuya expiación nos da la oportunidad de la vida eterna, el más grande de todos los dones de Dios. En el nombre de Jesucristo. Amén.

Notas

  1. Discourses of Brigham Young, selec. de John A. Widtsoe, 1954, pág. 163.

  2. Véase Mosíah 4:27.

  3. Véase también Marcos 10:46–52; Lucas 18:35–43.

  4. U.S. Religious Landscape Survey: Religious Beliefs and Practices: Diverse and Politically Relevant (The Pew Forum on Religion and Public Life, June 2008), 34, 54, http://religions.pewforum.org/reports#.

  5. Véase Steve Blow, “Sometimes, ‘Miracles’ Are Just That”, Dallas Morning News, 30 de enero de 2000, 31A.

  6. Véase también Mateo 9:18; Marcos 5:23; 6:5; 7:32–35; 16:18; Lucas 4:40; Hechos 9:12, 17; 28:8; Doctrina y Convenios 42:44, 48; 66:9.

  7. Véase, por ejemplo, Éxodo 28:41; 1 Samuel 10:1; 16:13; 2 Samuel 5:3.

  8. Véase Levítico 8:10–12.

  9. Véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Brigham Young, pág. 266; véase también Russell M. Nelson, “No pongan su confianza en el brazo de la carne”, Liahona, marzo de 2010, págs. 40–41; Gordon B. Hinckley, Teachings of Gordon B. Hinckley, 1997, pág. 474.

  10. Véase también 1 Nefi 7:12; Doctrina y Convenios 35:9.

  11. Véase “El don de sanidades”, Liahona, septiembre de 1982, pág. 43.

  12. Liahona, septiembre de 1982, pág. 43.

  13. Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Brigham Young, pág. 3.

  14. Véase también 1 Juan 5:14; Helamán 10:5.