2000–2009
La oración y las impresiones del Espíritu
Octubre 2009


La oración y las impresiones del Espíritu

[Las] experiencias de inspiración y oración no son algo fuera de lo común en la Iglesia; son parte de la revelación que nuestro Padre Celestial nos ha brindado.

Ningún Padre enviaría a Sus hijos a una tierra distante y peligrosa para toda una vida de pruebas, donde se sabía que Lucifer andaba suelto, sin primeramente darles un poder personal de protección. Él también les proporcionaría los medios para comunicarse con Él de Padre a hijo y de hijo a Padre. A todo hijo de nuestro Padre enviado a la tierra se le da el Espíritu de Cristo o la Luz de Cristo1. A ninguno de nosotros se nos deja aquí solos sin esperanza de guía y redención.

La Restauración se inició con la oración de un jovencito de catorce años y una visión del Padre y del Hijo; dio así comienzo la dispensación del cumplimiento de los tiempos.

La restauración del Evangelio trajo consigo el conocimiento de la existencia preterrenal. Por las Escrituras, sabemos acerca del Concilio de los Cielos y de la decisión de enviar a los hijos y a las hijas de Dios a la tierra a recibir un cuerpo y a ser probados2. Somos hijos de Dios; tenemos un cuerpo de espíritu que, por ahora, se alberga en un tabernáculo terrenal de carne. En las Escrituras dice: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (1 Corintios 3:16).

Como hijos de Dios, sabemos que formamos parte de Su “gran plan de felicidad” (Alma 42:8).

Sabemos que hubo una guerra en los cielos, y que Lucifer y los que le siguieron fueron echados sin cuerpos:

“…Satanás, la serpiente antigua, sí, el diablo… se rebeló contra Dios y procuró usurpar el reino de nuestro Dios y su Cristo;

“por tanto, les hace la guerra a los santos de Dios, y los rodea por todos lados” (D. y C. 76:28–29).

Se nos dio nuestro albedrío3; debemos usarlo con sabiduría y permanecer cerca del Espíritu; de otro modo, nos encontraremos de manera imprudente cediendo a las tentaciones del adversario. Sabemos que mediante la expiación de Jesucristo se pueden lavar y limpiar nuestros errores, y nuestro cuerpo terrenal será restaurado a su forma perfecta.

“Pues he aquí, a todo hombre se da el Espíritu de Cristo para que sepa discernir el bien del mal; por tanto, os muestro la manera de juzgar; porque toda cosa que invita a hacer lo bueno, y persuade a creer en Cristo, es enviada por el poder y el don de Cristo, por lo que sabréis, con un conocimiento perfecto, que es de Dios” (Moroni 7:16).

Existe una manera perfecta de comunicación por medio del Espíritu, “porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios” (1 Corintios 2:10).

Después del bautismo en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, sigue una segunda ordenanza: la “Imposición de manos para comunicar el don del Espíritu Santo” (Artículos de Fe 1:4).

Esa dulce y apacible voz de inspiración llega más como un sentimiento que como un sonido. A la mente se le puede indicar la inteligencia pura. El Espíritu Santo se comunica con nuestro espíritu a través de la mente más que por medio de los sentidos físicos4. Esa guía se presenta como pensamientos, sentimientos, susurros e impresiones5. Podemos sentir las palabras de la comunicación espiritual más que oírlas, y verlas con ojos espirituales en vez de mortales6.

Durante muchos años serví en el Quórum de los Doce Apóstoles con el élder LeGrand Richards, quien murió a los 96 años de edad. Nos dijo que cuando tenía doce años, asistió a una gran conferencia general en el Tabernáculo donde oyó al presidente Wilford Woodruff.

El presidente Woodruff relató una experiencia en la que tuvo una impresión del Espíritu. La Primera Presidencia lo envió a “congregar a todos los santos de Dios en Nueva Inglaterra y Canadá, y traerlos a Sión”7.

Se detuvo en Indiana, en casa de uno de los hermanos, y dejó su carruaje en el patio, donde él, su esposa y uno de los hijos se acostaron, mientras que el resto de la familia durmió adentro de la casa. Al poco rato de haberse acostado, el Espíritu en susurro le amonestó: “Levántate, y mueve este carruaje”. Se levantó y movió el carruaje a cierta distancia de donde había estado. Al volver a acostarse, el Espíritu le volvió a hablar: “Ve y mueve las mulas lejos de ese roble”. Lo hizo, y entonces se volvió a acostar.

A los treinta minutos vino un remolino de viento que quebró el tronco en el que habían estado amarradas las mulas, lo echó abajo y fue arrastrado unos cien metros a través de dos cercas. El enorme árbol, que tenía un tronco de un metro y medio de circunferencia, cayó exactamente en el lugar donde había estado el carruaje. Por haber escuchado las impresiones del Espíritu, el élder Woodruff había salvado su vida y la de su esposa e hijo8.

Ese mismo Espíritu puede darles a ustedes impresiones y protegerlos.

