Conferencia General
Humildes para aceptar y seguir
Conferencia General de octubre de 2023


Humildes para aceptar y seguir

La humildad es un requisito obligatorio para que estemos listos para regresar a la presencia de Dios.

En el quinto capítulo de Alma, se plantea una pregunta introspectiva: “Si os tocase morir en este momento, ¿podríais decir, dentro de vosotros, que habéis sido suficientemente humildes?”1. Esa pregunta implica que la humildad es un requisito obligatorio para que estemos listos para regresar a la presencia de Dios.

A todos nos gusta pensar que somos lo suficientemente humildes, pero algunas experiencias en la vida nos hacen darnos cuenta de que el orgulloso hombre o mujer natural a menudo está muy vivo dentro de nosotros.

Hace años, cuando nuestras dos hijas aún vivían en casa, decidí mostrarles a ellas y a mi esposa la división de la que era responsable en la empresa para la que trabajaba.

Sin embargo, mi verdadero propósito era mostrarles un lugar donde, a diferencia de nuestra casa, todos harían exactamente lo que yo les pidiera sin cuestionarme. Al llegar a la entrada principal, que normalmente se abría automáticamente cuando mi auto se acercaba, me sorprendió que esta vez no se abriera. En su lugar, un guardia de seguridad que nunca antes en mi vida había visto se acercó al auto y me pidió mi identificación de la empresa.

Le dije que nunca había necesitado identificación para entrar en la propiedad con mi auto y luego le hice la clásica pregunta de una persona jactanciosa: “¿Sabe usted con quién está hablando?”.

A lo que me contestó: “Bueno, como no tiene su identificación de la empresa, no puedo saber quién es usted, y mientras yo esté en esta entrada, no se le permitirá entrar sin la debida identificación”.

Pensé en mirar por el retrovisor para ver la reacción de mis hijas a todo eso, ¡pero sabía que mis hijas estaban saboreando cada segundo de aquel momento! Mi esposa, a mi lado, sacudía la cabeza en señal de desaprobación por mi comportamiento. Mi último recurso en ese momento fue pedir disculpas al guardia y decirle que sentía mucho haberlo tratado tan mal. “Está usted perdonado”, me dijo, “¡pero sin identificación de la empresa, no va a entrar hoy!”.

Luego conduje muy lentamente de regreso a casa para buscar mi identificación, habiendo quizás aprendido esta valiosa lección: Que cuando elegimos no ser humildes, acabamos siendo humillados.

En Proverbios leemos: “La soberbia del hombre le abate, pero el humilde de espíritu recibirá honor”2. Para desarrollar la humildad, debemos entender lo que realmente significa en el contexto del Evangelio.

Algunas personas confunden ser humildes con otras cosas, como, por ejemplo, ser pobres; pero en realidad hay muchos que son pobres y orgullosos, y también muchos que son ricos y a la vez humildes. Otros que son muy tímidos o tienen baja autoestima pueden tener una apariencia externa de humildad, pero en el fondo hay veces que están llenos de orgullo.

Entonces, ¿qué es la humildad? Según Predicad Mi Evangelio, es la “disposición a someterse a la voluntad del Señor. […] Es ser enseñable. […] Es un catalizador vital para el crecimiento espiritual”3.

Sin duda, todos tenemos muchas oportunidades de mejorar en este atributo cristiano. En primer lugar, me gustaría explorar cuán humildes hemos sido, o deberíamos ser, en lo que respecta a seguir el consejo de nuestro profeta. Una prueba rápida para nosotros individualmente podría ser:

  • ¿Mencionamos el nombre completo de la Iglesia en todas nuestras interacciones? El presidente Russell M. Nelson dijo: “Quitar el nombre del Señor de la Iglesia del Señor es una gran victoria de Satanás”4.

  • ¿Estamos dejando que Dios prevalezca en nuestra vida al aceptar la invitación tan específica de nuestro profeta? “Hago un llamado a nuestros miembros de todas partes para que pongan el ejemplo de abandonar las actitudes y acciones de prejuicio”5.

  • ¿Estamos venciendo al mundo, confiando en la doctrina de Cristo más que en las filosofías de los hombres, como enseñó nuestro profeta?6.