Cuando primeramente se me llamó a ser Autoridad General hace casi cincuenta años, vivíamos en un pequeño terreno en el valle Utah, al que considerábamos nuestra granja y donde teníamos una vaca, un caballo, gallinas y muchos niños.

Un sábado, tenía que ir al aeropuerto para salir en un vuelo a California para una conferencia de estaca, pero la vaca estaba por parir y tenía dificultades. El becerro nació, pero la vaca no podía ponerse de pie. Llamamos al veterinario y no tardó en llegar; dijo que la vaca se había tragado un alambre y que no pasaría de ese día.

Copié el número de teléfono de las compañías de productos derivados de animales, a fin de que mi esposa los llamara para que fueran a recoger la vaca tan pronto como muriera.

Antes de irme, ofrecimos una oración familiar y la hizo nuestro hijito. Después de que le hubo pedido a nuestro Padre Celestial que bendijera a papi en sus viajes y a todos nosotros, hizo una sincera súplica; dijo: “Padre Celestial, por favor bendice a Bossy, la vaca, para que se mejore”.

Al estar en California, relaté el incidente y dije: “Él debe aprender que no recibimos tan fácilmente todo lo que pedimos”.

Se aprendió una lección, pero fui yo el que la aprendí y no mi hijo. Cuando regresé el domingo por la noche, Bossy se encontraba mejor.

Este proceso no se reserva únicamente para los profetas. El don del Espíritu Santo funciona de igual modo con los hombres, las mujeres e incluso los niños pequeños. En este maravilloso don y poder es donde se encuentra ese remedio espiritual para cualquier problema.

“Y ahora bien, él comunica su palabra a los hombres por medio de ángeles; sí, no sólo a los hombres, sino a las mujeres también. Y esto no es todo; muchas veces les son dadas a los niños palabras que confunden al sabio y al erudito” (Alma 32:23).

El Señor tiene muchas maneras de instilar conocimiento en nuestra mente para darnos impresiones, guiarnos, enseñarnos, corregirnos y advertirnos. Él dijo: “Sí, he aquí, hablaré a tu mente y a tu corazón por medio del Espíritu Santo que vendrá sobre ti y morará en tu corazón” (D. y C. 8:2).

Y Enós registró: “Y mientras así me hallaba luchando en el espíritu, he aquí, la voz del Señor de nuevo penetró mi mente” (Enós 1:10).

Ustedes pueden saber lo que necesitan saber; oren para aprender a recibir esa inspiración y permanezcan dignos de recibirla. Mantengan ese canal —su mente— limpio y puro del caos del mundo.

El élder Graham W. Doxey, que por un tiempo sirvió en el Segundo Quórum de los Setenta, me contó una experiencia. Su madre, que más tarde fue consejera en la presidencia general de la Primaria, también me relató esa experiencia.

Durante la Segunda Guerra Mundial, él prestaba servicio en la marina, estando apostado en China. Él y varios compañeros fueron en tren a la ciudad de Tientsin para distraerse.

Luego abordaron un tren para regresar a la base, pero después de más de una hora, el tren seguía rumbo al norte; ¡habían tomado el tren equivocado! No hablaban chino, así que tiraron del cordón de emergencia y detuvieron el tren; entonces los bajaron en un lugar desierto, sin nada que hacer más que caminar de regreso a la ciudad.

Después de caminar por un rato, encontraron un vagoncito ferrovial propulsado a mano con una palanca, como los que usan los ferrocarrileros. Lo colocaron en los rieles y empezaron a avanzar, moviendo la palanca. El pequeño vagón se deslizaba hacia abajo, pero ellos tenían que empujarlo cuesta arriba.

Al llegar a una empinada pendiente se subieron rápido al carrito y empezaron a deslizarse cuesta abajo. Graham fue el último en subirse. El único lugar disponible estaba enfrente del carrito; corrió a un lado y por fin se subió, pero, al hacerlo, resbaló y se cayó; su espalda golpeaba sobre las vías, pero él seguía aferrado al vagón con los pies para evitar que éste lo arrollara. A medida que aumentaba la velocidad, oyó la voz de su madre que decía: “Bud, ¡ten cuidado!”.

Llevaba puestas unas pesadas botas militares; entonces, el pie se le resbaló, y la gruesa suela de la bota quedó atrapada en el engranaje de una de las ruedas, lo que hizo que el carrito se detuviera a unos treinta centímetros de la mano de él.

Sus padres, que en ese entonces presidían la Misión de los Estados Centrales del Este, estaban dormidos en la habitación del hotel; la madre se levantó a las dos de la mañana y despertó a su esposo: “¡Bud está en problemas!”. Se arrodillaron al lado de la cama y oraron por la protección de su hijo.

En la próxima carta que él recibió decía: “Bud, ¿sucedió algo? ¿Qué te pasó?”.

Entonces les escribió para contarles lo ocurrido. Cuando compararon las horas, en el preciso momento en que él iba rebotando sobre los rieles, sus padres estaban arrodillados en el hotel a medio mundo de distancia, orando por su protección.

Esas experiencias de inspiración y oración no son algo fuera de lo común en la Iglesia; son parte de la revelación que nuestro Padre Celestial nos ha brindado.

Una de las herramientas más eficaces del adversario es convencernos de que ya no somos dignos de orar. No importa quiénes sean ustedes o lo que hayan hecho, siempre pueden orar.

El profeta José Smith prometió que “todos los seres que tienen cuerpos, tienen dominio sobre los que no los tienen”9.

Cuando sobrevenga la tentación, inventen en su mente una tecla para suprimirla o eliminarla, tal vez las palabras de un himno favorito; la mente está en control; el cuerpo es el instrumento de la mente. Cuando un pensamiento indigno se quiera meter con fuerza en la mente, opriman esa tecla. La música digna es poderosa y puede ayudarlos a controlar sus pensamientos10.

Cuando a Oliver Cowdery no le fue posible traducir, el Señor le dijo:

“He aquí, no has entendido; has supuesto que yo te lo concedería cuando no pensaste sino en pedirme.

“Pero he aquí, te digo que debes estudiarlo en tu mente; entonces has de preguntarme si está bien; y si así fuere, haré que tu pecho arda dentro de ti; por tanto, sentirás que está bien.

“Mas si no estuviere bien, no sentirás tal cosa” (D. y C. 9:7–9).

Este principio se manifiesta en el relato de una niña que estaba disgustada con su hermano porque había construido una trampa para atrapar gorriones.

Al no poder encontrar ayuda, se dijo a sí misma: “Bien, voy a orar sobre eso”.

Después de la oración, la niña le dijo a su madre: “Sé que él no va a atrapar ningún gorrión con su trampa porque yo oré sobre eso; ¡estoy segura de que no atrapará ningún gorrión!”.

La madre le preguntó: “¿Por qué estás tan segura?”.

Ella respondió: “Después de que oré sobre ello, ¡salí y quebré la vieja trampa de una patada!”.

Oren, incluso si son jóvenes y están descarriados como el profeta Alma, o si son de estrecho criterio, como Amulek, que “sabía concerniente a estas cosas, mas no quería saber” (Alma 10:6).

Aprendan a orar; oren con frecuencia; oren en su mente y en su corazón; oren de rodillas. La oración es su llave personal para los cielos; la cerradura está del lado suyo del velo. He aprendido a terminar mis oraciones con esta frase: “Hágase tu voluntad” (Mateo 6:10; véase también Lucas 11:2; 3 Nefi 13:10).

No esperen verse totalmente libres de problemas, desilusión, dolor y desánimo, ya que fuimos enviados a la tierra a soportar esas cosas.

Alguien escribió:

Con manos descuidadas e impacientes

enredamos los planes

que el Señor ha forjado.

Y cuando en dolor lloramos, Él nos dice:

“Calla, hombre, mientras el nudo desbarato”11.

En las Escrituras está la promesa: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podáis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Corintios 10:13).

El Salvador dijo: “Allegaos a mí, y yo me allegaré a vosotros; buscadme diligentemente, y me hallaréis; pedid, y recibiréis; llamad, y se os abrirá” (D. y C. 88:63).

Comenzamos esta sesión de la conferencia con el sostenimiento de las autoridades. El primero en ser sostenido fue Thomas S. Monson como Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Conozco al presidente Monson, creo yo, tan bien como lo conoce cualquier otro hombre sobre la tierra, y quiero dar testimonio especial de que fue “llamado por Dios, por profecía” (Artículos de Fe 1:5). Él necesita nuestras oraciones, así como su esposa Frances y su familia, a causa de la tremenda carga que lleva sobre sí.

Ruego que sea sostenido en cuerpo y en mente y en espíritu, y que sea obvio para la Iglesia, así como es obvio para los que estamos muy cerca de él, que fue “llamado por Dios, por profecía”. Entonces, por “la imposición de manos, por aquellos que tienen la autoridad, a fin de que pueda predicar el evangelio y administrar sus ordenanzas” (Artículos de Fe 1:5), tomó posesión de su oficio.

Que el Señor nos bendiga y que sostenga al presidente Monson y a su familia en todo lo que sea necesario para llevar a cabo esta gran obra que está sobre sus hombros. Testifico de ello e invoco esa bendición como siervo del Señor y en el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Véase D. y C. 84:46.

  2. Véase D. y C. 138:56; véase también Romanos 8:16.

  3. Véase D. y C. 101:78.

  4. Véase 1 Corintios 2:14; D. y C. 8:2; 9:8–9.

  5. Véase D. y C. 11:13; 100:5.

  6. Véase 1 Nefi 17:45.

  7. Véase Wilford Woodruff, en Conference Report, abril de 1898, pág. 30; “Remarks”, Deseret Weekly, 5 de septiembre de 1891, pág. 323.

  8. Véase Wilford Woodruff, Leaves from My Journal, 1881, pág. 88.

  9. Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 222.

  10. Véase D. y C. 25:12.

  11. Autor desconocido, en Jack M. Lyon y otros, editores, Best-Loved Poems of the LDS People, 1996, pág. 304.