  • ¿Nos hemos convertido en pacificadores, y decimos cosas positivas a las personas y sobre ellas? El presidente Nelson nos enseñó en la última conferencia general lo siguiente: “‘Si hay algo virtuoso, o bello, o de buena reputación, o digno de alabanza’ que podamos decir de otra persona —ya sea directamente o a sus espaldas—, esa debe ser nuestra norma de comunicación”7.

Estas son instrucciones sencillas, pero poderosas. Recordemos que todo lo que el pueblo de Moisés tenía que hacer para ser sanado era mirar a la serpiente de bronce que había colocado sobre un asta8, pero “por causa de la sencillez de la manera, o por ser tan fácil, hubo muchos que perecieron”9.

Durante esta conferencia hemos escuchado y aún escucharemos el consejo infalible de nuestros profetas y apóstoles. Es una ocasión perfecta para desarrollar la humildad y permitir que nuestras opiniones firmes sean absorbidas por una convicción aún más fuerte de que el Señor sí habla a través de estos líderes escogidos.

Por encima de todo, al desarrollar la humildad, también debemos comprender y aceptar que no somos capaces de superar nuestros desafíos, ni de alcanzar todo nuestro potencial únicamente con nuestro esfuerzo. Los oradores motivacionales, escritores, asesores e influencers de todo el mundo, especialmente en las plataformas digitales, dirán que todo depende únicamente de nosotros y de nuestros actos. El mundo cree en el brazo de la carne.

Sin embargo, mediante el Evangelio restaurado, hemos aprendido que dependemos en gran medida de la benevolencia del Padre Celestial y de la Expiación de nuestro Salvador Jesucristo, “pues sabemos que es por la gracia por la que nos salvamos, después de hacer cuanto podamos”10. Por eso es tan importante hacer y guardar convenios con Dios, ya que al hacerlo tendremos pleno acceso al poder sanador, habilitador y perfeccionador de Jesucristo a través de Su Expiación.

Asistir a la reunión sacramental semanalmente y adorar en el templo con regularidad, a fin de participar en las ordenanzas y recibir y renovar convenios, es una señal de que reconocemos nuestra dependencia del Padre Celestial y de nuestro Salvador Jesucristo. Eso invitará Su poder a nuestra vida para ayudarnos a superar todos nuestros problemas y, en última instancia, cumplir con la medida de nuestra creación.

No hace mucho, el nivel de mi humildad y comprensión de cuánto dependo del Señor se puso a prueba una vez más. Iba en un taxi hacia el aeropuerto para tomar un vuelo corto a un lugar donde había que resolver una situación crítica. El taxista, que no era miembro de la Iglesia, me miró por el retrovisor y me dijo: “¡Veo que hoy no está usted bien!”.

“¿Se me nota?”, le pregunté.

“Claro”, dijo él. Luego dijo algo como: “¡De hecho lo rodea un halo muy negativo!”.

Le expliqué que tenía que hacer frente a una situación bastante difícil y entonces me preguntó: “¿Ha hecho todo lo que estaba en sus manos para solucionarlo?”.

Le respondí que había hecho todo lo posible.

Entonces me dijo algo que nunca he olvidado: “Pues déjelo en manos de Dios y todo saldrá bien”.

Confieso que estuve tentado a preguntarle: “¿Sabe usted con quién está hablando?”. ¡Pero no lo hice! Lo que hice fue humillarme ante el Señor durante toda aquella hora de vuelo, solicitando ayuda divina. Al salir del avión, me enteré de que la difícil situación que había que resolver ya estaba en orden y que mi presencia ya ni siquiera sería necesaria.

Hermanos y hermanas, el mandamiento, la invitación y la promesa del Señor son claros y reconfortantes: “Sé humilde; y el Señor tu Dios te llevará de la mano y dará respuesta a tus oraciones”11.

Ruego que podamos ser humildes para seguir el consejo de nuestros profetas y aceptar que solo Dios y Jesucristo pueden transformarnos —por medio de las ordenanzas y los convenios recibidos en Su Iglesia— en la mejor versión de nosotros mismos en esta vida y, un día, perfeccionarnos en Cristo. En el nombre de Jesucristo. Amén.